Miércoles, 25 de Junio de 2014

Ceremonia de ingreso de Silvia Molina

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Discurso de ingreso:
La presencia de Campeche en "Los grandes muertos" de Luisa Josefina Hernández

I
Introducción

Luisa Josefina Hernández –dramaturga, novelista, ensayista y traductora, mujer de grandes pasiones, aislada del ambiente literario y refugiada en Cuernavaca desde hace muchos años– ha producido una obra que impresiona por su vastedad: más de sesenta piezas de teatro, diecisiete novelas publicadas y diez traducciones, amén de sus notas de crítica y ensayos1 y de las novelas que todavía guarda en el cajón.

Una escritora que no tuvo tiempo –ni ganas–, de promoverse: le parecía deshonesto. Una escritora que las editoriales no supieron vender y que la crítica fue olvidando, a pesar de haber obtenido el Premio Villaurrutia en 1983 por Apocalipsis cum figuris. Sin embargo, Luisa Josefina Hernández es una de las mejores escritoras mexicanas del siglo XX, quizá la más llamativa porque dedicó su vida a la escritura, sin más recompensa que saber que escribía por enamoramiento literario, no por publicar. Cinco décadas produciendo a la par que atendía a sus cuatro hijos y su intensa labor académica.

Retirada, ni siquiera se reconoce como escritora. Cuenta a la doctora Gloria Prado cómo se ve a sí misma:

¿Qué otra cosa puede hacer una maestra jubilada que se pasa una gran parte del día cosiendo, tejiendo, bordando, haciendo tapices y tocando el piano?2

Luisa Josefina Hernández nació en la Ciudad de México, el 2 de noviembre de 1928. Fue la única hija de don Santiago Hernández Maldonado y de doña Faustina Lavalle Berrón3, ambos de familias conocidas en la ciudad de San Francisco de Campeche, quienes le dieron una educación según los cánones del estado y de su condición social, pues como toda niña campechana de su edad aprendió a tocar el piano y a hablar otros idiomas. Si su presencia en el puerto no fue significativa; es decir, si no vivió en él, sí lo fueron para su obra las visitas a sus familiares, el ambiente de su casa y las historias que contaba su madre, como lo veremos más adelante.

Luisa Josefina dice de sus padres:

Mi padre era abogado, juez de lo civil; mi madre, señora de su casa. Eran de distinta clase social. Mi mamá, una mujer pretenciosa de pueblo; mi padre, un hombre humilde. Aunque ambos eran de Campeche, se conocieron aquí. […] Mi padre fue un liberal que había sido precursor del movimiento revolucionario. Antirreligioso. Llevaba una vida tremendamente ascética. Actuó en 1900 a favor de la emancipación de los mayas a quienes se trataba como esclavos. Fundó en el sureste La Casa del Pueblo en la que durante muchos días, años y noches instruyó a los que no podían ir a la escuela: cargadores, pescadores, campesinos. Esto acabó cuando la Revolución se hizo institución. [Mi madre] tenía una educación de las muchachas bien de los pueblos en el siglo pasado. A pesar de que era una hábil ama de casa no quiso casarse a la edad que lo hicieron sus parientes. Era una mujer muy independiente. Estaba resuelta a quedarse soltera porque no estaba de acuerdo en ser máquina de tener hijos, no con la misión en que vivían las mujeres de su tiempo. Cuando se casó, lo hizo con un hombre que era capaz de reconocer en la mujer a un ser humano con aspiraciones y derechos.4

Cuenta a Alegría Martínez:

Toda mi familia es campechana. Fui a Campeche muchas veces antes de mis veinte años, antes de 1948, debería decir; y una sola vez en 1949. Después regresé en 1959, y luego, hasta este siglo, en varias ocasiones […]. La casa en que solía alojarme era la de doña Merced Clausell Casteló, mi tía abuela. Allí están mis más vivos recuerdos, los olores, las habitaciones, las voces, los sirvientes indígenas, los muebles y las adorables, amadas personas que iluminaron mi vida en esos años.5

II
El teatro

Luisa Josefina ingresó a la Universidad Nacional Autónoma de México.

“¿Por qué decide estudiar letras inglesas?”, le pregunta Patricia Ávila Loya, a lo que responde:

Por pura casualidad. No tenía vocación de nada, pero sí la sensación de responsabilidad porque uno no puede ser nada en la tierra. Tres compañeras y yo terminamos la preparatoria; que me rompo la pierna y me tenía que ir a inscribir en la carrera. Mis amigas me dijeron que en dónde me apuntaban y les contesté que donde quisieran pero que no fuera en matemáticas. Todas nos inscribimos en letras inglesas, pero yo además estuve en leyes. Durante tres años estudié las dos cosas, luego las dejé y me metí al teatro.6

En 1955 obtuvo la maestría en Letras, con especialidad en Arte Dramático. Años después terminó el doctorado en Historia del Arte Medieval, con especialidad en iconografía cristiana: de allí, el tema de algunas de sus obras. Y en 1963 dirigió un seminario de dramaturgia en La Habana.

Luisa Josefina perteneció a la generación de dramaturgos de los años cincuenta, y, desde luego, a la llamada Generación de Medio Siglo7: autores e intelectuales nacidos entre 1921 y 1935; y comparte su labor literaria con las narradoras de los años sesenta: Inés Arredondo y Amparo Dávila, quienes nacieron el mismo año que ella, Rosario Castellanos, Guadalupe Dueñas, Elena Garro, Josefina Vicens, María Luisa Mendoza, Julieta Campos y Elena Poniatowska, entre otras; y con las dramaturgas Maruxa Vilalta, Margarita Urueta y nuevamente Elena Garro, quienes como Luisa Josefina manejan otros temas en su dramaturgia más allá de lo hogareño y femenino de las dramaturgas anteriores.

