Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
Lunes
Un trino
Soñé el mar, te conté, mientras su insignificancia pretendía huyentar la tribulación, la ruptura tristísima de la orilla y su cristal, la ceniza barrunta del lodo…
Bailaban sobre mi palma las esquirlas del estruendo. Tanto no cabe, ni el destrozo ni la infelicidad de haber dejado a la deriva todo, como si se fuera un extranjero. ¿Quién querría exiliarse de su habla, de la nana y el canturreo de las mañanas en la inocencia de estrenar los días?
¿De dónde el desatino?, este desamoe que en astilla precisa volver a su origen para bien hallarse al cobijo del hálito?
La inmensidad va ahogando la ubre de la razón.
Ni en los animales habita tal crueldad…
La esquirla es un grito y en esa desdicha arrecia el monzón para deslavar lo imborrable…, para constatar lo insólito concurrir.
Mariana Bernárdez (1964)
Un mar y un pájaro
Un mar hecho pájaro, cascada indiscente brotando de lo umbrío, abrevando en el estero del miedo cuando la muerte enlumbra y la vida reclama urdimbre, aún de la brevedad el deshielo, hasta volverse un más allá del extravío y del rompiente, con rezo lento en preámbulo de lo que asalta en resplandor y que aldeclinar la tarde es bastión del limbo.
Enormidad y sujeción nómada de la niebla, gota que resbala por la palma dejando tras de sí su cardenal, acotación irredenta que pretende resolver su lazo en el traslape de las horas. Mucho se ha andado, para aceptar que el perdón no libera del rencor ni disipa el odio ni dulcifica el golpe; no reconcilia lo tachado con el signo que debió ser consignado al papel ni ampara del abandono. Desconocer. Se es ciego ante el pedregal que se extiende bajo su temporal, y el cuerpo llora lo que al corazón se le prohíbe.
Un pájaro que no río ni agua dulce de laguna, un tañido que se posa en laarboleda incansable, repique de quien queda al margen condenado al comentario, un decir no diciéndose, en el haber corrido el riesgo de penetrar el resquicio del albor donde se renegó de la suerte. Paria.
Una ventana por donde miro el río y el pinar. Delante queda el monte con su rumor de mil azucenas, la lluvia que se arremolina contra los cristales y el revuelo que se entretiene con el monzón que rezumba enloquecido, linde que en su vacilación llora un atlántico por el lazareto de San Simón, por le impronta borrosa de una caleta esmeraalda donde se dehilvanó la infancia…, y no saber, simplemente, no saber, si lo decisivo es loque no se hace mar ni río ni pluma…
Pájaro-cerco-raya que pronto habrá de resquebrajarse como el jarro que se lleva a la fuente y cuyo barro un buen día se estrellamcontra la baldosa.
Y el agua corre cantarina por los adoquines a saciar la sed del naranjo en flor que habrá de ser rama meciéndose indomable a la distancia de la aljama.
¿Recuerdas los pájaros del río?
¿O era el río por el cardo de los siglos?
Mariana Bernárdez (1964)
Memorial del fulgor.
Prólogo de Tomás Pollán.
Editorial Sapere Aude
Oviedo, 2022.
Martes
Rojo temblor de frenos
Rojo temblor de frenos por la noche,
así sueño el amor, así recuerdo,
entre la madrugada olvidadiza,
sensaciones de turbia intimidad,
cuando tener pareja conocida
es un alivio para los extraños.
Borrosa gravedad del parabrisas
en la despreocupada seducción.
Porque los coches saben su camino
y van como animales en querencia
a la casa, sin dudas, entre besos
que nos duran el tiempo de un semáforo
y un poco más; porque decir mañana
es casi discutir el más allá,
y hablamos del dolor de loshorarios,
alejados, cayendo en la imprudencia,
como los vivos hablan de la muerte.
Luis García Montero (1958)
Recuerda que tú existes
Recuerda que tú existes tan sólo en este libro,
agradece tu vida a mis fantasmas,
a la pasión que pongo en cada verso
por recordar el aire que respiras,
la ropa que te pones y me quitas,
los taxis en que viajas cada noche,
sirena y corazón de los taxistas,
las copas que compartes por los bares
con las gentes que viven en sus barras.
