"Alberto María Carreño", texto leído por Vicente Quirarte durante la sesión pública solemne en homenaje a los académicos Nemesio García Naranjo, Alberto María Carreño, Alfonso Teja Zabre, José Rojas Garcidueñas y José Bernardo Couto

Jueves, 02 de Agosto de 2012
"Alberto María Carreño", texto leído por Vicente Quirarte durante la sesión pública solemne en homenaje a los académicos Nemesio García Naranjo, Alberto María Carreño, Alfonso Teja Zabre, José Rojas Garcidueñas y José Bernardo Cou
Foto: Academia Mexicana de la Lengua

Alberto María Carreño

por Vicente Quirarte

En el panteón español de esta ciudad de México hace medio siglo que palpita el polvo enamorado de don Alberto María Carreño. El 6 de septiembre de 1962, además de esquelas dedicadas a su memoria por las numerosas y diversas corporaciones a las que honró con su trabajo, se sintetizan los rasgos de su aventura terrestre: “Secretario perpetuo de la Academia Mexicana, investigador y escritor infatigable, estudioso insaciable”. A la ceremonia acudieron el hoy también recordado don Nemesio García Naranjo, don Arturo Arnaiz y Freg, don Rafael Solana, don Manuel Carrera Stampa y don Antonio Silanes López, quien pronunció la oración fúnebre.

La vida de Alberto María Carreño había dado inicio en 1875 en Tacubaya, en plena restauración de la República y a un año de que Porfirio Díaz diera principio a su larga trayectoria al frente de los destinos de México. Carreño fue longevo y llegó al año 87 de su fecunda edad. Unos años más tarde, doña Consuelo Carreño mandó grabar en el sepulcro de su esposo la estrofa inicial del soneto de fray Miguel de Guevara “No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido / ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte”. La razón de esta cita obedece a una de las pasiones de Alberto María Carreño: su sed investigadora lo llevó a publicar un libro en que hace un minucioso análisis filológico del poema y demuestra los motivos por los que su aparecer se debe a la pluma de fray Miguel. La intención inicial del erudito había sido hacer la edición de un manuscrito propiedad de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística sobre el Arte Doctrinal para aprender la lengua Matlaltzinga, donde se halló con el poema más glosado de la lengua castellana, atribuido a San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús y San Ignacio de Loyola. Y una peculiaridad bibliográfica: la portada y las viñetas que abren cada uno de los capítulos fueron dibujadas por Alberto María Carreño. A su pasión por escribir libros unía otra: la de hacerlos. En 1921 adquirió los talleres de la Imprenta Victoria, donde formó e imprimió varias obras suyas, así como una rara edición de 36 ejemplares de los estatutos de la Academia Mexicana. En palabras de nuestro homenajeado, “la Imprenta Victoria se convirtió en la impresora de obras de carácter científico y literario; pero si muchos libros dieron satisfacción y agradó a quien la dirigía, ninguno podrá superar la segunda edición de la Crónica de la Orden de N.P, Sn. Agustín en las provincias de la Nueva España por fr. Juan de Grijalva, hecha siguiendo literalmente la ortografía de la primera edición de 1624.” Este fervor bibliófilo lo condujo a escribir una conferencia titulada ”La invención más valiosa del siglo XV”, con motivo del cuarto centenario de la Imprenta en México, en 1939. En su parte final, Carreño destaca la actuación de académicos que han sido, igualmente, impresores: don Francisco del Paso y Troncoso, don Joaquín García Icazbalceta, don Erasmo Castellanos Quinto y don Francisco Monterde. Con esa mención en la parte final de su trabajo, don Alberto María abre una veta digna de ser investigada con detalle, pues a los antes citados s deben obras importantes debido a su escaso tiro, su belleza tipográfica y la finura de sus componentes. Además de las obras de otros autores, en Ediciones Victoria aparecieron sendos volúmenes de los estudios económicos de Alberto María Carreño, así como de sus numerosos bosquejos biográficos. De igual forma, de sus prensas salió el libro ttulado Cuestiones filológicas, cuyo índice ilustra sus afanes por la lengua: 1. Filología y fonética. 2. Cubanismos y mexicanismos. 3. A propósito de un diccionario tecnológico. 4. Introducción al vocabulario de la lengua mame 5. ¿Cómo debe enseñarse la lengua nacional? 6. Minucias lingüísticas.

Cinco años después de la muerte del maestro Carreño, aparece el Diccionario de escritores mexicanos cuya ficha correspondiente a nuestro homenajeado resulta injusta, por escueta e incompleta. Hoy que recordamos el medio siglo de su partida, tenemos oportunidad de decir lo que merece quien da nombre a la biblioteca de nuestra corporación, lo invocamos al menos cada dos semanas en que se reúne el pleno de la Academia a la cual perteneció. Según consta en actas, cada quince días ingresan nuevos materiales a la Biblioteca “Alberto María Carreño”, uno de los grandes y auténticos amadores de libros. Gracias a los trabajos y los días de don Liborio Villagómez, que con tanto afán ordena y custodia el acervo documental de nuestra Academia, es posible comprobar que don Alberto María Carreño fue uno de los más prolijos colaboradores de las Memorias: son numerosos sus trabajos sobre académicos, retratos y semblanzas. Destaca una dedicada a don Federico Gamboa al cumplirse cincuenta años de su vida como escritor y medio siglo de su experiencia diplomática. Nuestra biblioteca custodia, igualmente, ejemplares de libros sobre las disciplinas que despertaron el interés d ecarreño: la poesía, la historia diplomática, la bibliología, la bibliografía, la poesía, la biografía, las cartas de viajes, la historia de la imprenta y los impresores.

