Ceremonia de ingreso de don Adolfo Castañón (Parte 2)

Miércoles, 09 de Marzo de 2005.

No me lo esperaba. Nunca nadie me había recitado por teléfono y de memoria corrida una composición tan extensa. Me costó algún trabajo deshacerme el nudo en la garganta para expresarle al maestro —ya no había otra palabra— mi rendida admiración. El desenfado y casual virtuosismo con el cual me había servido su recreación —de la “poesía suelta y juguetona”, dixit José Luis Martínez— de Manuel Gutiérrez Nájera, su memoriosa facultad para apoderarse en un instante del “mundo cotidiano, frívolo y afrancesado” del poeta que se va soltando el pelo a la par que su alegre y risueño personaje no solo me dejaron mudo de admiración sino que desencadenaron en mí una gratitud y una euforia no exentas de melancolía; una oleada feliz de escalofrío angélico me invadió: yo no había oído a Héctor Azar declamando como una máquina al prosista y poeta mexicano, al primer lector de Gérard de Nerval en México, al que preludió el modernismo de Rubén Darío, Julián del Casal y José Asunción Silva, al poeta que murió leyendo los marmóreos Trophées de J. M. Heredia. Gracias a Héctor Azar, mi fantasía me hizo pensar por un momento que me había rozado el aliento mismo del Duque Job. ¿Cómo ser digno de tal experiencia? Algunos meses después, cuando la grabación estuvo lista y el libro grabado se dio de alta (curiosa expresión nacional que hermana a los hospitales con las editoriales), pude llamar por teléfono a Héctor Azar, no sin antes haber escuchado el disco y conmoverme de nuevo con la forma felina en que saltaba instintivamente de la imitación a la metamorfosis. Unos días después, dejó el teatro del mundo. Me consolé en secreto pensando que yo no solo había coronado su fantasía de trovador errante sino que, como editores, nos había sido dado salvar de la olvidadiza oscuridad, en su aliento, un eslabón de la lírica trenza. Me consuelo imaginando a Héctor Azar recitándose en silencio los versos de Manuel Gutiérrez Nájera, o bien los del Arcipreste de Hita o los de Lope de Vega o los de sor Juana como quien eleva una plegaria o suelta un bálsamo con el cual va lavando las heridas de su más íntima piel. Si bien desde siempre había estimado al “Duque Job”, acaso por ser uno de los poetas que mi propia madre sabía recitar por fragmentos, el impromtu asombroso de Héctor Azar me llevó a leer y a releer en verso y en prosa, y a explorar sin desmayo el mágico teclado de Gutiérrez Nájera. Paralelamente, la obra de Héctor Azar se me transformó en otra cosa, y desde entonces empecé a leerla con un sentido de iniciación y consciente de que no hay desperdicio alguno en su creación teatral y poética ni en sus meditaciones dramáticas pues supo entregarse al mundo escrito y actuado del teatro y del hecho teatral con el inimitable desprendimiento amoroso del que sabe “ir y volver y con quedar partirse” hasta lograr la exactitud del níquel. Espero, desde esta butaca, ser digno de su cordial memoria.

 

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[1] “Discours de M. de Voltaire à sa reception a la Académie Française, prononcé le lundi 9 mai , 1746”, en Voltaire: Mélanges, París, Gallimard, Col. Pleiade, 1961, pp. 241-252.

[2] Las primeras incursiones de Alfonso Reyes en la prensa fueron, según han recordado el propio Alfonso Reyes y Gabriel Zaid, la publicación de los tres sonetos —La duda— inspirados en un grupo escultórico del discípulo de Miguel Ángel, Nicola Cordier (1657-1612), conocido como el Franciosino (Monterrey, 28 de noviembre de 1905), y el Nuevo estribillo (parodia de intención política al Viejo estribillo de Amado Nervo), en Sucesos. Diario de México (México, 24 de mayo de 1905). Además, en ese mismo periódico publicó el 21 de marzo de 1905, sin firma, un artículo (“Se prohíbe doblar año”) sobre los reglamentos de exámenes de la Escuela Nacional Preparatoria, según lo dice él mismo (Obras completas, t. I, p. 349) y según ha documentado también Aureliano Tapia Méndez en Correspondencia Alfonso Reyes / Ignacio H. Valdés 1904-1942, Monterrey, México, 2000, p. 114.

[3] Reyes, Alfonso, Misión diplomática, 2 tomos, comp. y pról. Víctor Díaz Arciniega, México, FCE / Secretaría de Relaciones Exteriores, 2001; pp. 824 y 640, respectivamente.

