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eulalio ferrer
manejar hombres”. Entre quienes han cantado al mar no se puede olvidar
al filósofo galo Michel Serres, que lo define “como un sueño de la ciencia
y una ciencia de los sueños”. Obviamente, en el resumen de su análisis,
se refiere al reconocimiento desde los precursores del tema en un sentido
general y, de una manera más concreta, a los autores que han contribuido
o animado esta transformación literaria, convocada por Julio Verne, el bien
llamado
Príncipe de los sueños.
De Flammarion a Darwin; de Conan Doyle
a Wells; de George Orwell a Ray Bradbury…
Justo es que se mantenga viva la memoria de Julio Verne, anclada en la de
millones de seres humanos que lo leímos y lo gozamos, no sólo en la le­tra
impresa, sino en el cine y el teatro, en sus adaptaciones infatigables como
entretenimiento y enseñanza, desde los primeros años de la adolescencia
hasta los de la madurez. Ningún otro cautivó tanto y tan intensamente
nuestra imaginación. Por algo sería el autor más leído de su tiempo. Una
Sociedad Julio Verne se preocupa hoy de preservar el buen nombre literario
del recordado escritor para que se respeten los títulos originales de sus no­
velas liberándolos, a la vez, de remiendos, lagunas y supercherías.
Este inventor de viajes extraordinarios, de anticipos de logros científicos
y tecnológicos que muchos años después serían realidad, algunos con pun­
tualidades sorprendentes, despierta de nuevo nuestra atención, la recupera
con cierta nostalgia del tiempo vivido evocando aquella biblioteca pública
de Santander, vecina de la que heredó a su tierra don Marcelino Menéndez
Pelayo, donde los niños y compañeros de escuela hacíamos fila para leer las
novelas de Julio Verne, título tras título disponible, cotejo ávido de hazañas
que nos deslumbraban y comentábamos con entusiasmo y fijación compe­
titiva. Desfile de nombres de personajes que serían nuestros héroes admira­
dos y que aprenderíamos fácilmente al hilo de sus distintas aventuras. Julio
Verne no sólo tuvo genio para inventarlas; igualmente para escribirlas, de
modo que su lenguaje fuese accesible a chicos y grandes, dejando en ellos
una huella perdurable.
Del mes de febrero se ha dicho por astrólogos y especies similares que es
el mes de los seres imaginativos y sensibles. El día 8 de febrero de 1828 na­
ció Julio Verne en un Nantes todavía próspero, ciudad francesa de navieros
y comerciantes, antigua capital de la Bretaña gala en el siglo x. Es el primer