Señor José Luis Martínez, director de esta Academia,
estimados miembros académicos,
señoras y señores:
Considero un gran honor y motivo de honda satisfacción haber sido invitado a formar parte de esta prestigiada Academia Mexicana. Doy las gracias a los académicos que propusieron mi candidatura: don José Luis Martínez, don Manuel Alcalá, don Tarcisio Herrera Zapién y don Alí Chumacero. Este inesperado honor y distinción ha sido ciertamente el coronamiento de mis largos años de historiador y de haber estado dedicado a la docencia.
La silla que me han asignado es la número xiv. Este sitial ha sido ocupado por distinguidas personalidades. El último académico que lo honró con su presencia y actuación fue el padre Manuel Ponce Zavala. Su discurso de ingreso a esta Academia versó sobre La elocuencia sagrada en México. A los inicios de su discurso hace referencia al personaje de quien trataré hoy:Fray Diego Valadés y su Rhetorica Christiana.
Sobre la personalidad y méritos literarios y artísticos del padre Manuel Ponce, el doctor Tarcisio Herrera Zapién nos ha proporcionado abundantes datos, de los cuales mencionaré algunos. “Era un inspirado y elevado poeta el padre Manuel Ponce, preconizado monseñor a mediados de 1992, un año antes de morir”. El escritor y pintor español José Moreno Villa denominaba al padre Ponce: “el mejor poeta de acá del Atlántico”.
Como pariente lejano del genial compositor nacionalista Manuel M. Ponce, también era buen pianista. Creemos que la mayor realización del padre Ponce fue el Simposio Internacional de Arte Sacro, que organizó en la ciudad de México durante febrero de 1992. Acudieron especialistas en arte sacro de América y Europa. Participaron conferenciantes eclesiásticos y arquitectos célebres que disertaron sobre la actualidad y el futuro del arte religioso en el mundo. La solemne sesión de inauguración se efectuó en la sala Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología.
Nosotros ahora, también en solemne sesión, volveremos nuestro pensamiento a un misionero franciscano, fray Diego Valadés, que enalteció a México desde los albores de nuestra nacionalidad dando a conocer en el Viejo Mundo uno de los primeros frutos literarios del nuevo continente.
La Rhetorica Christiana de fray Diego Valadés, O. F. M., fue publicada en Perugia, Italia, el año 1579. A pesar de que han transcurrido cuatro siglos desde su aparición, el tiempo no ha sepultado en el olvido a su autor y a su original obra. Antes por el contrario, Valadés y su Retóricaal volver de los años han llegado a adquirir una proyección cultural y proporciones insospechadas. Valadés y su obra han sido apreciados en su justo valor y así han llegado a ocupar un destacado lugar en el panorama de la cultura mexicana, dentro y fuera de nuestra patria.
Las páginas de la Retórica cristiana encierran un elocuente y valioso mensaje humanista de México a la Europa renacentista del siglo xvi en los albores de nuestra nacionalidad mexicana. Ese mensaje mexicanista permanece vivo en sus páginas. Ellas revelan indiscutiblemente las dimensiones culturales de su autor y descubren sus profundas raíces mexicanas, renacentistas y cristianas.
Mis primeros conocimientos sobre fray Diego Valadés y su obra tuvieron lugar hace muchos años, cuando yo me iniciaba en los trabajos históricos en el año 1938. Entonces fue cuando el padre Mariano Cuevas, S.J., miembro de esta Academia Mexicana, me proporcionó un magnífico ejemplar latino de la Rhetorica Christiana, editado, como decíamos, en Perugia en 1579. Entonces me sugirió el padre Cuevas que tradujese al castellano todas aquellas páginas que tratasen sobre México. Me indicó además que investigara acerca de la vida y persona de fray Diego Valadés.
Al leer y estudiar esa obra quedé gratamente impresionado por el contenido de ese original libro. La Retórica cristiana, escrita en latín por su autor, había sido leída y apreciada por los conocedores de esa lengua, pero para la mayoría de los lectores aficionados a la historia de México y su cultura, había sido un huerto cerrado, pues el desconocimiento del idioma latino se presentaba como una barrera infranqueable para analizar debidamente esa obra y apreciarla en su justo valor.
Este obstáculo se pudo superar gracias al interés y entusiasmo que mostró nuestro actual director de la Academia Mexicana, don José Luis Martínez, cuando él estaba al frente del Fondo de Cultura Económica. Él insistió en que se llevara a cabo la traducción completa en castellano de la Retórica cristiana, para que la publicase la editorial a su cargo, en colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de México.
Un equipo de traductores conocedores del latín, encabezados por el catedrático de launam doctor Tarcisio Herrera, actual miembro de esta Academia Mexicana, realizó el meritorio trabajo de la traducción castellana de la Retórica cristiana. Las páginas que yo había traducido anteriormente, y que fueran publicadas en mi estudio doctoral sobre fray Diego Valadés, quedaron también incorporadas a esa traducción en el lugar correspondiente.
Doy a conocer, a continuación, los datos biográficos más relevantes de la vida de fray Diego Valadés. Nació en Tlaxcala el año de 1533. Su madre, a lo que parece, fue una india tlaxcalteca. Su padre fue el conquistador Diego Valadés, que vino en la expedición de Pánfilo de Narváez. Después de la derrota de éste, Diego Valadés se incorporó a las filas de Hernán Cortés y participó en el sitio y toma de Tenochtitlan en 1521. El capitán Diego Valadés quedó establecido como vecino en la ciudad de México, donde ocupó cargos públicos como alguacil y mayordomo. Se le otorgó también una encomienda en Tenampulco, en la provincia de Tlaxcala. En abril de 1544, el emperador Carlos V, por real cédula, le reconoció sus servicios y principales hechos de armas y le concedió un escudo heráldico, que perpetuase su memoria. Por el año 1574 aún vivía en la ciudad de México y declaraba tener más de 80 años.
