Don José G. Moreno de Alba, director de la Academia Mexicana de la Lengua; señoras académicas; señores académicos; señoras, señores:
Introducción
Nació esta Academia, al igual que la Real Española y todas las otras de los países americanos, con inspiración en la Academie Française. Se dice que quienes ingresan en ella se convierten en inmortales. Pertenecen éstos a tres géneros principales de escritores y estudiosos. Hay muchos que son maestros de la palabra: poetas, novelistas, dramaturgos; mujeres y hombres que cultivan las que se han llamado bellas letras. Estos maestros de la palabra, al ingresar en la Academia, reciben el reconocimiento que se debe a quienes han contribuido con su obra literaria al esplendor de la propia lengua. Y hay también, entre los elegidos, otro género de miembros: juristas, historiadores, científicos, maestros en muchas disciplinas, que han contribuido a enriquecer con precisión el lenguaje en lo que concierne a su profesión en las distintas ramas del saber. Existe finalmente otro grupo de académicos que justamente tiene como especialidad el estudio de la lengua en sí misma o en sus textos. Son ellos lingüistas, gramatólogos y filólogos. Pienso que entre éstos puedo situarme, aunque con limitados méritos. Estoy segura de que en esta casa, de todos aprenderé. Me considero muy afortunada de poder escucharlos, de convivir con ellos, de compartir sus afanes y premios.
A todos quiero dar las gracias por haberme invitado a sentarme en su mesa de trabajo y a compartir su amor por la palabra. En especial quiero dar las gracias a los que presentaron mi candidatura: a don Guido Gómez de Silva, a quien admiro por su saber de lexicógrafo; a don Jaime Labastida, por darnos a conocer cómo se ha ido construyendo el edificio de la razón y a don Carlos Montemayor, por sus novelas y ensayos llenos de sensibilidad social, por su amor por las lenguas indígenas de América. Quiero también dar las gracias a don Diego Valadés, jurista y humanista, quien me va a dar la bienvenida en unos minutos, así como manifestar mi grande aprecio por el director de esta corporación, don José G. Moreno de Alba. A todos admiro y quiero, y aprovecho esta ocasión para decírselo.
Pero si estoy aquí es por una razón más profunda, o mejor, por dos razones: primera, porque me casé con un mexicano y con él me vino el destino posible que todo español trae al nacer: atravesar el Atlántico y empatriarse en tierras americanas; segunda, por haber cruzado mi vida con la Universidad Nacional Autónoma de México. En ella encontré lo que dejé en Madrid: un mundo particular y a la vez universal que no sabría definir bien, el mundo de la búsqueda del saber, del cultivo de la creación. Aquí encontré maestros de los que mucho aprendí y sigo aprendiendo; colegas y amigos a los que considero mis consejeros en sus disciplinas, y alumnos aventajados que siempre me hacen pensar y dialogar. A todos ellos, gracias. En la Universidad de Madrid completé mi vida académica. Aquí, en la UNAM, me formé como investigadora y me interesé por el exilio español y por la historia de las lenguas vernáculas de México, dos dimensiones del conocer a las que he dedicado mi tiempo.
Hoy llego a la Academia para ocupar la silla de un distinguido narrador y ensayista, don Salvador Elizondo, silla que fue creada para acoger a don Jaime Torres Bodet (1902-1974). Merecidamente Elizondo ocupó la silla XXI a partir de 1976 hasta su muerte en 2006. [1] Nacido en esta capital en 1932, tuvo una formación que calificaré de polifacética. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y, atraído por la pintura, estuvo en la Escuela Nacional de Artes Plásticas y en La Esmeralda. Continuó su formación en El Colegio de México y estudió también en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Abierto al ancho mundo, tomó cursos en varias universidades extranjeras: las de Ottawa en Canadá, Cambridge en Inglaterra y Perugia en Italia, para culminar en el Instituto Cinematográfico de París. Las experiencias y los conocimientos que adquirió en estos lugares contribuyeron a lo que fue su ampliamente reconocido sentido cosmopolita.
Fue profesor de Teoría y Crítica Literaria y de Poesía Mexicana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. Sus alumnos recuerdan sus clases como “memorables” por la originalidad de los temas tratados en ellas y por la forma de explicarlos. Hay quien sostiene que “Elizondo se propuso crear un personaje de sí mismo”, dice uno de ellos, prologuista de una de sus obras, quien asegura que, al hablar y escribir, mostraba inteligencia e ironía certeras y capacidad para transformar todo en literatura. [2]
Miembro de El Colegio Nacional, dedicó buena parte de su tiempo a la creación literaria. Excelente traductor de inglés, francés, alemán e italiano, sus propias aportaciones lo hicieron sobresalir no sólo como narrador y ensayista, sino también como poeta, dramaturgo y guionista cinematográfico. Después de conocer muchas culturas y de leer en muchas lenguas, nos dejó un pensamiento propio, en el que se reflejan sus vivencias más profundas en un contexto de universalidad. En su narrativa sobresale Farabeuf o la crónica de un instante, publicada en 1965, quizá su obra más comentada. Farabeuf causó impacto por el tema y por la forma de tratarlo, por la descripción de la angustia y del dolor. Otras novelas suyas de interés perdurable son El hipogeo secreto (1967), Narda o el verano (1964), El retrato de Zoe y otras mentiras (1968) y El Grafógrafo (1970), narración en la que deja ver interés lingüístico. Sus críticos lo definen como escritor inclasificable, excéntrico, que supo “vivir la escritura más que escribir la vida”. [3]
Pero, más allá de esta lista de obras en las que se refleja un quehacer literario, en ellas se persigue la búsqueda de la belleza de la escritura de manos de la melancolía, el desasosiego, la crueldad e inclusive el sadismo y la perversión. José Luis Martínez, en su contestación al discurso de entrada en la Academia Mexicana de la Lengua del propio Elizondo, evoca algunos de los rasgos peculiares de su personalidad literaria y afirma que “como narrador es el creador de ambientes alucinantes en los que se entrecruzan el erotismo y el horror; como ensayista, se esfuerza en desentrañar el sentido de las mayores creaciones literarias modernas y reflexiona acerca del tiempo y de la naturaleza secreta de la escritura y del mundo cuyos signos descifra”. [4]
Él mismo en su Discurso de ingreso a la Academia hizo gala de un pulcro ensayo literario. Y para ello usó una bella metáfora, la del “libro pródigo”, paráfrasis de la del “hijo pródigo”. La salida y la llegada del hijo son la salida y la llegada del escritor, en este caso él mismo. La salida lo fue hacia la escritura simbolizada por una isla desierta; la llegada lo es a esta Academia, que no es otra cosa que el “regreso a casa”, título de su discurso. El camino entre salida y llegada está lleno de reflexiones sobre poetas y escritores de vanguardia, críticos, los que en las últimas décadas dejaron su huella, especialmente los Contemporáneos. En aquel discurso hay mucho de confesión sobre su virtuosismo literario:
He vivido alejado del habla real y siempre he concebido la literatura como la realización de un género de la escritura que se cumple en un orden eminentemente técnico, pero de cuyos orígenes o de cuyo destino no está ausente el misterioso elemento de la emoción estética y del talento artístico. [5]
Añade que sólo con un altísimo dominio de los instrumentos más refinados del lenguaje se pueden registrar los gritos de la calle o la voz de la conciencia, y que es el escritor el que debe hacerlo creando un lenguaje propio en el que los elementos del habla se conjuguen y confundan con los de la escritura. He aquí unas reflexiones intimistas que abren el secreto literario del escritor e incitan a la lectura de sus escritos.
