Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 06 de mayo de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

 

Amanecer

 

¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve

la cara a la pared?

¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye?

¿Se echa uno a correr, como el que tiene

las ropas incendiadas, para alcanzar el fin?

          ¿Cuál es el rito de esta ceremonia?

¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?

¿Quién aparta el espejo sin empañar?

Porque a esta hora ya no hay madre y deudos.

          Ya no hay sollozo, Nada, más que un silencio atroz.

          Todos son una faz atenta, incrédula

de hombre de la otra orilla.

           Porque lo que sucede no es verdad.

Rosario Castellanos

Poesía no eres tú. Obra poética: 1948-1971

FCE, México, 1972

Martes

No es nada, es un suspiro,

Pero nunca sació nadie esa nada

Ni nadie supo nunca de qué alta roca nace.

          Ni puedes tú saberlo, tú que eres

Nuestro afán, nuestro amor,

Nuestra angustia de hombres;

Palabra que creamos

En horas de dolor solitario.

          Un suspiro no es nada,

Como tampoco es nada

El viento entre los chopos,

La bruma sobre el mar

O ese impulso que guía

Un cuerpo hacia otro cuerpo.

          Nada mi fe, mi llama,

Ni este vivir oscuro que la lleva;

Su latido o su ardor

No son sino un suspiro,

Aire triste o risueño

Con el viento que escapa.

          Sombra, si tú lo sabes, dime;

Deja el hondo fluir

Libre sobre su margen invisible,

Acuérdate del hombre que suspira

Antes de que la luz vele su muerte,

Vuelto él también latir de aire,

Suspiro entre tus manos poderosas.

Luis Cernuda

La realidad y el deseo 1924-1962

FCE, México, 1964

Miércoles

Estábamos en eso de salvarnos, estábamos

amargos y oscuros

sobre el caballo del tiempo.

          Tú no me veías,

debí saberlo. Tú no me veías

zozobrando.

          Una tarde sembré un brazo de siempreviva

porque estábamos en eso de salvarnos

y yo pensaba en los retoños

con apasionada inocencia,

mientras el mar, su cadera turbulenta,

nos arrojaba entre médanos de niebla.

          Era el cielo tendido entre los mares,

el grito acallado en la garganta

con hirvientes alfileres,

          pero estábamos en eso de salvarnos,

porque pensaba “qué hermoso sería

salvarse entre dos manos”.

          Porque estábamos en eso de salvarnos,

caminé tras de otros pasos

con la voz atenazada por la asfixia,

una urgencia de metales y campanas,

mientras las llamas devoraban

la maleza que crecía entre nosotros.

          Porque estábamos en eso de salvarnos,

quise entregarme a la delicia del ensueño

en una habitación donde la sangre

y su ramo carnal

pudieran cerrarme los ojos,

          porque estaba en eso

de caminar sobre la cuerda,

y era nada más salvarse,

para no poner

el pie sobre el vacío, poner

el pie sobre la cuerda.

          Fue por eso,

porque la muerte tenía

la blancura toda para ella,

          que anduve de cima en cima

desterrada,

y los frutos todos

amargaban mi lengua;

          porque estábamos heridos y solos

en esa desventura, en esa

tierra donde los hombres

se conocen a sí mismos,

          mientras los otros, envilecidos como hienas

y voraces aves de rapiña,

nos miraban persiguiendo

estrellas en un pozo:

          la perra que viste vestirse de cisne,

la muda nutria desangrada,

          y porque sabía ya de esa sombra,

de su hondura casi agua, casi cielo,

          porque había que cerrar los ojos,

no ver hacia delante,

          porque adelante estaba ya la tierra,

          porque en su negro rumor,

entre sus brazos,

vi nacer un manantial,

toqué sus aguas,

          y la tierra tenía sabor a pan,

a fruto,

          porque vi, cayendo, todo el amor

desbordado y cierto

una noche sin palabras.

María Rivera (1971)

Vientos del siglo. Poetas mexicanos 1950-1982

Margarito Cuéllar, Mario Meléndez,

Luis Jorge Boone y Mijail Lamas

UNAM / UANL, México, 2012

Jueves

De “Notas sobre poesía”

Prólogo

 

El poeta tiene ideas acerca de la poesía en las que manifiesta la relación que existe entre él, como inteligencia, y la misteriosa substancia que elabora. Estas ideas –hasta donde he podido observar– son tan precisas, cada una en su aislamiento, como las que se forma el artesano sobre la calidad de sus materiales o la eficiencia de sus herramientas; pero, faltas de articulación y de método, no sería posible ensartarlas en un cuerpo de doctrina sino, nada más, ofrecerlas en estado de naturaleza, como impresiones personales que no alcanzar a penetrar en el enigma de la poesía, aunque sí, cuando menos, proporcionan una imagen de la personalidad del poeta.