Recuerda que yo espero al otro lado
de los tranvías cuando llegas tarde,
que, centinela incómodo, el teléfono
se convierte en un huésped sin noticias,
que hay un rumor vacío de ascensores
querellándose solos, convocando
mientras suben o bajan tu nostalgia.
Recuerda que mi reino son las dudas
de esta ciudad con prisa solamente,
y que la libertad, cisne terrible,
no es el ave nocturna de los sueños,
sí la complicidad, el mantenerse
herida por el sable que nos hace
sabernos personajes literarios,
mentiras de verdad, verdades de mentira.
Recuerda que yo existo, porque existe este libro,
que puedo suicidarnos con romper una página.
Luis García Montero (1958)
Antología poética (1980-2005)
Universidad de las Américas Puebla,
Cholula, 2006.
Miércoles
Eclipse en casa de mi madre
1)
Mi madre perdió un hijo antes de que yo naciera.
Creció dentro de su vientre, pero fuera de ella,
un embarazo ectópico, un óvulo como un paréntesis
mal colocado dentro de una oración
(un óvulo implantándose fuera del útero
como un eclipse de sol: algo que no se le da a la luz,
la sombra que dura lo mismo que un paréntesis).
2)
Mi madre adora el sol,
sale al patio a tomar el sol por la mañana.
Pero si llega a presenciar un eclipse,
se encierra adentro de la casa
con las embarazadas en turno de la familia,
les pone seguritos y listones rojos en la panza
para evitar complicaciones en el parto
y que los niños nazcan manchados o con labio leporino.
Sabe que es una superstición,
pero lo hace si por cualquier cosa.
Christian Peña (1985)
Futbol
En la calle todo era una portería. Juntábamos dos piedras, dos mochilas o dos suéteres. Jugábamos diario, ni siquiera nos quitábamos el uniforme, salíamos de la escuela directo a las gambetas, túneles y sombreritos. Burlábamos incluso a nuestros padres para jugar de noche, sacábamos balones debajo de los autos, parábamos en seco cañonazos mortíferos. Los dioses nos miraban y aplaudían. A veces se nos unían los grandes, los que ya fumaban y tomaban. Éramos buenos todos, grandes y chicos; éramos, es decir, pudimos haber sido profesionales, sólo que a algunos se les atravesó la escuela; a otros, los malos pasos; a otros, una rodilla. Jugábamos sin miedo a la calle, a pesar de que decían que el barrio era el infierno. Pero no, el infierno es la falta de memoria, es no poder recordar los momentos comunes y corrientes, el infierno son los segundos que duran siglos mientras se avanza distraído de una estación de metro a otra, o el instante en que el balón cae desde el cielo mientras nos levantamos gloriosos para hacer una chilena y anotar y celebrar como si fuera el fin del mundo, como si nos jugáramos la vida, pero ya a nadie le importa o nadie recuerda que eso haya ocurrido.
Christian Peña (1985)
¿O es sólo el pasado?
Fondo Editorial
Universidad Autónoma de Querétaro,
Santiago de Querétaro, 2021.
Jueves
Anotaciones sobre una exposición
Sala 1. El colibrí
1
Un colibrí es la memoria de las tardes
que se levantan a perpetuidad.
Frágil,
iluminado
como una lágrima.
2
Un colibrí no soporta la jaula.
Pertenece a la luz,
al aire, milenariamente
dormido entre sus alas.
Un amor roto por el medio
es una jaula.
Huyen mis sueños,
mi rebeldía.
Y nadie se ha preocupado
por detenerme.
Sala II. Paisajes
3
¡Tiempo! ¡Oh, tiempo! Todo el tiempo
que es tuyo, que hubiera sido tuyo…
Henri Michaux
Para cuando la tormenta arrasó
con las caricias
ya te habías ido por entre mis piernas.
Y la memoria
y los crepúsculos
en densa caída.