[4] Javier Garciadiego, Fernando Curiel, Belem Clark, Alfonso Rangel Guerra, Víctor Díaz Arciniega, Alberto Enríquez Perea y Adolfo Castañón, bajo la tutela de don José Luis Martínez.

[5] B o l e t ín C apilla Alfonsina: Dirección de Alicia Reyes; Consejero: doctor Alfonso Reyes Mota; Proyecto de Fernando Díaz de León. A partir del número 14 incluye las secciones: Editorial, Cartas al Boletín, Conmemoración, Noticias, De Viva Voz, Grata Compañía, Marginalia, Entre Libros, De y Sobre Alfonso Reyes, Astillas, Briznas, Publicaciones Recibidas.

[6] Eloy Garza González (selección y prólogo), El erotismo en Alfonso Reyes, Monterrey, México, Sindicato de Trabajadores de la Universidad Autónoma de Nuevo León, 1991.

[7] Entre los estudios y las relecturas recientes cabe anotar, sin ánimo exhaustivo: 1) Leonardo Martínez Carrizales: La sal de los enfermos. Caída y convalecencia de Alfonso Reyes. París, 1913-1914, Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León/Consejo para la Cultura de Nuevo León, 126 pp.; 2Alfonso Reyes: perspectivas críticas (ed. Pol Popovic y Edith Negrín, Monterrey, 2004);3) Rogelio Arenas Guzmán, Alfonso Reyes y los hados de febrero (México, UNAM / Universidad Au- tónoma de Baja California, 2004); 4) Eugenia Houvenaghel, Alfonso Reyes y la historia de América. La argumentación del ensayo histórico: un análisis retórico (México, FCE, 2003).

[8] P á g inas sobre Alfonso Reyes, 4 vols., Alfonso Rangel Guerra y James Willis Robb (comps.), México, El Colegio Nacional, 1995-1997.

[9] Citado por Alfonso Rangel Guerra en Las ideas literarias de Alfonso Reyes, México, El Colegio de México, 1989, 1ra. reimpr., 1993, p. 51.

[10] Alfonso Reyes, Alfonso Reyes digital. Obras completas y dos epistolarios, México, FCE / Fundación Mapfre Tavera / Fundación Hernando de Larramendi, 2002, un disco compacto.

[11] Ivan Ilich, En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al “Didascalicon” de Hugo de San Víctor, trad. Marta I. González García, revisión del latín Alfonso González, revisión del inglés José A. López Cerezo, México, FCE, 2002, 210 pp.

[12] D ictionnaire d e Michel de Montaigne, dirección de Philipe Desan, Honoré Champion, París, 2004.

[13] José Luis Martínez, Guía para la navegación de Alfonso Reyes, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, Colección Cátedras, 1992, 214 pp.

[14] Alfonso Reyes, Misión diplomática, 2 tomos, comp. y pról. Víctor Díaz Arciniega, México, FCE / Secretaría de Relaciones Exteriores, Col. Tezontle, 2001; 824 y 640 pp., respectivamente.

[15] Javier Garciadiego, Alfonso Reyes, México, Editorial Planeta De Agostini, 2002, 149 pp. (colección Grandes Protagonistas de la Historia Mexicana, dirigida por José Manuel Villalpando.)

[16] Conferencia magistral sobre Alfonso Reyes dictada en Cuernavaca, Morelos, en el marco del otorgamiento del doctorado honoris causa a José Emilio Pacheco el día 21 de enero de 2005 por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. (Transcripción de A. C.)

[17] Véase Mario Vargas Llosa, “Un hombre de letras”, El País, domingo 20 de febrero de 2005, pp. 11 y 17.

[18] En “Carta a dos amigos”, Obras completas de Alfonso Reyes, tomo IV, pp. 475-482.

[19] Obras completas de Alfonso Reyes, tomo II, México, FCE, 2ª. reimpr., 1995, pp. 421-422.

[20] La serie fue publicada por la Antigua Librería Robredo, animada por Rafael Porrúa Terra- zas. Como dato significativo registro que esta librería para bibliófilos desapareció junto con el domicilio mismo: la esquina que hacían las calles de Guatemala y Argentina en el Centro. Actualmente, se descubren ahí las ruinas del Museo del Templo Mayor. Por otra parte, La X en la frente se titula una antología mexicana de Alfonso Reyes preparada por Stella Mastrangelo para la Biblioteca del Estudiante Universitario de la UNAM en 1993.

[21] Gabriel Zaid, “Ensayos sobre poesía”, Obras 2, México, El Colegio Nacional, pp. 531-540.

[22] Concha Meléndez, “Moradas de poesía en Alfonso Reyes”, en Obras completas de Concha Meléndez, San Juan de Puerto Rico, Instituto de Cultura Puertorriqueño, 1974, pp. 597-600.

