La AML, ni obsoleta ni anacrónica, vital como la lengua: entrevista a Gonzalo Celorio

Domingo, 10 de Marzo de 2019

Siempre!

Por Jacquelin Ramos y Javier Vieyra

El nombre de Gonzalo Celorio es hoy sinónimo de una consolidada trayectoria académica, profesional y literaria. Originario de Ciudad de México, nació el 25 de marzo de 1948 y decidió dedicar su vida a los libros. Con estudios de posgrado en la UNAM, el autor de El viaje sedentario (1994) puede, desde todos los ángulos, definirse como un hombre institucional, comprometido con los valores de los entidades que ha encabezado: desde la Facultad de Filosofía y Letras de la máxima casa de estudios y su Coordinación de Difusión Cultural hasta la dirección de Literatura del INBA y el Fondo de Cultura Económica. Dentro de su obra personal convergen los géneros de la crónica, la narrativa y el ensayo, distinguiéndose los ya entrañables títulos de Amor propio (1991), El metal y la escoria (2014) y México, ciudad de papel (1997); por ello, las distinciones para laurear su magistral prosa no se han hecho esperar, y destacan el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el Premio Nacional de Novela IMPAC/Conarte/ITESM y el Premio Mazatlán de Literatura.

A todo lo anterior debe sumarse que Gonzalo Celorio es, desde 1995, miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, organismo que en sesión plenaria del 14 de febrero de 2019 lo eligió como su nuevo director. Así, pasa a formar parte de la notable línea de personajes que han dirigido este baluarte de cultura mexicana, sucediendo a figuras de la talla de Joaquín García Icazbalceta, Federico Gamboa y Alfonso Reyes. En una conversación exclusiva con Siempre!, Celorio compartió la emoción que le representa esta designación.

“Me siento muy orgulloso y contento, aunque un poco aterrado también. Orgulloso porque es una institución a la que amo y que está integrada por un elenco de 34 académicos verdaderamente notables y distinguidos, procedentes de áreas distintas: hay escritores, filólogos, abogados, científicos, antropólogos, arqueólogos, en fin, es un repertorio plural pero todos ellos tienen en común el hecho de que aman la lengua española, la conocen y además son ricos exponentes de la expresión verbal. Todos escriben en sus diferentes disciplinas, y tienen un gran talento discursivo, hay muchos historiadores, pero también predomina gente dedicada a la filología, a la gramática, a la lingüística”.

Referente indiscutible de la cultura nacional

Al darse a conocer la noticia de que el maestro Celorio dirigiría la Academia Mexicana de la Lengua, la comunidad intelectual mexicana reaccionó con una gran algarabía que, vale decir, no es gratuita, pues durante años pocas personas se han encontrado tan ligados a esta institución cuya sede se ubica en la colonia Florida, en Ciudad de México.

“Hoy por hoy soy, ¿quien lo diría?, el sexto miembro más antiguo de una institución que es muy noble y prestigiosa, y encabezarla me produce una inmensa alegría, pero también siento terror debido a que la Academia tiene que ser protegida en términos gubernamentales; en buena medida dependemos del erario y esperemos que la sociedad a través del gobierno realmente pueda seguir apoyando las labores tan importantes, y no siempre suficientemente valoradas, que llevamos a cabo. La Academia presta realmente un gran servicio público: cada vez que alguien consulta el diccionario, de alguna manera está rindiéndole tributo al trabajo que la Academia ha venido haciendo desde hace tres siglos, igualmente si consulta la gramática o la ortografía”.

Y es que la Academia Mexicana de la Lengua se ha consolidado como un referente indiscutible de la cultura nacional desde que inició sus sesiones en 1875, primero correspondiente de la Real Academia Española, fundada hacia 1713, para después desprenderse de su condición filial hacia 1951, cuando se celebró en México el primer congreso que reunió todas las Academias entonces establecidas en 19 países hispanohablantes. En dicha cumbre, se determinó que debía articularse una asociación de Academias de la Lengua Española, por lo cual estas instituciones dejaron de ser dependencias de la Real Academia Española y pasaron a establecer una relación fraternal, reconociéndola como una hermana mayor, la primera entre todas las demás, sin dejar de lado su propia autonomía.

