"Fred Vargas", por Elmer Mendoza en El Universal

Jueves, 02 de Agosto de 2012
"Fred Vargas", por Elmer Mendoza en El Universal
Foto: Academia Mexicana de la Lengua

Leer historias protagonizadas por Jean-Baptiste Adamsberg, el comisario francés de la policía parisina, es emotivo, divertido y de reposada ilustración. Es una estética que funciona y permite múltiples juegos inteligentes; así lo demuestra y disfruta Fred Vargas en El ejército furioso, novela traducida por Anne-Hélene Suárez Girard, y publicada por Siruela en 2011, en España, en su serie policiaca.

Fred Vargas, nacida en París en 1957, es una de las novelistas más leídas en el mundo, sobre todo por el perfil tan particular de su comisario que soluciona sus casos de la manera más inesperada pero completamente explicable. No es que la autora se saque cosas de la manga, no, cada punto que funcionará como justificación aparece como elemento perturbador, pero lo presenta tan normal que es posible pasar numerosos indicios por alto. Es la razón por la que, atrapados en la lectura, sospechamos mal por dónde va el asunto, incluso sabiendo que el culpable siempre forma parte del universo de las víctimas, pero, ¿cómo considerar buena una novela policiaca que no permite la especulación? Seguro será una obra que vale más bien poco.

Vargas siembra claves, falsas pistas, claroscuros, con suma frecuencia. Amplía sus enigmas de tal suerte que resulta completamente natural que se vayan resolviendo o enriqueciendo sin que la historia que queremos leer avance, pero no importa, porque seguimos fascinados por los desatinos del comisario, por su humanismo, por la brigada tan diferente que dirige, donde hay un intelectual alcohólico, un poeta de rimas, una teniente fuera de serie por su fortaleza y capacidad de deducción, un narcoléptico y otros policías con perfiles igual de especiales. Es lo que se llama un grupo natural.

En El ejército furioso, Adamsberg resuelve el caso de una anciana asfixiada con pan molido administrado por su esposo, un experto en crucigramas que luego organiza torneos en prisión; se enfrenta con el poder económico francés al intentar descubrir cómo los hijos de un poderoso industrial lo queman dentro de un Mercedes del año; desde luego, aparece la leyenda de El ejército furioso en el pueblo normando de Ordebec, que significa que habrá muertos con armas medievales. Es allí donde se desarrolla la novela que tiene una notable carga histórica, territorio del que Fred Vargas sabe demasiado puesto que es historiadora. También es una observadora contumaz de los franceses; entonces, cuando describe a los normandos como un pueblo donde la gente habla poco y hace sólo preguntas sesgadas, y nos dice que los montañeses de los Pirineos, tierra de Adamsberg, son tercos y de cerebros pacientes, seguro sabe de lo que habla. Me recordó a D’Artagnan, el cuarto mosquetero, que era Gascón y muy obstinado.

En la novela policiaca contemporánea, la vida íntima de los detectives juega un papel importante. Aquí estará presente Zerk, un hijo del comisario de 27 años que acaba de conocer, que vive con él y lo involucra en uno de los casos. Además del infalible Lucio, un viejo español refugiado de la guerra civil, que le gusta la cerveza y orinar sobre el mismo árbol y que es los ojos del comisario. El barrio es un mundo y tiene esa vida propia que lo hace único. Jean-Baptiste es un detective muy perceptivo que es fiel a los indicios y deja que el instinto le proponga caminos y el ritmo de la investigación. Nada científico. En esta novela deja que Lucio le dé la clave final; le cuenta que en la guerra le volaron un brazo en el que tenía comezón; después no fue el brazo lo que extrañó sino la comezón que a pesar de los años no se le quita.

Tampoco desdeña los principios fundamentales del oficio, “los intersticios casi inmóviles de una investigación” que marcan la trayectoria, como: “una buena visión de conjunto”, “las sensaciones eran hechos, elementos materiales que tenían tanto valor como un análisis de laboratorio”, la “precisión extrema para lo referente a las imágenes”. Un detective que considera lo que tiene ante sus ojos y los movimientos más sutiles de las personas que ocupan el campo que escudriña y que por lo mismo son parte del misterio. Vargas es una escritora que narra con gran maestría. Cada paso que propone es un posible enredo, pero también un instrumento a través del cual los lectores podemos seguir las reflexiones, acciones y tropezones de los involucrados. Los personajes que están para ser queridos, como Leo, no ocultan sus sonrisas, a pesar de ese tremendo Ejército furioso cuyo origen se remonta al siglo XI y cada tanto pone a Ordebec en revolución. Aunque no es una novela de suspense, la autora no lo desestima como recurso y le da su lugar; les encantará Lina, aunque no les diré por qué.

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