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recordando a julio verne
A instancias públicas de Fernando de Lesseps, constructor del Canal de
Suez, el gobierno francés confirió a Julio Verne, en 1892, el título de oficial
de la Legión de Honor. Pero no obtendrá el que más deseaba, el que mayor
ilusión provocaba en su ánimo, el de miembro de la Academia de Francia.
Su editor Hetzel procuró complacerlo, mediante el uso de sus buenas rela­
ciones. Fue Alejandro Dumas hijo quien trató a Verne de hermano, el que
más interés puso en su candidatura. Cuando Verne, que lleva un minu­
cioso recuento de las sillas disponibles en la Academia, duda del género
literario que ha cultivado, Dumas hijo le escribe, para tranquilizarlo, lo
que ha opinado ante sus miembros: “Ya que mi padre no llegó a perte­
necer a la Academia Francesa, debería entrar en ella Julio Verne, que es
como un Dumas científico. Para mí sería como si votaran por mi padre”.
El temor de Verne de terminar su vida sin recibir la espada simbólica de
la Academia de Francia se cumple, para pena de sus amigos y gozo de sus
adversarios intelectuales, los que no le perdonarían la gloria indiscutible
de la fama literaria.
Quedará en la memoria histórica, cabalgando sobre ella después de cerca
de 200 años, la obra magna de un escritor de huella profunda; el cañón de
largo alcance, el batiscafo, los carros modernos de asalto, el fonotelefoto, el
piano-electrocalculador, las nubes artificiales… El visionario del
Nautilius
,
del
Columbia
, del
Apolo
, el que viaja del Atlántico al Pacífico, del centro de
la Tierra a la Luna, anticipando el despegue coheteril de Cabo Cañaveral…
El hombre genial, resumido por Ray Bradbury: “Cada cual a su modo,
todos somos hijos de Julio Verne”.
Esta evocación inspirada por Julio Verne y arrullada por la música del
mar nativo, tanto como por sus páginas aleccionadoras, abunda en re­
cuerdos anecdóticos y en el aprendizaje de un vocabulario con el aroma
salobre de nuestra navegación humana, con una de sus analogías más
citadas: “En la política de los vientos, como entre las tribus de la tierra, la
verdadera lucha está entre el Este y el Oeste”.
¿No es elocuente la senten­cia
de Joseph Conrad: “En el mar todos somos iguales”? ¿Vale en su ex­trema
pasión la que llevó a Monet, el pintor francés, a pedir que a su muer­te lo
enterraran en el mar? No es muy sabido que el primer cuento que Chéjov
firmó
El Mar. Al Mar
,
fue también el título del primer poema conocido