Don Alberto María Carreño ingresó a la Academia Mexicana como correspondiente el 9 de octubre de 1918. En 1922 recibió la encomienda de hacer la historia de la corporación y el 23 de julio de 1924 fue recibido como miembro de numero. Su discurso, más tarde ampliado y publicado en sus propias Ediciones Victoria en 1925, lleva por título La lengua castellana en México, en el cual alternan las aportaciones literarias de nuestros escritores al español así como la necesidad de que el idioma sea una entidad dinámica que se enriquezca constantemente con nuevos vocablos.

De la vasta y diversa obra de Alberto María Carreño, existen varias que merecen una nueva lectura y una nueva edición. Me refiero, en primer término, al estudio que precede a la obra anónima Jefes del ejército mexicano en 1847. Biografías de generales de división y de brigada. Las 234 páginas del prólogo de Carreño están dedicadas a hacer una verdadera historia del ejército mexicano y la difícil construcción de México desde el inicio de su independencia política hasta la guerra que nos despojó de más de la mitad de nuestro territorio.

El celo de Alberto María Carreño por la defensa de la integridad territorial de México se puso de manifiesto desde su juventud, en que formó parte de la Comisión Mexicana que, presidida por don Guillermo Beltrán y Puga y don Joaquín D. Casasús, defendió el punto de vista mexicano en el arbitraje del Chamizal. Fruto de esa experiencia directa es el ensayo El Chamizal y el presidente norteamericano Woodrow Wilson. Aunque las negociaciones para devolverlo a la soberanía mexicana dieron inicio desde la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo y en 1911 el laudo favorecía a México, no sería sino en 1968, ya fallecido Carreño, en que la zona volvió a territorio mexicano. Se cumplían las palabras de Carreño al final de su libro: “¿Cuál será la forma que el Gobierno Mexicano adopte para llevar a término esta dificultad? Lo ignoro de manera absoluta; pero tengo la seguridad de cualquiera que ella sea, habrá de estar de acuerdo con la justicia, con el decoro del país y con las más altas convicciones de la nación”. Si escasas y compactas son las páginas de ese folleto, Carreño continuó reuniendo materiales para publicar en 1922 su obra monumental México y los Estados Unidos de América. Apuntaciones para la historia del acrecentamiento territorial de los Estados Unidos a costa de México desde la época colonial hasta nuestros días. Para la riqueza documental y bibliográfica que demandaba semejante empresa contó con el invaluable auxilio de los también académicos don Luis González Obregón y don Francisco Sosa, desde el Archivo General de la Nación y la Biblioteca Nacional, respectivamente”.

Otra obra digna de mencionarse es El cronista Luis González Obregón. Viejos cuadros. Publicada por Ediciones Botas en 1938, es un modelo de biografía sobre el también académico asiduo investigador del México viejo. Carreño hace no sólo hace una brillante exposición sobre el transcurso vital de González Obregón sino recrea la evolución de la ciudad y del país a lo largo de la vida del escritor. El libro establece los hitos que determinan la topografía urbana, sucesos como la fundación de Liceo Mexicano, las librerías y las tertulias que en ellas se llevaban a cabo, los sucesivos nombre de las calles, los uso que se les dieron a edificios diversos. Es una lástima que no hubiera escrito más biografías como también lo resulta que hasta el momento no exista una que rinda debida justicia un hombre que, como José María Carreño, dedicó su vida al estudio y a arrojar luz sobre aspectos desconocidos de obras y de autores.

En un bello artículo titulado “El historiador Alberto María Carreño”, aparecido en Diorama de la Cultura de Excélsior el 30 de septiembre de 1962, don Arturo Arnaiz y Freg cita un elocuente párrafo que pinta de cuerpo entero a nuestro hoy homenajeado. Con sus propias palabras, entonces, concluyen las mías: “Al igual que los navegantes y los exploradores del siglo XVI, he sido agitado por la justa ambición de riquezas. Pero las que desde mis ya lejanas mocedades ambicioné, no ha sido las materiales que provocan las enconadas luchas de los hombres, sino las espirituales constituidas por afectos sinceros, estimación favorable, amistad pura; la amistad que, severa, nos señala nuestros errores; que, benévola, nos impulsa en nuestros desalientos; que, misericordiosa, nos levanta en nuestras caídas. He ambicionado el poderío intelectual, que solamente se puede alcanzar tras del estudio perenne, que nos obliga a ser humildes porque mientras más estudiamos mejor conocemos nuestra ignorancia”.

 

Centro de Cultura Casa Lamm, 28 de junio de 2012.

Para leer la nota original, visite: http://www.academia.org.mx


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