Elogio de Ignacio Bosque, en la entrega del Premio Alfonso Reyes 2012 por Jaime Labastida

Jueves, 14 de Marzo de 2013
Elogio de Ignacio Bosque, en la entrega del Premio Alfonso Reyes 2012 por Jaime Labastida
Foto: Academia Mexicana de la Lengu

Jaime Labastida

(El Colegio de Sinaloa

Academia Mexicana de la Lengua

Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos

Asociación Filosófica de México

Sociedad Alfonsina Internacional

Siglo XXI Editores)

Elogio de Ignacio Bosque

en la entrega del Premio

Alfonso Reyes 2012

Monterrey, Nuevo León,

13 de marzo de 2013

Estoy seguro de que don Alfonso Reyes celebraría, con verdadero júbilo, el hecho de que el premio que lleva su nombre se hubiera otorgado, en esta ocasión, a un lingüista, mejor dicho, a un gramático de la talla de Ignacio Bosque. Sabemos bien que, entre las labores multifacéticas de don Alfonso, se hallaba el trabajo filológico; tal vez, por encima de todo, su preocupación por la teoría literaria, de la que se ocupó en un texto ejemplar, El deslinde. Don Alfonso se afanó por desentrañar los aspectos estructurales de la lengua. Fundó, en el espacio de El Colegio de México, el Centro de Estudios Filológicos y trajo a nuestro país al lingüista Raimundo Lida a quien le encomendó la tarea de editar la Nueva Revista de Filología Hispánica.

Así, debo decir que Ignacio Bosque es, en el momento teórico actual, el claro heredero de la cinco veces centenaria tradición de la lingüística hispánica, esa gran tradición fundada por Elio Antonio de Nebrija en 1492 con su Gramática sobre la lengua castellana; continuada luego por Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua y a la que tantos aportes han hecho investigadores de la talla de Rufino José Cuervo, Ramón Menéndez Pidal, Dámaso Alonso o Rafael Lapesa, por citar unos cuantos. A esa nómina ilustre se incorpora hoy Ignacio Bosque.

Permítanme hacer una breve crónica de los tratados de gramática que han hecho la RAE y las academias de la lengua española. Es evidente que la Gramática sobre la lengua castellana fue hazaña personal, por la que Nebrija dotó, por vez primera, a una lengua moderna, la lengua española, de una gramática; era latinista y por esa causa aplicó al español la estructura de las gramáticas clásicas griegas y romanas. Subrayó, así, la necesidad de escribir como se habla y de hablar como se escribe. Sin embargo, advirtió que no siempre es posible adoptar esa regla lógica y que es necesario en ocasiones respetar el uso, la estética y las raíces etimológicas.

Al fundarse la Real Academia Española, pronto hará tres siglos, ésta se dio a la doble tarea de recoger el léxico de nuestra lengua en un diccionario, por un lado, y en dotar al idioma de una gramática, por otro. Haré caso omiso de los primeros intentos en tal sentido, para decir que en 1920 se editó la gramática que respondía a las normas que la corporación exigía de sí misma. Esa gramática, con enmiendas y novedades que la modernizaron, se reeditó en 1931. Diccionario y Gramática las hacía la RAE ante sí y por sí. Subrayo dos hechos: 1º, la Gramática de la lengua española del año 1931 fue obra de una institución, la RAE; 2º, la ortografía formaba en ella su cuarta y última parte. Después de ser fundada la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española), con la activa participación de México, hubo necesidad de actualizar y de poner al día esa gramática vetusta. Se le encomendó el trabajo a Emilio Alarcos; fue el caso, empero, que la gramática de Alarcos fue hecha con una concepción propia y personal; la RAE acordó, así, que se publicaría con ese carácter. Desde el año 1931, ni la RAE ni la ASALE contaron con gramática oficial que rigiera en todo el orbe de la lengua española. Hubo varios intentos por dotar a nuestra lengua de una gramática, pero, una vez y otra, esos intentos fracasaron.

