Miércoles, 21 de mayo de 2014

Ceremonia de ingreso de Yolanda Lastra

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Discurso de ingreso:
Las terminologías de las fiestas religiosas en el área de San Miguel de Allende

Señor director
Señores miembros de la mesa directiva
Colegas y amigos

Quisiera expresar mi agradecimiento a los académicos que votaron para elegirme como miembro y especialmente a Concepción Company, a Ascensión Hernández y a Leopoldo Valiñas por haberme propuesto. La silla XI que se me ha asignado fue de don Ernesto de la Peña a quien admiro. Nunca podré igualar su sabiduría y erudición. Todos disfrutamos de sus programas de radio: Testimonio y Celebración y Al Hilo del Tiempo en los que abordaba los más diversos temas relacionados con la religión, la historia y la filosofía explicando todo con suma claridad.

De sus libros, solo mencionaré dos: Castillos para Homero y La Rosa Transfigurada. En el primero de ellos dice que expondrá algunas de las más llamativas correspondencias homéricas con ciertas culturas del Cercano Oriente así como los posibles contactos internos con el mundo Egeo; ofrece su meditación y sus conclusiones al padre de la poesía occidental.

Desde el punto de vista lingüístico, lo que dice de la Peña de la lengua de los poemas homéricos es que su lenguaje era artificial lleno de préstamos, fruto de diversas combinaciones, mezclas e hibridaciones que se originaron en las condiciones histórico-geográficas del Mar Egeo. También señala que hay que estar conscientes de que esa lengua homérica no se habló nunca ni se empleó jamás como vehículo de comunicación. Es razonable suponer que el luviano, lengua íntimamente relacionada con el hitita, fue probablemente la lengua materna de los troyanos; los griegos la entendían sin hacer demasiado esfuerzo.

La Rosa Transfigurada nos conduce por diversas literaturas a través de la historia, notablemente al Paraíso de Dante con Beatrice donde la rosa mística se convierte en luz. Se suele decir que el Infierno es más divertido y más interesante que los otros cantos, sin embargo de la Peña nos hace desear leer otra vez el Paraíso y tal vez compartir la admiración que le tiene a Dante.

Aquí dejo estos comentarios sobre mi ilustre predecesor, lexicógrafo notable, conocedor del español popular, según nos dice Concepción Company, y paso a esbozar ante ustedes un trabajo sobre "La terminología de las fiestas religiosas en el área de San Miguel de Allende". La investigación que presentaré ante ustedes tiene dos aspectos. El primero de ellos es el que permite ofrecer una aportación al conocimiento de la diversidad del español de México. El segundo es que señala la diversidad existente en el marco de su uso oral y de sus significados culturales particulares. Acercarnos a nuestra lengua por medio del trabajo de campo es acercarnos a sus hablantes y a los usos y significados que adquiere en diferentes contextos. En el caso presente, me referiré a las fiestas religiosas en un territorio particular. Ofrezco por lo tanto un fragmento de nuestro idioma que no deja de llamar la atención por los diferentes significados que adquiere y las variadas funciones culturales que lo acompañan. Espero animar a otros estudiosos a continuar con el estudio del español oral de México.

Trataré de detalles léxicos, dialectológicos, en el sentido geográfico y al mismo tiempo de variedades asociadas con prácticas rituales. Lo que llamo área de San Miguel se refiere a comunidades dentro del municipio de San Miguel de Allende y a la Misión de Chichimecas que se localiza en San Luis de la Paz, Guanajuato. La razón para escoger este último sitio y no otros en los municipios aledaños (San José Iturbide, Comonfort, Juventino Rosas, Dolores Hidalgo así como los municipios colindantes del oriente de Querétaro) es el hecho de que hay personas en San Luis de la Paz que tienen una estrecha relación con Cruz del Palmar, una ranchería de San Miguel. Durante sus fiestas patronales se visitan recíprocamente y ambos grupos comparten ritos y costumbres.

En la década de los noventa, buscaba yo hablantes de otomí en Guanajuato y, como quedan pocos, consideré un gran hallazgo conocer a un hombre en Cruz del Palmar que dominaba la lengua. Posteriormente me invitaron a asistir a la fiesta en honor a su patrono, el Santo Entierro, que se celebra a fines de diciembre y principios de enero. Así empezó mi interés por las fiestas.

Para este trabajo seleccioné 95 términos que me parecieron de interés y entrevisté a veintitrés personas para que los explicaran, en el caso de que fueran de su conocimiento. Doce de los entrevistados viven en diferentes barrios de la ciudad de San Miguel; tres fuera de ella, pero dentro del municipio, seis en la Misión de Chichimecas y una señora en la ciudad de San Luis de la Paz. Además entrevisté a una joven otomí que vive en el Mezquital con el objeto de tener un punto de comparación. Esto sirvió para demostrar que no hay ritos otomíes uniformes.

Entre los entrevistados que viven el la ciudad de San Miguel, una mujer de 90 años es hablante de otomí, proveniente de una ranchería que está cerca de la presa de Allende, cinco de ellos son descendientes de otomíes; respecto a los otros cinco, estoy segura de que dos no son descendientes de ellos y los tres restantes podrían serlo. Los tres de las comunidades de fuera de la ciudad son descendientes de otomíes, pero no hablan la lengua.

En cuanto a los de la Misión, tres hablan chichimeco y tres no; uno de los no hablantes es el mayordomo de los chichimecas que organizan la fiesta de San Luis Rey, pero su padre, a quien conocí, sí hablaba la lengua; hay dos mujeres entre los que ignoran la lengua, pero una está casada con el encargado de la fiesta de la virgen de Guadalupe y la otra estuvo casada con un hablante de chichimeco.

Creo que en el caso de la Misión lo más importante es saber quiénes participan en la fiesta de San Luis y quiénes en la de la virgen de Guadalupe porque los primeros visitan la Cruz del Palmar en tanto que los otros se quedan en San Luis y no tienen contacto con otomíes.

Lo anterior da una idea de la heterogeneidad existente el área; ahora pasemos a considerar algunas de las fiestas en sí mismas. No habría tiempo de hablar de todas ellas por lo que trataré de dar una idea de algunos de los rituales existentes empleando las palabras que utilizan los propios participantes.

Lo primero que se debe hacer, un mes antes de que llegue la fecha de la fiesta es pedir permiso a las ánimas benditas para celebrarla. Según el principal organizador de la llamada Reseña del Señor San Miguel Las ánimas conquistadoras son los ancestros que nos dejaron estas santas devociones levantando a mucha comunidad. [Para la fiesta de la Santa Cruz nos dice se va al puerto de] "Calderón a pedir que nos abran las puertas, que no tengamos ningún contratiempo"; se va primero al calvario que tiene una cruz de gran tamaño; la encargada la soma con copal primero enfrente, después atrás y posteriormente a los lados; otro encargado coloca dos bastones de carrizo adornados con cucharilla amarrándolos a la cruz mientras otros dejan ofrendas de fruta, dulces, galletas y flores; entonces los mayordomos de las comunidades representadas persignan con copal a todos los presentes uno a uno. Los que acompañan lo hacen para expresar con su presencia la unión y conformidad o sea la armonía y buena voluntad necesarias para celebrar el rito.

Después se va a otro calvario situado enfrente de la capilla, se sahúma y se dejan ofrendas; todo esto se hace mientras otra persona toca la mandolina y canta alabanzas y los asistentes los respectivos estribillos.

