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contradictor que en revancha recomendara escribir su apellido con eq
Xunco
.
De muchacho, catecúmeno de mi propio catolicismo tan venido a
nos al correr de los años, aprendí de Alfonso Junco una arenga que esti
laba mi ardor adolescente y que todavía hoy conservo en la memoria
sin la adhesión que entonces me provocaba pero todavía con gusto po
ritmo y sus palabras:
Hoy, que fango pagano hierve y crece con nueva furia en torno nuestro, tóc
redoblar el ánimo y vivir esa juventud plenariamente. Saber y sentir, y pr
mar con obras, que no somos cristianos para llevar vida fácil, sino vida egr
Y que el cristianismo es hoy, como en su primera aparición, acometimien
aventura; no asunto de rutina, sino de hazaña; no asunto de burgueses, sin
apóstoles.
Ese aprecio, tal gusto por las palabras se había instalado en mi concie
en mi alma tempranamente. Profesora en su propia casa (donde comb
ba la tarea docente con oficios varios para sacar avante a su parvada),
madre me enseñó a leer y oír y disfrutar el verbo mediante la lectura en
alta. Cosía ajeno, como rezaban los anuncios en casas de las costurer
mientras en el último tramo de su larga jornada se inclinaba sobre su
quina Singer, pedaleando y guiando el paso de la tela bajo la aguja con
manos amorosas, nos pedía a mis hermanos y a mí, a Emelia sobre t
leer en voz alta cuanto estuviera a nuestro alcance, incluidas las novelas
entregas de la revista
Paquita,
que le era indispensable porque cont
patrones para confeccionar las prendas que le eran encargadas. Por enc
de los suyos propios, recuerdo que sufría con los infortunios de Felipe
blay, el herrero, héroe de una cinta dirigida años atrás por Ramón Pere
La fruición por la lectura, el paladeo por las palabras musitadas o di
para que otros las oyeran y captaran su sentido, para lo cual era precis
fraseo adecuado y el ritmo pertinente, fueron estimulados por mis prof
ras de primaria Carmen Alvarado y María García, y por Gudelia Baut
la directora de la escuela pública en que hice mis estudios elementales