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tiende. Porque ¿cómo podía leer en el propio original […] que no lo había traducido fielmente su
intérprete? Ni ¿qué tiene que ver esto con la queja […]?” (II, p. 979 n.).
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No estoy de acuerdo con la idea expuesta por mi amigo Avalle Arce, de que el Narrador de
Quijote
es “infidente”
, unreliable
(cf. ahora
Las novelas y sus narradores
, Alcalá, Centro de Estudios
Cervantinos, 2006). A mi ver, lo es sólo en muy contadas ocasiones, como cuando, al final de la
obra (II, 74, pp. 1218-1219) afirma: “porque verdaderamente, como alguna vez se ha dicho [no se
ha dicho], en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno a secas [y no lo “fue” sino desde
un ratito antes], y en tanto que fue don Quijote de la Mancha, fue siempre de apacible condición y
de agradable trato”, cosa que tampoco corresponde a los hechos. Véase a este propósito mi “¿Alonso
Quijano?”,
Del Siglo de Oro español
, México, El Colegio de México, 2007.
margit frenk
Estas osadías de la voz narrativa se dan sobre todo en la Segunda Parte
del
Quijote
. Pero casi todos sus juegos, sus bromas, sus transformaciones,
sus apariciones en primera persona, se dan por igual en las dos partes. Este
narrador, único y múltiple del
Quijote
, omnisciente y no (o casi no) omnis­
ciente, identificado y no identificado con sus personajes, cercano a ellos y
a la vez distante; este narrador que finge ser objetivo, pero que continua­
mente se proyecta y se entromete en su relato;
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este narrador, grave y tam­
bién juguetón y graciosísimo, es sin duda una de las grandes creaciones
cervantinas.