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plomática durante aquellos años cuarenta en que la administración pública
profesaba el liberalismo escéptico que venía de más de un siglo atrás.
En medio de una sociedad que creía que un escritor creyente no era un
buen escritor, nuestro admirado don Antonio Gómez Robledo, licenciado
en derecho por la Universidad de Jalisco y maestro y doctor en filosofía
por la unam, se mostró siempre católico. Y al mismo tiempo se fue viendo
que sus conferencias de jurista experto en derecho internacional eran tan
brillantes, que atraían como oyentes a los más destacados legistas, tanto en
América como en Europa.
Él se exhibía como digno seguidor de los magnos convertidos europeos:
Claudel, Peguy, Newman, Chesterton, Maritain, Papini, Graham Green.
No en vano maduró un libro sobre
El pensamiento filosófico de Edith Stein
(1988), la sagaz filósofa judía convertida, hoy día ya canonizada por Juan
Pablo II.
Escribió asimismo, en el 87, un libro sobre el abogado de la cristiada,
Anacleto González Flores.
El diplomático humanista
Porque, ante todo, don Antonio fue un diplomático que dio gloria a Méxi­
co, según lo refiere una semblanza de Salma Saab. Comenzó con sus cargos
en el Comité Jurídico Interamericano de Río de Janeiro (del 41 al 46).
Siguió luego su serie de encomiendas en Estados Unidos desde el 46 hasta
el 59, tanto en la oea como en las Naciones Unidas. Pasó después a ser
nada menos que nuestro ministro plenipotenciario de asuntos de Europa,
Asia y África, del 60 al 64. Y vino a continuación su extenso periodo de
tareas europeas en las Naciones Unidas (Ginebra, del 64 al 67). Llega así su
etapa culminante de nombramientos como embajador de México en Italia
y Túnez (del 67 al 71) y en su amada Grecia (del 75 al 77), donde perfec­
ciona su dominio del griego clásico y del moderno, y en Suiza (del 77 al
79). Y por fin el presidente López Portillo lo nombra embajador eminente.
Fue en Grecia donde pronunció sentencias tan aceradas como
Ágios táfos
estí tés anastáseos basilikí
[El Santo Sepulcro no es tal, sino la Basílica de la
Resurrección]. En medio de todas las citadas tareas, no abandonó sus nom­
don antonio gómez robledo, sabio jurista y filósofo