Entonces se sahúma la puerta de la capilla en caso de que no se pueda entrar y se dejan otros bastones y ofrendas. Un rito semejante se hace enfrente de otra cruz que está un tanto alejada así como en el sitio donde según la tradición murió un franciscano flechado por chichimecas. En un acantilado donde hay una cueva, murió otro fraile y ahí también se sahúma, se canta y se reza. Es notable el que se conserve esta tradición que en realidad es un hecho histórico retomado por Jiménez Moreno de fray Juan de Torquemada quien relata que fray Francisco Doncel vino a la Nueva España procedente de Andalucía. Por sus méritos lo hicieron Guardián del Convento de la Villa de S Felipe. Tuvo que viajar a México a tratar con el virrey don Martín Enríquez [1568-1580]. Volviendo a su monasterio pasó por Celaya donde se le unió fray Pedro de Burgos, anciano sacerdote. Partieron de Celaya para San Miguel y al pasar de un portezuelo que llaman de Chamacuero, dieron sobre ellos unos chichimecas infieles que los mataron a flechazos (p. 625).

Después de una pausa para comer, todo el grupo se dirige al panteón de Nuestra Señora de Guadalupe, primero a una capilla y luego, frente a una tumba central, los mayordomos de las comunidades colocan y encienden cien velitas de sebo junto con monedas de limosna. Consumidas las pequeñas velas y ya limpio el sitio, la encargada principal da las gracias a todos finalizando sus palabras diciendo "¡Él es Dios!"; si otros se dirigen a los presentes también terminan con esa invocación.

La fiesta de la Santa Cruz se celebra en muchas comunidades de los barrios. Cada una tiene su mesa que es el grupo organizador. Entre los barrios más antiguos está Guadiana, algunos de cuyos miembros suben al monte de Uma a adorar y bajar una cruz. Otros barrios son la Palmita, Ojo de Agua y Valle del Maíz. En este último se preservan muchas tradiciones; además, un día antes de la fiesta, un jueves, invitan, desde hace varios años a dos grupos de la Sierra de Xichú.

El viernes durante el día se hacen los preparativos para el ensaye real que empieza al atardecer. Después de una ceremonia a loscuatro vientos en el atrio con la presencia de todos los cargueros, la Santa Cruz peregrina, como se denomina a una cruz de madera que representa a la de cantera que se queda en el altar, inicia la procesión del ensaye real que también se llama entrada de la flor porque en su recorrido a la gente del Valle se le van agregando vecinos con flores que después servirán para adornar el altar.

Además de un cohetero, la procesión va encabezada por la rosa que consta de la palabra que es el sahumerio llevado por el mayordomo, la demandita que es la imagen, en este caso la cruz, la pasión, bandera roja ceremonial, nunca desplegada, portada por una mujer, que también toca una campanita; flores rojas y dos velas. La rosa, va por el Callejón del Valle y sube hasta la cruz arriba del Palo del Cuarto (así llamado porque ahí sepultaron la cuarta parte del primer mayordomo existente que fue descuartizado por chichimecas). Dicha cruz está situada por la salida a Querétaro. El mayordomo sahúma la cruz por enfrente haciendo la ceremonia de los cuatro vientos: se arrodilla, hace la señal de la cruz dos veces con el sahumerio frente a la imagen; da media vuelta, repite la operación; da un cuarto de vuelta y vuelve a sahumar; da media vuelta y sahúma a la cuarta dirección. Mientras el mayordomo sahúma, los que acompañan hacen las vueltas y flancos muy respetuosamente y la campanita no deja de tocar. En todo esto participan los grupos de flauta y tambor denominados tunditos que provienen de Dr. Mora.

Detrás de la rosa vienen las danzas: Apaches, cuyo viejito es un soldado con un oso encadenado; Sonajeras, niñas con sombrero de ala relativamente ancha adornado de flores; Rayados y Franceses con dos muertes con machetes; Enfermeras (mujeres con indumentaria semejante a la de la Cruz roja) y hombres de tapa rabo; Soldados (hombres con uniformes modernos). Estos dos últimos grupos no tienen conjunto musical en tanto que los primeros sí.

Los llamados viejitos son personajes graciosos que acompañan a todas estas danzas. Pueden ser personas disfrazadas de muertes, diablos o viejitos. Su función aparente es la de hacer reír, pero la más profunda es recordar la muerte y que “si son malas gentes se los tiene que llevar el diablo".

La comitiva baja hasta el mirador donde bailan las danzas durante un tiempo bastante largo y después regresan al barrio y al entrar al atrio repican las campanas.

Entran las danzas de rodillas. Les pasan una canastita donde ponen su limosna. Entregan alguna ofrenda, todos se persignan, se levantan y se van caminando para atrás en señal de respeto. Con cada danza se repite el ritual.

Mientras todo esto se lleva a cabo en la iglesia, en una casa se hacen preparativos para tejer el súchil, también denominado crucero; se trata de un arco de madera maciza, (semejante a la de las vigas que sostienen un techo) que se decora con cucharilla, flores e hinojo. Generalmente ostenta una cruz como remate. La cucharilla es la parte blanca en forma de cuchara de un agave especial que se produce en los cerros aledaños. Se empieza a decorar el crucero en la noche cuando la cucharilla ya se ha bendecido. Mientras se trabaja hay música especial de los conjuntos de flauta y tambor. Esto constituye lo que se llama la velación del súchil.

El sábado en la madrugada hay alborada que consiste, principalmente de música y cohetes.

A las once de la mañana se hace la ceremonia de la puesta de los bastones a las cruces del cuarto.

A las tres de la tarde, después de sacralizarlo con copal, se para el crucero hecho la noche anterior frente al salón de actos junto de la iglesia. En cuanto lo paran repican las campanas. Los danzantes entran a la iglesia a persignarse y salen caminando para atrás. En un llano cercano se hacen guerritas entre soldados y apaches. Se reparte a todos los asistentes un sabrosísimo atole de cáscara de cacao.

Todos los danzantes bailan, cada grupo por su lado con sus respectivos conjuntos, excepto un cuadro de locos disfrazados y enmascarados que tienen equipo de sonido y bailan al compás de música moderna junto con varias mojigangas.

Ya al atardecer, como tres horas y media después de su llegada, se van retirando los participantes, los apaches llevando a sus prisioneros.

A las 9:00 de la noche empieza la velación general. Para entonces la capilla está muy adornada con flores rojas y blancas. Hay gente que visita a la cruz incluyendo concheros que van a tocarle y a cantarle alabanzas.

Por la noche van entrando las comunidades que llegan de visita con su rosa y para darles la bienvenida tocan los concheros. Cuando terminan de recibir las ofrendas de la primera comunidad, le ofrecen comida, llamada reliquia, a los visitantes y sale el mayordomo con los concheros a recibir a la siguiente y así sucesivamente hasta que llega la última.

A veces hay mayordomos de comunidades que se dirigen a todos los asistentes para saludarlos y otros mayordomos rezan junto con las personas que los acompañan. En todos estos casos se termina con la invocación a la santa cruz: “¡Él es Dios!”. Y todos contestan: “¡Él es Dios!”.

El domingo hay alborada, mañanitas y misa. Después se inicia un desfile al centro de la ciudad, con todas las danzas. Esta vez se lleva a la cruz en un carro alegórico.

Todo el desfile baja al pueblo y reparten dulces al pasar.

