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alcanzaba a cubrir las necesidades de un músico joven recién casado, y
siguiendo una oferta de mejores horizontes, mi padre emigró a Tampico,
en donde tampoco logró sacar a flote a su joven y creciente familia con
su violín. Finalmente, el ciclón del año 1933, que inundó y casi destruyó
Tampico, obligó a mi padre a viajar con su esposa y cuatro hijos a la ciudad
de México. Todavía insistió en ganarse el sustento como violinista tocando
en la recién fundada Orquesta Sinfónica de la unam, dirigida entonces por
el maestro José F. Vázquez, con la asistencia del maestro José Rocabruna.
Pero sus ingresos eran insuficientes para cubrir sus necesidades y empezó a
trabajar como locutor de radio (en Radio unam) y después como escritor
de programas radiofónicos (en la xew).
El relato anterior explica mi exposición precoz a la buena música. En
la casa de mis padres siempre se oía música, buena música: cuando mi pa­
dre ensayaba, cuando llegaban sus compañeros músicos a ensayar con él,
cuando ponía el radio, incluso cuando tarareaba para dormir a sus hijos. La
llegada de un fonógrafo a la casa introdujo una nueva fuente de música: lo
estrenamos con una versión del primer Concierto para Piano y Orquesta
de Chaikovski, tocado por Arthur Rubinstein, en seis pesados discos de 76
revoluciones. Yo tenía entonces nueve años de edad.
III
Desde que me acuerdo, asistía regularmente a los conciertos de la Sinfónica
de la unam, en el anfiteatro Bolívar. Mi padre conseguía boletos para mi
madre y los hijos mayores (mi hermano y yo), y pronto empecé a distinguir
entre Mozart y Beethoven. Pocos años después llegó un piano a la casa y mi
padre lo usaba para dar clases de música a unos cuantos estudiantes, para
poner algunas piezas con otros colegas e incluso para componer canciones
infantiles. Yo me acerqué al instrumento con muchos deseos de aprender
a tocarlo pero mi padre no sólo se rehusó a enseñarme, sino que prohibió
que sus cuatro hijos estudiaran música, por miedo a que nos convirtiéra­
mos en profesionales como él. Tanto mi padre como mi madre aspiraban
a una vida mejor para sus hijos y estaban convencidos de que ésta no se
ruy perez tamayo