Pero, además de narrador, Elizondo es dueño de una importante obra periodística publicada en Unomásunoy recogida en Estanquillo yContextos, ambos libros publicados por Vuelta en 1972 y 1973 respectivamente.Otros escritos más de 1977-1979 integran otro libro, Pasado anterior, de 2007. En sus artículos dejó un retrato de la vida cotidiana con fino ingenio y humor. Dotado de un cierto sentido escatológico, escribió el guión de la película Apocalipsis. Teoría del infierno, y numerosos ensayos relacionados con lo que él llamó experiencia de la muerte. Fue amigo de Octavio Paz, y recibió numerosos reconocimientos, entre ellos el premio Xavier Villaurrutia y el Premio Nacional de Literatura. Añadiré ya solo que la mera mención del nombre de Salvador Elizondo ha despertado siempre reconocimiento y admiración. El considerable número de reseñas y comentarios acerca de su obra lo confirma. [6] Por todo ello es un honor que mucho aprecio ocupar la silla que él tuvo durante 30 años y que debo a mis amigos Guido Gómez de Silva, Jaime Labastida y Carlos Montemayor.
Diacronía y sincronía: la Babel americana
He elegido como tema de mi discurso presentar algunas reflexiones sobre la teoría gramatical que se generó en el Nuevo Mundo cuando un grupo de misioneros, movidos por la utopía de la fe, trataron de evangelizar en las lenguas americanas. El reto era grande pues esas lenguas eran radicalmente diferentes de las indoeuropeas y de las semíticas, y las categorías grecolatinas no eran suficientes para describirlas. La respuesta fue grande también, pues esos mismos misioneros se convirtieron en espontáneos lingüistas inventando nuevos paradigmas, que dieron germen a una nueva tradición, la tradición mesoamericana, que enriqueció la doctrina gramatical existente y que hoy tiene personalidad propia en el campo de la lingüística. Pero antes de adentrarme en el tema recordaré brevemente el contexto histórico en el que apareció esta nueva Babel. Cuando Colón se embarcó con sus tres carabelas en Huelva, además de agua, comida, mantas y leña, no se olvidó de llevar un buen intérprete, Luis de Torres, “que avia sido judio y sabía diz que ebraico y caldeo y aun algo de arávigo”, según dice el Almirante en su Diario. [7] Pensaba él que al llegar a las Molucas se encontraría con hablantes de aquellas lenguas, ya que tanto judíos como árabes estaban presentes en regiones muy lejanas de Asia. Por ello, cuando los franciscanos se ofrecieron al recién elegido papa Inocencio IV para visitar la corte del Gran Kan, no dudaron en llevar intérpretes de hebreo y árabe. Sin ellos, los dos famosos misioneros que lograron llegar a Karakorum, Juan del Carpine (1182-1252) y Guillermo de Rubruck (1215-1270), no hubieran podido conocer la cultura de los mongoles tal y como nos la dejaron pintada en sus fascinantes escritos. [8]
Pero he aquí que Colón y sus acompañantes nunca pudieron hablar a través de Luis de Torres. Apelaron al lenguaje de los signos mientras oían sonidos nuevos y palabras extrañas de lenguas ininteligibles. No imaginaban que una Babel inesperada se interponía en su camino a las Islas de las Especias, una Babel que fue bautizada como Indias y que pronto tuvo que ser rebautizada como Nuevo Orbe.
Esto sucedía al terminar el siglo XV y comenzar el XVI, cuando en Europa se vivía el espíritu del Renacimiento. Los humanistas buscaban con pasión las creaciones de griegos y romanos y exploraban sin cesar un universo diacrónico de culturas a través de los textos escritos. Estos textos generaban nuevos textos, a través de los cuales se difundían el pensamiento y las creaciones de las jóvenes naciones europeas, ansiosas de reconocer sus propias lenguas como cimientos donde sustentar sus nacientes unidades políticas. El universo de culturas creadas en la Antigüedad y la Edad Media constituyó el eje del humanismo. Era como una gran coordenada diacrónica donde se generaba y forjaba la creación, que a su vez era traducida a diferentes lenguas y compartida por muchos pueblos europeos.
En esta coordenada diacrónica hace su aparición la Babel americana. En las nuevas tierras se descubrían realidades insospechadas, entre ellas más y más lenguas en las que se comunicaban hombres desconocidos y culturas exóticas. Era un gigantesco espacio con multitud de lenguas, algo que sobrepasaba los límites de lo imaginario y la capacidad de entenderlas. El nuevo espacio era una enorme coordenada sincrónica de lenguas en el que, a primera vista, se imponía la oralidad, aunque algunas de ellas tenían sistemas de escritura y textos, sobre todo las de Mesoamérica.
En cada una de estas coordenadas se guardaban la palabra y el pensamiento de culturas radicalmente diferentes. Pero en un mundo en el que la gente viajaba y se comunicaba y la historia se hacía más universal, el reto era claro: había que articular lo conocido y lo desconocido y armonizar estas dos coordenadas y, para lograrlo, el hombre contaba con una herramienta, la palabra. Había que entablar un proceso de traducción conceptual y para ello era necesario hacer coincidir en un mismo plano los dos universos culturales diferentes creando un espacio de aceptación de gentes tan lejanas y disímiles: tarea nada fácil en un mundo de choques, encuentros y guerras como lo fue el siglo XVI. En situaciones tales, sólo algunos hombres dotados de la capacidad de entender todo lo humano pueden crear ese espacio de convergencia de gentes y culturas en donde se produce un proceso de interculturación. En Europa esta tarea correspondió a los humanistas. En América, a los que vinieron en misiones buscando la utopía de extender el Evangelio para revivir la cristiandad primitiva. Para ello, tuvieron que aprender lenguas. Y para aprenderlas tuvieron que hacer gramáticas y vocabularios pues de otra manera se hubieran quedado como meros intérpretes. La utopía de la fe llevaba en sí la utopía de las lenguas: había que abrir la Babel y establecer el “lenguaje uno principal medio para la contractación humana”, en frase de Molina. [9] Fray Alonso, hombre muy piadoso y humanista, sabía que el ser humano es uno y que la mente, el logos, es también una, aunque se manifieste múltiple a través de la diversidad de lenguas. Esta fue la tarea que tuvieron por delante los religiosos que desembarcaron en Veracruz y que, quizá sin proponérselo, dieron paso a nuevos paradigmas gramaticales en su intento de comunicarse y predicar en lenguas. Y este es mi tema de hoy, analizar la génesis y el desarrollo de estos nuevos paradigmas.