Unas horas más tarde, entran los parandes especie de marco de madera como del tamaño de una pequeña cama, al que se le pone una tela, por ejemplo un mantel, para darle cuerpo. Ahí se cuelgan piezas grandes de pan dulce que se manda a hacer especialmente. Algunos parandes están adornados y otros tienen los panes exclusivamente. Se colocan recargados contra la pared en la esquina del callejón del Valle y de la salida a Querétaro donde está otra de las cruces del Palo del Cuarto. La rosa y las danzas salen hasta ahí donde se hace la ceremonia de los cuatro vientos ante cada parande. Después regresan al atrio las danzas; los parandes se colocan afuera de la iglesia para su venta. El objeto de hacerlos es recabar dinero. La persona que hace un parande da de limosna el doble de lo que le cuesta el pan. Otra persona compra el parande, es decir los panes, y se los lleva a su casa más tarde. El comprador está a obligado a ofrecer un parande el año siguiente, pero aumentándole tres piezas de pan al número que recibió.

A las ocho de la noche empieza la que será la última actividad de la fiesta que es la representación del Coloquio del Tesoro Escondido. Simultáneamente hay palo ensebado, fuegos pirotécnicos con un gran castillo. Después de su quema, se empieza a ir la mayoría de la gente y sólo quedan los coloquiantes y su público que se va haciendo cada vez menos numeroso porque la representación termina a las 6:30 de la mañana.

Últimamente, además de la fiesta ya descrita, un grupo decidió celebrar otra, también para honrar a la Santa Cruz, pero más sencilla y menos larga, el 3 de mayo en lugar de esperar a la fecha que se la había asignado al Valle del Maíz, último domingo de mayo. La víspera hubo velación. Al comienzo, el sargento prendió cuatro velitas de sebo colocándolas en forma de cruz sobre unas ramitas de hinojo. Otra velita se pone un poco separada de las demás y simboliza l'ánima sola, una que no tiene quien rece por ella; no todos conocen el término, pero sí conservan la costumbre. Se hicieron limpias, que suelen llamar bendiciones, cada vez que llega un mayordomo de otra comunidad. Es decir, el mayordomo que recibe o el sargento encargado toma las flores que el devoto recien llegado lleva a ofrendar, o si no escoge algunas del altar y con ellas toca la cabeza del devoto y las pasa por sus brazos y su cuerpo y luego se las da a besar. En vez de flores esto se puede hacer con una veladora que el devoto ofrezca. Al mismo tiempo el oficiante reza y pide que se aleje el mal y se proteja a la persona.

Ya que llegaron los representantes de las 22 comunidades invitadas, se procedió a asignar los trabajos correspondientes para que levantaran la palabra (aceptaran el trabajo) los nombrados.

Otra fiesta interesante es la de la ranchería de la Cruz del Palmar, que fue de habla otomí hasta hace muy poco, con la peculiaridad que la comunidad que llega de visita es de San Luis de la Paz como, ya se mencionó. Algunos de los visitantes hablan chichimeco, otros son mestizos de la ciudad que últimamente se autodenominan guachichiles. Los visitantes llegan por el lado de un lecho de río con capelos en los que llevan imágenes de su patrón San Luis Rey; la gente de la Cruz los va a recibir con imágenes de su propio patrón, el Santo Entierro. Acude el mayordomo y la tenancha que lleva la pasión y la campanita junto con muchos devotos. El encuentro que celebran sahumando y besando a los respectivos santos es muy ceremonioso y conmovedor. Posteriormente todos se dirigen a la iglesia a donde los que tienen una manda entran de rodillas.

Hay dos velaciones simultáneas, la de la flor y la de la cucharilla; en las que algunos aceptan trabajar durante la velación en preparar varios bastones y dos custodias, también llamadas ramilletes decorando una base de madera (de forma semejante a la que se utiliza en la iglesia católica para exhibir una hostia consagrada) con cucharilla y flores que adornarán el altar a la mañana siguiente. Se sirve atole y se reparte pan a los asistentes que cantan alabanzas y cuando se dirigen a algún participante lo tratan de compadre o comadre aunque no haya propiamente un lazo de compadrazgo.

Al día siguiente se paran los cruceros, uno enfrente del calvario que está arriba de un monte que fue cuicillo prehispánico y otros dos en el lugar que tienen asignado en el atrio de la iglesia.

En Cruz del Palmar como parte de la danza de apaches y franceses que simulan combates con verdaderos machetes, se escenifica una representación de captura de indios uno a uno en la que la muerte le saca el menudo al indio y se lo avienta a la concurrencia; de todos modos revive y se vuelve a su lugar.

También hay danzas de sonaja en la que participan niños y niñas que al bailar especie de minuetos siguen el ritmo de la música de un violín con sonajas de hoja de lata que llevan dentro piedritas de hormiguero.

Hacia el atardecer en uno de los últimos días de la fiesta un flashico se pega con una vara de membrillo logrando que la gente le aviente monedas que posteriormente ofrecerá al templo.

La víspera del día del cambio de cargos por la mañana se lleva a cabo el paseo de la vaca, un animal que se adorna con una cuelga de verduras y se pasea por los lugares sagrados con el objeto de sacralizarlo ya que servirá para preparar un caldo que todos consumirán la noche siguiente cuando se celebra el cambio de cargos.

Dicha ceremonia comienza con la recogida de los panes: el mayordomo encabeza gente de la comunidad para ir casa por casa a visitar a los cargueros salientes quienes ofrecen un pan y varios pilones de piloncillo que posteriormente entregarán a los cargueros entrantes.

Al final de toda la fiesta se lleva a cabo el combate que no es más que el lanzamiento de dulces a cargo de los danzantes.

Para terminar, se quema un castillo, se lanzan bombas y también hay toritos, armazones de carrizo en forma de toro; tienen pólvora y una persona los maneja para asustar a los presentes.

A veces, alguno de los organizadores comenta que está satisfecho de haber cumplido con la obligación.

La cabecera del municipio, San Miguel Allende, tiene como patrón a San Miguel Arcángel en cuya fiesta participan no solo habitantes de la ciudad sino muchas comunidades aledañas. Cada una prepara un súchil y acude con alguna danza. Las hay de pluma o danza azteca, de rayados y franceses y algunas otras. Es espectacular la llamada entrada de los súchiles que últimamente está perdiendo su significado religioso ya que la municipalidad establece el orden en el que han de entrar junto con danzas traídas de fuera. Sin embargo, todavía se hace un encuentro tradicional solemne frente a la llamada Cruz de la Carrera que es otra de las del Palo del Cuarto. Anteriormente la Cruz de Calderón encabezaba el desfile, pero como ha sido robada ahora hay mojigangas que van por delante.

Por lo que respecta a San Luis de la Paz, las dos fiestas principales, las de la virgen de Guadalupe y la del santo patrón, San Luis Rey (25 de agosto). Ambas inician en la Misión de Chichimecas donde se elaboran chimales, nombre que se les da a lo que en San Miguel se llaman súchiles. Ambas fiestas comparten muchas de las características de las de San Miguel, pero no se piden permisos para celebrarlas; durante las velaciones hay música, pero no se elaboran bastones ni custodias. En la de San Luis van los mayordomos y las danzas al encuentro con los provenientes de la Cruz del Palmar a una capilla en la colonia San Ignacio. Por la tarde se baja el chimal a la ciudad para pararlo frente a la pequeña iglesia de San Luisito. Suele haber otro aportado por la comunidad de El Toreador.

Durante los días siguientes la demandita del Santo Entierro es recibida de visita en casas particulares donde se le arregla un altar y se hace una velación durante la cual algún devoto que así lo desee puede coronarse como esclavo del Santo Entierro. Para ello escoge un padrino (o madrina si se trata de una mujer) de Cruz del Palmar y promete acudir ahí durante la fiesta siempre que le sea posible y visitar a su padrino. Luego reza un padre nuestro y le besa la mano al padrino.