En 1999, Ignacio Bosque publicó, con Violeta Demonte, una obra colectiva de dimensiones colosales. Su título: Gramática descriptiva de la lengua española; la forman tres gruesos volúmenes que suman 5 mil 200 páginas. Los textos reunidos allí poseen carácter teórico. Sin demérito del resto (hay extraordinarios ensayos de Salvador Martínez Ordóñez o de Carlos Pelegrín Otero, por ejemplo), destacan los ensayos de Ignacio Bosque (junto con su sabia y tenaz labor de organizador). Sin duda, tal fue la razón por la que la RAE y la ASALE le pidieron a Ignacio Bosque que elaborara la ponencia, magistral sin duda, sobre la que trabajaron las comisiones interacadémicas que finalmente dotarían a nuestro idioma de una obra mayúscula, la Nueva gramática de la lengua española, editada en el año de 2009.

Permítanme destacar un hecho. Mientras que la Gramática de 1931 aparece, desde su título, como una obra colectiva que no reconoce trabajo de autor; en tanto que la Gramática de 1994 es la obra personal de Alarcos, la Nueva Gramática de la lengua española es, a la vez, tarea colectiva y tarea de autor. Por un lado, es fruto de la ponencia magistral de Ignacio Bosque (de su tesón, de su alto nivel profesional); pero, por otro, es el largo trabajo de todas y cada una de las academias de la lengua española, que se organizaron en grupos de trabajo y dieron todo su esfuerzo para culminar, tras diez años de labor, en la gramática que es timbre de orgullo no sólo para las 22 academias de la lengua española, sino para la lengua común, la lengua que, al atravesar el Atlántico, dejó de ser el dialecto de dos reinos de la península, Castilla y Aragón, para hacerse la lengua universal que hablamos hoy, este español que une a quinientos millones de hablantes entre sí y con el mundo entero.

Por esa razón, en la Nueva Gramática se le concede crédito a todos y cada uno de los participantes (por México y Centroamérica, el lingüista José G. Moreno de Alba asumió la responsabilidad de coordinar y revisar la ponencia de Bosque y de incorporar las observaciones de esta zona lingüística). Ahora bien, la Gramática de Nebrija se inicia con la ortografía, la única parte de la gramática que posee un carácter normativo. La Gramática de 1920 y 1931, como dije, invierte ese orden y le otorga a la ortografía la cuarta y última de sus secciones. En la actual, en cambio, la ortografía ocupa un volumen por separado y su redacción se atribuye, como así fue, a las comisiones interacadémicas (Salvador Martínez Ordóñez la coordinó).

Un gramático trabaja sobre la materia prima que le ofrece la lengua como institución a la vez sincrónica y diacrónica. El gramático entra en el edificio entero del idioma e intenta determinar, siguiendo los meandros producidos no sabemos si por el vago azar o las precisas leyes la diacronía con la que se levanta su estructura (su sistema sincrónico). Poetas y narradores le dan esplendor a la lengua española; filólogos, lingüistas y gramáticos la limpian y la fijan. Los trabajos de unos y otros son necesarios. Bosque es, me urge decirlo, un teórico moderno. Mostraré un solo aspecto de su trabajo: en el ensayo sobre “El nombre común”, Bosque se aparta de la tradición (gramatical y filosófica) que establece una diferencia básica entre el sustantivo y el adjetivo. Esa diferencia, de orden gramatical, arranca sin embargo de la metafísica aristotélica que opone la esencia y el accidente. En esa fórmula, los accidentes inhieren en la sustancia, pero sin modificarla. Hegel postuló, al revés, que la apariencia es el modo en que se expresa la esencia. Bosque hace un análisis de orden gramatical estricto y muestra los matices por los cuales los adjetivos se vuelven sustantivos; la frontera incierta entre el sustantivo abstracto y el concreto; en suma, sostiene que en la lengua nada está fijo, que hay modificadores de grado y de cantidad; que los sustantivos, digámoslo así, nunca están quietos. ¿Por qué llega Bosque a estas tesis? Porque conoce la filosofía actual; porque usa el caudal teórico de la lingüística moderna; porque no se queda anclado en la metafísica tradicional, ya rancia; porque renueva la tradición y la hace vivir en el mundo de hoy.

¿Qué concluyo, tras esta breve crónica? Que el trabajo de Ignacio Bosque es heredero de los esfuerzos de los lingüistas y los gramáticos que se han ocupado de nuestra lengua a lo largo de cinco siglos. Que su labor, hecha sin estruendo, no puede ni debe quedar al margen de la gratitud y los reconocimientos más altos que todos los hablantes de la lengua española podamos concederle. Muchas gracias.

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