[23] Obras completas de Alfonso Reyes. Constancia poética, vol. X, México, FCE, Letras Mexicanas, 1959, 3ª. reimpr., 1996, pp. 146-147

[24] Obras completas de Alfonso Reyes, tomo IV, “II. Ensanche de Fronteras”, México, FCE, 1956, 2ª. reimpr., 1995, p. 54.

[25] Obras completas de Alfonso Reyes, tomo VIII, México, FCE, 2ª. reimpr., 1996, pp. 351-352.

[26] En Obras completas de Alfonso Reyes, tomo III, México, FCE, 1956, 2ª. reimpr., 1995, pp. 237-242.

[27] Paz, Octavio, Obras completas, “Miscelánea II”, México, FCE, 2ª. ed., 2001, p. 126.

[28] 1955.

[29] C o rrespondencia Alfonso Reyes / Jesús Silva Herzog, 1939-1959, comp., introd. y notas Alberto Enríquez Perea, México, El Colegio de México / Colegio de San Luis Potosí, 2001, p. 58.

[30] Obras completas de Alfonso Reyes, tomo XXII, México, FCE, 1989, p. 554.

[31] Tal y como ha sido sugerido por Javier Garciadiego en “Hacia las ‘cartas completas’ de Alfonso Reyes”,La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, julio de 2003, pp. 17-20.

[32] Pero, si se hiciera ahora, ¿qué habría de contener dicha antología mexicana? Incluiría en primer lugar las memorias, papeles y viñetas autobiográficas diversas sin excluir la Historia documental de mis libros ni las diversas comunicaciones y mensajes clínicos. Debería integrar el Diario inédito en su totalidad y una copiosa selección de la correspondencia. Una pieza fundamental de este espacio es la breve Oración del 9 de febrero y los textos afines de donde se puede desprender el proceso que llevó a Alfonso Reyes a la configuración de una religión personal. En segundo orden se habrían de incluir todos los cuentos, poemas y ensayos breves con asunto y —ahí empiezan las dificultades— entonación “mexicana” (“La mano del comandante Aranda”, “Silueta del indio Jesús”, “Glosas de mi tierra”, “Cara y cruz del cacto”). En un tercer orden cabría desplegar esa historia de México que Reyes fue escribiendo a trechos y saltos a lo largo de su vida fértil: Visión de Anáhuac, Letras de Nueva España y los numerosísimos ensayos, perfiles y semblanzas que escribió sobre momentos y protagonistas en la historia y las letras de México; habría que acomodar en un apartado todos aquellos textos y discursos que escribió directa o indirectamente para situar en los calendarios actuales las pegajosas y no siempre útiles cuestiones nacionales (ahí irían “A vuelta de correo”, “Discurso por Virgilio”, “Marsyas o el folklore”). Este conjunto monumental de textos —más de 3 000 páginas— debería por supuesto organizarse y para su mejor inteligencia crítica según progresiones diversas. En parte, salvo el Diario, esta antología mexicana es la que habría de editar la UNESCO bajo el título Visión de México en un futuro próximo, bajo la coordinación editorial del autor de este discurso.

[33] “El 7 de agosto de 1956 la Academia adquirió en propiedad la casa número 66 de la calle de Donceles, para establecer en ella su domicilio oficial, y lo inauguró el 15 de febrero de 1957, con la asistencia de don José Ángel Ceniceros, secretario de Educación Pública, en representación del señor presidente de la República, don Adolfo Ruiz Cortines” (en Academia Mexicana de la Lengua, Anuario 2002, México, p. 11).

[34] Adolfo Castañón, Recuerdos de Coyoacán, México, Ditoria, 1997; Madrid, Los Libros de la Galera Sol, 1999; México, Editorial Verdehalago, 2000).

[35] Adolfo Castañón, Tránsito de Octavio Paz, México, Gobierno del Estado de Puebla, 1998; Tránsito de Octavio Paz seguido deRecuerdos de Coyoacán, pról. Soledad Loaeza Álvarez, Santo Domingo (República Dominicana), 1999; Tránsito / The Passing of Octavio Paz, Toronto, Mosaic Press, 2000.

[36] Héctor Azar, Obras: dramaturgia y teoría escénica, 2 tomos, comp. y pról. Pedro Ángel Palou, México, FCE, 1998, 538 y 455 pp., respectivamente.

[37] Manuel Alcalá, “Bienvenida a Héctor Azar”, Memorias de la Academia Mexicana, tomo XXV, p. 211.

[38] Obras completas de Alfonso Reyes, tomo XXIII: Ficciones, México, FCE, 1ª. reimpr., 1994, pp. 249-267.