Fray Agustín de Betancourt, O. F. M., cronista franciscano, afirma en varios lugares de sus obras históricas, escritas a mediados del siglo xvii, que fray Diego declaraba oficialmente el 16 de septiembre de 1566 que tenía 33 años de edad, por lo cual se deduce que nació en 1533. Su origen mestizo y los datos relacionados con los primeros años de su vida hasta su adolescencia han quedado envueltos en el misterio, como lo dejé consignado ampliamente en mi estudio biográfico sobre fray Diego Valadés, publicado en 1963.
Por otra parte, el mismo Valadés, en su Retórica, además del extraordinario amor y simpatía que manifiesta tener a los indígenas, deja entrever en algunos pasajes ciertos indicios muy significativos que arrojan alguna luz sobre su persona, pero sin disipar plenamente las sombras que cubren sus orígenes. Las circunstancias y el ambiente que imperaban entonces en la Nueva España y en Europa no eran propicias para recibir con benevolencia y simpatía una confesión explícita sobre su origen mestizo.
Escuchemos lo que nos dice, en ese sentido, fray Diego en alguno de esos párrafos de suRetórica:
Por lo cual me sentí movido a traer a cuento lo verdadero y lo dudoso sobre lo que se refiere a los indios; y esto ha sido examinado y visto por mí mismo, pues he morado entre ellos (loado sea Dios) treinta años más o menos, y me dediqué durante más de veintidós años a predicarles y confesarlos en sus tres idiomas: mexicano, tarasco y otomí, y no me dejo llevar imprudentemente por afecto alguno, sino que me guía únicamente el deseo de que se conozca la verdad.
Y en otro lugar afirma:
Y no quisiera que esto lo tomasen como movido solamente del afecto y de la benevolencia por haber sido criado casi desde mi niñez en esa tierra, pues ésa es también la opinión unánime de varones muy autorizados que han visto las costumbres de muchos hombres y sus ciudades.
Si las frases anteriores vienen a ser casi una confesión más o menos velada de su origen novohispano, en otro lugar de su Retórica nos da a entender que nunca había estado en España y en Europa antes de haber dejado México en 1571; pues hasta entonces pudo darse cuenta de las solemnidades religiosas en las catedrales europeas, las cuales compara con las organizadas entre las nuevas cristiandades indígenas de México.
De tal manera —escribe Valadés— que ninguna de las iglesias catedrales de España la iguala por su magnificencia, como lo afirman varones fidedignos que han estado en una y otra parte, y como yo mismo me pude dar cuenta después de haber visto las ceremonias de los europeos.
La trayectoria de fray Diego Valadés, durante una de las etapas más decisivas de su vida, estuvo vinculada en forma definitiva a la obra apostólica y cultural de fray Pedro de Gante. Desde su temprana edad, Diego fue discípulo de Gante en la escuela que éste había fundado y regenteaba en el convento de San Francisco de México. En esa escuela aprendió Valadés el arte de la pintura y el dibujo, en lo que llegó él mismo a ser maestro en ese plantel. A fray Pedro de Gante y a fray Diego Valadés se les considera ser los fundadores de la primera escuela de pintura en México y en América.
Diego Valadés parece haber vivido al lado de Gante, por lo menos unos 10 años, o sea desde 1543 hasta 1553. Ese contacto de 10 años influyó benéficamente en el espíritu y desarrollo personal del joven religioso. Éste supo ganarse a tal grado la confianza de su maestro, que llegó a ser su secretario. Así, años después, al escribir fray Diego en Europa su Retórica cristiana, dejó asentado en sus páginas un claro testimonio de ello, como sincero homenaje a la memoria del que había sido su maestro y guía, y que lo había distinguido con su confianza.
En una de las ilustraciones más conocidas y famosas de la Retórica, fray Diego Valadés trata de representar gráficamente las actividades de la evangelización franciscana en México; allí aparece en lugar prominente fray Pedro de Gante, con la leyenda: “Fr. Pedro de Gante: aquí aprenden todas las cosas”. Más adelante al dar la explicación de ese grabado dice Valadés:
En ese lugar se representa a fray Pedro de Gante, varón de singular piedad y devoción, el cual les enseñaba todas las artes, pues ninguna le era desconocida. Era tan grande su modestia y moderación que, habiéndole sido ofrecido el arzobispado de México por el emperador Carlos V, de santa memoria, rehusó aceptarlo. De lo cual yo pude ciertamente ser testigo, puesto que yo mismo escribí en su nombre muchas cartas de respuesta, y vi las cartas del emperador, llenas de benevolencia y de afecto.
El emperador Carlos V, conocedor de las virtudes e influjo enorme de su pariente fray Pedro de Gante, habría pensado luego en él y le había escrito ofreciéndole la sede arzobispal de México. Esta carta ha de haber llegado a manos de fray Pedro de Gante hacia fines de 1548 o en el curso de 1549. Como nos dice la historia, fray Pedro declinó humildemente tan alta dignidad eclesiástica. Así lo comunicó a su deudo el emperador por medio de varias cartas que le dictó al joven Diego Valadés. Esa serie de cartas entre Gante y el emperador se estuvieron cruzando durante el periodo sede vacante de la arquidiócesis de México, del 3 de junio de 1548 al 4 de septiembre de 1551.
El joven Diego ha de haber ingresado al noviciado de la Provincia Franciscana del Santo Evangelio, que tenían estos religiosos en el convento de San Francisco de México, por los años 1548 o 1549. Hizo sus estudios de humanidades clásicas y filosófico-teológicos en las escuelas franciscanas de México, que se encontraban tanto en el convento de San Francisco como en Santiago Tlatelolco.