Paradigma y tradición: los orígenes de la gramática
Paradigma , según el diccionario de la RAE, se deriva del latín paradigma y del griego, παράδειγμα, ejemplo o ejemplar. En gramática se aplica esta palabra a “cada uno de los esquemas formales en que se organizan las palabras nominales y verbales para sus respectivas flexiones”. La palabra es muy usada en filosofía y otras disciplinas, tanto humanísticas como científicas, con el significado de modelo o ejemplo. Platón la usó como modelo aplicada al mundo de los seres eternos del cual es imagen el mundo sensible, y Aristóteles la aplicó al mundo que nos rodea. [10]
Hace unas décadas, el concepto de paradigma tomó una nueva dimensión gracias al libro de Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas. En él, Kuhn (1922-1996) concibe la historia de la ciencia como una cadena de paradigmas que se suceden unos a otros mejorándose y descartándose, y define el concepto como “una realización científica universalmente reconocida que durante un cierto tiempo proporciona un modelo de problemas y soluciones a una comunidad científica”. [11] El concepto de paradigma compartido por una comunidad es una unidad fundamental, un eje sobre el que descansa el avance de la investigación. Otro de los principios de la teoría de Kuhn es que “las diferencias entre paradigmas sucesivos son necesarias e irreconciliables, y que la recepción de un nuevo paradigma frecuentemente hace necesaria una redefinición de la ciencia correspondiente”. [12] A estas consideraciones añade Kuhn la dificultad para interpretar el paradigma descartado pues piensa que si se quiere interpretar la teoría más antigua, “el resultado de su aplicación sólo podría re-enunciar lo ya conocido”. [13]
El modelo de estudio de la ciencia trazado por Kuhn en su libro causó un impacto en el mundo académico y fomentó un periodo de reflexión y de crítica profundas en varias disciplinas del conocimiento, de análisis exhaustivo sobre los postulados en los se basa la teoría, todo lo cual generó una gran cantidad de estudios que integran una literatura especializada. [14] Hoy día, con la dimensión y serenidad que proporciona el tiempo, me parece muy apropiado recordar el parecer de Ruy Pérez Tamayo en su libro La estructura de la ciencia, en el capítulo dedicado a analizar e interpretar las ideas principales del libro de Kuhn en un amplio contexto de estudios sobre el famoso profesor de la Universidad de Berkeley:
El impacto del libro de Kuhn causó una crisis por representar un paradigma distinto del concepto clásico de la ciencia, con el que entonces se funcionaba como ciencia normal; a la crisis siguió una verdadera revolución en el pensamiento sobre la estructura y el cambio en la ciencia, que terminó con la adopción (por muchos) del paradigma kuhniano, frecuentemente en forma de una conversión religiosa. Sin embargo, la historia ha seguido su curso y hoy la ciencia parece ser algo distinto y con una estructura bastante más compleja que la postulada por Kuhn, aunque ciertamente incluye algunas de sus ideas. [15]
También entre los humanistas el concepto de paradigma diseñado por Kuhn causó mucha reflexión y crítica. Como ejemplo recuerdo ahora la crítica del filósofo Jaime Labastida y la de tres historiadores de la lingüística, Dell Hymes, Keith Percival y Konrad Koerner. Dado que Kuhn era también historiador y filósofo, Jaime Labastida lo incluyó en su obra, El edificio de la razón. El sujeto científico (2008). Allí ocupa Kuhn un lugar importante como filósofo de la ciencia en el siglo XX, y de su libro se afirma que “está aún hoy lleno de vida aunque también plagado de problemas”. Analiza Labastida tres conceptos fundamentales que se enuncian en el libro, los de revolución, estructura y ciencia, y a través de un examen detallado de tales conceptos muestra que la ciencia no es una sucesión de paradigmas que se destruyen violentamente con saltos radicales sino más bien un proceso creativo en el que se decanta un pensamiento que permanece, “que toda estructura profunda se conserva”. Entre los ejemplos que Labastida pone para probar su tesis, el de la escritura es muy elocuente, ya que “no ha sustituido a la oralidad, sino que la complementa”. [16]
En el campo concreto de la historia de la lingüística, el libro de Kuhn abrió un debate profundo, dado que en esta disciplina el concepto de paradigma es de frecuente uso. Así, Dell Hymes, en un trabajo publicado en 1974, señaló el riesgo de aplicar el modelo de Kuhn al pie de la letra ya que tal modelo –en el que la ciencia evoluciona en paradigmas creados por un solo autor– resulta unilineal, y es necesario tener en cuenta que cada aproximación al tema hecha por miembros de la comunidad académica contribuye también a crear el paradigma. De tal manera que para Hymes un paradigma es sólo un “centro de atención”, cynosure en el texto original. [17] En el mismo sentido se inclina Keith Percival en un ensayo publicado en 1976 en la revista Language. Admite él que la noción de revolución científica acuñada por Kuhn puede ser aplicada a la historia de la lingüística pero no la noción de paradigma, como resultado de una notable innovación científica de parte de un único innovador y aceptada por todos. Además, añade Percival, dado que Kuhn sostiene que la posesión de paradigmas es lo que distingue a las ciencias duras de las ciencias sociales y las humanidades y puesto que estas últimas no tienen “madurez científica”, el modelo de Kuhn no es válido para la lingüística y no se debe aplicar a ella. [18]
Finalmente, el ensayo de Konrad Koerner cierra este breve recuerdo de una discusión que acaparó la atención de la comunidad científica durante las últimas décadas del siglo XX. Se presentó en el Seventh Annual Meeting of the North Eastern Linguistic Society en 1976. En él, Koerner se planteó puntos sustanciales para perfilar la naturaleza, el contenido, la importancia y la enseñanza de la historia de la lingüística, entonces disciplina aún joven. Entre las muchas reflexiones que el autor se hace están las concernientes a la relación de la historia de la lingüística con disciplinas ajenas, tanto humanísticas como científicas. Afirma él que los historiadores de la lingüística pueden tomar temas y términos de los historiadores de las ideas y de las ciencias, y considera que el libro de Kuhn puede ser aceptado como una guía conveniente, pero esto no significa que el concepto de paradigma de Kuhn no pueda ser usado después que ha sido redefinido para acomodar los requerimientos particulares de una disciplina como la lingüística:
That the general lines of argument in T. S. Kuhn’s The Structure of Scientific Re-volutions […] can be accepted part and parcel by the historians of linguistics as a suitable guideline has seldom be claimed by scholars in this area of human curiosity. But this does not mean that Kuhn’s concepts of paradigm, for instance, could not be made use of, after it has been redefined to suit the particular requeriments of a discipline such as linguistics . [19]
En compensación, Koerner imagina siete modelos de comprensión de la historia de la lingüística y los representa a través de otras tantas gráficas en las que expresa los posibles desarrollos diacrónicos de esta disciplina en un amplio contexto del pensamiento. Concluye que la historia de la lingüística no puede limitarse a un punto de vista de la historia de la ciencia por la gran cantidad de factores que en ella intervienen y que tienen que ser explicados.
Esta breve exposición de algunas reflexiones y críticas en torno al concepto de paradigma ideado por Kuhn han venido a enriquecer la naturaleza y el valor histórico del viejo concepto griego tan usado en filosofía y en otras disciplinas. Dejando a un lado el inmenso poder creador y destructor del paradigma diseñado por Kuhn, es evidente que el historiador de la lingüística se puede beneficiar de tal concepto, enriquecido modernamente con muchos significados, algunos de los cuales se han descrito aquí: como modelo logrado que alcanza a representar la madurez de un momento; como centro de atención; como triunfo individual o comunitario que ofrece respuestas innovadoras; como cumbre de un proceso creativo y también como estructura profunda de tal proceso que permanece, o simplemente como guía conveniente de estudio de cualquier proceso diacrónico o sincrónico.
