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fernando serrano migallón
una generación excepcional por su tiempo y por sus protagonistas creó en
él tanto a un político leal con sus principios como a un intelectual disci­
plinado y, cosa rara entonces como ahora, consciente del oficio de escribir,
de su esfuerzo y de la mancuerna, que no dicotomía, entre sensibilidad y
técnica.
Isidro Fabela perteneció a una generación privilegiada. La Escuela Na­
cional Preparatoria, su inclusión en el Ateneo de la Juventud y el contacto
con los grupos progresistas de su tiempo fueron el ambiente ideal para
la formación de su espíritu inteligente y comprometido; de él dice Javier
Garciadiego, “con todo, Fabela no se limitó a ser un joven politizado, pues
al margen de sus estudios y de su creciente concientización sociopolítica,
comenzó a desarrollar un enorme interés por la literatura”.
1
Fabela mantu­
vo un perfil común a sus compañeros ateneístas, una íntima convicción de
que el hombre sólo podía entenderse como unidad indivisa, en la que la ne­
cesidad cultural y la necesidad material eran únicamente manifestaciones
diversas de una sola realidad objetiva: el individuo en sí mismo. Alfonso
Reyes propone este credo de los caudillos culturales de la Revolución: “si
todo el hombre es vida social, la ciencia social comprende el registro de
todas las posibles disciplinas humanas […]. La realidad es continua y to­
das las cosas y todos los conocimientos se entrecruzan, viven de su mutua
fertilización”.
2
De ahí que su continuo e insistente llevar la noción de la
justicia y la equidad a la arena de lo internacional y las relaciones políti­
cas al interior del país fuera primero una postura intelectual cultivada en
comunidad desde los tiempos de la Escuela Nacional Preparatoria y en la
Escuela Nacional de Jurisprudencia, después, y que significaba para él mu­
cho más que un principio ideológico, una especie de fuerza niveladora que
hacía posible la vida de la cultura y la civilización; en otras palabras, una
necesidad vital tan objetiva como es la de comer o respirar.
Por su carácter iniciático y fundacional, los años del Ateneo de la Juven­
tud, de la Preparatoria y de la Escuela de Jurisprudencia fueron definitivos.
Años en los que la presencia de maestros como Pedro Henríquez Ureña y
1
Javier Garciadiego,
Fabela, diplomático revolucionario
,
est. prel., para el volumen X de la Biblio­
teca Isidro Fabela, Instituto Mexiquense de Cultura, México, 1994, p. viii.
2
Alfonso Reyes, “Última Tule”,
Obras completas
,
t. XI, fce, México, 1982, p. 106.