Página 12
Por Lautaro Ortiz
Semanas atrás, Noé Jitrik analizaba en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA, que preside desde 1990, la idea de organizar un concurso o premio en homenaje al crítico y ensayista Pedro Henríquez Ureña, puesto que la biblioteca de ese centro de investigaciones lleva el nombre del intelectual dominicano. Al regresar a su casa, el poeta, crítico y narrador argentino de 91 años se entera por mail que había sido postulado al V Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña (Academia Mexicana de la Lengua). Días más tarde recibiría la grata noticia. El jurado le otorgaba por unanimidad el prestigioso galardón que distingue a escritores en lengua española que sobresalen en el género.
Según los catedráticos Jaime Labastida, Adolfo Castañón, Ascensión Hernández Triviño, Aurelio González y Jesús Silva-Herzog Márquez, el premio fue otorgado en reconocimiento a su “trayectoria de vida dedicada a la escritura, a la crítica y a la cultura hispanomericana” y por sus textos críticos sobre Sarmiento, Echeverría, Martí, Darío, Lugones, Quiroga, Arlt, Borges, y Rulfo, entre otros, que “se complementan con una búsqueda y definición de los mecanismos de la escritura y de la lectura en y desde Hispanoamérica”. En una mesa del café Thibon de la calle Montevideo, Jitrik se ríe de la anécdota.
–Azar o coincidencia, sin duda algo lo une a usted al dominicano…
–Claro. Su figura y su obra no me son para nada ajenas, por varias razones. Siempre me pareció que había algo inquietante en sus textos, una búsqueda, y la suya fue a través de la literatura y de la identidad latinoamericana. Otro elemento que me liga a él, por simpatía y por afinidad, es que fue un exiliado en la Argentina.
–¿Qué otros recuerdos despertó el anuncio del premio?
–Recordé, por ejemplo, que cierto aspecto de la tarea de Henríquez Ureña me inició en la literatura. Cuando yo era un adolescente en mi familia no había un solo libro, y un día uno de mis hermanos compró una oferta de la editorial Losada. Eran cien volúmenes de la llamada Biblioteca Contemporánea, básicamente de literatura española. Me los regaló con el mueblecito correspondiente, y ahí empecé a leer, esa biblioteca la había pensado Ureña. Es decir, este reconocimiento me trajo un fondo imaginario, una atmosfera especial, muy cálida para mí. Durante mi exilio en México me encontré con él en varias lecturas, por ejemplo, a través de las memorias de José Vasconcelos. No se olvide que Henríquez Ureña fue el maestro de un grupo de intelectuales de primer orden como el mismo Vasconcelos o Alfonso Reyes, y terminó en la Argentina, donde murió penosamente viajando en tren hacia La Plata cuando ejercía como profesor de escuela secundaria. Una figura muy entrañable. En realidad este premio es un merecido homenaje a su obra, porque él gravitó en el pensamiento mexicano de una manera muy fuerte. Incluso Reyes, cuando vino al país, lo reconoció como un maestro, y eso que Reyes era considerado por Borges el mejor prosista de América. ¿Qué puedo decirle? Estuve muy ligado a México, allí publiqué, di clases, pero al volver a la Argentina y al irme alejando, hacía tiempo que tenía la sensación que ése era un capítulo cerrado en mi vida. Y este premio me lo reabre. En verdad, le digo, tengo una doble impresión: por un lado la de seguir ligado a esa experiencia extraordinaria, y por otro, que es como una despedida.
Para leer la entrevista completa: https://www.pagina12.com.ar/148690-hay-textos-que-estan-en-una-vigilia-permanente
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