Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 12 de mayo de 2019
Por: Noticias

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

De qué sirve un poema…

A Jorge Ruiz Dueñas

De qué sirve un poema
si yo pienso en los barcos,
astilleros repletos de burdeles
donde el amor no tiene ya medida.
Además, el poema se construye
pensando en los lectores,
tiene un preciso ritmo;
lo habitan las palabras.
Yo sólo quiero un barco
que tenga mástil, velas;
en fin, justo que sea
a la medida de mis sueños.
Y no tengo otro anhelo
que me sorprenda el puerto
embriagado en deseos
en medio de la aurora.
De qué sire un poema
si una carta de rumbos
me lleva hasta los brazos
de las mujeres solas.

Luis Enrique del Ángel (1973)
En Árbol de variada luz.
Antología de poesía mexicana actual
1992-2002
Universidad de Colima, Colima, 2003

Martes

Horas de mayo

No habrá frutos ni vientres por la mañana
no habrá veranos ni niños
que van a la escuela
mis ojos no conocerán la sequía
nunca
no pienses nunca aunque se encoja este corazón
en las que habrá otras noches de murciélagos sordos
que como pensamientos te rondarán
los muslos
habremos de enfriar la fuerza de los anhelos
de los dolores desnudos de aquellos que se aman
en las noches
y sin embargo no habrá más días
no habrá ni Madrid, ni Buenos Aires, ni las costas
más tropicales del lazo de mis pies al fuego de tu techo
habrá que esperar otro verano con la cabeza limpia
y el corazón blindado.

Ingrid Bringas (1985)
La edad de los salvajes
Editorial Montea, León, 2015

Miércoles

Rondós vagos

Pasas por el abismo de mis tristezas…

Pasas por el abismo de mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares
ungiendo lo infinito de mis pesares
con el nardo y la mirra de las ternezas.
Ya tramonta mi vida la tuya empiezas
mas salvando del tiempo los valladares
como un rayo de luna sobre los mares
pasas por el abismo de mis tristezas.
No más en la tersura de mis cantares
dejará el desencanto sus asperezas
pues Dios que dio a los cielos sus luminares
quiso que atravesaras por mis tristezas
como un rayo de luna sobre los mares.


Como blanca theoría por el desierto…

Como blanca theoría por el desierto
desfilan silenciosas mis ilusiones
sin árbol que les preste sus ramazones
ni gruta que les brinde refugio cierto.
La luna se levanta del campo yerto
y al claror de sus rojas fulguraciones
como blanca theoría mis ilusiones
desfilan silenciosas por el desierto.
En vano al cielo piden revelaciones
–son esfinges los astros Edipo ha muerto–
y a la faz de las viejas constelaciones
desfilan silenciosas mis ilusiones
como blanca theoría por el desierto.

Amado Nervo (1870-1919)
El Parnaso mexicano (los trovadores de México)
Maucci Hermanos, México – Buenos Aires, 1905
José López Rodríguez, Habana

Jueves

No he inventado nada

No es que yo haya inventado este idioma
de agua y tardes, ruidos
y zumbidos primitivos
No inventé todos estos recuerdos y piedras de colores
ni el color rojo de una rosa fresca
No he inventado los largos caminos
los angostos y despoblados días
No inventé nada
cuando llegué el mundo ya era amargo
había un reguero de sangre y
polvo en los sueños.

Carlos Higuera (1981)
La última arquitectura del viento
Editorial Círculo Rojo, Almería, 2015

Viernes

Nocturno a mi madre

Hace un momento
mi madre y yo dejamos de rezar.
Entré en mi alcoba y abrí la ventana.
La noche se movió profundamente llena de soledad.
El cielo cae sobre el jardín oscuro.
Y el viento busca entre los árboles
la estrella escondida de la oscuridad.
Huele la noche a ventanas abiertas,
y todo cerca de mí tiene ganas de hablar.
Nunca he estado más cerca de mí que esta noche:
las islas de mis ausencias me han sacado del fondo del mar.