En suma, las reflexiones sobre el concepto de paradigma en Kuhn y en torno a Kuhn tienen mucho sentido para la historia de la lingüística pues nos muestran la capacidad del ser humano de crear un modelo de pensamiento en el que se reúnen y sistematizan conocimientos de tal manera válidos que el modelo es compartido por muchos en un espacio y un tiempo determinados. Ahora bien, para los humanistas, el paradigma en mayor o menor grado pervive y pasa a ser parte de una cadena de saber no sólo acumulativo, sino también reflexivo; además, un paradigma no es irreconciliable con el anterior ni tiene por qué ser descartado. Por ejemplo, el modelo de estudio creado por Ferdinand de Saussure (1857-1913) en su Curso de lingüística general, que dio origen al estructuralismo, no descarta ni opaca el modelo gramatical creado por Dionisio de Tracia (siglo II a. C) hace 22 siglos ni el de su homólogo latino Elio Donato (siglo IV d. C.), hace un poco menos, sólo 16 siglos.
En realidad, los humanistas pensamos que “los paradigmas crean tradiciones”, afirmación que el propio Kuhn hace en su libro en una aparente contradicción con su teoría. [20] El concepto de tradición es de dominio universal: “transmisión de noticias, de composiciones literarias, de doctrinas, ritos y costumbres hecha de generación en generación”, según se dice en el Diccionario de la Real Academia Española. En el Webster’s New World Dictionary, la definición es como sigue:
A long-established custom or practice that has the effect of an unwritten law; especifically any of the usages of a school of art or literature handed down throught the generations and generally observed . [21]
Si consultamos el Diccionario etimológico latino-español, la palabra latina de la que proviene es traditio, -onis, “entrega, trasmisión donación, remisión”, significado en estrecha relación con el verbo trado, “entregar, hacer pasar a manos de otro, transmitir”. [22] En la filosofía aristotélica, el concepto de “tradición”, παράδοσίς, además de trasmisión de conocimientos, era el lugar donde se decantaba la verdad. [23]
En filología y en lingüística, el concepto de tradición incluye, sensu lato, los significados de las definiciones anteriores: puede decirse que tradición es el conjunto de teorías, opiniones y aportaciones alrededor de un problema o tema que integran una doctrina, circunscrita a veces en un espacio y tiempo concreto, a veces a un pueblo o una lengua determinada compartida por varios pueblos. Así, la tradición filológica de Grecia o Roma, la tradición lingüística de India. Es en este sentido en el que se usa el concepto en el citado ensayo de Dell Hymes, en el que se habla de tradiciones filológicas nacionales, como tradición griega y tradición índica, y de tradiciones más amplias, como la tradición clásica, la tradición medieval. Asimismo, Hymes aplica el concepto a tradiciones temáticas como la tradición de la búsqueda del origen del lenguaje, la tradición de la gramática universal, la tradición etimológica. Habla inclusive de “ a collection of the traditions of li-nes of work on particular languages, language families and language areas”. [24]
Dos autores pueden servirnos como ejemplo del uso del concepto de tradición aplicado al estudio de las lenguas americanas, Jesús Bustamante García y Konrad Koerner. Bustamante en su ensayo, “Las lenguas amerindias: una tradición española olvidada” (1987) distingue la existencia de varias tradiciones filológicas diferentes en el extenso registro gramatical de las lenguas de Mesoamérica y el mundo andino, tradiciones que poseen diferentes niveles de productividad y de elaboración y que juntas integran una tradición lingüística española de gran importancia. En esta tradición prevalece el modelo gramatical latino, si bien, dice él, “a medida que una lengua era mejor conocida, su descripción mejoraba y se alejaba cada vez más del paradigma latino”. [25]
E. F. K. Koerner ha dedicado atención a las tradiciones americanas en varios trabajos, entre los cuales traigo a la memoria dos, “ Gramática de la lengua castellana, de Antonio de Nebrija, y el estudio de las lenguas indígenas de las Américas, o hacia una historia de la lingüística amerindia” (1994) y “Notes on Missionary Linguistics in North America” (2004). En ambos se ocupa de tradiciones misioneras y, siguiendo a William Cowan, distingue tres, francesa, inglesa y española, a las que añade él una holandesa y otra portuguesa. En ese primer trabajo de 1994 presenta un esbozo de la tradición misionera hispánica y destaca la labor de descripción de lenguas y la política de Felipe II al crear cátedras de lenguas generales. En realidad, en ambos trabajos están muy bien delineadas las tradiciones francesa e inglesa, que el autor analiza con detalle. La palabra tradición es usada para describir un conjunto de hechos lingüísticos y extralingüísticos que forman una cadena de conocimientos acerca de las lenguas vernáculas de lo que era la Nueva Francia y la América inglesa. En esta cadena desempeñan papel importante personas, ideas, creencias, situaciones políticas y religiosas, y sobre todo autores que lograron elaborar gramáticas, diccionarios y catecismos en lenguas hasta entonces no escritas. Si bien el modelo de estudio era el latín, en los dos trabajos queda clara la aportación de materiales lingüísticos nuevos que enriquecieron la tradición.
Tradición es, pues, un concepto de uso frecuente en las disciplinas humanísticas, en especial en aquellas que se mueven en una coordenada diacrónica, como la historia de la lingüística. En realidad, al recordar su significado latino, hay que señalar la transitividad del verbo de que deriva, trado, “entregar, transmitir alguna cosa, algo”. Ese “algo” que implica la transmisión de lo permanente nos lleva al vocablo griego, παράδοσις, en su segunda acepción, “lugar donde se decanta la verdad”. Importa resaltar que es en esta acepción donde está el punto de encuentro de los conceptos de paradigma y tradición. Porque el “lugar donde se decanta la verdad” es precisamente esa parte del paradigma que permanece, “la estructura profunda perdurable del conocimiento” de la que habla Jaime Labastida, la que permanece como cimiento del modelo. martha
De esto se deduce que en la formación de una tradición pueden entrar uno o varios paradigmas que contribuyen a dar cuerpo y sustancia a la doctrina, tema, problema, hipótesis o creencia que conforman la tradición. Ahora bien, así como el paradigma es único y sincrónico, la tradición es múltiple y diacrónica y en ella conviven varios paradigmas que pueden descartarse, parcial o totalmente, pero que en muchos casos se reconcilian y complementan. Es así que la aparente oposición de estos dos conceptos nos sirve para ponerlos en juego y ayudar a explicar la sucesión de modelos gramaticales generados desde la antigüedad que jalonan la historia de la lingüística, modelos que tienen su propia evolución y desarrollo en la codificación gramatical de las lenguas del Nuevo Mundo, como pronto lo vamos a ver.
En resumen y volviendo a la gramática, un paradigma es simplemente la creación de un modelo de estudio en el que se logra una explicación a la palabra y su función en la lengua, con frecuencia una explicación no total, lo cual da pie a la creación de otro paradigma que complementa y enriquece al anterior. Desde este punto de vista, la sucesión de paradigmas es objeto importante de estudio como modelos en los que se concentra y explicita una forma de saber. Y es también tarea esencial de la historiografía lingüística, según nos dice Miguel Ángel Esparza, uno de los autores reconocidos en esta materia:
Es trabajo de la historiografía situar los diversos modelos lingüísticos históricamente, desde distintos puntos de vista: en su sucesión temporal, en sus relaciones de oposición o de complementariedad, en su relación con el paradigma de la ciencia desde el que actúan o, incluso, en su relación con distintas concepciones antropológicas o filosóficas. [26]
Como puede verse, paradigma y tradición se pueden entender en un sentido muy amplio, desde varios puntos de vista y con muchos matices. La riqueza semántica de estos conceptos adquirida a lo largo de la historia nos lleva a dos ideas concretas: modelo y sucesión de modelos dentro de un proceso creativo. Así se entienden y usan aquí las dos palabras objeto de esta larga disquisición.
