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isidro fabela, la cultura de la justicia
compañeros como Reyes y Vasconcelos le hicieron comprender que la mi­
sión de crear un hombre nuevo en México y en Iberoamérica era una labor
comunitaria y generacional en la cual se salvarían o se condenarían todos
los mexicanos y los latinoamericanos juntos.
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Este sentimiento de solidaridad mexicana y generacional fue nota fun­
damental del carácter de Fabela; su presencia en el Ateneo, tanto como
su adhesión, constituyó una constante en su vida; así también cuando se
encontraba al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores no dejaba
de ser factor de apoyo para amigos que sufrían el exilio, aun en el caso de
que no concordara con sus ideas.
En cierto modo, Fabela supo ser un hombre de su tiempo y en ello le
iba gran parte de su talento; supo adaptarse al momento en que se desem­
peñaba y mantenerse siempre a la altura de las circunstancias. No era un
visionario ni un profeta; era un hijo de su tiempo comprometido con las
causas de su realidad. Por eso se extraña a veces en Fabela el idealismo que
conforman los textos de otros revolucionarios, como los primeros escritos
de Flores Magón, pero también lo exime de las amarguras y recriminacio­
nes de otros, como Vasconcelos. Discreto siempre y hasta tímido, sus me­
morias son más parecidas a las de Alfonso Reyes y muy distintas a aquellas
otras de Martín Luis Guzmán o José Vasconcelos; no hay en el mexiquense
confidencias íntimas; hay siempre comprensión de la época y la circunstan­
cia, situación que puede apreciarse en su discurso durante el homenaje que
le rindió Cuadernos Americanos:
Hoy he ascendido en la escala admirable de Cuadernos Americanos a una cima
en cuya eminente altura me siento tan honrado y feliz que mis animosos 74
años, plenos de optimismo, se sienten capaces de seguir luchando por la li­
bertad de mi patria y del mundo con la misma fe y ardor que tuviera en mis
años mozos cuando dejé la casa paterna para pelear contra la tiranía que hirió
de muerte a la nación mexicana el cruento año de 1913 [...] Lo recuerdo bien
[…] desde que se fundó el Ateneo de la Juventud, de florentísima historia; yo
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Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña,
Correspondencia 1907-1914
,
ed., José Luis Martínez,
fce, México, 1986, p. 456.