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acosado por la guerrilla, el narcotráfico, la corrupción, que desde ento
hasta ahora habrían de fundirse en novelas estremecedoras, como
La vi
de los sicarios
, de Fernando Vallejo,
Cartas cruzadas
, de Darío Jaramillo,
ejércitos
, de Evelio Rosero o
El olvido que seremos
, de Héctor Abad Facio
ce. Haber elegido Bogotá capital de la cultura iberoamericana del año 2
fue un intento de contrarrestar, por la vía de la expresión literaria, la m
truosidad al parecer irredimible que el mundo entero le había adjudic
Fernando Vallejo, esa suerte de
mazapán atómico
, como lo llamó Ca
Monsiváis, llegó a exhortar a los jóvenes, en aquella ocasión, a que n
reprodujeran para no crear más colombianos que inexorablemente se
estigmatizados por su nacionalidad en todos los rincones del planeta.
México entonces no estaba al margen de los peligros que acechab
Colombia. Ni era ajeno a los problemas de desigualdad social y de pob
aguda que abatían al país hermano. Ni se había librado de las lacras
ensombrecían la realidad colombiana y proyectaban al mundo una ima
ominosa del país. El narcotráfico había cundido en varios estados de l
pública mexicana y ostentaba su impunidad retadora particularmente e
zona fronteriza con los Estados Unidos; el Ejército Zapatista de Libera
Nacional, al tiempo que se firmaba el Tratado de Libre Comercio co
poderoso vecino del norte, había irrumpido en el sureño estado de Chia
quizá el más atrasado de la federación, con un impulso reivindicatori
las comunidades indígenas, sumidas secularmente en la miseria y lastr
por el abandono y la discriminación racial; la clase política había llega
la degradación que supusieron el magnicidio del candidato a la preside
de la República y el asesinato del jerarca del Partido Revolucionario I
tucional, crímenes que nunca se esclarecieron del todo y cuyo proceso l
–una tenebrosa comedia de equivocaciones– habría sido irrisorio de
haber sido terriblemente dramático; y la corrupción se había infiltrad
todos los estratos de la trama social. Y sin embargo, todavía decíamos,
un dejo de superioridad jactanciosa –si bien no exenta de preocupaci
que México se estaba “colombianizando”.
El escritor mexicano Juan Villoro, novelista, ensayista y sobre todo
traordinario cronista de la vida pública y privada de México, publicó