Además de fray Pedro de Gante, tuvo Valadés otros insignes maestros, como fray Francisco de Bustamante, fray Juan de Gaona y, sobre todo, fray Juan Focher, doctor en derecho por la Universidad de París, con el cual estuvo especialmente relacionado. De la escuela de Tlatelolco surgieron también notables estudiantes indígenas: Pablo Nazareo, Juan Badiano, Antonio Valeriano y otros. Esos indígenas, a los pocos años de haberse fundado ese Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, llegaron a dominar las humanidades grecolatinas mejor que muchos europeos.
Fray Diego Valadés probablemente recibió la ordenación sacerdotal alrededor de 1555, después de haber cumplido 22 años de edad. Pero antes de su investidura sacerdotal, ya habían precedido varios años de labor apostólica con los indígenas, pues antes de los 15 años se había iniciado en los trabajos catequísticos, y así, había sido excelente auxiliar de los misioneros franciscanos en la catequesis de los indios.
Parte de su preparación apostólica fue el aprendizaje de tres lenguas indígenas: náhuatl, otomí y tarasco, para trabajar entre los indígenas de las regiones donde se hablaban esas lenguas tan distintas entre sí. Conviene observar que el náhuatl, por su difusión en diversas partes del territorio de la Nueva España, llegó a ser la lengua auxiliar de los misioneros para la evangelización de otros muchos grupos indígenas, para los cuales era más fácil entender el náhuatl que el castellano. Así, con el náhuatl, fray Diego estaba capacitado para ejercer sus ministerios apostólicos en una extensa zona indígena.
Fray Diego trabajó con los otomíes, cuya lengua, como vimos antes, conocía. En 1569 se encontraba de párroco en Tepeji del Río, y era a la vez guardián del convento establecido en esa población. Tepeji del Río estaba poblado por mexicanos y otomíes; estos indios solían estar en continuas pugnas unos contra otros. Los franciscanos trataban de reconciliar a ambos bandos y de reducirlos a vivir pacíficamente como cristianos. Tlaxcala, ciudad natal de fray Diego, fue también campo de su apostolado. Fue en un tiempo guardián del convento que allí tenían los franciscanos.
En la Retórica cristiana nos ha dejado fray Diego unas páginas de estilo pintoresco, impregnadas de ingenuidad, sobre atrevidas incursiones misioneras de los franciscanos por las regiones septentrionales de la Nueva España. Esas regiones abarcaban la parte norte de los actuales estados de Querétaro, Zacatecas y Durango. Constituían parte de lo que se llamaba provincia de Nueva Vizcaya. Estaba habitada por indios nómadas, semisalvajes y belicosos, de cultura tribal. En esas páginas se nos revela fray Diego en una importante y poco conocida etapa de su vida misionera. Allí nos informa que participó en el grupo de expediciones encabezadas por fray Pedro de Espinareda, alrededor de 1560.
Fray Diego Valadés, impresionado por lo que ha visto, trata de describir en la Retórica a los lectores europeos esas vastas y lejanas regiones de grandes contrastes por sus minas ricas en abundante plata, de zonas semidesérticas y de fértiles planicies donde puede florecer la agricultura y maravillosos huertos de árboles frutales.
A los indios errabundos y bárbaros de esas tribus del norte de México solían aplicarle el nombre genérico de chichimecas. Fray Diego Valadés afirma en su Retórica que él estuvo entre los primeros misioneros exploradores de la región que actualmente corresponde al estado de Durango, donde en junio de 1562 fundaron la Villa Nombre de Dios.
Sobre los trabajos y penalidades que tuvo que sobrellevar en la evangelización de esas tribus del norte, nos habla Valadés en el prólogo que escribió al principio del Itinerarium Catholicum de fray Juan Focher:
Estando trabajando en la conversión de los indios denominados chichimecas, viéndome atacado por ellos en cierta ocasión, logré apenas escapar con gran peligro de mi vida y de la de mis acompañantes, pero tuve que lamentar entonces la pérdida de todos mis libros, los cuales había ido reuniendo desde mi juventud, con grandes trabajos y desvelos.
Fray Diego Valadés, con seguridad, se ha de haber dedicado a la actividad docente en la Nueva España. En primer lugar, fue un diligente seguidor del método objetivo de enseñanza por el dibujo y la pintura, de la escuela de fray Pedro de Gante. Sobre su actuación en otras disciplinas, es de creerse que enseñaba en las escuelas que tenían los franciscanos en la ciudad de México: en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco y en el colegio seminario de estudios superiores de filosofía y teología para los jóvenes religiosos que seguían la carrera eclesiástica en la Provincia del Santo Evangelio. Así, parece que como otros eminentes religiosos de su orden, Valadés, al volver de sus excursiones misioneras, se dedicaba a la enseñanza. Es digno de tenerse en cuenta que toda la esmerada formación humanística, filosófica y teológica que manifestaba poseer el autor de la Retórica cristiana, la adquirió en los centros docentes franciscanos de México.
El 16 de septiembre de 1566, fray Diego Valadés aparecía como uno de los testigos de descargo presentados por el marqués del Valle de Oaxaca con motivo de la llamada “conjuración del marqués del Valle”.
Hacia mediados de 1571 Valadés salió de México y se embarcó para España. Llegó a uno de los puertos del sur de la península ibérica, Sevilla o Palos, que marcaban el final de la travesía de la flota de Indias. Fray Diego traía encargo de entrevistarse con el superior general de los franciscanos. Tuvo que cruzar la península ibérica y se dirigió a París, donde se reunía el capítulo general de la orden ese año de 1571, en el cual había sido elegido superior general fray Cristóbal de Cheffontaine. Valadés tuvo entonces la oportunidad de conocer París. Su visita y permanencia en ese importante centro intelectual fueron en los últimos meses de 1571. Allí se entrevistó personalmente con el superior de los franciscanos y le comunicó las valiosas e importantes informaciones que traía desde México.