Para la fiesta de la virgen de Guadalupe un mayordomo, o su representante, seguido de danzas y tambora van por la noche del 10 de diciembre a hacer el recorrido, es decir, acudir a la casa de cada uno de los esclavos de la virgen a recordarles que al día siguiente hay que terminar de tejer el chimal y hacer otros preparativos para pararlo enfrente del Santuario.

Al día siguiente se recibe, haciendo un encuentro con copal y música a lo que será el remate del chimal que no es una cruz sino un águila de cucharilla que ahí llaman también chimal. La elaboración, sacralización y colocación de este símbolo se realiza con rituales especiales.

Sigue la repartición de la reliquia, término que designa la comida que se ofrece en las fiestas en toda el área. Entonces unos 14 hombres cargan el chimal para llevarlo hasta el atrio del Santuario donde se le coloca el águila y se logra pararlo.

Doce de los términos que he utilizado al describir algunos de los rituales son conocidos por todos los entrevistados; pertenecen al español general (palo ensebado) o al mexicano (atole). El resto tiene diversas acepciones y los hablantes definen a cada uno a su manera o simplemente lo desconocen.

Hay un grupo de términos que yo consideraría como especializados y que todos los de San Miguel conocen exceptuando a una maestra y un contador de la ciudad de San Miguel. Entre estos términos están: alabanza, ánima conquistadora, apache, atole, compromiso, concha, conchero, conformidad, francés, otomí, mayordomo y danza de pluma.

Lo más interesante es la diferencia que existe entre los dos municipios; salvo los provenientes de la Misión o de la ciudad de San Luis que visitan Cruz del Palmar con cierta regularidad, hay términos que solamente se usan en el área de San Miguel: bastón, custodia, ramillete, crucero, súchil, cuelga, demandita, parande, paseo de la vaca (toro), pasión, permiso, rosa. A la inversa los de San Miguel por lo general desconocen: San Luisito, chimal, esclavo, recorrido.

Casi todos los entrevistados usan somador y somar, pero algunos dicen somerio y someriar. Solamente los muy cultos reconocen sahumador y sahumar.

Por otra parte hay palabras exclusivas de Cruz del Palmar: changos (para viejitos o mascarudos), tenancha, cuisillo; flashico aparece también en la Cieneguita.

Entre los términos usados por todos hay bastantes que aparecen en el Diccionario de la Real Academia Española, pero que tienen un significado especializado entre los participantes de los rituales; otros, sencillamente no aparecen.

El Diccionario de Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua incluye algunos de dichos términos, pero no todos, y entre los incluidos se podrían hacer algunas precisiones en la definición. En seguida, se darán listas señalando en qué categoría se hallan los términos.

Los que no encontré en el DRAE son:

ánima conquistadora
apache
chimal
cohetón
conchero
cucharilla
flashico
levantar la palabra
otomí
parande

Espero ya haber tratado cada uno al describir brevemente algunos de los ritos.

Otros que me parecen de interés son:

cuicillo y ¡Él es Dios!

Cuicillo es diminutivo de cu, templo o adoratorio de los indígenas prehispánicos; (montículo artificial según el Diccionario del Español de México, DEM). Los conquistadores oyeron cu en el área maya y extendieron su uso a otras regiones. Según Lucero Meléndez, especialista en huasteco, dicho término está presente en varias lenguas mayas: cholano clásico, textos de yucateco y huasteco. Está atestiguado como k'uh en algunas inscripciones y en diversas fuentes coloniales.

¡Él es Dios! Exclamación de los chichimecas cuando vieron en el cielo una cruz luminosa y a Santiago apóstol en su caballo. Dicho mito forma parte de las creencias que mucha gente tiene en Querétaro: se trata del final feliz que tuvo la batalla entre chichimecas paganos y conquistadores cristianos en el cerro de Sangremal.

Otro mito semejante se cuenta en San Miguel de Allende: iba a librarse una batalla entre otomíes cristianizados y chichimecas en el actual Arroyo del Fraile, cuando se apareció una cruz resplandeciente y todos dijeron: "Él es Dios". En las velaciones se utiliza esta frase al aceptar el trabajo que se realizará durante la noche y al terminar especies de discursos, por ejemplo, agradeciendo la hospitalidad.

Aquellos que tienen un significado especial para los que participan en los rituales son:

alabanza definido en el DRAE como expresión o conjunto de expresiones con que se alaba. U. m. en pl, pero no como cantos que se entonan en velaciones y en algunos otros rituales.

bastón definido como 1. m. Vara, por lo común con puño y contera y más o menos pulimento, que sirve para apoyarse al andar, pero no como carrizo adornado con cucharilla y flores elaborado generalmente durante velaciones y que se utiliza para decorar alguna cruz al día siguiente amarrando dos formando una equis enfrente de la cruz.

cargo definido como: 17. m. Perú. Responsabilidad rotativa de organizar la fiesta patronal; habría que añadir que en México también se usa.

carguero definido como: Persona que se dedica a llevar cargas. Pero habría que añadir: persona que tiene una obligación determinada durante la fiesta o durante los preparativos. Sin embargo, hay que señalar que en la Misión de Chichimecas así le llaman a los que cargan el chimal.

chango definido como: Méx mono. En Cruz del Palmar, graciosos que acompañan a las danzas.

concha definido como: 2. f. Caparazón de las tortugas y de los cladóceros y otros pequeños crustáceos.

Pero en el vocabulario de esta área por lo menos, se refiere a un instrumento musical cuya caja de resonancia está hecha con un caparazón de armadillo.

conchero definido como: 1. m. Depósito prehistórico de conchas y otros restos de moluscos y peces que servían de alimento a los hombres de aquellas edades. Generalmente se hallan a orillas del mar o de los ríos y cerca de las cuevas o cavernas.

En nuestro caso, habría que definirlo como: persona que toca la concha; persona que baila en una danza en la que hay algunos que tocan la concha.

coronación definido como 1. f. Acto de coronar un soberano.

Pero en Cruz del Palmar y San Luis de la Paz: ceremonia para que una persona que así lo desee se convierta en esclavo del Santo Entierro, patrón de La Cruz del Palmar.

crucero definido como: 1. m. encrucijada (‖ lugar donde se cruzan calles o caminos). 2. m. Cruz de piedra, de dimensiones variables, que se coloca en el cruce de caminos y en los atrios. Suele alzarse sobre una plataforma con peldaños y tiene esculpido el crucifijo y, frecuentemente además, la Piedad o Quinta Angustia. Abundan en Galicia, Irlanda y Bretaña.

En nuestro caso su significado relacionado con el anterior, es: ofrenda cuyo armazón consiste de vigas paralelas unidas por otras menos gruesas perpendiculares a las primeras que se adorna con cucharilla y flores y se ofrece frente a alguna iglesia.

cruces del cuarto. No pretendería yo que este término tan especializado figurara en un diccionario. Se refiere en San Miguel Allende a cruces que conmemoran a un cristiano converso descuartizado por chichimecas. Cada cuarto de su cuerpo se enterró bajo una cruz en diferentes lugares.

cuatro vientos. Aparece en el DRAE la locución adverbial a los cuatro vientos que quiere decir en todas direcciones.

Pero si se trata de las fiestas del área y tal vez de Mesoamérica en general, los cuatro vientos están relacionados con los cuatro puntos cardinales. Hay muchas maneras de definir el término. Se trata de uno de los rituales más importantes para los que participan en este tipo de fiestas y ritos; una mujer de 90 años que vive en San Miguel en la colonia Allende, habla otomí y proviene de una ranchería cercana a la presa, lo explicó así: "l'oriente, poniente, norte, sur; santo aire, 4 lugares, está en todas partes, padre Dios".

cucharilla. Según el DRAE: 1. f. Cuchara pequeña.