El amor fue una locura.
4
El color dice más que el gesto
en oblicua falsedad.
Sea del cabello
o de la blusa disimulando
la perforación del ombligo.
No miente. Descifra los bordes,
el hechizo de las huellas,
el transcurrir cobrizo de la edad.
El color del mar, de la flor o la noche
es uno solo,
aun para los ojos del ciego.
Se mezcla. En la profundidad de la existencia
hay objetos lentamente decolorándose.
5
En el fondo, la ciudad es agua.
Casas y luces en nítida aparición.
Al frente, los barcos
rasgan tibiamente el lienzo de la noche.
Y la pareja,
ésta –en disimulado beso–,
avanza directo a la comisura.
Sala III. Diálogos
6
Corre por sus venas
un diálogo
(fluidas palabras, ritmos
–en su boca–,
se imantan en nombre de la creación).
El escenario es demasiado pequeño.
Extiende los brazos.
(Tras de sí: nubes, montañas, aves,
rocas, un amanecer,
hombres y mujeres cuervo.)
El universo nunca
fue tan brillante.
¿Quién es dios, terminados los aplausos
y las emociones?
Sala IV. Reflejos
7
homenaje a Paul Klee
Visto a contraluz, el pez.
Se estremece, se estira
–murmullo de agua–.
Afuera
(los bañistas dejan sobre la playa
su estela de desmedidos cuerpos),
el cielo es un lienzo
de trazos,
misterios
de fina pulcritud.
Imposible acariciarlo.
Sólo el pez,
con su perfil de ave,
rompiéndolo.
8
A la manera de Jackson Pollock
(haré la prueba
y sé que ustedes pueden hacerla),
dejo caer sobre la tela puntos de luz.
En el impulso, veo unos ojos
que no miran, una cabeza
como si fuese una montaña.
Veo un tren, un horizonte
de paraguas olvidados.
(Si quieren verdaderamente
sorprenderse, hagan la prueba.)
En el amanecer, un nuevo paraíso:
plastas, solamente plastas,
sin pertinencia, sin filiación.
Nadia Contreras (1976)
Presencias
Mantis Editores
Luis Armenta Malpica
Guadalajara, 2008.
Viernes
Sopa de letras
Mis cinco hermanos
miraban el techo.
Se metían a la cama
en silencio.
Yo veía estrellas en sus ojos,
hormigas arrastrando migas de pan,
mientras sus manos se aferraban a la manta
y el frío acosaba sus sueños.
Éramos como muégano
dulce y sólido deshaciéndose en la boca,
como el olor de leche caliente
que desprendía el cuerpo de la abuela.
El frío del invierno
nos convocaba
a reunirnos en torno al calor de la estufa,
a compartir el plato caliente de sopa de letras
con que escribí los poemas
que comieron
mientras los versos
quedaban retenidos en la servilleta
con que mamá limpiaba su boca.
Ahora,
cuando nos reunimos,
me llega el olor de aceitunas,
de pan,
de leche,
de lluvia.
Me llega el silencio
que guardamos en un tarro,
las palabras que nunca escaparon de nuestros labios,
la sopa que ata nuestra infancia.
Agregamos azúcar al café que se derrama
y seguimos siendo harina de trigo
pegados con miel, unos a otros.
Y me pregunto
¿dónde están las palabras que no pronunciamos?
Ruth Vargas Leyva (1946)
Confesión
Tomaste mi mano y un tibio flujo de sangre corrió por mis venas.
No supe elegir hombres.
Los chicos malos, los que no saben a dónde van,
los atormentados,
los inmaduros,
los soñadores,
los irresponsables, también los cobardes,
me atrajeron como un imán.
Mi instinto maternal me llevó a cobijarlos,
primero con mi abrazo y después con mi falda,
mientras las hierbas crecían bajo la piel,
los peces volaban,
y un antiguo navío emergía del agua.
Tomaste mi mano y lo olvidé todo.
Como se olvida el dolor del parto
y el corte de un cuchillo.