“El mayor número de hispanohablantes evidentemente está en América y no en Europa, no en España. Y en México, en particular, la demografía nos proporciona un número muy significativo de hispanohablantes: uno de cada cuatro hablantes de español es mexicano, de forma tal que tenemos un peso muy significativo. Curiosamente, al congreso de 1951, por razones políticas, no vinieron los representantes de la Real Academia Española, porque la dictadura franquista impidió que acudieran sus emisarios, debido a que México mantuvo relaciones diplomáticas con la República en el exilio y Francisco Franco dispuso que se rompiera este vínculo como condición para permitir la presencia de los académicos españoles en nuestro país, esto no sucedió y entonces el surgimiento de la asociación de Academias, puede decirse, tuvo una mayor significación de autonomía porque se creó con independencia de España. No obstante, la Real Academia Española encabeza en nuestros días la asociación de Academias de la Lengua Española que actualmente son 23. Tenemos presencia en cuatro continentes: en Europa por España, en América por los países hispanoamericanos y por Estados Unidos, también en Asia por Filipinas y en África por Guinea Ecuatorial".

"La Academia no está al margen de la sociedad, vive en la sociedad y se nutre de lo que la sociedad dice, a eso nos dedicamos, a decir cómo dice la sociedad. No creo que haya una institución más vinculada con la sociedad mexicana".

La lengua, un organismo vivo

Desmintiendo la percepción popular de la Academia Mexicana de la Lengua como un organismo anacrónico e inflexible, Gonzalo Celorio explica su fascinante funcionamiento y su importancia para nuestro idioma.

“La Academia generalmente ha sido vista como si todavía estuviéramos en el siglo XVIII: como una institución normativa, perceptiva y purista. En un principio efectivamente era así; cuando se estableció en los albores del siglo XVIII la Real Academia Española respondía al espíritu propio de la Ilustración francesa, tenía un afán enciclopedista, preceptivo y normativo donde no solamente se describía la lengua española, sino que se establecía cuál era la manera ejemplar de hablarla. Para esto se utilizaba el diccionario, no en vano el primer diccionario se llamo Diccionario de Autoridades, pues señalaba con buen juicio cómo habían usado tal o cual palabra, tal o cual escritor. Abundan entonces en él los ejemplos de escritores del Siglo de Oro español, donde se dice: esta palabra así la usó Tirso de Molina, Góngora, Quevedo, etcétera”.

Pero con el tiempo, asegura Celorio, las circunstancias han cambiado, pues la Academia no tiene necesariamente por principio este carácter perceptivo, la Academia más bien tiene una función descriptiva: “la lengua es un organismo vivo, cambiante, que se modifica cotidianamente. Lo que hacen las academias es registrar cómo está funcionando esa lengua; entonces su papel es dar constancia continua, permanente, sistemática, de la modalidad vigente, actual, de la expresión lingüística en los países donde se ubican”.

La Academia, añadió, contribuye a muchas de las obras descriptivas del español que se usa en México, pero también contribuye a las obras panhispánicas, es decir a las obras que tienen validez general en el español general; por ejemplo, México participa en la elaboración del Diccionario de la lengua española que publica la Real Académica, específicamente en la elaboración de la Nueva gramática de la lengua española, también en la Ortografía, pero además tiene muchos estudios propios del español mexicano. Prueba de ello es el gran Diccionario de Mexicanismos, en donde damos cuenta de cuáles son las palabras y las voces que representan la manera de utilizar el español en nuestro país y en donde podemos hablar de normas populares y de formas de uso habituales.

“Las labores que hace la Academia Mexicana para la descripción de nuestra lengua son ciertamente muy importantes y no sólo son trascendentes en términos estrictamente lingüísticos, también en términos culturales; estoy convencido de que la lengua es el patrimonio cultural más importante de nuestro país”.

El creador de Ensayo de contraconquista (2001) explica que, dentro de sus planes al frente de la entidad, se tiene contemplado el seguir desarrollando los proyectos editoriales que se produjeron en la anterior administración, pues son trabajos de largo plazo y que contienen obras de enorme valor, como la colección Clásicos de la Lengua Española que está integrada por 111 títulos que son estudiados y anotados con el más alto nivel por alguno de los miembros de la Academia, reconociendo así que El Cid o el Quijote igualmente forman parte de la cultura y el acervo literario nacional.

Nos hace falta una gran historia de la literatura mexicana

De manera paralela, se ha creado una serie de obras de raigambre mexicano que ya ha dado fructíferos resultados, como sacar a la luz una edición de El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán con anotaciones y estudio critico de Susana Quintanilla, o la Visión de México (2017), un compendio de textos de Alfonso Reyes seleccionados y anotados por Adolfo Castañón que fue publicado en dos bellos volúmenes. De la misma manera, se tiene ya en puerta la publicación de la entrañable novela naturalista Santa, de Federico Gamboa, que será analizada por Vicente Quirarte, y la culminación de un proyecto de Felipe Garrido, uno de los más notables promotores de la lectura en nuestro país, que pretende hacer llegar textos de infinito valor literario a estudiantes de nivel medio superior, sin mencionar una ambiciosa empresa que pretende formar el rompecabezas de nuestras letras a lo largo de los siglos.