Según hemos visto: es la parte blanca o color marfil de un tipo de agave que se recoge especialmente en el monte. Tiene una especie de piña de la que se van arrancando las pencas con la parte de abajo que es blanca y tiene forma de cuchara y un trozo verde que servirá para entretejer la cucharilla una vez que se le quitan las espinas.

cuelga. DRAE: 1. f. Acción y efecto de colgar frutos u otros comestibles para su conservación.

En nuestro caso: especie de collar de frutas y verduras que se le pone a una res que se va a sacrificar para hacer caldo. También se utilizaba la palabra para los adornos que les colgaban a los bueyes de las yuntas el día de San Isidro (15 de mayo).

custodia. DRAE: 4. f. Rel. En el culto católico, pieza de oro, plata u otro metal, donde se expone la hostia consagrada a la adoración de los fieles.

En algunas comunidades de San Miguel: artefacto que se teje con cucharilla y flores sobre una base de madera que tiene la forma de una custodia.

En seguida, sin detenerme a definirlos todos, señalo que hay otros 26 términos que a pesar de estar en el DRAE tienen otro significado al referirse a las fiestas en cuestión:

sonaja (danza de)
demandita
encuentro
hinojo
limpia
loco
mojiganga
palabra
papel picado
paseo de la vaca
pasión
permiso
danza de pluma
ramillete,
rayado
reliquia
rosa
somar
somerio
San Luisito
santa cuenta
súchil
torito
velación
yuntas

Por lo que respecta al Diccionario de Mexicanismos de la Academia (2010), no encontré los siguientes:

apache
chimal
cucharilla
damandita
parande
pasión
tunditos
flachico
crucero
cuatro vientos

Hay otros treinta y uno que tienen significados especiales en el área.

Los siguientes, no aparecen en ninguno de los dos diccionarios consultados:

apache
chimal
cucharilla
parande
tundito
flachico

En el DEM aparece apache, bien definido como grupo, pero los otros términos tampoco están.

Además, algunos de nuestros términos realmente requieren de una explicación aunque tengan algún significado ya sea en español general o en español mexicano:

carguero
conchero
chichimeca
cuicillo
demandita
pasión
crucero

Para terminar, trataré de dar alguna explicación etimológica de aquellos cuya etimología no aparece en el DRAE:

apache Según la tercera edición del Webster, la palabra probablemente viene del zuñi (atabascano) ápachu 'enemigo'. Se refiere al grupo indígena que habitó el norte de México y sur de los Estados Unidos antes de 1848; en el siglo XIX atacaban poblaciones de ambos países.

En el área, denomina a un danzante de un grupo que es rival de los franceses. Así se ha transformado la danza de moros y cristianos; los cristianos son "los otros", primero eran españoles, pero por la intervención francesa los europeos eran más bien franceses. Si indaga uno hoy en día, resulta que a muchos de los participantes de las fiestas les da lo mismo español que francés, lo importante es que unos son indios y los otros no.

chimal Del náhuatl chimalli 'escudo, adarga o pavés' según Molina. Sin embargo, el chimal actual no sirve para protegerse físicamente; como se trata de una ofrenda tal vez proteja de manera espiritual. La palabra se usa en Querétaro y en la Sierra Gorda.

En Sahagún encontramos que El primer día del décimo signo [equivalente a semana de 13 días] se lo atribuían a Huitzilopuchtli, dios de la guerra, y a Camaxtle que era dios de los Huexotzinco. En su honor sobre mantas ricas tendían capas hechas de plumas ricas de diversos colores. Ofrecíanle comida y al rey o señor ofrecían diversas flores y "finalmente ofreciánle flores de todo género, compuestas de diversas maneras y con diversos labores: unas llaman chimalxúchitl...(p. 258).

Los chichimecas jonaces que son los que sobreviven en San Luis de la Paz nunca estuvieron sujetos a los mexica, pero la lengua náhuatl tuvo tanta importancia que de alguna manera influyó en la terminología de las fiestas.

En todo caso, en la Misión de chichimecas también se le llama chimal a lo que en San Miguel se conoce como cucharilla y en Molina encontramos chimalacatl 'cierta hierba grande y redonda'.

flachico Probablemente del español flagelar que proviene del latín flagellaare, pero aún no entiendo cómo la /g/ dio /s•/; la palabra la encontré en Cruz del Palmar y en la Cieneguita y la conoce una persona de la colonia San Rafael. Pero sé que se usa en Querétaro en Pedro Escobedo y que la ha registrado Abel Piña. En un glosario que aparece buscando en internet, se dice que viene del otomí cosa que no puede ser porque en otomí no hay /f/ excepto en préstamos del español y en las palabras que tenían /ph/, pero en todo caso el grupo /fl/ sería impronunciable.

otomí Del náhuatl otomitl. Hay varias hipótesis al respecto, la más probable es la de Jiménez Moreno (1939). La palabra otomí, según este autor, viene del náhuatl totomitl, porque Sahagún la emplea así en algunos casos. Tototl significa ‘pájaro’ y totomitl ‘flechador de pájaros’. Entonces todos los nombres de persona o de lugar que empiezan con toton/m se refieren a otomí.

La propuesta de Jiménez Moreno se confirma al ver en el Códice de Huichapan y en la Historia Tolteca Chichimeca varios glifos de otomíes que tienen sobre la cabeza pájaros atravesados por flechas.

parande. Según Fernando Nava, especialista en purépecha, la palabra proviene del purépecha par¢a!- raíz posicional, es decir, que se refiere a la forma. Se usa para objetos esféricos partidos a la mitad tales como una jícara; -nti (con una /t/sonorizada) es un referente espacial para el área del hombro. Es decir, la palabra significa una especie de batea que se lleva al hombro y así es como se llevan las ofrendas. Entonces, se puede pensar que los otomíes tomaron la palabra para significar un tipo de ofrenda y el parande actual es una ofrenda aunque su forma difiera considerablemente de la que sugiere la palabra purépecha.

tundito Tal vez sea una onomatopeya. No he podido encontrar nada sugerente ni en español ni en otomí.

tenancha Probablemente del náhuatl: te- posesivo indefinido 'de alguien', nan- de nan-tli 'madre' -tsin (honorífico). En un glosario de las fiestas patronales de Querétaro que aparece en internet se incluye tenanche definido como persona del género femenino —generalmente esposa del mayordomo— que asiste al mayordomo en la organización y realización de las distintas actividades en relación al santo patrón de la comunidad, barrio o pueblo y sus fiestas. En Cruz del Palmar la tenancha tiene la única función de llevar la pasión y la campanita en las procesiones y puede no tener ningún parentesco con el mayordomo.

Concluyo confesando mi ignorancia del purépecha. Sería muy útil saberlo para aclarar las etimologías, pero no cabe duda de que hubo tarascos enviados a San Miguel al principio de la colonia y que en épocas prehispánicas hubo mucho contacto entre estos y otomíes. Por lo que respecta a las palabras provenientes del náhuatl, me supongo que algunas entraron a través del español durante la colonia o más bien después, pero súchil es reciente porque muchos de los entrevistados afirmaron que antes se utilizaba la palabra crucero, pero que ahora se usa más súchil. De todas maneras, espero que los detalles léxicos de los que he hablado señalen que la variación lingüística no se limita a lo fonológico y a lo sintáctico sino que existen también variedades léxicas vinculadas con prácticas rituales.

Muchas gracias.