[39] Manuel Gutiérrez Nájera, El duque Job. En la voz de Héctor Azar, México, FCE, 1999; 1ª. re- impr., 2002. Cinta y disco compacto.

[40] Manuel Gutiérrez Nájera, Obras, est. y antología general José Luis Martínez, México, FCE, 2003, pp. 116-119. (Letras Mexicanas.)

 

Respuesta al discurso de ingreso de don Adolfo Castañón

 

 

I. Bienvenida a Adolfo Castañón

Adolfo y yo nos conocimos en 1976, hace 29 años, en el Fondo de Cultura. Entonces él tenía 24 años, casi la mitad de los 53 que hoy tiene, y no había publicado ningún libro. Ahora, que comienza a ser académico, cuenta ya con 33 libros —más de uno por año—, es escritor famoso y es amigo muy apreciado del señor viejo que soy y que le da la bienvenida a esta Academia Mexicana de la Lengua, que se ha vuelto ya uno de mis hábitos.

Sus estudios formales se limitan a la preparatoria y a la licenciatura en Letras Españolas, pasante sin grado. Es pues, como su servidor, autodidacta. Sin embargo, en la Unidad Editorial del Fondo de Cultura, en la que trabajó durante 28 años, y a partir de 1985 como gerente editorial, ganó con creces su doctorado en letras. En su currículum puede verse que además de libros, artículos y premios, consigna una novedad: consejos editoriales, principalmente en 11 revistas, a partir de 1972 y hasta hoy. Y estas 11 son las principales de estos años:Cave Canes, Plural, La Gaceta del FCE, Nexos, La Cultura en México, Gradivia, Vuelta, Imagen Latinoamericana (de Venezuela), Letras Libres, Paréntesis Istor. Además, es consejero editorial del Instituto Mora, y, de octubre de 2000 a enero de 2001, fue editor huésped de la Nouvelle Revue Française, para hacer un dossier-selección, introducción y notas de literatura mexicana contemporánea. En fin, ha traducido del inglés, francés y portugués, obras de Alain Rey, George Steiner, Paul Wienphael, J. J. Rousseau, Pi- lles Vigneault, Louis Panabière y de Gil Vicente. De este último, poeta portugués del siglo XVI, un florido poema picaresco llamado Lamento de María la Parda (Gil Vicente, Lamento de María la Parda, versión libre y epílogo de Adolfo Castañón, ilustraciones de Roberto Reborca, Editorial Aldus, México, 2000).

 

 

Los libros de Adolfo Castañón

Digo la verdad: hasta antes de esta ocasión, creía que Adolfo era exclusivamente un buen cronista de libros, por su excelente Arbitrario de la literatura mexicana, Paseos 1 (1993), y, en algunos casos, creía que ampliaba sus reseñas de libros en libros como los dedicados a Alfonso Reyes y a Octavio Paz. Luego descubrí la serie de libros en torno a Montaigne, que me gustaron mucho. Pero ahora que he recibido la mayor parte de su producción —porque hay algunos agotados—, sé cuánto ha hecho y en cuántos géneros ha trabajado.

Para entender las cosas tengo que ordenarlas, lo cual no es fácil en el presente caso. Por una parte, Adolfo procede por adición, aumentado y corrigiendo los textos de edición en edición, como en el caso de los libros sobre Alfonso Reyes; en tres ediciones, Jardi Boldú, Climent, 1968; Tercer Mundo, Bogotá, 1991; El Estudio, UNAM, 1997, cada vez, corregidos y aumentados, y en la tercera “ampliada y revisada”, lo cual es normal aunque nos exige tenerlas todas o al menos la última. En segundo lugar, Adolfo Castañón no sigue la costumbre normal de encargar al mismo editor las sucesivas ediciones, sino que cada vez los cambia, como ocurre en las tres de Alfonso Reyes, antes citadas; en El reyezuelo, que tiene cinco editores; en el Arbitrario, dos; La gruta tiene dos entradas, dos; los de Montaigne tienen cinco editores; los Recuerdos de Coyoacán, tres; Tránsito de Octavio Paz, tres, el último, una traducción canadiense de Toronto; Grano de sal, tres, agotadas todas (pues yo recibí una copia xerox); América sintaxis, dos; de paso, sugiero que este lleve como subtítulo Paseos IV; La campana y el tiempo, dos. Y, en fin, otro problema, las inclusiones. El jardín de los eunucos (Paseos III) [1998] incluye El mito del editor y otros ensayos (1993) y Cheque y Carnaval (1983), y debe anunciarse que aquí aparece como Dedicatoria el notable discurso que dijo Adolfo Castañón en honor de su padre, Jesús Castañón Rodríguez, al donar su biblioteca, en 1992, al Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. A veces prosa (2003) incluye El pabellón de la límpida soledad (1988 y 1992) y La batalla perdurable (1996); y La campana y el tiempo (Poemas 1973-2003), en su edición de México (2004), incluye Sombra pido a una fuente (1994), La otra mano del tañedor y, como novedad, una especie de “Diario secreto” o libro de horas, en verso, es decir, la obra poética de Adolfo Castañón, de lo cual voy a citar dos poemas que me gustan:

AIRES DE COCINA

Unas gotas de agua

un grano de arroz

un ascua de su tamaño

un grano de sal

un brote de soya en germen

una flor de cinco pétalos

una gota de leche

y un rayo de sol.