Resultado inmediato de esas conversaciones debió ser el viaje que emprendió a España para hablar con fray Jerónimo de Mendieta y con fray Miguel de Navarro, para lograr entrevistarse con el presidente del Consejo de Indias en Sevilla, don Juan de Ovando, y para arreglar en esa ciudad la publicación del Itinerarium Catholicum de fray Juan Focher, cuya impresión se terminó en 1574.
En mayo de 1575, fray Diego Valadés se encontraba en Roma asistiendo al capítulo general de su orden, y en el cual fue nombrado, por unanimidad de los congregados, procurador general de los franciscanos. Este cargo de procurador general era de gran importancia, pues a él competía la tramitación de todos los asuntos oficiales de su orden con la Santa Sede. Él debía formular las peticiones para obtener concesiones y privilegios y dar los pasos conducentes para alcanzarlos.
Fray Diego Valadés ha sido el único franciscano de México que ha ocupado tan distinguido e importante cargo. Según las normas establecidas, fray Diego debía desempeñar ese puesto durante cuatro años, o sea hasta 1579. Pero tuvo que abandonarlo inesperadamente a mediados de 1577, por presiones del rey de España Felipe II. Por órdenes del rey, su secretario Juan de Ledesma escribió el 10 de mayo de 1577 una carta al embajador español en Roma don Juan de Zúñiga, para que gestionase la destitución de fray Diego Valadés de su cargo, y su salida de la Ciudad Eterna. Consideraba que Valadés se había extralimitado en sus funciones pasando por alto las prerrogativas del Patronato Real.
Durante su permanencia en Roma, terminó Valadés la redacción de la Retórica cristiana, con sus láminas. Éstas las mostró y explicó personalmente al papa Gregorio XIII, a quien dedicó su obra. En Roma inició la impresión del libro, que se vio interrumpida por su inesperada salida. En esa ciudad logró que se imprimiera el texto de la Retórica hasta la página 204. En el año de 1579 fray Diego estaba en la ciudad italiana de Perusa. Allí se terminó la impresión de laRhetorica Christiana con el afamado impresor Pedro Jacobo Petrutio (Petruzzi).
La Retórica cristiana era portadora de un trascendental y original mensaje para el hombre europeo. Era el mensaje que años antes habían hecho resonar también Garcés, Vasco de Quiroga, Las Casas y otros. Pero en esta ocasión la voz que pregonaba ese mensaje no era la de un europeo trasplantado a América, sino la de un hombre nacido en América y trasplantado al corazón mismo de Europa, a la Roma eterna. Fray Diego Valadés había vivido y sentido en sí mismo el trascendente contenido de ese mensaje de México y de América. Su persona misma, su cultura humanista, su sensibilidad artística formaban parte viva del mensaje nuevo que le llegaba a Europa.
En su Retórica viene Valadés a reafirmar nuevamente la unidad de la especie humana. Una y otra vez proclama en sus páginas, con hechos incontrovertibles presenciados y vividos por él mismo, que el indígena de México es tan hombre como el europeo. Exalta las cualidades humanas de los indios y señala en ellos el notable talento de igualdad en lo ideológico, lo religioso y lo cultural. Así, afirma como testigo abonado que los indios han llegado a incorporarse plenamente al cristianismo y que muchos de ellos son tan buenos o mejores cristianos que muchos españoles. Al presentar los valores de la cultura indígena de México, se adelanta dos siglos a los escritores jesuitas mexicanos que a fines del siglo xviii, desterrados en Italia, proclamaban en sus escritos y cantaban en sus poemas las glorias de México y de sus antiguas culturas, como lo hicieron Clavijero, Landívar, Alegre, Cavo y otros. Valadés describe la arquitectura de los templos aztecas y la ornamentación de los mismos. Nos introduce hábilmente en las ingeniosas y complicadas danzas de los indios, que fueron admiradas por el mismo emperador Carlos V, cuando un grupo de indígenas ejecutaron esos bailes en su presencia. Hace grandes alabanzas del sentido artístico de los indios de México, pues éstos, con verdadera originalidad y maestría confeccionan maravillosas alfombras con flores de variados colores, representando diversas escenas, ya sea religiosas o profanas. Menciona también el original arte plumario, del cual se conservan hasta el presente ejemplos maravillosos. Con gran sentido humano y de aprecio a los indígenas cristianos, Valadés declara cómo éstos han puesto al servicio del culto al verdadero Dios sus talentos artísticos en diversos órdenes. Así, prorrumpe en grandes elogios de la extraordinaria pompa y solemnidad con que se celebran las ceremonias religiosas, que aun llegan a sobrepasar a las que tienen en Europa. Menciona asimismo los magníficos y bien concertados coros polifónicos, que con sus armoniosos cantos dan brillantez a esas ceremonias.
Fray Diego Valadés, maestro de pintura y dibujo en la escuela de México de fray Pedro de Gante, dotado de exquisita sensibilidad artística y de evidentes cualidades pictóricas, no puede menos de consignar su entusiasmo y admiración por las obras maestras de la Ciudad Eterna, y en especial por los murales que decoraban las estancias del Vaticano. Se refiere a esas obras geniales de la pintura renacentista, como fuente inequívoca de su inspiración artística, usando las siguientes palabras: “Pues ¿qué piensas que quieren significar aquellas admirables pinturas magistralmente ejecutadas en el augustísimo palacio del sumo pontífice en San Pedro, ubicado en esta egregia e insigne urbe romana?”.