Los personajes que Luisa Josefina plantea en su obra dramática son, a juicio de Estela Leñero:

…complejos, al igual que las circunstancias en las que se desarrollan. Su comportamiento psicológico está muy bien definido y la transformación que sufren a lo largo de la obra, dinamizan la trama.8

Su primera obra de teatro, escrita en 1950, Aguardiente de caña, obtuvo el primer lugar en el Concurso de Primavera de la Ciudad de México, en 1951. Luego escribió Agonía (1951), La corona del ángel (1951), Afuera llueve (1952) y Botica modelo (1953). Luisa Josefina empezó a producir, cuando la formación de la gente de teatro –explica Socorro Merlín9– estaba tanto en la Escuela de Arte Teatral del INBA –inaugurada en 1946 gracias al empeño de Clementina Otero, con el impulso de Salvador Novo–; como en las manos de Seki Sano –su maestro, colaborador, amigo y director– y Charles Rooner; así como en las aulas de la UNAM bajo la tutela de Rodolfo Usigli y Fernando Wagner, con sus cátedras de Teoría Dramática.

Del teatro de Luisa Josefina Luis de Tavira ha dicho:

Luisa Josefina Hernández, heredera del proyecto teórico de Usigli que soñaba con la creación de una escuela mexicana de teatro, construye una obra dramática rigurosamente estructurada, que cataliza la crisis del realismo hacia una dimensión que vincula el texto al desarrollo de una estética actoral congruente y sistemática. Maestra de dramaturgos, cómplice de los directores de escena que protagonizan la renovación del lenguaje teatral, el trabajo de Luisa Josefina Hernández rebasa el ámbito dramatúrgico para consistir en uno de los más sólidos fundamentos teóricos del discurso teatral de nuestros días.10

Y también ha asegurado que:

Es una autora capital, clave de la modernidad teatral mexicana, […] con una obra importante.11

A la generación de dramaturgos de medio siglo de la Universidad Nacional Autónoma de México pertenecieron Emilio Carballido, Sergio Magaña, Jorge Ibargüengoitia, Héctor Mendoza y Luisa Josefina Hernández; aunque también fueron sus compañeros en la Facultad Rosario Castellanos, Otto Raúl González, Jaime Sabines, Jorge López Páez y Efrén Hernández.

Luisa Josefina insistió varias veces en asegurar que comenzó a escribir por insistencia de Emilio Carballido, quien fuera siempre su gran amigo:

A mí no me interesaba escribir teatro aunque lo veía desde niña, pero Carballido insistía y llegó un momento en que me fastidió tanto que empecé a hacerlo.12

En 1952 obtuvo una beca del Centro Mexicano de Escritores, la que le fue renovada en la promoción 1954-1955:

Estuve en el CME del 1 de septiembre de 1952 a la misma fecha de 1955, cuando fui becada por la Fundación Rockefeller para ver teatro en Nueva York. El primer año estuve becada junto con Enrique González Rojo, Víctor Adib, Alí Chumacero, Ricardo Garibay, Miguel Guardia y Juan Rulfo. Recuerdo que escribí tres piezas de teatro, algo así como SordomudosBotica modelo y La corona del ángel. El segundo año, renovada la beca, lo compartí con Juan José Arreola, Jorge Portilla, Emmanuel Carballo, Héctor Mendoza, Rosario Castellanos y Clementina Díaz de Ovando. Creo que entonces escribí La llave del cieloLos duendes y Los frutos caídos.13

En Nueva York, asistió a la Universidad de Columbia, donde estuvo bajo la tutela de maestro Eric Bently. Con esos conocimientos y los adquiridos en la práctica y en la UNAM se convirtió en la sucesora de la cátedra de Rodolfo Usigli en la Facultad de Filosofía y Letras, a la que se entregaría más de 40 años, por lo que fue distinguida como Maestra Emérita en 1991.

…estuve enseñando 40 años la clase que daba Usigli, más dos seminarios, uno de teoría dramática y otro de teoría de la novela. Luego terminé con una sola clase y después ya ni ésa. Pude haberme jubilado a los 30 años, pero me eché diez más por el gusto de mantenerme cercana a mis alumnos.14

Luisa Josefina formó en la UNAM a varios dramaturgos, directores, actores y teóricos del teatro. Entre sus alumnos más destacados se encuentran José Luis Ibáñez, Martha Zavaleta, Marcela Fernández Violante, Martha Verduzco, Juan Tovar, Hugo Argüelles, Luis Moreno, Juan García Ponce, Nancy Cárdenas, Miguel Barbachano, Hugo Argüelles, Juan Tovar, Armando Partida, Óscar Villegas y Tomás Espinosa.

En opinión del Inventario teatral de Iberoamérica, a la luz del conocimiento de los autores americanos y de la puesta en escena de Seki Sano de Un tranvía llamado deseo, Luisa Josefina escribió sus primeras obras. Esta publicación asevera que en su teatro destacan la “honda penetración sicológica y la escenificación de problemas familiares.15 Y Emilio Carballido asegura:

En 38 años, la obra de Luisa Josefina ha sido fecunda y notablemente pionera: precursora del llamado teatro del absurdo (Los duendes), también del brechtianismo (Historia de un anillo, La paz ficticia, La fiesta del mulato) y del teatro didáctico latinoamericano, capaz de un realismo refinado y profundo (Los frutos caídos, Los huéspedes reales) o de un teatro expresionista sacramental (Auto del divino preso, Danza del urogallo múltiple).16

Su dramaturgia consta también de obras por encargo. Lo que explica así:

Cuando todavía estaba escribiendo teatro realista, me dio mucha flojera hacer algo que hacían mis contemporáneos y amigos. Y esto es escribir una obra por pura pasión, y luego resulta que tienes que ir con tu obra para ver dónde te la ponen. Esto no lo iba a hacer. La última obra que escribí de buena voluntad fue Los huéspedes reales, y ahí lo corté. Entonces decidí que yo escribo una obra el día que me la encarguen”.17

III
La narrativa

Al parecer, la primera producción literaria de Luisa Josefina Hernández fue en el género del cuento. Nos dice Efrén Hernández:

No nos constan los propósitos conscientes que persiguió al trazarlos, sólo sí, lo que consiguiera hacer. Son unos a modo de pormenores confidenciales, de buceos interiores, a través de los cuales acaba casi siempre por pergeñar los lineamientos básicos de un carácter, eso que en literatura se llama un personaje. Y lo que le da de acción, casi no tiene otro objeto que el ofrecerlo en movimiento; esto es, viviente, vivo. 18

Pero en realidad, no siguió el cultivo de este género. Incluso después renegó de él. Michele Muncy la interroga:

–¿Por qué no ha escrito cuentos? –Pues no me gusta escribirlos porque tampoco me gusta leerlos. Me parecen siempre apresurados y cortos. Me gustan los desarrollos largos, y un cuento por muy bueno que sea, es una píldora.19

Así, aseguró que prefería escribir novela, incluso, que teatro:

Pasé de un género a otro por un deseo de libertad expresiva, sobre todo por el afán descriptivo que es difícil realizar en el teatro. El teatro es demasiado formalista, no todo se puede poner en él por las limitaciones de tiempo y espacio; lo descarnado se salva por los símbolos; en una prosa se puede decir más, es posible aumentar e intensificar la interioridad de los personajes. […] Una respuesta personal sobre mi creación en el relato es que empecé a escribir cuentos desde que era muy pequeña.20

La primera novela de Luisa Josefina apareció en 1959, y hasta el momento ha publicado diecisiete novelas: El lugar donde crece la hierba (1959), La plaza de Puerto Santo (1961), Los palacios desiertos (1963), La cólera secreta (1964), La primera batalla (1965), La noche exquisita (1965), El valle que elegimos (1965), Nostalgia de Troya (1970), Los trovadores (1973), Apostasía (1978), Las fuentes ocultas (1980), Apocalipsis cum figuris (1982), La cabalgata (1988), Carta de navegaciones submarinas (1987), Almeida (Danzón) (1991), Las confesiones (1994) y Roch (2004).

La doctora Gloria Prado sostiene que en su obra novelística se pueden distinguir tres constantes:

…la vena intimista representada con los problemas familiares; la segunda, de preocupaciones sociales y la tercera en donde la fábula se nutre de imágenes de la plástica medieval y de sueños colectivos, novelas que han sido consideradas por la crítica como místicas o religiosas, pero en realidad son fábulas cósmicas.21

Como novelista fue contemporánea de las narradoras de los cincuenta: María Lombardo de Caso (Muñecos, 1953; Una luz en la otra orilla, 1959), Rosario Castellanos (Balum Canán, 1957); Josefina Vicens (El libro vacío, 1958); Amparo Dávila (Tiempo destrozado, 1959) y Emma Dolujanoff (Cuentos del desierto, 1959), entre otras.

IV
Otras obras y Campeche

Cuando Luisa Josefina Hernández vacacionó con la familia en Campeche, tuvo la oportunidad de observar la sociedad que la rodeaba y de vivir el ambiente.

En su obra, la procedencia familiar es indudable aunque velada. No fue sino recientemente cuando reconoció que es Campeche ese puerto del sureste que tanto aparece en sus escritos sin nombrarlo. Al respecto, al referirse a la novela Cabalgata (1988) Ana Rosa Domenella opina lo siguiente:

Una inmovilidad y belleza que puede extenderse al espacio señorial que la rodea y a la región en que se desarrolla la historia, un Campeche aludido y eludido en el texto en una inmovilidad presente en los personajes de Luisa Josefina Hernández, aunque titule su novela La cabalgata.”22

Y Luz María Rivera afirma:

En la penumbra del restaurante de un hotel xalapeño típico, la autora de Apocalipsis cum figuris habló de la vida con todas sus penas y realidades, como son las enfermedades; su trabajo actual (año 2000) en el que está recuperando sus recuerdos de infancia y a sus padres, originarios de Campeche; y de cómo vislumbra el camino próximo de México.23

En realidad, Campeche sólo aparece mencionado por su nombre en Agonía, donde escribe: “En Campeche, 1890”; después, la ciudad nunca más es mencionada. Escribe: “En la sala de una casa de provincia” (Los frutos caídos), “En un puerto del Golfo de México”, “En el Sureste”; “En un puerto del sureste, sobre el Golfo de México”; “En un puerto del Golfo de México, al sureste”; “En un puerto pequeño del Golfo de México”, “En un rincón del Golfo de México”, etc. Quizá para no ofender a nadie porque la reacción entre los campechanos a sus primeras obras fue explosiva porque las historias tienen un punto de partida en la vida de algunos de los habitantes del puerto, de algunos familiares suyos, pero lo que Luisa Josefina Hernández hizo siempre, queda claro, es literatura, y por lo mismo transformó la realidad.

Los campechanos sabemos que Aguardiente de cañaLos frutos caídos y Botica Modelo tienen su punto de partida en personajes conocidos de la sociedad campechana, que La plaza de Puerto Santo se desarrolla en nuestra capital, que La primera batalla (1965), texto de corte autobiográfico, está inspirada en el puerto y en su padre, don Santiago, que aparece en la figura de Lorenzo, un abogado nacido en el sureste, quien defiende a los pescadores; que Carta de navegaciones submarinas (1987) y La cabalgata (1988) suceden en Campeche y que nuestra tierra y sus gentes están vivos en Los grandes muertos.

Sobre El galán de ultramar (1999), la tetralogía publicada por la Universidad Veracruzana y recogida posteriormente como las cuatro primeras obras en Los grandes muertos, Laura Castellanos comenta:

Quien es considerada como la precursora del teatro de protesta latinoamericano reflejó en su serie teatral la indignación que experimentaba cada vez que viajaba a Campeche a visitar a la familia.24

Lo cierto es que El galán de ultramar, tetralogía trágica, como se ha dicho, parte de Agonía, obra en un acto publicada en la revista América en 195125 . Donde ya aparecen Romana, Agustina y el abuelo. Aquí, el personaje femenino es Adelaida Veroni, quien casa con un hombre del que se separa. Ella va a “curarse” de una enfermedad que la tiene postrada, y a su regreso vemos que no se ha curado y que sigue sufriendo el rechazo, la humillación y la soledad. El desprecio y la indiferencia.

El galán de Ultramar fue publicada primero por la Universidad Veracruzana26 y trabajada después por Rosenda Monteros durante un año para adaptarla a una sola pieza que se representó en el 2005 en el Festival Cervantino con el título de Ultramar. Fue tan reducida esta obra, que Luisa Josefina hizo una broma: “al rato el título va a quedar en ultra”27.