El poeta no puede, sin ceder su puesto al filósofo, aplicar todo el rigor del pensamiento al análisis de la poesía. Él simplemente la conoce y la ama. Sabe dónde está y de dónde se ha ausentado. En un como andar a ciegas, la persigue. La reconoce en cada una de sus fugaces apariciones y la captura por fin, a veces, en una red de palabras luminosas, exactas, palpitantes.

La poesía no es diferente, en esencia, a un juego de a escondidas en que el poeta la descubre y la denuncia, y entre ella y él, como en amor, todo lo que existe es la alegría de este juego.

José Gorostiza (1901-1973)

Cauces de la poesía mexicana, y otros textos

UNAM / Universidad de Colima, México, 1988

Viernes

 

Adán

 

En el sigilo gris de una mañana fría

cotidianas angustias lamen mis manos

mientras el viento se estrella en los cristales.

¿Dónde te irás ahora,

golondrina del este?

¿Qué lugares lejanos abrasarán tu estirpe,

piel de cordero,

sonrisa hoja-de-hielo?

Sin embargo, me queda el recuerdo,

caballero

del muro invisible que nunca derribaste;

la prendida certeza de tu dolor austero,

tu secreta intención de anonadarme

en el incendio azul y doloroso

de tus largas miradas y silencio.

Dolores Guadarrama (1958)

Quinteto para un pretérito

Con otros autores: José Luis Domínguez,

Andrés Espinosa Becerra, Juan Marcelino

Ruiz y Raúl Manríquez

Instituto Chihuahuense de Cultura,

Chihuahua, 2000

Sábado

Salmo de los negros

 

El repiqueteo de tambores

como cielos rasgados

anuncia la fiesta

en los bohíos rumorosos

que huelen a noche

y a rastrojo.

La noche se llena

de lenguas de fuego

en la penumbra

y los negros sueltan

la madeja de sus pasos,

el hilo de cáñamo

que se enreda

en sus encallecidos

pies descalzos.

Alguien fabrica

un timbal con la luna.

Viajero,

si escucha en el cielo

un gran estruendo,

si escucha el resonar

de la lluvia en los tejados,

algún niño negro

podría estar bailando.

Ah, estos niños

que antes de caminar

ya bailan

tras la cadera de tambor

de sus hermanas.

Viajero,

si llega a un poblado negro

y siente en mitad de la noche

a la tierra galopando,

no es que tiemblen

las calles,

no es que cruce el tren

arrastrando su cola

la aldea miserable.

Es el baile que empieza.

 

Juan Manuel Roca (1946)

Temporada de estatuas y Biblia de pobres

Editorial Praxis, México, 2015

Domingo

Calle de Amsterdam

Mis pasos en esta calle

resuenan

               en otra calle.

Octavio Paz, “Aquí”

 

Camino por la calle de Amsterdam

y no sé si estoy en un sueño

o si se trata de la prosa indistinta de los días

–y llego tarde a ver a mis amigos.

Pero, ¿cuáles amigos? Yo no tengo amigos.

Quizás es una pesadilla que se introdujo

en la realidad. Veo fluir sobre mi cabeza

una bocanada de aire negro –es el smog

que en estos días alcanza una densidad

sin precedentes. A mi lado alguien grita,

se oye un disparo, un niño cae de una bicicleta

y sangra, dos automóviles que chocan

producen un ruido enloquecedor que dura

una fracción de segundo. La locura queda ahí,

el miedo permanece, el asombro teñido de angustia

dura y se endurece. ¿Qué importa si es un sueño,

una pesadilla dentro de la realidad

o la realidad misma, con sus erizamientos,

miserias, embrutecimientos y dolores?

Yo no tengo amigos. ¿Tengo amigos?

¿He tenido o tendré amigos alguna vez?

No me importa dónde los encuentre,

con tal de que no llegue tarde a verlos, aquí,

en este sueño o pesadilla, o allá, en este aquí

que puede ser la realidad de la calle de Amsterdam,

en una Ciudad Irreal o en la Dimensión Desconocida.

David Huerta (1949)

La música de lo que pasa

Conaculta, México, 1977

 


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