Así, Valadés, al ilustrar su libro profusamente con 27 dibujos ejecutados por él mismo, paga tributo a las tendencias artísticas europeas de su época, pero influenciadas con un marcado sabor indígena. Pretende además, como lo dice desde las primeras páginas, aprovechar esas láminas para ayudar gráficamente y en forma objetiva a la sólida formación del orador sagrado. Fray Diego fue verdaderamente original en este aspecto, pues ningún otro libro de retórica en ese tiempo había introducido en sus páginas láminas ilustrativas, como lo hizo fray Diego.
De los 27 grabados que aparecen en la Retórica cristiana, 11 contienen motivos relacionados, de alguna manera, con los indígenas mexicanos. Así, Valadés utilizó esos grabados para transmitir en forma gráfica y objetiva su mensaje mexicanista a sus lectores europeos. Proporcionaré algunos ejemplos.
En el grabado undécimo nos da a conocer un alfabeto mnemotécnico que habían elaborado los misioneros franciscanos para enseñar las letras del alfabeto castellano a los indígenas de México.
La ilustración número 12 representa admirablemente el calendario prehispánico de los mexicanos y su correlación con el calendario juliano, que estaba entonces vigente en Europa. Este dibujo está hecho con maestría e ingenio. En las ruedas calendáricas mayores se pueden ver los jeroglíficos de los meses y el nombre de los mismos escrito en náhuatl. Muy probablemente ese calendario publicado por fray Diego Valadés fue uno de los primeros que aparecieron y se imprimieron en Europa.
La lámina 13 es una interesante y original descripción del mundo prehispánico, teniendo como centro a la ciudad de México en tiempo de los aztecas. Allí Valadés nos presenta diversos árboles y plantas propias de México, poniendo al pie de cada uno su nombre más o menos latinizado como: maguei, tuna, pinna, cacao, cocuzl, guaiaba, etcétera.
En el grabado 17 está plasmado el triunfo del cristianismo. Éste expresa una bella alegoría en forma de cruz. A la izquierda del grabado, una carabela ostenta en el centro una magna imagen de Cristo crucificado, simbolizando así la difusión del cristianismo en las tierras de ultramar. A la derecha, un misionero franciscano señala a la cruz mientras un indígena puesto de rodillas la adora reverente.
La lámina 18 representa la organización franciscana de la evangelización en México, y es una de las que mayor difusión ha tenido. Fray Diego Valadés en varios lugares de su Retóricaofrece la explicación de este dibujo siguiendo las letras del alfabeto que ahí aparecen. En esta ingeniosa representación gráfica se manifiesta el cuidado y seriedad con que procedían los misioneros en la evangelización de los indios. Una de las figuras sobresalientes en este grabado es fray Pedro de Gante, del cual ya hablamos anteriormente.
Como un complemento del anterior viene a ser el grabado 19: La enseñanza religiosa a los indígenas de México, por imágenes. El predicador franciscano desde el púlpito adoctrina a los indios que lo escuchan con atención. Se sirve de grandes láminas donde se han dibujado las imágenes que representan los diversos pasajes de la pasión de Cristo, para grabarles mejor sus enseñanzas.
Lámina 24: Dios creador, redentor y remunerador. Interesante composición pictórica en la que expone las etapas bíblicas de la creación del universo, desde los ángeles, el hombre y los diversos animales hasta los vegetales. Allí incluye Valadés animales netamente americanos, así como vegetales propios de México: maíz, plátano, nopal, piña y cacao.
En el grabado 25, Los indios ante el Calvario, fray Diego desarrolla una bella y conmovedora composición pictórica de la redención del género humano. En forma llena de originalidad, introduce a los indígenas de América en el drama de la redención. A la izquierda, un misionero franciscano señala a los indios la imagen del crucificado.
Los dos últimos grabados, 26 y 27, pueden llamarse: Fray Diego Valadés evangelizando a los chichimecas. Parece que en la lámina 26 quiso Valadés dejarnos su propio autorretrato en el joven misionero que evangeliza a los indios salvajes del norte de México. La escena está rodeada de agrestes montañas. Al misionero se le ve con un hábito remangado, con un amplio sombrero caído hacia atrás y con su cayado en la mano izquierda. Ostenta en el pecho una gran cruz y señala con su diestra a los indios bárbaros que se acercan deponiendo su fiereza.
El grabado 27 es secuencia del anterior. En él se nos presenta al misionero sentado en medio de los chichimecas semidesnudos, quienes, depuestos sus arcos y flechas, escuchan las enseñanzas del religioso.
Los grabados de fray Diego Valadés que ilustran su Retórica han sido realmente apreciados por sus lectores y por los conocedores del arte del dibujo y la pintura. Especialmente han llamado la atención aquellos que se refieren a México, a las costumbres de los indios y a las escenas de la evangelización en Nueva España. Así, varios autores han reproducido en sus obras algunos de esos grabados, y otros se han inspirado en ellos haciéndoles algunas modificaciones o han tratado de copiarlos.
La persona de fray Diego Valadés también ha servido de inspiración en las artes plásticas de nuestro tiempo. El artista contemporáneo Desiderio Hernández Xochitiotzin, originario de Tlaxcala como fray Diego, ha incluido la figura de Valadés, como personificación del humanismo novohispánico y como gloria auténtica de Tlaxcala, en el grandioso mural que representa una visión dinámica de la historia de México y de Tlaxcala en el palacio de gobierno de esta ciudad.