“Tengo la idea de hacer una gran historia de la literatura mexicana, debido a que aún no contamos con una, quizá porque todavía nos faltan algunos estudios monográficos sobre todo de las épocas menos estudiadas, como el Virreinato e incluso de la época prehispánica, la más desconocida porque no es fácil tener acceso a la fuentes directas. Esta obra ya la inició el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, y yo he hablado con el coordinador de Humanidades porque creo que la Academia podría de alguna forma participar en la elaboración de una gran historia de la literatura mexicana. Nos hace mucha falta, pues las que tenemos son incompletas, son parciales, son antiguas y no tienen el conocimiento moderno y actualizado de una historia tan rica en sus expresiones literarias y que es muy conveniente consignar, registrar y poner a disposición de los estudiosos de nuestras letras mexicanas“.

Fortalecer la competencia lingüística de estudiantes

Así pues, Gonzalo Celorio confía en que, para impulsar todo este horizonte, la Academia cuente con el apoyo y la sensibilidad del gobierno federal en aras de continuar con su invaluable labor.

“En términos formales somos una asociación civil, pero tenemos una dependencia muy alta, casi en su totalidad, del erario. Así que, aunque estemos constituidos como tal y tengamos una autonomía de gestión, evidentemente necesitamos de este respaldo para cumplir con nuestras funciones. Pero es que además tenemos mucho que ofrecer y lo ha ofrecido también la Academia en sexenios anteriores.; en especial en el anterior, donde pudimos hacer una revisión importante de los libros de texto gratuitos, elaboramos un diccionario escolar que sirve para todos los estudiantes de los últimos años de primaria y secundaria, tenemos una página que esta abierta a las consultas de la población y tenemos un Diccionario de mexicanismos. El servicio que la Academia puede brindar puede ser realmente de gran utilidad sobre todo en el ámbito de la educación pública. Hay que reconocer que en México existe un déficit en la enseñanza y el conocimiento de la lengua española; debemos fortalecer e estimular la competencia lingüística de nuestros estudiantes, que tengan una mayor capacidad expresiva, comunicativa y cognoscitiva porque no es posible conocer sin la lengua: la lengua no es sólo un instrumento de comunicación o de expresión, la lengua es un instrumento cognoscitivo, conocemos a través del lenguaje, el lenguaje es una retícula que nos permite aprehender el mundo”.

Finalmente, el director de la Academia Mexicana de la Lengua ratifica su compromiso con la institución haciendo frente a la serie de críticas que en los últimos tiempos se han volcado sobre organismos culturales de su naturaleza, y que los descalifican denostando su carácter y conformación, llamándolos elitistas, anticuados, disfuncionales o sin ningún apego al grueso de la población.

“Creo que es importante no modificar el espíritu de la Academia, no traicionarlo, ni tampoco su orden jurídico. Es primordial que se conozca su trabajo y que se valore por dos motivos: en primer lugar, habría que eliminar la connotación negativa o peyorativa del término “elitista”, evidentemente que la Academia hace obras de altísima calidad, estas ediciones de obras mexicanas anotadas tan rigurosamente son piezas que pueden implicar el trabajo de una década para tener un producto acabado muy importante que es parte de nuestro patrimonio cultural y eso es lo que se ofrece evidentemente a los estudiosos y a los usuarios de la educación superior, pero eso es lo que va permeando, si no hay un conocimiento en la educación superior es muy difícil que eso vaya llegando hacia los niveles inferiores. En segundo lugar, creo que la Academia debería ser vista más por lo que es que por lo que la gente piensa que es; la gente sigue pensando en la Academia como un cónclave de ancianitos que nos dedicamos a desempolvar palabras cuando la Academia está tan viva como la lengua que estudia, cómo va a ser la Academia obsoleta o anacrónica, cuando su objeto de estudio es el organismo vivo más capaz de transformarse continuamente. Sí hacemos obras de importancia, pero también hacemos obras que tienen que ver con la expresión más popular y con el registro de las formas en que nuestro país se expresa, de forma tal que yo no comparto que la Academia deba necesariamente debilitar su espíritu riguroso. En México una falta lingüística es socialmente muy castigada, somos un país que responde con muy buen juicio a esas deficiencias, a esas limitaciones y también las censura; México es un país muy gustoso de la forma, del ceremonial verbal, con una gran cortesía, una gran cantidad de formas de tratamiento, de gran sofisticación y una gran tradición poética, tanto la poesía culta como la poesía popular. La Academia no está al margen de la sociedad, vive en la sociedad y se nutre de lo que la sociedad dice, es más, a eso nos dedicamos, a decir cómo dice la sociedad. No creo que haya una institución más vinculada con la sociedad mexicana, porque no creo que haya una expresión social mas significativa, más sintomática que la expresión oral, la expresión verbal”.


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