V
Los grandes muertos

Marco histórico

Los grandes muertos consta de doce obras que van de 1862 a 1909 por lo que toca a lo que se desarrolla en una “pequeña ciudad del Golfo”: once piezas; y termina en 1970, en la ciudad de México con una pieza, que aunque parezca huérfana en el contexto de las anteriores, la une a ellas la intención de la autora de hacerle un homenaje a sus antepasados. De allí el título: Los grandes muertos; y, sin duda, el personaje de Belén es una de ellos: la última de aquellas generaciones de finales de siglo. Un conjunto de obras ligadas unas a otras por la trama y con continuidad de los personajes que aparecen y desaparecen de pieza en pieza.

Para comprender el contexto en que se desarrollan las obras es necesario dar una pequeña explicación ya que sólo se ocupan del drama humano y no tienen ningún referente a su ambiente social o histórico.

Campeche se había separado de Yucatán en 1857 , y en 1862, fecha de la primera obra, El galán de ultramar, el presidente Juárez lo había reconocido, por decreto, como nuevo estado, lo que significó el término de los conflictos políticos tanto entre liberales y conservadores como entre las ciudades de Mérida y Campeche, y la esperanza de un mejor futuro social y económico. La península estaba devastada por la guerra civil y por la guerra de castas, y sin mano de obra para trabajar en las haciendas, con una selva inmensa habitada por los indígenas rebeldes y los peones que se fugaban de las haciendas; y, además, tenía que lidiar con Belice, la colonia británica que los amparaba y les vendía pertrechos de guerra. Mientras tanto, sufrió también la invasión francesa.

Los habitantes de la península de Yucatán no podían terminar ellos solos con las amenazas a su seguridad y economía y a la paz por lo que por primera vez, cuando la península era considera por los suyos como una nación aparte de la mexicana, tuvieron que someterse al ejército federal en la región con perjuicio de su soberanía e independencia.

En el último cuarto del siglo pasado –nos dicen Alcocer, Encalada y Rodríguez– Campeche era ya un enclave económico centenario en el mercado internacional de materias primas como el palo de tinte; no fue en balde el interés que los franceses pusieron en ocuparlo cuando la intervención. Para aquellos años, el reducido círculo de comerciantes y terratenientes que habían concentrado el capital gestado por la explotación del palo de tinte y por el movimiento comercial de Carmen y Campeche, era la fuerza definitiva en el ámbito del poder. Los ayuntamientos de ambas poblaciones estuvieron controlados formal e informalmente por los más acaudalados comerciantes; y sus fortunas estuvieron a disposición de los políticos cuando se trató de luchar por la autonomía y de constituirse en el centro de los poderes.28

El primer gobernador fue destituido porque se le atribuían los males políticos y económicos del estado, y subiría al poder Joaquín Baranda quien gobernaría veinte años con el apoyo Porfirio Díaz29

El porfiriato campechano es un periodo de la historia local caracterizado por el inusitado incremento de la explotación de los recursos naturales, y su desmedida concentración en manos extranjeras y de unos cuantos empresarios locales; por el prolongado dominio político de Joaquín Baranda, por la servidumbre extrema de la población del campo, una marcada diferenciación social discriminatoria racial y culturalmente, y la penetración cada día más decisiva del gobierno federal en asuntos estatales.30

En este periodo Campeche tuvo 14 gobernadores.

Así, durante la dictadura porfirista, la economía campechana se basó en el cultivo y comercio de sal, maíz, arroz, caña y ganado para el mercado interno; en la exportación del palo de tinte, de sal y de maderas preciosas. La industria naviera declinó hacia fines de siglo.

Reinaba la esclavitud de los peones y sus familiares. Los trabajadores eran retenidos en las haciendas con el pretexto de la baja colonización de tierras laborales; de ahí que se buscara estimular la participación de hacendados en proyectos de inmigración de trabajadores por eso llegaron los chinos y los 165 prisioneros yaquis con mujeres y niños.

El proceso de acumulación de tierras en pocas manos se aceleró en esta primera década, y en manos de 14 hacendados se acumularon 147 haciendas, que representaban la quinta parte del territorio del estado de Campeche.

No fue sino hasta 1914 cuando terminó en Campeche la disimulada esclavitud de los trabajadores de las haciendas. Fue el gobernador Joaquín Mucel Acereto quien declaró nulas las deudas de los peones y canceladas las cartas de cuentas, y quien les otorgó la libertad para cambiar su residencia.

Mientras la población de escasos recursos padecía jornadas de trabajo intensas, los hijos de las familias acomodadas se educaban en Nueva Orleans, Cuba o Europa; y las señoritas tocaban diversos instrumentos musicales aunque fundamentalmente el piano, y aprendían idiomas, y en general aunque eran educadas para casarse, recibían instrucción privada.

En este periodo se duplicaron las escuelas, se terminó el alumbrado público, se instaló el telégrafo y se multiplicaron los periódicos literarios. Había un tranvía jalado por mulas y la muralla todavía protegía casi por completo el centro de la ciudad. Así, Campeche fue entrando a la modernidad poco a poco.

Los grandes muertos es un volumen constituido, como ya se dijo, por doce piezas en estilo realista. Contiene cuatro partes. La primera está compuesta por cuatro piezas: “El galán de ultramar”, “La amante”, “Fermento y sueño” y “Tres perros y un gato”, publicadas por la Universidad Veracruzana31 la segunda, por “La sota”, “Los médicos”, “Mondo y Lirondo”; la tercera, por “El demonio chino” y “Capítulo aparte”; y la cuarta por “Los dos Mundos”, “La Naturaleza” y “De lealtades y traiciones”.

Emilio Carballido dice sobre El Galán de Ultramar; o sea las cuatro primeras piezas de Los grandes muertos, lo que en realidad puede decirse ahora de todo el volumen:

El galán de ultramar es el título de la serie de obras que aquí ocurren. De una manera ordenada y sorpresiva. Digo que es el título aunque las obras son independientes; se trata de una saga en que cada cual acontece. Esto es: presenta, abre y cierra de una manera sobresaliente; puede ponerse una de ellas, la que se quiera, y será una fuente de placeres teatrales, también de risa cuando llegue el momento de que las obras sean comedias. […] Nunca he visto a nadie que escriba con tal tino la serie de tanta gente encadenada y reunida por la sangre, el parentesco, las pasiones. La serie de El galán de ultramar es única en el teatro mexicano y creo que también del teatro universal. […] Ver cómo los personajes son concebidos, nacen, crecen, maduran. Pero esto no sucede en el vacío: pasa en una ciudad con todas las características de México en el sureste, con todas las dificultades de comunicación de la época, relacionadas con La Habana, más que con el Distrito Federal, y que cruza los tiempos durante medio siglo.32

En Los grandes muertos aparece el mundo de los padres y los abuelos de la autora. Incluso en la última pieza, en la que se sale de “la provincia” y remata en el D. F., reconocemos la figura de la abogada y política campechana María Lavalle Urbina. En “De lealtades y traiciones” asistimos a la muerte de Belén, quizá la última de una generación de antepasados de la autora, trasformados y trabajados literariamente.

