El pasado 1 de octubre, Miguel León-Portilla, decano de la Academia Mexicana de la Lengua, comenzó nuevamente el ciclo que se consuma con la muerte: el renacer. Al enterarse de esta triste noticia, Patrick Johansson, discípulo y amigo de Miguel León-Portilla, canceló un viaje que tenía en puerta: “No podía irme; fue él quien decidió mi suerte. A Miguel le debo mi destino, no solamente lo que sé del mundo prehispánico y la pasión que tengo hacia México”.
Patrick viajó a nuestro país para conocer más del mundo indígena, pero fue en el Seminario de Cultura Náhuatl del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuando se contagió de mexicanidad: “En el Seminario, Miguel nos enseñaba, contagiaba su pasión y toda su sabiduría; y gracias a todas sus enseñanzas decidí hacer mi doctorado sobre literatura náhuatl prehispánica”. De esto hace ya 40 años.
“Cuando Miguel estuvo como embajador de México ante la Unesco, yo hice mi examen de doctorado en París y aproveché la oportunidad para pedirle que fuera mi sinodal. En mi examen empecé a hablar náhuatl con él, y él ¡me contestó en náhuatl! Y en esa sala hermosa de La Sorbona, una sala del siglo XVII, donde estuvieron tantos filósofos e ilustres, era, seguramente, la primera vez que resonaba la lengua de Nezahualcóyotl. Miguel se regresó a México y yo con él; fui su asistente y me quedé enamorado de este país y nunca regresé a Francia”.
Patrick Johansson ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua en 2010 con el discurso “El español y el náhuatl. Encuentros, desencuentros y reencuentros”; y le correspondió a Miguel León-Portilla darle la bienvenida a esta corporación. “En las sesiones de la Academia, Miguel siempre intervenía, contradecía, pero eso sí, siempre afirmando lo que él pensaba y con mucho humor, y eso lo hacía un sabio muy agradable”.
Es verdad que la figura de Miguel León-Portilla deja un vacío, pero por fortuna su obra pervive. “Tengo el honor de haber heredado de Miguel, mi padre intelectual, el Seminario de Cultura Náhuatl; y ahí él siempre estará vivo porque todos los días lo recordaremos”. La pluma de quetzal ha pasado de una mano a otra, de otra a muchas más; de esta manera, podrán seguir floreciendo nuestros jardines y los cantos de nuestros corazones.
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