Con estas premisas podemos volver a Dionisio de Tracia (170-90 a. C.), el erudito formado en la Biblioteca y Museo de Alejandría con Aristarco de Samotracia (216-144 a. C.) y que murió desterrado enseñando en Rodas. Su obra es considerada “el primer texto teórico sobre una lengua en la cultura occidental”. [27] Dionisio la llamó Τέχνη γραμματική, a la letra “tejido gramatical” pero también “técnica de las letras”, o también “arte para conocer las letras”, ya que la palabra τέχνη se tradujo al latín como arte. [28] También se ha traducido como sistema gramatical por la forma de definir y clasificar los elementos del discurso según su naturaleza y función que desempeñan en la oración. La τέχνη nació en el seno de las reflexiones sobre la palabra y el enunciado de la filosofía griega y tomó forma gracias a la dialéctica estoica. [29] Dionisio la concibió como un instrumento de la filología alejandrina y quizá su autor nunca pensó que su obra, además de ser un instrumento para interpretar los textos, sería considerada un paradigma por la forma de ordenar y explicar la materia gramatical de la lengua griega. Incluye definición de la gramática y de sus seis partes según el propio autor: lectura cuidada según la prosodia; explicación de las figuras poéticas; interpretación de las palabras raras y de los argumentos; búsqueda de la etimología; exposición de la analogía y, la última, crítica de los poemas, “que es la parte más bella de todas las de la gramática”. [30]
Pocas gramáticas han sido tan comentadas como la de Dionisio. [31] Para nosotros, que pensamos con Saussure que la lengua es un sistema de signos sonoros, la τέχνη es el primer paradigma gramatical en el que se logra traducir ese sistema de signos sonoros a otro sistema de signos conceptuales. En el sistema se pone al descubierto el tejido de los elementos gramaticales, un tejido en el que se ordenan los fonemas para formar palabras y las palabras para formar los enunciados. Por primera vez, las reflexiones de la filosofía griega sobre el logos, la arbitrariedad del signo, la predicación, las partes del enunciado, letra, sílaba y voz se separan de la lógica y la retórica para formar un dominio propio en el cual son ordenadas y analizadas. Con ellas se logra una teoría que pronto es compartida en el oriente helénico y transmitida al mundo romano por un discípulo de Dionisio, Tiranión el Viejo (110-25), llevado a Roma como esclavo en el 71 a. C.
Como todo paradigma, el de Dionisio era incompleto. Aunque en él quedaba explicitada la doctrina sobre la naturaleza fónica de la palabra y sobre la palabra como categoría gramatical, faltaba lo concerniente a la forma de articularse las palabras entre sí dentro de la oración, hoy diríamos, lo concerniente a la función de la palabra. A esta tarea se consagró Apolonio Díscolo, quien vivió en el siglo II d. C. en Alejandría y recogió los últimos ecos de los eruditos que brillaron en aquella ciudad. En su amplio tratado Σύνταξίς, dividido en cuatro libros, se adentró en “la construcción que de ellas (las palabras) se hace con vistas a la coherencia, καταλληλότης, de la oración perfecta”, según él mismo dice en el libro I de su obra. [32] Partiendo de la morfología de Dionisio, Apolonio analizó los trazos de las palabras, los accidentes, en sí mismos y en sus reglas de combinarse según el principio de la coherencia. En la sintaxis de Díscolo los accidentes cobran vida: son portadores de significación y determinan la concordancia y la relación sintáctica. Y, siguiendo el eje de la filosofía griega, afirma que la construcción está regida por el λόγος, que Prisciano tradujo al latín como ratio.
El nuevo paradigma grecolatino
El paradigma de la Τέχνη llegó a Roma en un momento propicio, cuando las legiones conquistaban Grecia y los romanos se apropiaban de las creaciones literarias y artísticas del mundo helenístico. En tal contexto, el modelo de Dionisio fue muy pronto un estímulo para el estudio de la lengua latina entre pensadores como Marco Terencio Varrón (116-27 a. C.) y Marco Fabio Quintiliano (30-98 d. C.). Pero el trasvase de la doctrina gramatical griega al latín correspondió a un grupo de gramáticos conocido como artígrafos, quienes a partir del siglo I de nuestra era se dieron a la tarea de describir la lengua latina y de los cuales conocemos sus nombres. [33] Para ello tomaron el paradigma de Dionisio y lo enriquecieron con las aportaciones de la dialéctica estoica referentes al significante ( semainon formado por φόνη, voz sin más; λέξις, voz articulada y λόγος, voz articulada portadora de significación). Asimismo ampliaron la materia gramatical y añadieron una parte nueva, la concerniente a vicios y virtudes que los escritores se permiten hacer en la lengua, como metaplasmos, tropos, barbarismos y solecismos.