Se muelen los granos

se juntan las gotas

se hace una pasta

y con ella diez rollos

que se envuelven en los pétalos

y se amarran con el sol (p. 69).

y

REGRESO A CASA

Cuando cruzo la puerta en la mañana

no sé si volveré

si caeré durante el asedio de la ciudad

bajo las sombras de las espadas sedientas

si no me retendrá el cíclope con su aliento lapidario

si no volveré en cuatro patas

transformada mi voz en un chillido indeleble y cobarde. Si no regresaré dando tumbos

todavía embriagado por una canción de progreso y espanto

si no me habrán ungido heredero de un reino impuro.

Todos los días vuelvo a ti

sin saber si reconocerás al pordiosero

si todavía tendré fuerzas

para templar el arco indócil engañosamente dúctil de tu cuerpo

—y darme a conocer.

Si la casa estará ahí

si no llegaré a encontrar mi sudario bajo la almohada.

Todos los días en tu regazo

sueño que me voy, que sueño que regreso y te reconozco

en el mar y en el camino,

que aquella isla es tu corazón.

Todos los días salgo hacia el mundo

templado por la fuerza de ese sueño

y todos los días, milagro, vuelvo a ti (p. 91).

Este libro, La campana y el tiempo, incluye, además, Cielos de Antigua, El reyezuelo, Recuerdos de Coyoacán, Tránsito de Octavio Paz (1914-1998), De la batalla perdurable, Había una voz, Cuatro nocturnos, Orden del día, Museo (“De cómo Castañón viajó a las Galias en busca de ungüento para su amiga Fabianne Bradu”), Lamento de María la Parda Miscelánea. Es uno de los mejores libros de Adolfo.

La selección

¿Entre los treinta y tantos libros de Adolfo Castañón, cuáles prefiero? Comencemos por enumerarlos por grupos y por orden de aparición:

 

1. ensayos varios, 2. Alfonso Reyes, 3. crítica literaria, 4. versos, 5. Montaigne, 6. viajes y 7. cocina. Cada uno de estos siete grupos tiene sus culminaciones. El de ensayos, los libros de El pabellón de la límpida soledad La batalla perdurable, por ensayos como “Lo opaco”, “Los signos de interrogación”, el sensual “Luna de octubre” y el arreolesco “El asedio”; el libro sobre Alfonso Reyes: caballero de la voz errante (1997), por sus capítulos “Ley de Reyes”, “El lugar de Alfonso Reyes en la literatura mexicana” y “Nueva visita a la poesía de Alfonso Reyes”. En el primero de estos capítulos escribe:

Al leerle es necesario tener presente esa distancia quizás insalvable que nos separa de Reyes y que hace de él algo así como el último hombre de la antigüedad, el último escritor español nacido en México, la encarnación final del estoico (1997, p. 72).

 

Como lector, Reyes es un buscador de placer (1997, p. 73).

Los libros que ha escrito Castañón de crítica literaria: Arbitrario de la literatura mexicana (1993), La gruta tiene dos entradas (1994) yAmérica sintaxis (2000), tienen por subtítulo Paseos (aunque este último no lo tenga, y el Paseos III lo lleva El jardín de los eunucos, 1998, que es un misceláneo), y contienen estudios literarios: de México, el primero; del mundo, el segundo; y de Latinoamérica, el tercero, con un total de 145 artículos, más algunos estudios generales. En el “Umbral” de América sintaxis dice Castañón: “Si Europa es gramática y Asia semántica, América es sintaxis, es decir relación”; y en el artículo sobre Voltaire (de La gruta tiene dos entradas) dice: “La suya es una sabiduría hecha de humillaciones propias y ajenas; iba su palabra a ras de tierra mientras él se dormía en los brazos de la razón con la sonrisa confiada del niño en el seno”. Y en el “Umbral” de este mismo libro nos dice que “contiene paseos cuya unidad es la de las intermitencias críticas de un lector curioso que va de voz en voz en busca de amistad y afinidad fuera de las fronteras naturales de su país y continente”. Es pues Adolfo Castañón un crítico que ama la literatura y que busca en ella nuevas amistades. Él no es un censor sino un amigo entusiasta de las letras. Sigamos adelante con el escrutinio de los libros. Acabamos de curiosear el 3 y sigue el 4, versos.