Respuesta al discurso de ingreso de Yolanda Lastra

Señor director de la Academia Mexicana de la Lengua don Jaime Labastida
Amigos y colegas

Hoy celebramos con júbilo el ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua de doña Yolanda Lastra, quien llega a esta corporación como reconocida investigadora de varias lenguas indígenas y en alto grado también de las lenguas española, inglesa y francesa. Este doble saber de lenguas indoeuropeas y amerindias le confiere un conocimiento sólido de las diversas estructuras de las lenguas y del lenguaje, un saber que será muy provechoso para la Academia, que desde hoy cuenta con varias lenguas más en su repertorio lingüístico.

Doña Yolanda nació en la ciudad de México y desde joven se asomó al mundo de las lenguas. En su temprana juventud, casi adolescencia, ganó una beca para hacer el Bachillerato en los Estados Unidos, concretamente en el Smith College, en Massachussets, donde obtuvo su título en 1954. En aquellos cuatro años de bachillerato aprendió bien el inglés y se adentró en la lengua y literatura francesas. El hecho de abrirse tan joven a dos lenguas, además de la propia, estimuló su vocación por el estudio de un saber que, a la larga, se convertiría en una profesión, la de lingüista.

Con su título de Bachelor bajo el brazo, regresó a su ciudad, dispuesta a entrar en la Universidad, pero desafortunadamente no pudo revalidar el grado y, mientras tomaba una decisión, aprovechó para estudiar más francés en el IFAL y dar clases de español en la Embajada de los Estados Unidos. Poco duró su estancia en esta ciudad pues pronto le ofrecieron una beca para cursar la Maestría en Georgetown. En aquella Universidad tomó contacto con las nuevas corrientes de la lingüística derivadas del estructuralismo, de labios de reconocidos maestros que despertaron en ella el interés por meterse en esta disciplina del conocimiento tan en boga en el siglo XX. Allí tuvo su primer gran entrenamiento en la lingüística sincrónica de la mano de dos grandes: el norteamericano Charles Trager (1919- 1994) y el checo Paul L. Garvin.

De nuevo al terminar la maestría en 1957, volvió a México con el deseo de quedarse y cursar aquí el doctorado. Y de nuevo se topó con los imposibles de la revalidación; entonces, regresó al norte, esta vez a la Universidad de Cornell donde obtuvo su título de doctora en 1963. En Cornell selló su destino: se adentró en el estudio de las lenguas americanas dentro de una línea de lingüística descriptiva sincrónica, siempre con un trasfondo antropológico. Trabajó de la mano de Charles Hockett (1916-2000), un reconocido lingüista autor de estudios en el campo de la fonología y la morfología dentro de la línea de pensamiento de Leonard Bloomfield (1887- 1949), según afirma el propio Hockett en su Curso de lingüística moderna, publicado en inglés en 1958 y traducido al español en 1971. Allí vivió el vendaval de la naciente lingüística generativa de Chomsky que conmovió los cimientos del estructuralismo a partir de su libro Syntactic Structures, 1957.1

En definitiva, durante sus años en Cornell, que fueron siete en total pues se quedó un tiempo como profesora, Yolanda realizó una honda investigación en la lengua quechua que cristalizó en lo que fue su tesis de doctorado y más tarde un libro, publicado con el título de Conchabamba Quechua Syntax, The Hague, Mouton, 1968. Este trabajo de tesis revela ya el dominio de un modelo y un método: el estudio de la lengua hablada a través de textos recogidos en trabajo de campo y el análisis fonológico y morfosintáctico de ellos, además del registro de un vocabulario. Y revela también una línea de estudio clara: la dialectología.

En 1968, Yolanda deja la Universidad de California en Los Ángeles, donde había estado dos años como profesora y regresa definitivamente a México, a la recién creada Sección de Antropología en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. La sección estaba bajo la jefatura de Juan Comas (1900- 1979), amigo de Yolanda, quien la recibió como investigadora para enriquecer la rama de lingüística. De repente, la fortuna se le presentó con doble rostro: por un lado, un buen trabajo en su país; por el otro, encontró a un destacado lingüista a quien ya conocía desde sus tiempos de Cornell: Jorge Alberto Súarez (1927-1985). Con él se casó en 1968 y con él formo una familia de cuatro hijos, Braulio, Manuel, Andrés y Emilio. Comenzaba así una doble vida, familiar y académica, una vida estable y prometedora, propicia para poner en práctica todo el saber acumulado en más de una década de peregrinar por universidades, congresos, viajes de estudios y trato con estructuralistas, chomkyanos, generativistas, funcionalistas y transformacionalistas.

Llegaba a un espacio en el que se hablaban muchas lenguas: era la antigua Mesoamérica, una pequeña Babel en la gran Babel americana, un espacio en que cualquier lengua elegida era buena para analizar el tejido del habla con el saber teórico adquirido en los años de estudio. Y así fue como empezó su tarea con una lengua poco hablada y poco explorada, en la cual, recuerda ella, que sólo había algunos trabajos de Moisés Romero. Esta lengua era el chichimeco, lengua hablada por los antepasados de Nezahualcóyotl y ahora reducida a un rincón de Guanajuato, a una reliquia viviente. Este fue su primer amor, un amor que duró para siempre, al que dedicó uno de sus primeros trabajos en 1969.2 Pero pronto fue seducida por el náhuatl, la lengua que había sido general entre las generales, lingua franca como se dice hoy, durante muchos siglos. A ella dedicó su esfuerzo en la década de 1970 y parte de la siguiente con el objetivo de conocer su variedad y vitalidad en el Centro de México.

Para ello emprendió un prolongado trabajo de campo con un famoso filológo y nahuatlahto, Fernando Horcasitas (1924-1980). Ambos a dos, trabajaron durante el día en numerosas comunidades nahuas del Distrito Federal y estados cercanos. Salían una vez a la semana durante el día; en la noche, siempre regresaban a la casa. Organizaron su trabajo conforme a un método geográfico, en círculos concéntricos. Llevaban itacate, supongo, para aprovechar un tiempo precioso que es el que marca el sol. Con los datos obtenidos integraron un corpus de lengua hablada en el que quedaron registrados multitud de elementos de lingüística descriptiva, sociolingüística y dialectología, con los cuales los autores pudieron marcar identidades y límites de las variantes del náhuatl moderno del Centro de México. El resultado de la investigación fue una serie de artículos publicados en Anales de Antropología entre los años de 1975–1980. Más allá de los artículos Yolanda publicó además dos monografías, una sobre el náhuatl de Texcoco y otra sobre el de Acaxochitlan.3

Culminación de esta etapa de estudio de la lengua mexicana es un extenso libro de casi 800 páginas titulado Las áreas dialectales del náhuatl moderno, que salió a la luz en 1986 publicado por la UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas. El libro está sustentado en un cuestionario de 431 palabras elegidas por Jorge Suárez y la autora con el consejo de Leonardo Manrique. Es muy interesante acercarse al cuestionario construido, a su vez, sobre el referente próximo e íntimo del ser humano: mundo exterior, paisaje, clima, cuerpo humano, parentesco, plantas y animales cercanos, comida y verbos usuales. Otro dato interesante del cuestionario es la pregunta correspondiente a la forma del pretérito, dato que nos lleva al primer diccionario de la lengua náhuatl de fray Alonso de Molina, en el que se da a conocer la forma de este tiempo en cada lema verbal. Con este cuestionario trabajó un grupo de investigadores que hoy son lingüistas famosos en universidades mexicanas y del extranjero e inclusive uno de ellos, don Leopoldo Valiñas, es miembro de esta Academia4.