De todos ellos, el más famoso es Elio Donato que vivió en el siglo IV d. C. y fue maestro de san Jerónimo. En su Ars maior, logró crear un esquema sencillo en el que los rasgos del latín se ordenan y definen con intensidad y claridad. En el esquema se fijan tres partes: la primera contiene lo relativo a los elementos por los cuales se accede a la palabra: voz, letra y sílaba; la segunda contiene la descripción de las categorías de palabras con sus atributos. Los atributos son los accidentes: calidad, especie, figura, género, número, persona, caso por declinación y, para el verbo, conjugación. Los accidentes son los trazos morfológicos que se añaden a la palabra y que la identifican plenamente; algunos de ellos tienen valor sintáctico, como los casos reflejados en la declinación. Finalmente, la tercera parte del esquema de Donato responde también a la dialéctica estoica de vitia virtutesque, como se acaba de decir. [34]
El Ars maior de Donato fijó sin duda un nuevo paradigma, aprovechando el de Dionisio como cimiento fundamental. Es más, podemos verlo como un logro de traducción de un sistema de una lengua al de otra, ambas del mismo tipo lingüístico. Los dos, lejos de destruirse, se integran y son el germen de una tradición, la tradición grecolatina. En la tradición justo es reconocer la aportación de los artígrafos. El Ars maior sirvió de texto en las escuelas del imperio romano. Pero, dado que un paradigma nunca está acabado, el de Donato tampoco lo estaba y, como en el de Dionisio, faltaba la materia relativa a la forma de articularse las palabras entre sí para formar la oración; faltaba la sintaxis. Quizá por ello dos siglos después surgió un nuevo modelo de estudio, mucho más completo, el contenido en las Institutiones grammaticae de Priscianus Caesariensis (nacido a fines del siglo v en la Mauritania Caesariensis, hoy oriente del Magreb), profesor de latín en Constantinopla poco antes de que gobernara Justiniano (483-565). [35] Distribuido en 18 capítulos, en él su autor no sólo amplió la materia gramatical estudiada por Donato, sino que añadió dos capítulos de sintaxis, con lo cual creó un nuevo modelo de estudio de la lengua latina más completo que el de Donato, modelo que persiste hasta nuestros días. Quizá por vivir en Constantinopla, Prisciano conoció el tratado de Apolonio Díscolo y se benefició de él ampliando el modelo latino con la sintaxis, considerada en la lingüística moderna como el nivel más alto en la descripción gramatical de cualquier lengua . [36]Sus Institutionesalcanzaron tal renombre que su título fue aceptado por Justiniano para dar nombre a una parte de su famosa recopilación de leyes conocida como Corpus iuris civilis. Es más, la obra sirvió de canon gramatical para la redacción en latín de determinadas partes del Corpus, como lo muestra el que uno de los manuscritos que se conservan ostenta una subinscripción en la que se dice que la obra fue copiada por Flavius Theodorus, clérigo del gobierno imperial en 527, precisamente el año que Justiniano subió al poder. [37] Tal hecho es un elemento más a favor del talento jurídico de Justiniano, quien se preocupó por conferir a su obra el mayor grado posible de inteligibilidad de las palabras porque en la interpretación de éstas se encierra la interpretación de la justicia; en frase de Diego Valadés, “el significado de las palabras ha movido a los hombres de todas las épocas porque de sus enunciados precisos y razonables dependen la vida, la libertad, la seguridad y la propiedad”. [38]
El paradigma de Prisciano, en el que se conjuga armónicamente lo aportado por Dionisio, Donato y Apolonio, persistió durante la Edad Media y el Renacimiento como la gramática latina por excelencia. Puede decirse que en él se consolida una tradición cimentada en los grandes paradigmas anteriores, resultado de reflexiones acerca de dos lenguas, el griego y el latín. Y aunque ambas lenguas tipológicamente son hermanas, las diferencias entre ellas obligan a crear un paradigma gramatical extenso en el que entran rasgos lingüísticos y léxicos diferenciados, lo cual fue muy enriquecedor. No es extraño que las obras de Donato y Prisciano fueran libros de texto en la Edad Media en los países de Europa occidental mientras Dionisio y Apolonio eran estudiados y comentados en el Imperio bizantino, y que se conserven de ellos numerosos manuscritos. [39] En rigor, el modelo creado por Donato y Prisciano pervivió por siglos y quizá pervive, sometido desde luego a la influencia de la lingüística moderna. Creo que todos hemos estudiado la gramática divida en cuatro partes: prosodia, hoy llamada fonología; analogía, hoy morfología; sintaxis, y ortografía, con las figuras de dicción.
El paradigma renacentista y la tradición grecolatina
Estos cuatro paradigmas ideados por los cuatro autores citados a lo largo de ocho siglos contenían las reflexiones no sólo de los gramáticos que los idearon, sino también de muchos pensadores griegos y romanos preocupados por sus lenguas. Los paradigmas se complementaron unos a otros y constituyeron una cadena de saber lingüístico que se trasmitió de generación en generación como modelos de estudio durante la Edad Media. [40] Puede decirse que los cuatro integraron una tradición que hoy conocemos como grecolatina.
La tradición grecolatina que acabamos de describir irrumpió en el Renacimiento y generó nuevas propuestas, algunas de las cuales por su estructura, precisión y contenido alcanzaron a ser modelos de estudio ya que satisfacían las necesidades académicas de las comunidades universitarias europeas, ávidas de saber leer y escribir en latín. Los autores que se preocuparon por hacer nuevas descripciones del latín y del griego tuvieron a la mano ediciones de las gramáticas de Apolonio, Donato y Prisciano y conocían la obra de Dionisio a través de sus múltiples comentaristas bizantinos. [41] Es decir, contaban con los cuatro grandes paradigmas heredados del mundo grecolatino para cimentar cualquier nueva propuesta.
En suma, el Renacimiento heredó una tradición y la renovó con nuevos paradigmas. Es el caso de las gramáticas latinas de Elio Antonio de Nebrija (1444-1522), para la Europa meridional, y de Jan Despauter, Despauterius (c. 1460-1520), para Francia, Bélgica, Inglaterra y el centro de Europa. Entrado el siglo XVI, un jesuita portugués, Manuel Álvares (1526-1583), creó un nuevo modelo gramatical con su obra De institutione grammatica libri tres, Lisboa, 1572, que tuvo gran impacto ya que fue tomado como libro de texto por la Compañía de Jesús. Estos tres nuevos paradigmas latinos se impusieron en la comunidad académica europea. En realidad, la gramática de Álvares desplazó a la de Despauterius y debilitó la figura indiscutible de Nebrija en el mundo hispánico, lo cual suscitó un problema de geopolítica lingüística. Todos recordamos el decreto de Felipe III nada más llegar al poder, en 1598, según el cual el libro titulado Aelii Antonii Nebrissensis de Institutione Grammaticae Libri Quinque pasaba a ser texto único de la enseñanza del latín. [42] Para esa fecha, el modelo de Álvares, aceptado por los jesuitas como texto de sus colegios y del Colegio Romano, donde se preparaban para las misiones de Oriente, se había publicado ya en Japón con el título de De institutione grammatica libri tres. Coniugationibus accesit interpretatio Iapponica (Amakusa InCollegio Amakvsensi Societatis Iesus, 1594). [43] No es extraño que el monarca español quisiera establecer en su imperio el modelo propio, frente al modelo portugués que había ganado un terreno asombroso, quizá por haber sido elegido libro de texto de la Compañía.
Simplificando, puede decirse que el paradigma grecolatino, puesto al día por Nebrija y Álvares, se impuso en Europa e influyó grandemente en todo lo que en materia gramatical se hizo en el Renacimiento. No sólo influyó en las gramáticas de las lenguas de Oriente elaboradas por los jesuitas, como las de João Rodrigues del japonés, sino también en las de Centroeuropa. [44] Es más, el modelo grecolatino se impuso también en la descripción de lenguas que tenían su propia tradición gramatical consolidada en la Edad Media, como el hebreo y el árabe, a tal grado que se abandonaron los paradigmas anteriores. [45] Ambas lenguas, cabe añadir, fueron muy estudiadas en el Renacimiento por razones religiosas: el hebreo como raíz de los textos bíblicos y el árabe para formar misioneros que evangelizaran. [46]
Las lenguas mesoamericanas
Es en este contexto de panlatinismo en el que hacen su aparición las lenguas americanas en un escenario de encuentros, guerras y conquistas. Los primeros años de la presencia española en América no fueron propicios a aprender lenguas ni a entablar diálogos entre sus hablantes. De ellos puede decirse lo que el Inca Garcilaso recordaba de su niñez en el Cuzco: “que faltaron letras y sobraron armas”. Después de la caída de Tenochtitlan, los primeros franciscanos abrieron escuelas en Texcoco y México. Fueron ellos los tres flamencos llegados en 1523: fray Pedro de Gante (c. 1480), fray Juan de Ayora y fray Juan de Tecto (m. 1525). Cuando, un año después, llegaron los 12 enviados por el papa Adriano VI (1495-1523) y por el emperador Carlos V (1500-1558), viendo que los ídolos estaban en pie preguntaron a los flamencos “qué hacían y en qué entendían”, según cuenta el cronista de la orden, Gerónimo de Mendieta (1524-1604), a lo cual Tecto contestó: “Aprendemos la teología que de todo punto ignoró san Agustín, llamando teología a la lengua de los indios y dándoles a entender el provecho grande que de saber la lengua de los naturales se había de sacar”. [47]
¿Cuál era esta teología? Mendieta la identifica con la lengua de los indios. Hoy pensaríamos que era un saber totalmente distinto al que se aprendía en la filosofía escolástica. Era un saber acerca de los otros, de la lengua y el pensamiento de unos hombres que no pertenecían a la cristiandad. En este saber no entraba la teoría del conocimiento aristotélica ni las ideas agustinianas sobre el tiempo y sobre el conocerse a sí mismo. ¿Cómo interpretar aquella frase de Las confesiones, “no salgas de ti; en el interior del hombre habita la verdad”? Creo que para Tecto y sus compañeros la frase adquirió pleno sentido leída al revés: sal de ti mismo, déjate ir porque en el interior de los otros habita una verdad que hay que conocer.