Después de haber recorrido las páginas de la Retórica cristiana y de haber contemplado, con verdadero deleite, los cuadros con que el autor ilustra su obra, comunicándole amenidad y atractivo, llegamos a la conclusión de que, en esas páginas escritas hace cuatro siglos, está aún vibrando el entusiasmo de su autor y el paternal afecto del misionero para con sus hijos espirituales. No era posible que Valadés ocultase los múltiples lazos espirituales que lo unían con los indígenas. Lejos de ellos, en Roma, el corazón de fray Diego estaba puesto en su querido México, y su mente, como era natural, aun al escribir sobre los preceptos de la retórica, tenía que volar inevitablemente a la que fuera su cuna. Las reminiscencias mexicanas de Valadés en suRetórica nos revelan, sin lugar a duda, la identificación de su autor con los elementos integrantes de la nacionalidad mexicana que se estaba gestando en la segunda mitad del siglo xvi.
i
Entra hoy a la Academia Mexicana un nuevo miembro de la Compañía de Jesús, a la cual han pertenecido los más gloriosos humanistas de nuestra historia: Alegre, Clavijero, Abad y Landívar. Es el padre Esteban Julio Palomera historiador y discípulo de otro prestigiado académico jesuita: don Mariano Cuevas.
Y mientras todavía hay quien imagina a un jesuita como alguien retraído, el padre Palomera es el prototipo del amigo sonriente. Y si alguien imagina a un jesuita como un señor que suele refugiarse en la sombra, el padre Palomera fue ocupando durante dos decenios una serie de cargos que lo elevaron hasta ser, de 1975 a 1976, vicepresidente de la Confederación Interamericana de Educación Católica (ciec).
Prolonga hoy don Esteban el tema que sustentó su predecesor en la silla XIV, el padre Manuel Ponce Zavala. Y antes de dialogar con el magnífico discurso del padre Palomera sobre fray Diego Valadés y su Retórica cristiana, recojamos algunas frases de don Manuel Ponce sobre el tema. Porque la elocuencia del padre Ponce era la del sabio que está rico en mensajes, pero también la del poeta que transforma esos mensajes en imágenes.
Dijo aquí monseñor Manuel Ponce el 14 de octubre de 1977, en su discurso inaugural, que fray Diego Valadés pensaba en todo el cargamento de ricas y olorosas especias del mundo clásico y del bíblico que traía consigo la retórica cristiana. “Pero, y eso es lo más importante, también pensaba en sus indios mexicanos”.
“Las verdades fundamentales de la fe sólo germinaban en aquella tierra virgen en virtud de la palabra elemental, y ésta, sólo ayudada de gestos, de carteles y de pinturas murales”.
Sigue don Manuel Ponce reflexionando que Valadés necesitaba simplificar su arsenal retórico que ostentosamente pensaba titular “Suma de las ciencias más excelsas”. Summa summarum scientiarum.
Y culmina el sacerdote poeta:
La solución se la daba el ejemplo de su padre San Francisco, el pobrecillo de Asís, humilde entre los humildes, quien no había empobrecido la elocuencia cristiana al predicar con las humildes palabras de la hermana agua, el hermano sol y las hermanas estrellas, y quien en una callejuela de Asís se había despojado de sus propias galas para enriquecer a un pordiosero.[1]
Al lado de estos párrafos, en la memoria poética de México quedan ciertos momentos inmarcesibles de la lira de Manuel Ponce, quien sí logró el ideal que Borges canta In memoriam A.R. (Alfonso Reyes):
En los trabajos lo asistió la humana
Esperanza y fue lumbre de su vida
dar con el verso que ya no se olvida
y renovar la prosa castellana.
Reyes se inmortalizó en la prosa y Ponce en versos como éstos. Al beato Sebastián de Aparicio lo proclama:
Príncipe de carreteros
y emperador del silbido.
Manuel Ponce cierra un soneto a la catedral de Morelia con la densidad polisémica de este dístico:
¡Y permaneces, contrapunto inmenso,
oh Jesucristo, bien ejecutado!
Y el soneto guadalupano de Ponce es también imperecedero:
Cambias de sitio, no de primavera,
pues a donde tú vayas, van las flores;
y por la misma casa donde mores
dará principio el sol a su carrera.
Cambias de sitio, no de adoradores,
que te saben amar a su manera
y al derretir sus almas como cera,
chisporrotean ensordecedores.
Ni nosotros cambiamos: adheridos
a tu cielo de astrales palideces,
te sonreímos dando de gemidos.
Y entretejiendo espinas a tus rosas,
te seguirán llevando nuestras preces
las mismas quejas de las mismas cosas.
Y cierro mi homenaje al más alto poeta sacro de nuestro siglo con su inolvidable Madrigal en la cruz:
Al infinito Amor
no duelen prendas, y por eso quiso
que un ladrón le robara el Paraíso.
Yo, triste pecador,
sé que en amor divino no hay mudanza
y en ser ladrón se funda mi esperanza.
Poemas como éste demuestran que don Manuel Ponce Zavala no morirá nunca. Ya lo presentía él en su Elegía vii:
Pero esta mi palabra que te expresa
y en diamantinos cercos te conquista,
no pasará, no soltará su presa.[2]
ii
Pues bien. La silla del ya inmortal poeta Manuel Ponce la ocupa desde hoy el destacado historiador don Esteban Julio Palomera Quiroz, figura señera de la Compañía de Jesús, quien posee una maestría en letras, otra en filosofía y otra en teología, además de la de historia, carrera en la cual obtuvo también el doctorado.
El padre Palomera posee una sólida producción historiográfica, que abarca volúmenes memorables.
El primero se titula La obra educativa de los jesuitas en Guadalajara (1586-1986), editado en dicho año cuadricentenario (o, más técnicamente, cuadringentésimo) por el Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana.
Tres años después, don Esteban edita un volumen paralelo: La obra educativa de los jesuitas en Tampico (1962-1987).