Olvidé mi sombra;
las ausencias que llevo en el alma,
los olores de cuerpos;
la mano que me mece y
el cuerpo que he mecido.
Un viento frío,
helado como el silencio que brota de tu boca,
vuelto cristal
como la manzana que cuelga del árbol,
quedó suspendido en el aire:
la premonición del desastre.
Ruth Vargas Leyva (1946)
Siete poetas jóvenes de Tijuana
Entonces / Después
Ruth Vargas Leyva / Raúl Jesús Rincón / Felipe Almada /
Eduardo Hurtado / Alfonso René Gutiérrez /
Luis Cortés Bargalló / Víctor Soto Ferrel
Instituto Municipal de Arte y Cultura, Tijuana
México, 2019.
Sábado
El próximo lunes, 25 de julio, se cumplirán cien años del nacimiento del filólogo Antonio Alatorre, uno de los personajes centrales de la cultura de México y del español. Un maestro que se ocupó siempre de la poesía y los poetas, de los distintos modos de la escritura. Incluso en un tomo de microhistoria sobre su pueblo natal y sobre su paisano de tres siglos antes, Marcos de Monroy, El brujo de Autlán.
Además de la novela de Marcos y de la novela de Autlán, hay la novela del investigador que “se quemó las pestañas” transcribiendo y analizando los asuntos del proceso de Marcos, escritos algunos de ellos en letra bastante dificultosa. Ese investigador soy yo. Y mi novela comienza en la cuna. Yo nací en el mismo Autlán de Marcos. Sólo otro autleco como yo podría haber puesto en la investigación el gusto, el interés personal, el amor casi, que yo he puesto. En ningún momento pensé limitarme a la transcripción paleográfica y publicarla, con unas cuantas notas pertinentes, como “Contribución históricaa…” o “Materiales para…” Las ganas de investigar (que significa hacer conexiones, atar cabos, reconstruir, interpretar, imaginar, y también titubear brotaron en mí con la mayor naturalidad del mundo. Y la finalidad de la investigación siempre fue clara: contar a mi manera la historia de Marcos y tratar de conseguirle lectores.
Digo historia y no novela porque, en efecto, el resultado de mi investigación es un fragmento de historia, o más bien de microhistoria; muestra un sector de la vida de mi pueblo, visto como en un microscopio en cierto momento de su transcurrir. No es historia objetiva y científica, pero ninguna historia lo es. El precepto de Fustel de Coulanges, “contar las cosas tal como sucedieron”, rara vez puede obedecerse al pie de la letra. En la historia más objetiva, en la más documentada, la simple elección de lo historiable es ya una acción subjetiva.
Ninguno de los personajes me es indiferente, y lo que siento por algunos –Marcos, desde luego, y varios otros, comenzando con Ana de Contrera– es una descarada simpatía. A algunos de ellos, hombres y mujeres, les pongo rasgos de personas que conocí de niño en Autlán. Antonio de Langarica se parece un poco a mi papá. La afición a las fiestas en que hay música y se quema gloriosamente un castillo, yo la viví. Esa calle que lleva a la iglesia, y en medio de la cual “puso” Marcos una piedra con una culebra prieta, para que cuando alguien, camino de la iglesia, pisara la piedra, saliera de dentro de ella la culebra y lo mordiera, es probablemente la calle de mi casa, una de las que convergen a la iglesia. (Calle algo chueca, como otras que conservan la traza del siglo XVI.) Oigo a Ana de Contreras: “Llegó Cárdenas a mi casa como a las diez de la mañana, y estando yo sentada en esta puerta, y él en el corredor…”: y oigo también a Langarica: “Estaba yo en mi cuarto acabándome de vestir cuando llegó Francisco Guerrero y me saludó desde el corredor…”, y uno y otro corredor son el de mi casa (y seguramente Francisco Guerrero no se sentó en una silla, sino en uno de los equipales). Además, desde mi casa se veía, en el Cerrito, la boca de la cueva que Marcos eligió para escenario de un diabólico aquelarre…
Pero nada de esto pone en peligro la veracidad de mi historia.
