Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 25 de mayo de 2020
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

 

Lunes

Sol de Pandora

Esos pequeños mundos en mis manos,
globos de vidrio,
de ojo de gato bueno,
esfericidades que cambiamos por dulces.
Ah, ese papel metálico azul,
aquella convicción de ángel con que
hacíamos chocar nuestras canicas.
Quien se quedaba con la negra
era tocado por un don,
un sino, una encorvada forma de caminar
en el futuro o una cadencia inalcanzable al hablar,
un ser de ala rota, pero digno.
Jugaba en la feria a no perder ninguna
y la luz con su acorde
y la música con sombras
me alejaban de aquellos universos
que me acercaba al ojo como queriendo
encontrar una razón,
una palabra, un maullido.
Entonces, todo el silencio era mi propiedad
en el patio de agua muerta,
en el corredor de vecindad con frutos
pudriéndose en el piso.
No sabía que estaba jugando al azar
o, a ser el sol de mi sistema,
deseaba una canica oscura por encima
de todos los abrazos,
pero era mi cabeza la que tenía el cabello negro.

Ana Karla Sandoval (1975)
Vaga forma de acercarse a la luz para quemarla
Simiente, México, 2015

Martes

La más bella niña…

La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:

          Dejadme llorar
          orillas del mar.

Pues me diste, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad.

        Dejadme llorar
        orillas del mar.

En llorar conviertan
mis ojos de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar
yéndose a la guerra
quien era mi paz.

       Dejadme llorar
       orillas del mar.

No me pongáis freno
ni queráis culpar;
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar.

      Dejadme llorar
      orillas del mar.

Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces,
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?

      Dejadme llorar
      orillas del mar.

Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad.

      Dejadme llorar
      orillas del mar.

Luis de Góngora y Argote (1561-1627)
Obras completas
Recopilación, prólogo y notas
de Juan Mille y Giménez, e
Isabel Mille y Giménez
Aguilar, Madrid, 1961

Miércoles

Postal
Pabellón Ferri

Postal: Pabellón Ferri, sección 4, 195?

Milena, decapita un gallo en celo y con su sangre
dibuja en el vientre una estrella que palpite por tu ombligo.
Empuña una piedra en el sueño, algo sólido
que recuerde lo eterno y lo etéreo de nosotros.
Y en el doblez del abrigo, surce mis mensajes,
llévalos contigo en tu paso lento por el frío.


Postal: Pabellón Ferri, sección 4, 195?

Tengo un colmillo entre las manos, anoche se lo arranqué al jabalí.
La fierecilla arremetió por los rincones de la habitación.
Era necesario tajar al cerdo montés, porque al cerrar los ojos,
sus gruñidos espinaban los mantos de mi cerebro.
Con este diente afilado, ennegrecido por la rabia,
tatuaré en la pared todas mis ausencias.


Postal: Pabellón Ferri, sección 4, 196?

He cavado profundo en la tierra
para esconder la última imagen, ese lampo
cruza fulminante la memoria:
sonríes, me abrazas. Sonríes,
me abrazas y subes al tren. Sonríes,
me abrazas, subes al tren y lloras
tras la ventanilla… Llueve.
He llegado a la exactitud del silencio,
donde los topos blancos no pueden hurgar.


Postal: Pabellón Ferri, sección 4, 196?

¿Dónde está Dios? ¡No lo he visto!
Yuri Gagarin

Milena, un hombre recorrió la órbita del planeta,
afirma que desde las alturas del cosmos la Tierra es hermosa.
Vio las islas y las costas, las montañas y el curso de los ríos;
pero ¿habrá visto a Dios?, ¿el rostro de la verdad?, ¿su locura?
Quizás se vio a sí mismo, una gota de agua flotando en el espacio.


Postal: Pabellón Ferri, sección 4, 197?

¿A quién le escribo cuando te escribo?, ¿me escribo a mí?
¿Sobre qué labios, en qué palabras se detiene la tinta?
¿Mis palabras te cercan, te acercan al dolor de no verte?
La ausencia de ti, ¿devuelve sentido a la distancia?,
¿por qué entonces insiste la blasfemia en sostenerte,
en nutrir mi parloteo con señales falsas?
Tu nombre es una fisura en la garganta.


Postal: Pabellón Ferri, sección 4, 198?

Difícil explicar la agonía del hombre ajeno,
su mirada bífida que desbrizna el tiempo.
En la caída la sangre espesa, Milena,
es azogue lo que circula mansamente.