Y el padre Palomera está cerrando su monumental tríptico de la labor humanística y pedagógica ignaciana en nuestra patria, con el volumen La obra educativa de los jesuitas en Puebla (1578-1992).
Si tomamos en cuenta que la Compañía de Jesús llegó a nuestras tierras en el último cuarto del siglo xvi y siempre sostuvo un elevado nivel académico en sus colegios, comprenderemos que el historiador de la pedagogía jesuítica en importantes ciudades de la república, ha tenido que dedicar años y años de fatigas a cada volumen, y todo ello sin abandonar su magisterio universitario en cátedras de historia de la cultura, y de historia patria y universal.
A quien aquí habla le entusiasma saber que don Esteban, en sus múltiples travesías por las zonas arqueológicas mayas, ha tomado más de 2000 diapositivas que recorren desde Chichén Itzá hasta Palenque, y desde Bonampak hasta Tikal.
Y todavía nos regocija más el saber que el padre Palomera, durante 40 de sus 70 años de maestro, ha ocupado cargos como el de rector del Instituto Oriente, de Puebla; y como el de presidente de la Federación de Escuelas Particulares de dicho estado; y que ha llegado a ser vicepresidente y luego presidente de la Confederación Nacional de Escuelas Particulares, entre 1970 y 1980. Y, por esos mismos años, llegó al ya mencionado cargo de vicepresidente de la Confederación Interamericana de Educación Católica.
Son numerosos los congresos nacionales e internacionales a que ha asistido, y abundantes los países que han escuchado sus conferencias magistrales.
Pero ante el gran público cultural de México, el padre Palomera cuenta con otro mérito relevante. Es el de haber investigado largamente en torno al pensamiento y a la obra capital de fray Diego Valadés, la Retórica cristiana de la cual nos acaba de hablar con brillantez.
Referiré que el padre Palomera tradujo primero medio centenar de páginas de dicho volumen en que fray Diego exalta los valores humanos de los naturales. Con las crónicas mexicanas de la Retórica cristiana y con las investigaciones respectivas realizó sus tesis y exámenes profesionales de maestría y de doctorado en historia. Y de esas mismas investigaciones fueron gestándose los dos libros de don Esteban sobre Fray Diego Valadés, evangelizador humanista de la Nueva España. El primer tomo se subtitula: Su obra (Editorial Jus, 1962). Y el segundo lleva el subtítulo: El hombre y su época (Jus, 1963).
Un decenio después, el padre Palomera recibió un encargo de nuestro actual director, don José Luis Martínez, que entonces era director general del Fondo de Cultura Económica. Don José Luis le pedía traducir o hacer las 400 apretadas páginas de todo el volumen de la Retórica cristiana de Valadés, cuya versión sumaba 800 cuartillas.
Todos los humanistas jesuitas que consultó don Esteban declinaron emprender una tarea que podría ocupar decenios, si sólo se hacía en ratos libres. Pero por entonces el bien recordado historiador monseñor Sergio Méndez Arceo le refirió a nuestro recipiendario que el Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam cuenta con un Centro de Estudios Clásicos donde una docena de investigadores traducimos profesionalmente el latín.
Así que un buen día me telefoneó el padre Palomera para encomendarme la colosal tarea de traducir el 85% del volumen de la Retórica cristiana, redactado en un latín irregular, a veces clásico, a veces escolástico, pero a menudo oscuro. Un servidor aceptó traducir un tercio de la obra y buscar colaboradores para el resto. Tuvimos la suerte de encontrar disponible al doctor Julio Pimentel, traductor de no menos de ocho volúmenes de Cicerón. También conseguimos la colaboración del padre Alfonso Castro, quien sería después nuestro leal conmilitón en la defensa de Sor Juana.
Emprendimos los tres la ruda faena y, tras cinco años de fatigas, dejamos lista para la prensa la traducción del primer libro escrito por un mexicano que se publicó en Europa. Vio la luz de nuestro siglo en el Fondo de Cultura Económica, durante 1989.[3]
Ahora bien, respecto a este primer sistematizador de la enseñanza audiovisual en América que fue fray Diego Valadés, ¿es seguro que nació en la Nueva España, como sostenemos aquí; o habrá nacido en la vieja España, como varios sostienen allá?
Esta pregunta sobre la nacionalidad del inquieto predicador franciscano fue el tema de todo un simposio en Perusa, la italiana Perugia, en 1992. Allí, varios estudiosos europeos declaraban a Valadés como hispano, mientras que tres filólogos mexicanos lo reclamábamos casi seguramente nuestro.
Lo que más nos interesa aquí a ese respecto es que, cuando la señora Guadalupe Appendini publicó en Excélsior su extenso reportaje “Diego Valadés y la Retórica cristiana” con la documentación que le mostré a mi regreso de Italia, el observador licenciado René Cuéllar Bernal (de Ciudad Satélite) comentó en el benemérito Foro de Excélsior: “Para tan excelente tribuna (italiana) debió ser invitado el jesuita Esteban J. Palomera, desde hace más 30 años el principal biógrafo y panegirista (en el buen sentido de la palabra) de fray Diego Valadés” (7 de julio de 1992).
Ojalá así hubiera sido, porque en una de las sesiones, allá en Perugia, quien ahora habla se quedó solo defendiendo que Valadés era un mestizo nacido del conquistador Diego Valadés y de una india tlaxcalteca.
La principal objeción que se leyó en Perusa fue el hecho de que Vázquez Janeiro, en susScriptores ordinis (1651) anota a Valadés como hispanus. Además, el único franciscano presente, el padre Salvatore Zavarella, dijo que un cofrade español había ofrecido llevar al encuentro la prueba de que fray Diego Valadés era español.