Domingo
Dos poemas
1. Al unísono
Sobre un tiempo gemelo fincamos
un nido de momentos.
Las horas son como jade o esmalte,
como cosa que se devora sin prisa,
pero ávidamente. Las horas
son pinceladas azules y rojas. Preceptos,
decálogos mudos, terribles, fieramente guardados,
escritos en quién-sabe-qué biblias,
en sabe-Dios-qué códigos.
Hay que ver ciertos lados,
ciertos ángulos sin aristas, invisibles, de ciertos asuntos.
Y hay que ponerse de acuerdo en qué matices,
en qué color de la risa.
Si un sonido raro de un libro,
si el tono de flauta o de viola
de una pequeña palabra…
Palpar una misma nube, blanda como lana.
Cantar una misma frase. Sentir un fastidio
idéntico, una ira correspondiente…
Un solo
minuto de descanso, y luego, subir a la montaña
azul de seducciones,
con un extraño brillo en las cuatro pupilas ávidas.
Llevar en lo recóndito un mismo desencanto,
y condenar al mundo con una,
con una sola palabra helada y sucia.
Los minutos se cuentan
por estar-con y no estar. Los minutos
se divien en dos nuevos bandos:
minutos de sí, minutos de no. (… Los ratos
de estar-junto, ratos y macizos y dulces,
de gajo mordido y deshecho en los dientes).
Entonces, ¡qué dulce:
paladear un poema, una tarde, una brizna.
Con perlas redondas tejes un idioma.
Gustar el silencio, y lentamente,
lentamente, en silencio, hojear la vida.
Antonio Alatorre (1922-2010).
2. Lo que yo quisiera es que…
Lo que yo quisiera es que todo se acabara de repente:
los árboles y los nidos
y las camas y los cuervos y las estrellas
y las iglesias y los sexos.
Lo que yo quisiera es que el mundo
quedara en un esquema
y perdiera sus surcos y sus mares,
y sus estatuas priápicas, tumefactas y horrendas,
y las torpes excrecencias de sus himalayas.
Que todo quedara en un esqueleto puro,
sin la carroña periférica,
sin esta negra tierra prostituida, violada de arados,
manchada toda de trigos y anémonas,
agobiada de hambres, y risas, y ciudades…
Lo que yo quisiera es que cuatro
más cuatro más cuatro más cuatro jinetes apocalípticos
salieran de no importa dónde
con instrumentos extraños de muerte en sus treinta y dos manos amargas,
y extirparan la pulpa caliente y podrida.
El blando mesocarpio sensual de la tierra,
fístula hirviente y fecunda de lombrices y protozoarios,
y eliminaran la plaga que se llama los hombres,
desde el recién nacido, verde aún de clorofilas,
hasta el anciano amarillo de otoños.
Que todo quedara tranquilo y vacío,
exultante y sublime como una tumba;
que el sol, derrotado, escondiera por siempre
su faz repulsiva y obesa,
y dejara el lugar usurpado, en el principio, a la madre tiniebla;
y que la luna, blanca y redonda como un seno
de mujer, fuera arrojada lejos, dando tumbos,
por un grande ventarrón inesperado.
Y que entonces quedara sólo una armazón geométrica,
una ingeniería sutil de estructuras primordiales e inocentes,
temblando de mutilaciones, descarnada
y lineal como una telaraña
fría y reciente como un cristal de roca.
Y pasearme entonces, con pulmones de alivio,
absurdo como un rey babilónico, de barba
magnífica y negra, como barba postiza.
Y recrearme, en una mueca más larga que el cielo,
como un imperturbable jehová de plomo después de los seis días
de la des-creación, tomando en el séptimo día un descanso
infinito como un parpadeo.
Lo que yo quisiera es que el mundo
se acabara de pronto.
Antonio Alatorre (1922-2010).
“Dos poemas”-
Pan. Revista de Literatura.
N° 2, julio de 1945. Guadajara, Jal.
Edición facsimilar:
Revistas Literarias Mexicanas Modernas.
Eos, 1943 / Pan, Revista de Literatura, 1945-1946.
Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.
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