Con los datos de los encuestadores, Yolanda integró un cuerpo de variantes dialectales de 16 estados de la República mexicana más el Salvador y, hay que recordar, que tuvo muy en cuenta el náhuatl clásico. A pesar de las dificultades de delimitar las isoglosas que marcan las áreas, pudo ella definir cuatro áreas con varias subáreas y de esta forma, dibujar un mapa en el que claramente se reconocen las formas de habla del náhuatl moderno. Las áreas son: Periferia occidental (costa pacífica, Durango, Nayarit, Occidente del Estado de México); Periferia oriental (Sierra de Puebla, Istmo y pipil); Huasteca y Centro (Puebla, Tlaxcala y Guerrero).

Importante es saber que la lengua no ha cambiado mucho desde 1571 y que el trabajo de fray Alonso de Molina (1510-1579) es exhaustivo, según afirma ella (p. 137). En suma, el libro de Yolanda por la cantidad de datos y la forma de interpretarlos es una aportación al conocimiento de la lengua y, a su vez, es fuente para otros estudios particulares sobre muchos rasgos lingüísticos de las variantes del náhualt moderno.

Al terminar este gran proyecto Yolanda regresó a su primer amor, las lenguas otomianas, que son parte de un enorme tronco llamado otomangue porque se extiende desde el otomí hablado en el Centro de México hasta el mangue que se habló en lo que hoy es Nicaragua. El tronco otomangue es muy antiguo en Mesoamérica y forma un profundo sustrato lingüístico con grandes civilizaciones en el periodo Clásico como es la zapoteca de Monte Albán. Yolanda ha trabajado mucho la familia norteña de este tronco, la llamada otopame, que además del otomí cuenta con otras dos lenguas, el pame y el chichimeco.

El chichimeco está muy lejos de Monte Albán, en el ejido de Misión de Chichimecas cerca del pueblecito de San Luis de la Paz, Guanajuato. Con esta lengua, recordemos, Yolanda entró en el mundo mesoamericano cuando llegó a México recién doctorada. A ella le siguió dedicando esfuerzo y cariño y un completo estudio publicado en el Handbook of Middle American Indians en 1984. Y mientras se adentraba en el chichimeco emprendía un gran proyecto sobre el otomí, lengua difícil por sus particulares fonemas y tonos. Ello requería un intenso y sostenido trabajo de campo, ya que el otomí lleva siglos pulverizado en regiones y comunidades del Centro de México. Así que, a partir de 1981, Yolanda no dudó en emprender una campaña de salidas al campo con ánimo de documentar esta lengua en las comunidades más importantes y ofrecer un panorama lingüístico, descriptivo y dialectológico de ella. Su primer destino fue el otomí de Toluca; siguió el de Tlaxcala, el de Hidalgo, y después el de otros estados de la República, hasta terminar con el de Michoacán, dentro del cual recogió una narración muy bonita del cuento de Alí Babá. El número de trabajos que Yolanda publicó sobre esta lengua en las décadas finales del siglo XX es tal, que forman un corpus único de textos orales en los que se registran toda clase de elementos lingüísticos de las hablas otomíes y permiten reconocer tres grandes zonas dialectales: los dialectos orientales (Sierra Madre Oriental, Tilapa, Ixtenco), los noroccidentales (Mezquital, Querétaro) y los suroccidentales (San Felipe, Amealco).5

Culminación de este proyecto es el libro Los otomíes, su lengua y su historia, publicado por la UNAM en 2006. El libro, de casi 800 páginas, es un rescate de la lengua y de las creaciones culturales de los otomíes y de su presencia en la vida de México. En él, la autora reúne un saber adquirido en horas de escuchar a los hablantes de muchos rincones apartados que manejan hablas diferentes y que, a veces, no se entienden entre sí. Oficio de Yolanda fue volver a unir aquella lengua pulverizada, buscar la forma original de aquellos rasgos desfigurados por el cambio lingüístico y reconstruir el artificio para encontrar las estructuras universales de la propia lengua, los fonemas y los morfemas y su articulación en el tejido del habla y de esta manera entender la variación dialectal de una lengua rica en rasgos fonológicos muy propios y en la quedan muchos papeles por estudiar.

Pero además, el libro es también una historia de la lengua y de sus hablantes desde sus orígenes hasta nuestros días, elaborado con una finalidad que ella explica muy bien en la “Introducción”: “se ha hilado una historia de manera sencilla para que cualquiera que tenga interés pueda leerla y darse cuenta de la profundidad temporal de la cultura otomí sin perder la cosmovisión de muchos siglos”. También para que los otomíes supieran unos de otros, del valor de su lengua, del pasado teotihuacano, de su papel en la colonia como fundadores de pueblos, de su papel en México independiente. “Que no se sientan menos con la historia escrita, en la cual, piensa ella, muchas veces son minusvalorados; necesitan saber que son un pueblo de vieja raíz mesoamericana que ha sabido adaptarse a los avatares del devenir”. En fin, el “Prólogo” de Yolanda es el de un investigador que no solo sabe la lengua sino que con ella adquiere las vivencias humanas y culturales de la gente que la habla.

Aún no terminaba su proyecto sobre el otomí y ya había puesto la mirada de nuevo sobre las lenguas otopames, Y así, en 1998 vuelve sobre el chichimeco Jonás, su primer amor; y lo hace con un estudio sobre la obra de un misionero dieguino que codificó la lengua chichimeca en el siglo XVIII llamado José Guadalupe Soriano, quien escribió un Arte de los idiomas otomí y pame: vocabularios de los idiomas pame, otomí, mexicano y jonáz, 1776, Arte que ella acaba de publicar6. En realidad en lo que va de siglo, Yolanda ha consolidado su trabajo sobre esta lengua que ahora es también suya, pues en 1996 adquirió una casa en San Miguel de Allende y con frecuencia se traslada a San Luis de la Paz, población cercana donde se conserva el chichimeco. Como siempre, trabaja en el día y regresa en la noche a su casa donde, yo creo, ella ha creado un espacio muy agradable de “ocio y sosiego”, como decía Nebrija, para poder entregarse con gusto y tranquilidad a la lengua que ama. No es extraño que en estos últimos años Yolanda haya publicado un cúmulo de trabajos en los que se estudian aspectos relevantes del chichimeco, relativos a lexicografía, morfosintaxis y fonética, además de un corpus de textos sobre topónimos, conversaciones, fiestas y rituales religiosos, cuentos y relatos y hasta una fábula de Esopo.

Todos estos trabajos se enmarcan en un gran proyecto que tomó vida en 1995 cuando ella y otros investigadores organizaron losColoquios Internacionales de Estudios Otopames que han dado a estas lenguas una proyección académica internacional. Corolario de los Coloquios es la revista Estudios de Cultura Otopame que ella edita en colaboración con colegas del Instituto de Investigaciones Antropológicas. Y cabe recordar que en este proyecto entran también las primeras codificaciones hechas por misioneros en el siglo XVI, concretamente las de fray Pedro de Cáceres (1510- ¿), autor de una Gramática de la lengua otomí cogida de las migajas de los padres beneméritos della, ca 1580 y fray Alonso Urbano (1522- 1608), Arte de la lengua otomí y Vocabulario trilingüe, ca. 16087. Con estos estudios, Yolanda entró de lleno en la Lingüística Misionera, una nueva disciplina en el campo de la lingüística que se está consolidando y en la que México tiene mucho que decir.