Ya hemos transcrito dos de sus poemas mejores, a mi gusto, y no quiero insistir más en este tema. Además de los poemas breves, Adolfo Castañón ha escrito un repaso de su vida, en versos libres, Recuerdos de Coyoacán (1997), que quisiera leer con calma porque me parece interesante y algo extraño en nuestras letras. Y, además de esta autobiografía en verso, Castañón escribió un año después, en 1998, un extenso poema, también en versos libres, que tienen algo de versículos, intitulado Tránsito de Octavio Paz (1914-1998), y que dedicó a su viuda, Marie-José Paz. Escrito inmediatamente después de la muerte de nuestro poeta, es un poema emocionante que va recordando el carácter y los grandes hechos del poeta:

Amaba pirámides y caminos, árboles y arcaduces, cielos y ciudades de amor, puentes y cántaros máscaras, murallas, pájaros, palacios lucientes, murió después de haber cumplido plenamente la realización de sus dones.

…….

Era río de luz sin antes,

Claro errante en el bosque

Limpia cascada aventurera

Soplo de color sobre las aguas.

…….

Iba sembrando ascuas tan casualmente,

las ponía como quien no quiere la cosa

en estuches de prosa y verso blanco

soplaba sobre cenizas – volvían gardenia

…….

Llegamos a Montaigne, 5. La mayoría de los aficionados a los Ensayos de Montaigne nos contentamos con leerlo, y considerar con interés su país, su castillo, su torre, su casa y las inscripciones en las vigas del techo de su biblioteca. Las considerábamos, con curiosidad y simpatía, como el escenario de los Ensayos. Pero Adolfo Castañón hizo algo más: viajó en Francia hacia Burdeos y de allí hacia Eyquen, al país de Montaigne, y cuando se compenetró de aquel mundo, escribió, ampliando cada vez las noticias de estas reliquias. Comenzó en 1995 en los “Cuadernos de Montaigne” y luego en el libro llamado Por el país de Montaigne, que en la cuarta edición de Paidós (México, 2000) incluye la bibliografía comentada, la hemerografía, la “cadena montañesa”, las “sentencias de la torre” y las ilustraciones posibles. En uno de estos textos (“En la torre de Montaigne”), Castañón expuso con claridad el pensamiento del autor de los Ensayos:

Montaigne, el filósofo de la sobriedad, el hombre que hizo de sí mismo y de su obra un antídoto o contraveneno para cualquier clase de borrachera —religiosa, política, literaria, erótica, intelectual, privada o pública— sin ceder un ápice, ni al fastidio ni al tedio...

Además de esta edición, que recomiendo, hay otro tomito, Michel de Montaigne, De la experiencia (UNAM, 2000), que recoge la traducción y las notas de Constantino Román y Salamero, con un buen comentario de Castañón. Del singular ensayo de Montaigne reproduzco el siguiente pasaje:

la costumbre, sin darme cuenta de ello, imprimió tan maravillosamente en mí su carácter en ciertas cosas que llamo exceso al desviarme; y sin efecto sensible no puedo dormir durante el día, no tomar nada entre las comidas, ni desayunar, ni acostarme sino pasado un largo intervalo, como de tres horas, después de cenar, ni procrear sino antes del sueño, ni de pie, ni soportar el sudor, ni beber agua pura o vino puro; ni permanecer largo tiempo con la cabeza descubierta, ni resistir que me afeiten después de comer... (p. 71).

Me detengo un momento en la frase en que dice “ni procrear [1] sino antes del sueño...” para asociarla a un cuento que solía contar mi viejo amigo, hoy doliente, Andrés Henestrosa:

Un hombre llega a una choza y dice a un niño que está en la puerta: “Quiero ver a tu padre”. Y el niño contesta: —“No, señor; no lo puede ver”.

 

—“¿Por qué?” —“Porque mi tata está engendrando”.

La sexta y penúltima sección de los libros de Adolfo Castañón es la de viajes. Está contenida en un libro llamado Lugares que pasan (México, Conaculta, 1998), y está agotado. Es un precioso libro. Cada uno de sus 15 capítulos se refiere a una ciudad de América y de Europa, y tratan de describir el carácter de cada una. El “Diario del Delta”, que narra el viaje por el delta del río Orinoco en Venezuela, es especialmente interesante y me recuerda la excursión que hizo por esos rumbos el sabio Alejandro de Humboldt. “Madrid, Madrid” señala el carácter singular de los madrileños que adoran su ciudad. “De la soledad a la saudade” incluye un precioso texto sobre la ciudad de Sintra. Y “Octavio paz: un premio para Estocolmo” es una excelente crónica del Premio Nobel que recibió nuestro poeta.