Pero no es fácil entrar en el interior de los otros y es imposible si no se conoce su lengua. Es más, para predicar el Evangelio se necesitaba hablarles en su lengua porque de lo contrario, decía Alonso de Molina en los “Prólogos” a sus Vocabularios, recordando a san Pablo, “el que predica será tenido por bárbaro”. [48] Refiere Mendieta que los 12 estaban desconsolados; que se reunieron y pidieron al Espíritu Santo les diera luz para aprender. El Espíritu Santo les inspiró que se hicieran niños con los niños en las escuelas y que de ellos aprendieran la lengua. De esta manera, aprendiendo con letras sonido tras sonido y palabra tras palabra, lograron redactar incipientes glosarios y rudimentarias reglas gramaticales. Así cuenta Mendieta que el milagro de la conversión en la Nueva España, basado en el milagro de aprender lenguas, fue muy diferente al descrito en Pentecostés. [49] Hoy podemos ver este milagro como un método muy eficaz de adquisición de lenguas cimentado en la creación de un espacio donde los maestros también eran discípulos de sus propios alumnos.
Ahora bien, en este método hay algo más: la adquisición de vivencias. Porque al tiempo que aprendían la lengua, el contacto humano día a día favorecía la adquisición de comportamientos culturales entre maestros y alumnos, la disposición de comprender y estimar, de compartir experiencias, lo que hoy llamamos vivencia, entendiendo esta palabra como sensaciones aprehendidas que permanecen enriqueciendo la conciencia del que las aprehende. En la moderna hermenéutica, en especial en pensadores como Wilhelm Dilthey (1833-1911) y Hans Georg Gadamer (1900-2002), las vivencias son datos importantes del conocimiento, unidades de significado de las ciencias del espíritu que, incluso siendo extrañas, pueden ser reconvertidas a unidades integrantes de nuestra conciencia. [50] En nuestro contexto, las vivencias compartidas en las escuelas por maestros y discípulos, en un principio formaciones extrañas, fueron reconvertidas en unidades de conversión y traducción de un pensamiento a otro.
En suma, para aquellos 12 que suplicaban al Espíritu Santo el don divino de las lenguas, la escuela fue el instrumento divino del milagro. En las escuelas aprendieron hablas intrincadas y extrañas, aunque muy “artizadas”, incluso más que la latina, al decir de Mendieta. El don divino de las lenguas se hizo palabra y con la palabra se acercaron dos culturas radicalmente diferentes.
Escuelas, tlahcuilos y textos
Una vez adquirida la lengua, aquellos evangelizadores emprendieron la tarea de elaborar catecismos, doctrinas cristianas y sermonarios en náhuatl, mientras sus alumnos, dueños ya de la escritura alfabética, empezaron a rescatar la memoria histórica de sus comunidades y la literatura oral, en especial la codificada en modelos canónicos que se recitaba ante todos en los momentos importantes de la vida del hombre. No tardaron en surgir los primeros escritos, como el Manuscrito de 1528, llamado también Unos annales históricos de la nación mexicana o Anales de Tlatelolco. Pronto, aquellas humildes escuelas conventuales donde se inició el proceso de aprendizaje y escritura de la lengua se fueron consolidando y en la siguiente década, la de 1530, las tres órdenes mendicantes tuvieron colegios de humanidades donde se enseñaba conforme al trivium y al cuatrivium, y donde los frailes aprendían lenguas. El más famoso es el de Santa Cruz de Tlatelolco, pero igualmente valioso son los fundados por los agustinos en Tiripetío y por los dominicos en Oaxaca (el de Santo Domingo). En esos colegios se consolidó la enseñanza del latín y se logró adaptar el sistema alfabético a cuatro lenguas: náhuatl, purépecha, zapoteca y mixteca, todas ellas lenguas generales de Mesoamérica. Poco después se logró esto mismo con otras lenguas, igualmente generales: otomí, huasteco y totonaca en la región del Golfo, y la maya, tzeltal y quiché en el sur de Mesoamérica. Es importante destacar este hecho porque en él se refleja que la codificación alfabética y el rescate de textos comenzó en las regiones correspondientes a las unidades culturales del mundo mesoamericano donde existían lenguas generales, lo cual establece una continuidad lingüística y cultural. Es asimismo una respuesta en contexto renacentista a la Babel americana.
El interés por elaborar textos con escritura alfabética, a menudo acompañada con la escritura pictográfica tradicional, dio como resultado un corpus textual escrito que sirvió de infraestructura a las codificaciones gramaticales y léxicas que pronto se hicieron. Cabe recordar que este corpus textual precede siempre a las gramáticas, como sucedió en India y Grecia, los dos focos donde surgió el cultivo de esta disciplina. Difícilmente se hubieran podido redactar gramáticas sin antes atrapar la lengua con signos para cada fonema, ya que sólo la letra aislada permite analizar los elementos que forman la palabra y visualizar, en un plano sincrónico, las múltiples posibilidades de combinarse para formar palabras. Pero bueno es advertir que en las lenguas generales de Mesoamérica existía un cultivo de la palabra centrado en el interés por conservar el purismo de la palabra y la belleza de la lengua. Este interés en el purismo y la belleza tuvo su mejor logro en la expresión retórica y poética –lo que los nahuas llamaron tecpilahtolli– fuente de creatividad y sustrato de reflexión pregramatical sobre el cual arraigó la nueva tradición gramatical mesoamericana.
El paradigma mesoamericano: sus orígenes
Aun así, la enseñanza recíproca en las escuelas fue una senda para dar los primeros pasos y adentrarse en la morada de la nueva lengua, con sus sonidos contenidos en palabras de rostro desconocido difícil de identificar. Sin duda, la senda era una atalaya para observar y conocer las nuevas palabras, descubrir su significado, traducirlas y establecer una primera comunicación y comprensión entre dos culturas diferentes. Pero el don de lenguas que se requiere para predicar y escribir con soltura en una lengua nueva va mucho más lejos porque implica conocer el perfil morfológico de cada palabra y su forma de ensamblarse con las demás; es decir, su función en la oración. Y aún más: visualizar el habla por medio de signos escritos en un plano sincrónico en el que fácilmente se puede diseñar un orden de descripción y clasificación de los elementos que conforman las lenguas, al modo como se hacía en el Viejo Mundo, es decir, siguiendo el trazo de una gramática. En definitiva, se necesitaba elaborar gramáticas para poder comprender plenamente las lenguas, enseñarlas y escribir textos.