Las piezas que conforman Los grandes muertos están organizadas de tal manera que se leen como si fueran capítulos de una novela.

Para Fernando Martínez quien hace el prólogo de la obra:

Los grandes muertos son los fantasmas cuyas voluntades siguen nutriendo, a través de las fantasías, decisiones y acciones de sus descendientes, voluntades invisibles a cuyo servicio cada miembro de una generación se convierte en una dimensión, en vehículo para cumplirlas.33

El periodista Javier Molina la interroga para Tramoya, sobre cuál es su línea narrativa y teatral y contesta:

No tengo línea ni en el teatro ni en la narrativa. Si hay alguna intención sería la honestidad. O sea, verdades familiares, verdades políticas o verdades interiores.34

Los grandes muertos es eso precisamente: “verdades familiares, verdades políticas y verdades interiores”.

En la entrevista que le hicieron las maestras Gloria Prado y Luzma Becerra35 dice a propósito de la tetralogía “El galán de ultramar” recogida después en Los grandes muertos:

Es una saga familiar, relativamente, sobre la vida amorosa de mi abuelo, y dije si les gusta muy bien, y si no, ni modo. Es una saga familiar, tiene composturas y cambios, pero está muy cerca, muy cerca de la historia de mi abuelo. Yo la había oído ¡tanto! Mi madre hubiera sido una excelente narradora de haber crecido en el ambiente propicio: todo recordaba y contaba con tonos de voz, y un lenguaje preciso, criollo, límpido. Por eso está dedicado a ella este libro. Me contó muchas historias más que pude escribir y publicar en el volumen Los grandes muertos, del Fondo de Cultura Económica.36

Y más adelante continúa:

…tuve cuidado de que [las piezas] se pudieran poner solas. Sin embargo, hay dos que deben ponerse juntas: “Los dos mundos” y “La Naturaleza”. Constituyen una unidad dividida por varios años. Es la historia de un cura que se robó a una muchacha sin abandonar su profesión, y vivió con ella largamente. Tuvieron dos hijos.37

Luzma Becerra le comenta en esa entrevista que el personaje que más le gustó fue Agustina, a lo que Hernández contesta:

Agustina fue el personaje más trabajado literariamente de todos. Resultó difícil encontrar datos de ella, casi no venía a cuento en las conversaciones de mi madre. Pude escribirla porque vi su retrato: gorda, con una bata suelta bordada, y el pelo muy revuelto, echado sobre la frente como visera. La fea en una casa de muchachas bonitas. Pianista.38

Al comentario de Luzma Becerra, “Maestra, (Fernando Martínez Monroy) dice en el prólogo que su obra (Los grandes muertos) es naturista. Luisa Josefina responde:

Yo la consideré realista.

Y continúa:

Muy diferente a Agustina, era Chona (mi abuela) sobre quién me sobran datos. Efectivamente sabía latín y traducía. Era muy culta, pero estaba casada con un hombre que no la amaba. Todavía tengo retratos de mi abuelo, “el galán”. Se ve un hombre espiritual, sensible, demasiado bien vestido. No lo siento cerca.39

Y le contesta a Alegría Martínez:

Los grandes muertos es una recolección de historias que mi madre siempre me contaba. Al cambiar el siglo, ya en 1999, sentí que ese material no debía perderse, porque tiene un fuerte valor emotivo y también informativo. No he seguido las historias como ocurrieron, rescaté el carácter, el valor de muchas acciones, los sentimientos de las personas y, claro, el ambiente.40

La periodista Carmen García Bermejo comenta lo siguiente:

El galán de ultramar es una obra en 15 escenas, pero su autora explica a El Financiero que se trata de una tetralogía referente al racismo, el sexismo y el clasismo que se vivía en las provincias mexicanas durante el siglo XIX.41

Y respecto a Los grandes muertos, explica:

Escribí esta obra durante 1999 y 2000. No se trata de la biografía de mi familia, como se ha dicho. Pero he tenido conocimiento directo o trasmitido en conversaciones unas seis versiones de cada personaje de mi obra; o sea que son prototipos. Escogí este material porque me pareció adecuado, divertido, interesante; pero la vida nunca es el teatro. No se ha reproducido ningún sucedido familiar en forma textual.42

Estela Leñero escribió sobre esta obra:

Ambientadas en las grandes haciendas de Campeche en las dos últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX, uisa Josefina Hernández narra la historia de la familia Santander para recorrer varias generaciones. Escritas entre 1999 y el 2001, estas obras se afianzan en el realismo de corte costumbrista donde valora la figura de la mujer emancipada y plantea una exquisita crítica al racismo, las convenciones sociales y la desigualdad.43

La síntesis de El galán de ultramar es la siguiente: Llega al puerto Juan José Fierro44, el galán de ultramar a trabajar en la hacienda de Sebastian Santander, y conoce a la sobrina de la dueña del burdel, llamada Amanda Baeza. Juan José desea casarse con Amanda, pero Amanda no sólo lo rechaza sino que lo empuja a casarse con Chona, la hija de Santander quien le había pedido la mano de Fierro a su padre. Fierro, un hombre pobre que ama la ropa, y Chona se casan aunque la noche de bodas Amanda duerme con Fierro. La verdad es que ella “lo compra”. Este es el nudo de la tragedia de Los grandes muertos. A lo largo de las once primeras obras, no sólo veremos pasar el tiempo y desfilar a los familiares de Chona en otras circunstancias, sino a toda la composición social campechana del siglo XIX.

