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que necesitaban: grasa para encerar calzado, de preferencia la Crema (llamad
del Oso. Cuando volví, después de muchos trabajos –porque no es fácil regr
sar conscientemente al lugar de nuestros sueños–, la plaza subterránea esta
inundada. De la ciudad en agonía, no quedaban ni siquiera las ruinas, sólo u
conjunto de inmóviles lagos.
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Se describe la existencia de una ciudad debajo de otra y cómo los habitant
de la ciudad subterránea dependen para su subsistencia del consumo de l
grasa. Así pues, esta ciudad –Amberes– se encuentra, ante los ojos del c
razón y de la memoria, en el ombligo de mi identidad, en ese punto dond
lo externo y lo interno se encuentran y funden.
La ciudad de Amberes me abrió sus brazos de una manera definitiva
través de la amistad con el rector Jean Van Houtte, nacido en la ciudad d
Gante, hijo primogénito de un arquitecto renombrado y luego educad
por los jesuitas, de cuya universidad llegaría a ser el primer rector no jesu
ta. Sociólogo de la religión e historiador del derecho, Jean Van Houtte s
casó con Cécile Rodenbach, descendiente del novelista autor de
Brujas, l
ciudad de las aguas muertas
, una novela que marcó a mi padre don Jesú
quien, para seguir machacando coincidencias, tuvo durante muchos añ
su despacho en el número 15 de la calle de Gante, llamada así en honor d
fray Pedro, uno de los hijos más nobles de su ciudad (el otro es Carlos V
Hace años escribí un poema en homenaje a este fraile, clave para la eva
gelización mexicana:
Las tres historias de un nombre
Una taciturna calle mexicana,
un fraile políglota,
una ciudad de Flandes fincada entre dos ríos.
Una palabra tres veces real: Gante.
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Adolfo Castañón, “La cruzada de los perros”, en
La batalla perdurable. A veces prosa
, Conacul
/ El Equilibrista, México, 1996.