Enzia Verduci (1967)
Nanof sesenta
Vaso Roto / Conaculta, México, 2019

Jueves

De “Teziutlán en mi recuerdo”

[…..]
Desde ahí pueden también verse los corredores hasta donde ha entrado la naturaleza exuberante para aprisionarse en jaulas o en macetas; plantas de sombra que muestran sus hojas amplias y velludas y al moverse tienen secas resonancias; helechos que despliegan el verde de sus plumas en gracioso mohín de gentileza; espárragos que suben con la suavidad de la espuma hasta formar un doble marco a la entrada importante. Después, con las corolas abiertas, habrá geranios, frágiles tuberosas y en otoño e invierno, cinerarias.
En los patios, rosales y heliotropos perfumarán las tardes. Los pájaros aturdirán con sus trinos el barrio y el reguero de notas se perderá en los oídos para cesar después, y como en presencia de un prodigio, escuchar el milagro de un verso desgranado en el pico de un jilguero:

Es tu boca la flor del granado,
son tus labios sus hojas abiertas,
son tus ojos del cielo las puertas
y del cielo es bajado tu amor.

Y como si tuviera conciencia, el pajarito que habla se detiene, revolotea dentro de su jaula y enmudece, para hacer más patente la impresión de lo increíble.
No hay nada comparable a la frescura del aire que, templado por el calor de abril, trae perfumes de azucenas con nieve de limón y vagas reminiscencias de barrancas florecidas con el rosa del durazno y el blanco del ciruelo y el manzano.
Parece que la naturaleza hubiera preparado un rincón entre flores, agua y montañas para guardar tradiciones muy hondas y muy limpias. Fervor de siglos arraigó en la sencillez un poco altiva de nuestros antepasados y lucha con todas sus fuerzas por conservarse intacto: ahí están la amplitud del cielo y la altura de las montañas para recordar siempre lo Infinito.
[…..]

María del Carmen Millán (1914-1982)
Rueca, Verano, 1942, México
Año 1, número 3, p. 41

Viernes

Pescador

Pescador,
el agua no tiene sal
ni tu anzuelo pescado.
Bajo la luz de la tarde
recoge tus hombros anchos
y vete a cazar estrellas
del otro lado del lago;
y no me guardes rencor,
ya ves que te desengaño,
que el ague no tiene sal
ni tus anzuelos pescado.

Marina Romero (1908-2001)
Rueca, Otoño, 1942, México
Año 1, número 4, p. 20

Sábado

Niño-dios

Villancico para cantar
cualquier día del año.

Tenemos que ir a verle,
él es un niño-dios.
Nació en la casa apuntalada.
(No es Navidad en las iglesias.)
Él es un niño-dios.
Su padre gana poco y bebe mucho.
(Las varas no florecen en su mano.)
Él es un niño-dios.
Su madre va por las esquinas.
(Jamás ha visto ningún ángel.)
Èl es un niño-dios.
No tiene cuna ni pesebre,
ni hay buey ni mula. (Sólo un gato.)
Él es un niño-dios.
No irán pastores a adorarle.
No habrá presente de los Magos.
(Falta la estrella que los guíe.)
Él es un niño-dios.
Hay mil herodes que lo acechan,
no hay Egipto que los acoja.
La cruz le espera a cada paso.
Él es un niño-dios.
Nació en la casa apuntalada,
es feo, triste y malpocado.
Pero tenemos que ir a verle;
besar sus pies desnudos
(acaso nos perdone nuestras culpas),
porque es un niño dios.

Ángela Figuera Aymerich (1902-1984)
Material de Lectura 59
Selección y nota introductoria
de Carmen Alardín.

Domingo

Qué diera yo por saber

Qué diera yo por saber
qué hago aquí
sobre este raído sofá, masturbándome,
con un amante ausente
que me pega –y que amo.
En la calle es lo mismo.
Me duelen los hombres que me dicen
alguna palabra creyendo que es obscena,
son como pájaros heridos que se estrellan
en una ventana sin cristal.
Soy mujer fuera de época.
Justo cuando deseaba ser locamente amada
por un estibador, o revolcarme con un asesino
sobre un costal de papas, decido guardar mi sexo,
mis pechos, mis cabellos, en un cuarto a media luna,
y salir con la pura alma a corretear gorriones.

Sivia Tomasa Rivera (1955)
En Poetas de una generación 1950-1959
Selección y prólogo de Evodio Escalante
Premia / UNAM, Tlahuapan, Pue., 1988


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