Hace un momento,
mi madre y yo dejamos de rezar.
Rezar con mi madre ha sido siempre
mi más perfecta felicidad.
Cuando ella dice la oración Magnífica,
verdaderamente glorifica mi alma al señor y mi espíritu se llena de gozo para siempre jamás.
Mi madre se llama Deifilia,
que quiere decir hija de Dios, flor de toda verdad.
Estoy pensando en ella con tal fuerza
que siento el oleaje de su sangre en mi sangre
y en mis ojos su luminosidad.
Mi madre es alegre y adora el campo y la lluvia,
y el complicado orden de la ciudad.
Tiene el cabello blanco, y la gracia con que camina
dice de su salud y de su agilidad.
Pero nada, nada es para mí tan hermoso
como acompañarla a rezar.
Todos los días, al responderle las letanías de la virgen
–Torre de Marfil, Estrella Matinal–
siento en mí que la suprema poesía
es la voz de mi madre delante del altar.
Hace un momento la oí que abrió su ropero,
hace un momento la oí caminar.
Cuando me enseñó a leer me enseñó también a decir versos,
y por ese tiempo me llevó por primera vez al mar.
Cuando la pobreza se ha quedado a vivir en nuestra casa,
mi madre le ha hecho honores de princesa real.
Doña Deifilia Cámara de Pellicer
es tan ingeniosa y enérgica y alegre como la tierra tropical.
Oigo que mi madre ha salido de su alcoba.
El silencio es tan claro que parece retoñar.
Es un gajo de sombra a cielo abierto,
es una ventana nueva acabada de cerrar.
Bajo la noche la vida crece invisiblemente.
Crece mí corazón como un pez en el mar.
Crece en la oscuridad y fosforece
y sube en el día entre los arrecifes de coral.
Corazón entre náufrago y pirata
que se salva y devuelve lo robado a su lugar.
La noche ahonda su ondulación serena
como la mano que en el agua va la esperanza a colocar.
Hermosa noche. Hermosa noche
en que dichosamente he olvidado callar.
Sobre la superficie de la noche
rayé con el diamante de mi voz inicial.
Mi voz se queda sola entre la noche
ahora que mi madre ha apagado su alcoba.
Yo vigilo su sueño y acomodo sus nubes
y escondo entre mi angustia lo que en mi pecho llora.
Mi voz se queda sola entre la noche
para decirte, oh madre, sin decirlo,
cómo mi corazón disminuirá su toque
cuando tu sueño sea menos tuyo y más mío.
Mi voz se queda sola entre la noche
para escucharme lleno de alegría,
callar para que ella no despierte,
vivir sólo por ella y para ella,
detenerme en la puerta de su alcoba
sintiendo cómo salen de su sueño
las tristezas ocultas,
lo que imagino que por mí entristece
su corazón y el sueño de su sueño.
El ángel alto de la media noche,
llega.
Va repartiendo párpados caídos
y cerrando ventanas
y reuniendo las cosas más lejanas,
y olvidando el olvido.
Poniendo el pan y el agua en la invisible mesa
del olvidado sueño.
Disponiendo el encanto
del tiempo enriquecido sin el tiempo;
el tiempo sin el tiempo que es el sueño,
la lenta espuma esfera
del vasto color sueño;
la cantidad del canto adormecido
en un eco.
El ángel de la noche también sueña.
¡Sólo yo, madre mía, no duermo sin tu sueño!

Las Lomas, 8 de marzo de 1942

Carlos Pellicer (1897-1977)
Subordinaciones
Jus, México, 1949

Sábado

La poesía cayó de un árbol

I.
Te fuiste en la semana
que la poesía cayó de un árbol.
¿Qué haces con el sol
en esa caja?
¿En dónde está tu sueño madurado?

II.
Desperté antes de que fueras
entregado a la tierra,
quise decirte que aún hay pájaros,
que la ventana sigue abierta,
que tu mirada ya no escapa.

III.
Siento calor.
Ayer la noche cantaba tu silencio;
recordé cuando llovieron estrellas sobre nosotros,
la vez que te besé en el río.

IV.
No me gusta tu color de muerto
ni el rito funerario.
Hoy tomé el baño más largo;
pienso que a pesar de tanto polvo,
serás lluvia,
el vapor de mi cuerpo
y todos los alientos.
Si visto de negro,
será sólo para recordar la noche;
si lloro, será para llevarte el mar.

Kenia Cano (1972)
Acantilado
Amate, Instituto de Cultura de Morelos, Conaculta, 2000

Domingo

Sueño de enero

Y soñé que el tejado se llenaba
de ángeles músicos.
Y soñé que subía por la Montaña
de la Maravilla.
Y soñé que llegaba a una ciudad dormida
entre hermosas palabras de amor.
Y soñé que dormía bajo un árbol
coronado de trinos y rocío.
Soñé que iba a caballo
con la espada desnuda del espíritu
y nacían en mi espalda dos alas llameantes.
Soñé que una persona me miraba y era
como tener el cielo estrellado en la palma de la mano.
Soñé que alguien, como en la leyenda
de San Julián Hospitalario, musitaba en mi oído:
Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Y soñé que volvía a ver con ojos puros
de niño-niño los ríos que atraviesan mis sueños.
Y soñé –cosa extraña– que era el Embajador
no sé si ante la reina Nefertiti
o ante la Primavera de Sandro Botticelli.
Soñé que despertaba.
Era primero de enero del año 1974.
Y no veía ni oía el Paraíso.

Eduardo Carranza (1913-1985)
Eduardo Carranza. Veinte poemas
Material de lectura. Poesía moderna. 71
Selección y nota de presentación
de J. G. Cobo Borda
UNAM, México, s/f

Escribió Carranza en un artículo de 1941: “En el lirismo lo esencial no es lo que se dice sino lo no se dice, la dorada niebla de sugestión que esfuma los contornos del poema”. En 1974 y 1975 publicó sus dos últimos libros, Hablar soñando y Epístola mortal; en ellos, dice Cobo Borda, se agrupan sus mejores poemas.


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