El séptimo y último grupo de los libros de Adolfo Castañón consta ahora de un sólo libro Grano de sal, que ha tenido tres ediciones. La primera “manuscrita, ilustrada y limitada”, de 1996, que quisiera al menos conocer; la segunda, de 1999, “corregida y aumentada”, de Breve Fondo Editorial; y la tercera “nuevamente corregida y aumentada”, de Editorial Planeta, de 2000, y cuya copia xerox poseo. Sin embargo, destinado a incluirse en un proyectado Ensayo mexicano contemporáneo, guardo un recorte, que aprecio mucho, de un precioso ensayo de Adolfo Castañón que es el origen de sus tres descendientes. Se llama también “Grano de sal” y se publicó en una revistita de corta vida que publicó el FCE: Azteca, núm. 32, febrero de 1993. Cuando le conté a Adolfo mi propósito me dijo que esperara a ver el libro que se originó de este ensayo. El libro, lo afirmo, es el mejor de los que ha escrito mi amigo, pero sigo guardando el ensayito inicial para mi antología proyectada.

¿Qué contiene el Grano de sal de Planeta, 2000? Descubre que “las mujeres comen menos que los hombres y se afilian al vegetarianismo, mientras que los hombres prefieren ser carnívoros”. “Lo dulce se alinearía al bando femenino y lo salado en el masculino.” Hay dos cocinas: “la diaria imperceptible y la ruidosa de los días de guardar”. “A quienes no interesa la guerra ni la historia, ni tenemos paladar mesiánico, nos atrae más la cocina sencilla.” En “la variedad de las escalas elementales la cocina mexicana es riquísima. Los cimientos de nuestra barroca gastronomía descansan por ejemplo, sobre la dorada medianía de la quesadilla, la calidez del hospitalario fideo, la mañosa improvisación del arroz rosa o anaranjado —¿por qué dirán que es rojo?—, la paciencia de los frijoles taciturnos, para no hablar de los nopales asados o de las rajas con crema que incendian el bosque de la memoria...” “¿Y las salsas y los chiles que planean como serpientes enardecidas sobre todos los sabores y ennoblecen con su sombra majestuosa hasta la más humilde tortilla enchilada?” “La gente del altiplano no es muy aficionada al pescado y ve con recelo los mariscos.” “Si hasta los veracruzanos —lo dice Alfonso Reyes en su poema sobre esa ciudad— le dan la espalda a la costa y prefieren perder la mirada en las montañas.” “Los mariscos están bien para el sábado después de la parranda o para los recién casados ávidos de afrodisíacos.” “El sueño carnívoro sólo se interrumpe unas cuantas veces al año durante ese efímero despertar religioso, las vigilias de la cuaresma, en el curso del cual la cocina exorciza los fantasmas del hambre con los platos más sobrecargados, elaborados a base de marinerías desecadas y salíferas.” “La comida del mar nos dice domingo y vacaciones: a falta de playa, paella.” “La cocina es belleza, alusión sensual a los dioses perdidos en la materia. De ahí que algunos se hayan vuelto filósofos después de un banquete (cf. Los invitados de Babette, la de Isak Dinesen).” “A la cocina del altiplano le gustan los secretos, envuelve los bocados en el misterio de la salsa. Más aún, es una cocina de rellenos, de farsas, de antojos cómicos y breves, de humorísticos enredos, prólogos de unos platos fuertes y farragosos, tal vez pensados para desmayar al invasor.” “Barbacoas, cochinitas en pibil, zacahuiles monumentales donde se arropa al cerdo entero con hojas de plátano o de papatla, participan de la misma idea fija: sazonar el alimento en el vientre de la Tierra.” “México es un país donde la gente come al aire libre. No porque practiquemos ese arte del boy scout gastronómico sino porque la sangre o la bolsa nos llevan a comer en los mercados, de pie, sentados en un banco o en una caja; y consumir antojos en las carpas, en los puestos, en los tendidos, alrededor de los braseros.” “La voz itacate cobra todo su cuerpo de munición restauradora y bastimentadora para el paseo o el viaje.” “Francia cuenta con una variedad de más de doscientos quesos, México se irrita con un número semejante de chiles.” “Habría que añadir otra correspondencia [a la cocina francesa]: la de la pausa establecida a medio banquete por la ingestión súbita de un fuerte: aguardiente, tequila, mezcal, calvados, que ayudan a vencer la fatiga producida por las diversas ‘probaditas’ y a aligerar el vientre, pues lo ‘desempanza’ (en México), haciéndole un hoyo (en Francia), el célebre trou normand mencionado por Dumas padre en sus Memorias.