Además de todas estas lenguas, Yolanda ha sido y es estudiosa del español, lengua a la que ha dedicado desde su juventud horas de enseñanza y de investigación, sobre todo como lengua hablada en zonas de contacto, y, en los últimos años, lengua hablada de mil maneras en esta megalópolis que es como un país comprimido, la ciudad de México. Con un colega de El Colegio de México, Pedro Martín Butragueño, ha emprendido un nuevo proyecto, Estudio sociolingüístico del español de la ciudad de México, el de que se pretende “ofrecer una descripción actualizada de los principales flujos lingüísticos presentes en esta ciudad”8. El proyecto puede verse también como la suma de dos intereses de Yolanda presentes en muchos de sus trabajos: el primero estudiar las lenguas per se, a partir de un corpus oral y desde una perspectiva sincrónica; el segundo el de enmarcar el estudio desde un sustrato social, es decir desde una perspectiva sociológica. No en balde es ella una de las pioneras de la sociolingüística desde su entrada a la vida académica cuando esta disciplina tomaba cuerpo y definía campo de estudio. De aquellos años data su Antología de estudios de etnolingüística y sociolingüística, 1974, elaborada en colaboración con su profesor de doctorado, el ya citado Paul L. Garvin. Años después y a través de muchas publicaciones, Yolanda publicó Sociolingüística para hispanoamericanos. Una Introducción, 1992 que sigue siendo una fuente de datos y reflexiones para cualquiera que tenga deseos de saber la evolución de la esta disciplina en los países americanos de habla hispánica.

En suma, la vida académica de Yolanda es muy rica y su curriculum interminable. Su interés por las lenguas está ahí, en su extensa obra. No es menor su actividad en el mundo de la docencia y su presencia en congresos, cursos, conferencias y actos académicos. También ha sabido llevar una vida institucional muy completa como organizadora de coloquios, miembro de comités científicos, de consejos de revistas, de comisiones dictaminadoras, de jurados, y de mil juntas y reuniones dentro y fuera de la UNAM, además de editora de grandes series como el Archivo de Lenguas indígenas de México que supone un proyecto de rescate y salvaguarda de lenguas en peligro.

Hoy nos ha hecho partícipes de un capítulo del trabajo en que se ocupa en estos años. Lo tituló La terminología de las fiestas religiosas en el área de San Miguel Allende. En él se recoge un conjunto de actividades religiosas de varios pueblos cercanos a San Miguel, sobre todo Santa Cruz del Palmar, San Luis de la Paz y Misión de Chichimecas. Son pueblos que comparten fiestas, que hablan otomí y chichimeco y que se comunican en español. Gracias a una red de informantes y colaboradores que ella ha sabido cultivar, Yolanda nos ha hecho un relato de las fiestas que dan vida a los habitantes de esta región: la fiesta de la Santa Cruz Peregrina, la de la Virgen de Guadalupe, san Luis Rey, el Santo Entierro. En unas cuantas páginas, recoge ella siglos de tradición, ya que las fiestas implican un ritual muy complicado y largo, a veces de varios días, un ritual en el que se plasman multitud de elementos culturales que se van trasmitiendo de generación en generación. El ritual tiene un orden y un ritmo y se desliza por un camino sagrado en el que hay muchos espacios, cada uno con sus ritos propios.

Hay también un espacio intangible que abre la fiesta: es el lugar de las ánimas benditas de los ancestros que dan permiso para sacar la fiesta. Después del “Ensaye Real”, se viste la cruz con flores y ofrendas, hay mucho copal, música, flauta, tambor y hasta mandolina. Y hay también procesión, guerritas entre soldados y apaches, entre franceses y rayados, hay danzas, limpias, reparto de pan, mucho sahumerio y mil cosas más que unen a la comunidad y que hacen posible la concordia de todos, la armonía de cuerpos y almas.

En los cantos y oraciones hay muchas palabras canónicas que van abriendo cada paso, cada etapa de la fiesta y con ellas se abre la mente y el corazón de los presentes para que venga la unión y armonía. Estas palabras atraen mucho a Yolanda, pues siempre ha sido lexicógrafa. Provienen, dice ella, de varias lenguas, la mayoría del español; pero algunas son del náhuatl, del chichimeco, del otomí y hasta del purépecha. Dice ella que algunas no están en el Diccionario de la Real Academia ni en el Diccionario de Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua. Esto me lleva a pensar que ya tenemos tarea fresca los que estamos en la Comisión de lexicografía, la tarea de arrancar el secreto a palabras como flachico y tundito y aún algunas más difíciles. Lo bueno es que Yolanda está en la citada Comisión y ayudará en la talacha.

En fin, no quiero alargarme en comentarios a este bello discurso que hemos disfrutado en el que doña Yolanda nos enseña a descubrir y registrar lo más profundo de las lenguas, pero también el alma de sus hablantes y la realidad cultural que cada lengua crea a su alrededor. No queda más que darle la bienvenida a esta casa que es la “Casa de la palabra”. Desde ahora, tu palabra sonará en esta casa y dará luz a todos los que en ella moramos. Me es muy grato en nombre de todos, decirte ¡Bienvenida Yolanda¡.

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1 Una biografía bastante completa de Yolanda Lastra es la de Pedro Martín Butragueño “Lingüística descriptiva y lingüística social en la obra de Yolanda Lastra: historia de un compromiso científico”, en Entre las Lenguas Indígenas, la Sociolingüística y el Español. Estudios en Homenaje a Yolanda Lastra. Martha Islas, (compiladora), Muenchen, (Munich), LINCOM EUROPA, 2009, pp, 4-43.

2 El trabajo versa “Notas sobre algunos aspectos sintácticos del chichimeco jonaz”, Anales de Antropología, 1969, v. VI, pp. 109-114.

3 El náhuatl de Acaxochitlán, Hidalgo, México, El Colegio de México, 1980. (Archivo de Lenguas Indígenas, 10). El náhuatl de Tetzcoco en la actualidad, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1980.

4 Los principales encuestadores fueron Leopoldo Valiñas, Jeff Burham y la autora, según avisa la propia Yolanda. Otros que colaboraron activamente fueron Una Canger, Wick Miller, Karen Dakin, Carl Wolgemuth, Lyle Campbell y Guido Munch. La lista completa puede verse en la p. 10 del libro citado.

5 Las publicaciones sobre el otomí ocupan una parte importante de su curriculum, Las primeras versan sobre El Otomí de San Andrés Cuexcontitlan, Toluca, 1989, y El otomí de Toluca, 1992, UNAM. Trabajo importante es el dedicado a “Los dialectos del otomí”, que la autora presentó como conferencia inaugural del X Congreso de ALFAL celebrado en Veracruz, en 1993. Otros dignos de recordarse son El otomí de Ixtenco. UNAM, 1997 y Unidad y diversidad de la lengua. Relatos otomíes, UNAM, 2001 en el que recoge textos en más de 30 variantes. Estos datos se pueden completar con la “Introducción” de Pedro Martín Butragueño a los Estudios en Homenaje a Yolanda Lastra ya citado, pp. 19-26.

6 El primer trabajo sobre este tratado se intitula El vocabulario de Fray Guadalupe Soriano y fue presentado al IV Encuentro Internacional de Lingüística en el Noroeste, 1998. Poco después dedicó un estudio a la gramática de este mismo misionero en Anales de Antropología, 2005, v. 1. pp. 207-218. La publicación reciente del Arte de Soriano lleva el título de Tratado del Arte y unión de los idiomas otomí y pame; vocabularios de los idiomas pame, otomí, mexicano y jonaz. Estudio crítico por Doris Bartholomew y Yolanda Lastra. México, UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 2012.

7 Ambos tratados se publicaron en el siglo XX. El de Cáceres, en 1907 por Nicolás León y el de Urbano en 1990 por René Acuña.

8 Así lo define Pedro Martín Butragueño en la citada “Introducción” al libro de Homenaje de Yolanda Lastra, p. 33. El proyecto cuenta, en la actualidad con grabaciones de 250 informantes de todas las edades y condiciones sociales y más de 400 horas de grabación.

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