Un servidor presidía la segunda sesión, en el propio monasterio de Monte Ripido, a donde Valadés huyó de Roma, perseguido por la gente de Felipe II, quien lo veía poco respetuoso hacia el Real Patronato español.
En esa sesión insistíamos, hablando en italiano, en que la habilidad con que fray Diego predicaba en tres lenguas indígenas (náhuatl, otomí y tarasco) era algo más que un indicio de que nuestro fraile tenía sangre india, pues dominaba esas tres lenguas tan complejas y lejanas entre sí.
Otro congresista mexicano nos objetó que varios misioneros españoles hablaban fluidamente diversas lenguas indígenas. Pero —curiosa circunstancia— el mexicano que nos objetaba, ante italianos y en la propia Italia, ¡no decía una sola palabra en esa lengua hermana de la nuestra que es el italiano! (Allora le lingue straniere non sono mica facili). Ya se ve que, probablemente, una de las lenguas indígenas que hablaba Valadés era la materna.
Otro mexicano argüía que, con respecto a la Nueva España, Valadés se denominabaalumnus (nutrido) y no filius (hijo).[4]
El colmo fue el de otro coterráneo que sostuvo que Valadés era español porque apoyaba la esclavitud. De inmediato, Zavarella se levantó mostrando una revista del medio milenio, que tenía en la portada a un franciscano de burdo sayal defendiendo con abrazo paternal a un indio desvalido. Es el célebre mural de Clemente Orozco que vemos aquí a tres cuadras en San Ildefonso.
No cabe duda. Si en ese simposio de Perugia hubiera estado el padre Palomera, que hoy nos reúne, habría repetido lo que escribió al prologar la Retórica cristiana: que fray Diego dejó “envuelto en el misterio su origen mestizo” porque “el origen indio materno del niño habría sido posteriormente un obstáculo para ser admitido a la orden franciscana” (pp. viii-ix).
Allí mismo señala don Esteban que Valadés sólo conoció España a los 38 años, cuando fue enviado allá al capítulo general de su orden en 1571, año en que conoció las grandes solemnidades religiosas peninsulares. Respecto a ellas comenta: “Como yo me pude dar cuenta después de haber visto las ceremonias de los europeos”.[5] Y la prueba principal que aporta el padre Palomera es que fray Agustín de Betancourt, O. F. M., afirma que fray Diego Valadés era natural de Tlaxcala.[6]
Ahora bien, el adjetivo natural tiene en el drae el sentido de “nativo, originario de un lugar”. Y sólo se aplica a quien no es de una tierra, si posee vasallos en ella. Inclusive, se adjudica el adjetivo natural a quien es hijo tanto de padre como de madre indígena. Para acepciones diacrónicas es insustituible nuestro Diccionario de la Real Academia.
Además, cuando se publicaron las memorias del simposio sobre fray Diego, tituladas Un francescano tra gli indios,[7] la doctora Gaia Rosetti escribe allí de “el franciscano tlaxcalteca” y de “el humanista novohispano de origen mestizo”.
La propia Biblioteca Augusta de Perusa califica la Retórica cristiana de 1579, como “primera edición de una obra de autor americano”.
Bueno, ¿y el religioso que iba a llevar la prueba irrebatible del hispanismo de Valadés a Perusa? Nunca llegó al simposio de 1992, probablemente porque nunca encontró la prueba que buscaba.
Bien ha escrito el padre Palomera que el pintor tlaxcalteca contemporáneo Desiderio Hernández Xochitiotzin retrata a fray Diego Valadés en un mural del palacio de gobierno en Tlaxcala, llevando en la mano su Retórica cristiana, con el añadido de “primer libro de un novohispano editado en Europa”.
Allí, el pintor colocó exactamente detrás de fray Diego a un indio con un alto penacho que da la impresión de estar adornando la cabeza tonsurada del fraile. Este recurso plástico con que Xochitiotzin subraya la mexicanidad de Valadés, habría hecho sonreír a dicho misionero.
Con razón ha dedicado don Esteban Palomera tantos años al estudio de fray Diego Valadés. Es el prototipo de todos los que, como el propio don Esteban, han dedicado su vida a proteger al débil y a enseñar al indocto.
El padre Palomera nos reveló hace 20 años la existencia de Diego Valadés, cuando nos invitó a traducirlo del latín, explicándonos que fue un gran benefactor de nuestra patria y un modelo de educadores. Así es como ha vivido don Esteban, invitando a cuantos lo rodean a amar la fe y la bondad, y despejando toda clase de leyendas negras con la limpia luz de la verdad.
Ésta es la clase de académicos que necesitamos.
Padre Esteban Palomera: que su profundo saber y su benévola sonrisa iluminen esta Academia Mexicana.
Sea usted bienvenido a esta su casa.
[1] Manuel Ponce, La elocuencia sagrada en México, Academia Mexicana, 1977, pp. 24-25.
[2] Toda su lírica está en el libro que editó la Universidad Nacional Autónoma de México en 1988: Manuel Ponce. Poesía 1940-1984.
[3] Fray Diego Valadés, Retórica cristiana, introd.: E. Palomera, trad.: T. Herrera, J. Pimentel y A. Castro, fce-unam, México, 1989.
[4] Véase Retórica cristiana, parte iv, cap. xix, p. 200.
[5] Ver Retórica cristiana, parte iv, cap. xxv, p. 226.
[6] Fray Agustín de Betancourt, Teatro mexicano, tomo iii, cuarta parte: Menologio franciscano, México, 1871, p. 450 (hacia 1650).
[7] Un francescano tra gli indios. Diego Valadés e la Rhetorica Christiana, Atti del Convegno di Perugia, mayo de 1992, Il cerchio iniziative editoriali, Rímini, 1995.
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