En los territorios de tradición hispánica, “el estudio de las lenguas americanas se llevó a cabo con la gramática latina de Nebrija en el bolsillo”, dice Hans Josef Niederehe, reconocido estudioso del famoso gramático. [51] Esta afirmación se confirma al abrir muchas de las artes de lenguas vernáculas americanas; en casi todas está el nombre de Antonio, bien para asentir, bien para discrepar. No es extraño, pues sabemos que las Introductiones latinae, aparecidas en 1481, se publicaron sin cesar durante los últimos años del siglo XV y los tres siglos siguientes. [52] Sin duda fue el libro de cabecera de cuantos aprendían latín y desde luego de los misioneros que se embarcaban al Nuevo Mundo.
Pero pronto, aquí en las nuevas tierras la gramática latina de Antonio adquirió una nueva función: la de servir de inspiración para trazar el entramado gramatical donde clasificar los elementos componentes de las nuevas lenguas, en primer lugar de la náhuatl. Ahora bien, inspiración no es imitación y menos apropiación servil de los paradigmas que sustentaban la tradición grecolatina, paradigmas que además no daban respuestas a lenguas radicalmente diferentes. Se necesitaba un nuevo paradigma, y correspondió al franciscano Andrés de Olmos (c. 1485-1571) fijarlo en su Arte de la lengua mexicana, terminada en 1547 en Hueytlalpan, en tierras totonacas. Olmos, nacido en Oña, Burgos, llegó a la Nueva España con fray Juan de Zumárraga en la barcada de 1528. Desde que llegó se dio a la tarea de aprender náhuatl en la ciudad de México y en Tepepulco, hoy Hidalgo, y después en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Además de náhuatl aprendió totonaco y huasteco, y en estas lenguas escribió gramáticas y doctrinas; era conocida su facilidad para aprender lenguas; tenía don de lenguas y “de él todos los arroyos emanaban”, decía fray Gerónimo de Mendieta, cronista de la orden seráfica. [53] Muy pronto, en la década de 1530, su conocimiento de la lengua le permitió recoger un extenso corpus de textos canónicos de tradición oral que se recitaban en los momentos importantes de la vida del hombre, y de esta manera integró el primer repositorio de lengua textualizada.
En su etapa de estudios humanísticos en Valladolid se formó como latinista con lecturas de los clásicos y con las Introductiones latinae de Nebrija. Pero, además, en su obra sobre la lengua mexicana aparece un dato que confirma los conocimientos de Olmos de la gramática que se hacía en Castilla y Aragón en el siglo XVI y que se conoce como grammatica proverbiandi. Era un tipo de gramática redactada en latín con muchos ejemplos en romance para uso de las escuelas. El dato es el uso del término “noticia para designar oración congrua y perfecta”, usado en las citadas gramáticas, que Olmos y los que le siguieron también usaron. Olmos, que se formó en Castilla, seguramente conoció uno de los tratados más consultados de la grammatica proverbiandi, la Grammatica brevis de Andrés Gutiérrez de Cerezo (1459-1503), publicada en 1485, quien fue abad del monasterio benedictino de Oña. [54]
Pero además de las fuentes gramaticales latinas, en la obra de Olmos se advierte la presencia de una reflexión gramatical mesoamericana, comenzada en aquellos incipientes glosarios y primeras reglas gramaticales de las escuelas que pronto elaboraron fray Francisco Ximénez (m. 1537) y fray Alonso Rangel (c. 1500-1547). [55] Era un saber de la lengua náhuatl tomado de la experiencia, un saber comunitario y colectivo, y como tal variado y enriquecedor, en el que participaron maestros y alumnos mientras traducían las oraciones al mexicano para empezar a convertir. Hoy diríamos que era un saber adquirido en trabajo de campo, abriendo senda a través de él. Y contó con un buen corpus de lengua escrita elaborado por él mismo, como ya se ha dicho.
En el “Prólogo al lector” confiesa él que esta es la segunda redacción de su obra y que a la primera “le faltaba mucho en el corte” [f. 21 r.]. Dice también que “es cosa muy ardua querer poner cimiento sin cimiento de scriptura en una tan estraña lengua y tan abundosa en su manera e intrincada” [f. 21 v.]. A pesar de ello, puso manos a la obra. No dudó en seguir a Antonio y también en abandonarlo:
Creo que la mejor manera y orden que se ha tenido es la que Antonio de Nebrija sigue en la suya […] pero porque en esta lengua no cuadra la orden que él lleva por faltar muchas cosas de las cuales en el arte de la gramática se hace gran caudal como son las declinaciones, los supinos y las especies de los verbos, por lo tanto, no seré reprehensible si en todo no siguiere el Arte de Antonio (Primera parte, capítulo I). [56]
En esta cita se refleja el nuevo paradigma: la manera y orden de Nebrija, con las rupturas necesarias para introducir los rasgos propios del náhuatl. De Nebrija toma las categorías morfológicas y el análisis de los elementos internos de cada una de ellas, además del metalenguaje gramatical. Pero, consciente de las diferencias entre el latín y el mexicano, impone una nueva traza al edificio y diseña una nueva arquitectura: tres partes en lugar de cinco. La primera está dedicada al estudio del pronombre, nombre y adjetivo, con sus flexiones y composiciones propias; la segunda, al verbo, porque dice que en todas las lenguas “lo que tiene mayor dificultad es la materia de los verbos porque en ellos consiste principalmente toda la armadura del bien hablar” [f. 44 r.]; por último, la tercera está dedicada a las “partes indeclinables, orthographia y una plática de los naturales y maneras de hablar” [f. 85 r.].
La nueva traza implicaba una valiente ruptura no sólo con el paradigma de Nebrija sino también con los anteriores de Donato y Prisciano, que parecían inconmovibles por siglos o quizá milenios. [57] En ella, Olmos suprimió lo concerniente a declinaciones y sintaxis y por ello redujo el número de libros sin menoscabo de la materia gramatical. Al reducir el número de libros, no sólo simplificó el estudio del náhuatl, sino que expuso la materia propia de la lengua con más precisión y con contextos propios. Y así distribuyó la morfología en las tres partes dando a cada parte de la oración un espacio delimitado. En ese espacio presentó cada categoría gramatical desde un punto de vista doble: en sí misma, con sus accidentes –persona y número–, y en relación con otras partes de la oración, en “composición” dice él. Hoy diríamos desde un punto de vista morfológico y sintáctico. Tal innovación no sólo trae consigo una manera nueva de distribuir la materia gramatical, sino la creación de un espacio en el que la morfología y la sintaxis forman un cuerpo bajo el nombre de composición y que, como veremos, implica la captación de una estructura lingüística diferente, hoy diríamos de un nuevo tipo lingüístico. La traza tripartita significaba mucho y tuvo inmediata repercusión: fray Maturino Gilberti (1498-1585) la sigue en su Arte de la lengua de Michuacan(México, 1558), la primera gramática publicada sobre una lengua del Nuevo Mundo en el Nuevo Mundo, y a Gilberti le sigue su discípulo Juan Bautista Lagunas (m. 1604) en su Arte y diccionario con otras obras en lengua michuacana (México, 1574). También fray Alonso de Molina, cuando elabora su Arte de la lengua mexicana y castellana (1571) impone su propia traza para crear el espacio morfosintáctico, y lo llama también composición.