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tificado allí como
Libro de las raíces o diccionario hebreo bíblico
. Los judíos
herederos de esta tradición aprendieron pronto las bondades de la impren­ta
y se aficionaron a ellas: la veían como un medio de multiplicar los textos y
de preservar su religión y su cultura. No parece, pues, descabellado supo­ner
que Maturino Gilberti, un franciscano francés de principios del siglo xvi,
posiblemente de Toulouse o de Poitiers, haya conocido de estudiante estas
tradiciones gramaticales y lexicográficas arraigadas en su Francia de origen,
por ejemplo en Carcassonne, ciudad que por su posición estratégica entre
el Atlántico y el Mediterráneo, entre España y el resto de Europa, fue un
cen­tro de irradiación cultural entre sus vecinos.
5
Maturino Gilberti, el sa­bio
lingüista francés que nos ha convocado aquí hoy, “luz de la iglesia de Mi­
choacán, padre de sus predicadores y Cicerón de la lengua tarasca”,
6
como
lo llama el cronista franciscano fray Alonso de la Rea, en su
Crónica,
muere
el 3 de octubre de 1585 aquí, en Tzintzuntzan.
Jacona, junto al Canal de la Esperanza, 21 de enero de 2008
herón pérez martínez
5
Para una descripción de la naturaleza y los alcances de la cultura sefardí y de lo que significó
para España y para Europa, véase Paloma Díaz Mas,
Los sefardíes. Historia, lengua y cultura
, Barce­
lona, Riopiedras Editores, 1997.
6
Crónica de la Orden de San Pedro y San Pablo de Michoacán,
México, 1882, p. 171.