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iniciales, a una breve reflexión que estimo necesaria para completar
nalizar tan larga introducción.
Cumplir ahora, y con tanto retraso, el viejo propósito de ninguna m
ra significa estimar que ya se poseen los méritos que en un tiempo ante
consideré me eran ajenos. Pero también reflexioné en que si la vida
asigna en ocasiones retos difíciles de cumplir, quizá deban enfrentarse,
que además pueden representar la posibilidad de otorgar, ante esa insta
superior que los impone, un significado merecedor de corresponder
existencia misma. Afirmar que es la vida la que plantea estos retos es
forma generalmente aceptada para referirse, en forma abierta y dilat
a lo que suele ocurrir en circunstancias especiales y propiciadas de alg
manera por el acontecer personal; en otras palabras, lo que la vida
ordena se desprende finalmente del ámbito personal de cada uno, y
esto tales acciones deben ser consideradas como ineludibles, pues cua
su significado se alcanza en las realizaciones individuales, es en estas do
podría encontrarse la posibilidad de descubrir su sentido y su posible v
que sólo pueden obtenerse en los saldos que la vida concede; y tam
porque esto podría llegar a otorgarse, o quizá no, en algún momento f
ro. Queden estas palabras en el entorno que las genera, de manera que a
y vida, en su transcurrir, permitan además juzgar con alguna indulge
la suma del tiempo acumulado como antecedente de este acto. Deseo
minar tan largo preámbulo con mi agradecimiento a don Adolfo Casta
por haber aceptado contestar este discurso. Y, sin más, paso a expone
palabras a cuya presentación hemos sido convocados.
“Escribo un signo funesto”: Así empieza Alfonso Reyes su breve cró
titulada “Días aciagos”, donde cuenta las circunstancias vividas por él
familia en la casa número 44 de la calle de las Estaciones, en la ciuda
México, provocadas por los enfrentamientos de los seguidores del gen
Bernardo Reyes y los de Francisco I. Madero. La crónica es muy c
apenas unas pocas páginas donde cuenta lo ocurrido los días 3, 7, 15
de septiembre del año de 1911. Eran tiempos inmediatamente posteri
al regreso a México del general Reyes después de su estancia en Europ
muy cercanos también a la salida de Porfirio Díaz del país, en el barco