Conclusión

La innombrada ciudad de Campeche o el innombrado estado de Campeche es innegable en Los grandes muertos: en ella encontramos la naturaleza campechana y con ello me refiero no sólo a su flora y su fauna, a su mar y sus vientos, a su clima y sus productos, sino a la idiosincrasia de los campechanos. Vemos las casas tal y como son, con las nanas mayas, los pisos de mosaico, las ventanas enrejadas que dan a la calle, con las puertas abiertas al exterior, los muebles europeos, las mecedoras, los butaques, los quinqués, los pianos en las casas, los patios y traspatios, las cocinas y las recámaras con las hamacas colgadas o recogidas. Casi podemos oler las aguas frescas, las frutas y los tentempiés que beben y comen los actores. El vestuario campechano de las mujeres de la época está descrito hasta con detalles, lo mismo que la joyería. Vemos a los hombres vestir y calzar lo acostumbrado, incluso la simple camiseta cuando se está en casa. Lo mismo que los sonidos de la selva, los pájaros, las guacamayas. Uno siente el calor y la humedad.

Como campechana, me siento agradecida con Luisa Josefina Hernández por haber atrapado en sus páginas mi historia, la de mis antepasados, la de mi ciudad, San Francisco de Campeche.

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1 Publicó en “México en la Cultura”, Suplemento de Novedades (1958-1961), en el suplemento cultural de Ovaciones (1964), La palabra y el hombre y Tramoya.

2 Prado, Gloria y Becerra, Luzma (editoras), Luisa Josefina HernándezEntre iconos, enigmas y caprichos. Navegaciones múltiples, México, Tecnológico de Monterrey, Universidad Iberoamericana, Universidad Nacional Autónoma de México, Difusión Cultural, Universidad Autónoma del Estado de México, Conaculta, 2010,. En “Introducción”, Pag. 205.

3 Lavalle, Faustina, La exquisita cocina de Campeche400 recetas experimentadas, México, Imprenta Londres, 1939.

4 En Pagés Rebollar, Beatriz, “Una infancia en el preámbulo de la razón. Luisa Josefina Hernández hija de madre pretensiosa y padre humilde”, en El Sol de México en la Cultura, 27 de marzo de 1983. Pag. 8.

5 Martínez, Alegría, “Cuando escribo, no pienso en géneros”, México, periódico Milenio, sección cultura, 6 de abril de 2014.

6 Ávila Loya, “Luisa Josefina Hernández repone, a pedido de un grupo, su obra botica modelo. La novela la escribo por gusto; el teatro, por encargo”, en El Financiero, 25 de mayo de 1990. Pag. 74.

7 Negrín, Edith, “La cólera exquisita: vislumbre a la narrativa de Luisa Josefina Hernández”, en Nueve escritoras mexicanas nacidas en la primera mitad del siglo xx y una revista, Coordinadora, Elena Urrutia, México, Instituto Nacional de las Mujeres/El Colegio de México, 2006.

8 Leñero, Estela, Luisa Josefina Hernández, escritora incansable, en www.raco.cat/index.php/AssaigTeatre/article/download/.../260905.

9 Merlín, Socorro, Los dramaturgos de la generación de 1950, en Tema y variaciones de literatura no. 30, http://espartaco.azc.uam.mx/UAM/TyV/30/222160.pdf.

10 Tavira, Luis de, “La superioridad de la actriz”, Columna Proscenio, en La Jornada, 15 de octubre de 1989.

11 Bello, Manuel, “Alista la CNT homenaje a la dramaturga Luisa Josefina Hernández”, Notimex, 27 de diciembre. https://mx.mujer.yahoo.com/alista-cnt-homenaje-dramaturga-luisa-josefina-hern%C3%A1ndez-211036241.html.

12 Castellanos, Laura, Rinden tributo a Luisa Josefina Hernández. Ponen a navegar a galán de ultramar”, en el periódico Reforma, no. 4304, 29 de septiembre 2005, p. 4c.

13 En García Bermejo, Carmen, “La vida nunca es el teatro: Luisa Josefina Hernández, dramaturga” entrevista, El Financiero, 21 de octubre, sección C, pág. 53.

14 En Güemes, César, “Luisa Josefina Hernández, una dramaturga cuidadosa”, La Jornada, No. 5689, 3 de julio de 2000, pag. 4-A.

15 VV.AA. Escenario de dos mundos. Inventario teatral de Iberoamérica, Madrid, El Público, Centro de Documentación Teatral (Ministerio de Cultura), 1989 http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=hernandez-luisa-josefina.

16 www.reforma.com/elangel/articulo/250858/default.htmhttp://zona_templada.tripod.com/temporada03/id1.html.

17 Nigro, Kirsten F., Entrevista a Luisa Josefina Hernández, en Latin American latin Review, Spring 1985, Pag. 101-104. https://journals.ku.edu/index.php/latr/article/download/604/579.

18 Hernádez, Efrén, bajo el seudónimo de Till Ealling, en: América, No. 65 (abril, 1951), p. 56 En Efrén Hernández, Bosquejos, México, UNAM, Nueva Biblioteca Mexicana, 1995, pag. 95.

19 Muncy, Michele, Entrevista a Luisa Josefina Hernández, en Latin American Theatre Review, Spring, 1976, Pag. 70, https://journals.ku.edu/index.php/latr/article/download/247/222.

20 Negrín, Edith, “La cólera secreta: vislumbre a la narrativa de Luisa Josefina Hernández” en Nueve escritoras mexicanas nacidas en la primera mitad del siglo XX, y una revista. México, Coordinación de Elena Urrutia, Instituto Nacional de las Mujeres/El Colegio de México, 2006. Pag. 103-118) La cita está tomada de Raquel Gutiérrez Estupiñán, La realidad subterránea (Ensayo sobre la narrativa de Luisa Josefina Hernández), Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste, México, 200. Pag.30.

21 Prado, Gloria y Becerra, Luzma (editoras), “Luisa Josefina Hernández. Entre iconos, enigmas y caprichos. Navegaciones múltiples”, Tecnológico de Monterrey, Universidad Iberoamericana, Universidad Nacional Autónoma de México, Difusión Cultural, Universidad Autónoma del Estado de México, Conaculta, 2010,. En “Introducción”, Pag. 13.

22 Domenella, Ana Rosa, “Luisa Josefina Hernández. La provincia revisitada. Carta de navegaciones submarinas y La cabalgata”, en México, Luisa Josefina Hernández. Entre iconos, enigmas y caprichos. Navegaciones múltiples, México, Tecnológico de Monterrey, Universidad Iberoamericana, Difusión Cultural de la UNAM, Universidad Autónoma de México, 2010, pag. 87.