CRÓNICA DE UN COMELITÓN: La Granja Albergue de la Bella Dona... se encuentra cerca de la Costa Bermeja, a unos kilómetros de Le Boulu, en la Cataluña francesa cuya capital es Perpiñán... En la Bella Dona se come o cena al estilo medieval o a la usanza del tardío gusto carolingio. El anfitrión y cocinero es un f laco barbudo con ojos medio verdes de monje que vio a Dios... ojos pelones que ven pero no miran; ella la dona matrona, rosada y tímida como una manzana al horno, habla francés con un acento indeciso... Nuestro menú fue el usual que la Bella Dona brinda a los neófitos y que gravita en torno a la galita frée con hierbas aromáticas y frutos secos, plato pantagruélico... el plato preferido de Hughes Capet hecho a base de carne de cerdo primero asada y dorada y luego guisada en la aromática y afrutada salsa... Los vinos no se quedan atrás y alrededor de los platos... cursan arroyos de vino de manzanilla (algo dulce) y de vino de romero (algo cabezón)... todavía nos quedan por probar —en esta o en la otra mesa— el pollo sazonado con retoños de bambú, la ternera en leche de almendras y otras carniceras dulzuras que afrutan las legumbres, confitan las cebollas y curan con jugos aromáticos las viandas y las presas.

“A sus muchas virtudes, la mexicana añade la de ser una cocina limpia: no deja restos ni excesivos desperdicios por el solo hecho de que en ella el plato es el pan, es decir, la tortilla... los mexicanos, más modestos que los antiguos romanos, sólo nos comemos los platos pero eso nos basta para encontrar patria donde hay tortillas.” “La raigambre y la estirpe del invitado se adivinan ‘hasta en la forma de agarrar el taco’, aunque ya resultan menos claros los protocolos del huarache, el sope y la tostada; y es precisamente ahí, en el universo de las picadas y las pellizcadas, de las flautas y las tortas ahogadas donde el talento y la astucia del viandante y los consejos de los tratadistas en la materia se ponen a prueba.” “Nada tan invisible y subterráneo como las costumbres, nuestra otra metafísica. Cuchara y alimento, servilleta y vianda, relleno y plato, la tortilla sugiere en su pensamiento circular que para el cliente mexicano se da una consagración feliz, una alianza indudable entre los fines y los medios que hace del instrumento, indumento”.

Todavía nos falta una comida de jabalí en un restaurante frente al castillo de Chambord; memorable; el elogio de la siesta y de informar al menos que la segunda parte de este Grano de sal es un sabroso Cocinero práctico: recetario formado por un bisabuelo de Adolfo Castañón, en 1883, en San Gabriel.

Y para despedirnos de los libros de Adolfo Castañón me limito a mencionar al menos dos libros olvidados: El jardín de los eunucos (Paseos III) (coedición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y el Conaculta, 1998), de la que ya se mencionó que lleva al frente una dedicatoria cariñosa al bibliófilo don Jesús Castañón, padre de Adolfo, y ahora añado que el resto del volumen es de ensayos sobre temas editoriales, profesión del autor. Y el otro libro es uno pequeño pero lleno de inteligencia y de amor, dedicado al Fulgor de María Zambrano, la filósofa española (México, Ediciones Sin Nombre / Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002).

II. El discurso del nuevo académico

Antiguo devoto de la personalidad y la obra de Alfonso Reyes, tema del libro que le dedicó y que es uno de los dos o tres mejores sobre nuestro maestro, Adolfo Castañón le dedica también su discurso inaugural en la Academia Mexicana de la Lengua, al cual puso por título el siguiente:

Trazos para una bibliografía comentada de Alfonso Reyes, con especial atención a su postergada antología mexicana: En busca del alma nacional,

y está dedicado a nuestro querido ausente, Gabriel Zaid.

Por su bibliografía nos enteramos de que la UNAM lo ha contratado para realizar y concluir la antología magna de Alfonso Reyes, tema de su discurso, cuya segunda parte, de acuerdo con el protocolo de esta Academia, es un recuerdo de sus antecesores en la silla II. De la imponente nómina de sus antecesores, que menciona, sólo se ocupa, con amor, de los dos últimos que conoció: Francisco Monterde y Héctor Azar.

Adolfo Castañón, por el cúmulo de tus méritos y por tu amor a las letras, seas bienvenido como miembro de número en la silla II a la Academia Mexicana de la Lengua. Que sea uno de tus hogares.

 


[1] El texto francés dice: “ny faire des enfants”.

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