23 Rivera, Luz María, “Peligroso que el clero recupere influencia con el Estado. La dramaturga y novelista Luisa Josefina Hernández asegura que los mexicanos no estamos malditos por la corrupción que nos consume, la cual debe acabar” en El Universal, No. 30329, del 6 de noviembre de 2000, pag. F.4.

24 En Castellanos, Laura, “Rinden tributo a Luisa Josefina Hernández. Ponen a navegar a galán de ultramar”, México, periódico Reforma, septiembre de 2005, pag. 4c.

25 Prólogo de Till Ealling (Efrén Hernández), en América, Secretaría de Educación Pública, No. 65, 1951, P. 95-110. Estreno en 1951.

26 Hernández, Luisa Josefina, El galán de ultramar, Xalapa, Veracruz, Col. Ficción, Universidad Veracruzana, 2000.

27 En Castellanos, Laura, pag. 4c.

28 Alcocer, J. M., Encalada, E. A. y Rodríguez, M. E., “El porfiriato en Campeche”, en Enciclopedia Histórica de Campeche, Román Piña Chan, director, Etapa independiente siglo xix, tomo iii, México, Editorial Porrúa, Campeche siglo xxi, 203, pag. 328.

29 Sería su ministro de Instrucción Pública de 1882 a 1901.

30 Alcocer, J. M., Encalada, E. A. y Rodríguez, M. E., ibid, pag. 330.

31 Hernández, Luisa Josefina, El galán de ultramar, Una teatralogía (El galán de ultramar, La Amante, Fermento y Sueño, Tres perros y un gato), Col. Ficción, Universidad Veracruzana, 2000.

32 Carballido, Emilio, Presentación a Los grandes muertos, México, Fondo de cultura Económica, 2007, pag. 9.

33 Martínez Monroy, Fernando, “Prólogo” en Los grandes muertos, México, Fondo de Cultura Económica, 2007, pag. 12.

34 Molina, Javier, Luisa Josefina Hernández, una obra pródiga, Tramoya, http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/3785/2/19871213P40.pdf.

35 Prado, Gloria y Becerra, Luzma, editoras, “Entrevista a Luisa Josefina Hernández” en Luisa Josefina Hernández. Entre iconos, enigmas y caprichos. Navegaciones múltiples, México, Tecnológico de Monterrey, Universidad Iberoamericana, Difusión Cultural de la UNAM, Universidad Autónoma de México, 2010, pag. 195.

36 Ibid, pag. 202.

37 Ibid, pag. 202.

38 Ibid_ pag- 202-203.

39 Ibid. Pag. 203.

40 Martínez, Alegría, Ibid.

42 García Bermeio, Carme, Recibe hoy un homenaje en el Cervantino. La vida nunca es el teatro: Luisa Josefina Hernández, dramaturga, en El Financiero, 21 de octubre de 2005, pág. 53, sección C.

43 Leñero Franco, Estela, Homenaje a Luisa Josefina Hernández, en Proceso, No. 1953, 6 de abril de 2014, Pág. 66-67.

44 De hecho su abuelo se llamó Juan José Lavalle Fierro, aunque era de origen campechano.


Respuesta al discurso de ingreso de Silvia Molina

Distinguidos integrantes de la Academia Mexicana de la Lengua;
Señoras y señores:

Hace varios años, un par de muchachos tabasqueños, amigos de infancia, cuestionaban a esta Academia, como deben hacerlo dos jóvenes que se precien de serlo. En todos los sentidos la consideraban ajena y distante. Se burlaban seriamente, convencidos de que jamás pertenecerían a ella. José Gorostiza y Carlos Pellicer, que tales eran sus nombres, con el paso del tiempo fueron académicos de la Lengua, dignificaron la palabra con la lealtad a sus emociones y al modo de trasmitirlas en versos que nos dan sustento más poderoso del que podemos percibir en nuestra diaria existencia.

Comienzan estas palabras con la evocación de aquellos enormes poetas porque, toda inmensa proporción guardada, tengo el privilegio de conocer a Silvia Molina desde que ambos éramos muy jóvenes y cuando –hablo por mí– nunca pensé hallarme en este sitio y mucho menos con la gratísima tarea de darle la bienvenida a la Academia Mexicana de la Lengua en nombre de nuestra banda de hermanos.

Varias coincidencias unen nuestras vidas y tal vez ellas expliquen el hecho de que me haya invitado a responder su brillante discurso de ingreso: nuestro amor a los perros, ejemplar en ella y su Claudio porque integran su existencia con una pastora alemana llamada Mora, reverdeciente e inmortal como el laurel de los poetas y en la que cual han hallado el secreto para vencer el inexorable paso del tiempo. Nuestra cercanía a Rubén Bonifaz Nuño, que nos hizo de su tribu y su linaje. Nuestra pasión por Campeche, mayor y mejor correspondida en ella, esa tierra que le ha traspasado el alma para siempre. Nuestra coincidencia en distintas arenas donde no dejo de aprender de su humildad y su orgullo, su tolerancia y su paciencia, signos de auténtica sabiduría.

Recuerdo a Silvia Molina como una muchacha de cabello suelto y largo, inseparable de sus enormes anteojos, sin los cuales no sería ella; unos anteojos que jamás ocultaron, sino por el contrario, acentuaban su fresca belleza. Discreta mas no tímida, amable pero firme en su necesidad de traducir el mundo a la escritura. Evoco sobre todo su voz juvenil que no ha cambiado con el paso de los años, esa voz que materialmente la hace joven y la mantiene así gracias a su permanente e inconforme lucha con la palabra. Ahí está, en el taller literario de Alicia Trueba, donde conocí a dos de sus maestros, Gonzalo Celorio y Hugo Hiriart, también admirables escritores cuya alquimia verbal honra a esta Academia.

Tras la partida de su fundadora, el taller literario “Alicia Trueba” ha perdido la preposición para ganar sus merecidas comillas, sus galones. Era y continúa siendo un espacio que privilegia la tercera vocal: intenso, insoportable, insustituible. Es, como dice el clásico, un mundo raro. En él prolifera toda clase de criaturas y en el instante imprevisto salta la metáfora inolvidable, la historia de amor, el verso único, el libro que va a emprender, desde su nacimiento, una larga carrera.

Una generación de escritores o un taller literario es como un pelotón de atletas necesitados mutuamente para permitir que uno solo se desprenda del enjambre y logre llegar en primer lugar. Tal fue el caso de Silvia Molina. Apenas rebasada la tercera década de su vida, con la escritura de su primera novela, La mañana debe seguir gris, obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia. A 37 años de su primera publicación, la novela resulta tan vigente como entonces. Ejemplar en ella es la manera sobria y honesta en que la narradora se acerca a la anécdota que la sustenta: el enamoramiento por José Carlos Becerra, el retrato intelectual y humano que de él se traza, las dudas de una muchacha y de toda una generación que veía en el amor la única manera de subvertir el mundo y de cambiarlo. El amor como terremoto, incertidumbre necesaria, punzante soledad en compañía.

Nadie perdona el talento. Menos cuando es joven y bello. Silvia Molina soportó la tempestad de la imprevista y pasajera fama, que sin sabiduría puede convertirse en obstáculo. Aceptó lo que venía y se sentó a escribir, consciente de que la página que nos espera mañana será la que estamos destinados a lograr. A la novela inicial siguió Leyendo en la tortuga, tratado sobre una de las hermanas de planeta más antiguas y amadas, y donde Silvia hace alarde de su capacidad de investigadora y ensayista, de editora en el mejor de los sentidos del término, pues a ese trabajo ha dedicado parte considerable de sus energías. Hace poco regresé a ese pequeño gran libro suyo que ostenta el afortunado título Lides de estaño. En los cuentos que lo integran, Silvia se acerca al universo infantil y sus combates, heroicos y efímeros como los cohetes de papel plateado con los que llevaba a cabo la conquista del espacio. Las niños de sus relatos descubren la bondad del mundo o su inaudita maldad. De todos, recuerdo el que me marcó desde su primera lectura, “Amira y los monstruos de San Cosme”, retrato de la Ciudad de México de mediados del siglo XX desde las pupilas de una escolar. La frecuentación de ese país llamado infancia ha tenido diferentes acercamientos en la escritura de Silvia Molina, como lo demuestra el libro Mi familia y la bella durmiente cien años después, que recibió el Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada, o la reconstrucción de la guerra de castas a partir de la leyenda del niño indígena Ascención Tun. Recientemente recibí la bella edición de un libro donde la batalla del cinco de mayo y sus antecedentes son vividos y registrados por una niña del siglo XIX.

El Diccionario de escritores mexicanos dice en la primera línea de su entrada dedicada a Silvia Molina: “Hija de Héctor Pérez Martínez”. Pocas veces ha sido tan justa esa definición para referirse a quien, por una parte, dejó a nuestra escritora la búsqueda permanente del padre y, por la otra, sembró en ella la obsesión por el enigma, el amor por la Historia y de manera más precisa, el amor por Campeche. Ella lo enunció en su introducción al discurso, pero quiero detenerme en ese vínculo pues de él se desprenden varias de las mejores virtudes de la prosa de Silvia Molina y su comprensión del devenir mexicano desde la microhistoria de la patria chica que fue de su padre y que ella ha sabido hacer un territorio propio. En un fragmento de ese libro admirable que es Imagen de Héctor, el personaje llamado la hija menor descubre entre objetos y papeles que guardan el aroma y la memoria del padre, un relámpago que la ilumina en las palabras: “Todo tiene en Campeche un aire de inmutabilidad: las piedras y los hombres. La garra de los años no ha podido herir hondamente a mi vieja ciudad”. En efecto. En Campeche el tiempo parece no transcurrir. Que ha decidido detenerse para que mejor sintamos su presencia. La lectura de las primeras páginas de su novela El amor que me juraste, que mereció el Premio Sor Juana Inés de la Cruz correspondiente a 1998, me desconcertó al principio, pues se desarrolla en una ciudad llamada San Lázaro. Allí están los baluartes, el mar que en pocas otras partes merece el nombre de Pacífico, los barcos camaroneros que vuelven con su mercadería fosfórica. Mi ignorancia me impidió saber entonces, como luego me lo hizo saber la autora, que San Lázaro fue el primer nombre que Francisco Hernández de Córdoba dio a la ciudad, pues llegó a Can pech el día de San Lázaro, 22 de marzo de 1517.

El texto que nos ofrece está dedicado a Luisa Josefina Hernández, que si no está en esta Academia, es por error o nuestra omisión. Por fortuna, Silvia Molina la trae esta noche hasta nosotros para recordarnos, desde las primeras líneas de su excelente retrato de la escritora, que, al igual que ella misma, se aleja de los reflectores y el triunfo efímero. No se trata exclusivamente del retrato literario de una de nuestras autoras más importantes, sino de una biografía con paisaje. En los trabajos de Luisa Josefina Hernández, particularmente las obras de teatro que vertebran el trabajo que hemos escuchado, el trópico es amo y señor de las pasiones. Como nos hace saber Silvia Molina, se trata de una saga familiar en la que aparecen “verdades familiares, verdades políticas y verdades interiores” Con esa poética aparentemente elemental, la dramaturga ha hecho de esa ciudad del Sureste mexicano un emblema universal.

Doble acierto ha sido el de Silvia Molina al dedicar su discurso de ingreso a una mujer y escritora admirable y a un aspecto específico de su obra: la presencia de Campeche, la traducción de sus códigos y aromas, la omnipresencia del calor que condiciona muebles, vestido, arquitectura, alebresta pasiones y nos obliga a respetar cada uno de nuestros movimientos. Como Luisa Josefina Hernández, Silvia Molina nos enseña que Campeche es un nombre pero más profundamente un estado del alma, un bastión inconquistado por los siglos, un conquistador del tiempo en el espacio. Por todo lo anterior, la Academia consideró que no existía mejor embajadora para ese estado hermano.

Querida Silvia Molina: es un privilegio darte, en nombre de nuestros compañeros, bienvenida formal a la Academia Mexicana de la Lengua. Estamos seguros de que tu honestidad y tu talento serán benéficos para los trabajos de esta Corporación que hoy se llena de orgullo con tu entrada por la Puerta de Tierra hacia un mar inagotable y proceloso.

Donceles #66,
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