Ceremonia de ingreso de doña Sara Poot (parte 3)

Jueves, 12 de mayo de 2016.

Respuesta al discurso de ingreso de Sara Poot

Me es grato darle la bienvenida a Sara Poot Herrera, desde hoy miembro correspondiente por Yucatán de esta Academia Mexicana de la Lengua. La conozco desde hace muchos años, he seguido con interés su carrera, admirado su perseverancia y entusiasmo, mismos que le han permitido ser sucesivamente maestra rural, bailarina, estudiante de letras en la universidad de Guadalajara, doctoranda de El Colegio de México, autora entre otros textos de un libro intitulado Un giro en espiral. El proyecto literario de Juan José Arreola, y de múltiples ensayos sobre autores mexicanos muy importantes, entre ellos, Rulfo, Pitol, Del paso, Poniatowska… Y desde hace varios años, profesora distinguida de la Universidad de California en Santa Barbara, donde trabaja con alumnos de origen mexicano, para lograr que se sientan orgullosos de la historia y la lengua de sus padres y antepasados y la recobren y la estudien, organizando al mismo tiempo congresos en su propía universidad y en su ciudad natal, Mérida, promoviendo asociaciones memorables como la de UC Mexicanistas que ya cuenta con 100 miembros, la mayor parte, profesores de literatura mexicana en las universidades estadounidenses, donde esa literatura se imparte y, que, de manera hiperbólica, aclama los triunfos académicos y las obras de sus asociados.

Mi relación con ella se inició justamente a partir de un homenaje internacional a Sor Juana Inés de la Cruzque organizó en 1991 junto con Elena Urrutia, en ese entonces directora del programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, cuyo resultado fue un libro, Y diversa de mí misma/ entre vuestras plumas ando. Más tarde, dirigió un trabajo colectivo intitulado Sor Juana y su mundo que, en 1995, aniversario de la muerte de la monja jerónima, se organizó en este claustro y se publicó en colaboración con la Universidad de Puebla y el FCE.

Desde entonces, como lo ha mencionado en su discurso de ingreso, ha investigado sobre Sor Juana en distintos archivos y bibliotecas, investigación de la que ha dado cuenta en numerosos artículos y en su libro Los guardaditos de Sor Juana y, nos promete entregar en breve, otro libro que esclarezca, con documentos fidedignos, algunos de los muchos enigmas de la vida y aún de la obra de la monja jerónima.

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Me parece pertinente que en su discurso, Sara se refiera a la relación que parecería lejana entre la poetisa y Yucatán. Y me parece muy significativo el hallazgo de los documentos relativos al primo político de la monja, el yucateco maestro, cirujano y barbero (en esa época, oficios intercambiables ) Juan Caballero, casado con Isabel Ramírez, la hija de sus tíos y benefactores, los Mata, Juan y María, pues echa en tierra la tesis sustentada -hasta este descubrimiento de Sara- de que el donador de su dote haya sido don Pedro Veláquez de la Cadena, como suponía Calleja, personaje importante de la corte novohispana y a quien Sor Juana le dedica también unos versos. Descubrimiento que seguramente conducirá a otros también muy relevantes y que, presumo, Sara tiene escondidos entre sus guardaditos.

Es obvio además que cuando se hace la genealogia de los autores yucatecos que se han ocupado de la obra de la jerónima y. a pesar de las críticas que se le han hecho, Ermilo Abreu Gómez ocupa un lugar particular, al interesarse desde muy temprano en la biblioteca y bibliografía de Sor Juana, asi como en su iconografía. La historia de los virreyes de la Nueva España, escrita por Rubio Mañé, sigue siendo un libro de consulta indispensable. Eduardo Urzaís Rodríguez comparte con Ludwig Pfandl, Antonio Alatorre y varios contemporáneos actuales y de la monja, la idea de que una obra como la de ella, sólo pudo haber sido escrita por un espíritu varonil, lugar común corriente ya en su época y que a menudo repiten varios de los sacerdotes, autores de las licencias y panegíricos de las cien primeras páginas del Segundo volumen de sus obras, publicado en Sevilla en 1692, a instancias de la Marquesa de la Laguna.

Cito como ejemplo las palabras de Ambrosio de la Cuesta, carmelita, quien asegura que sj es: “Una sabia y constante virgen consagrada en la religión a Dios, un varonil ingenio”. O el desmesurado elogio de otro carmelita, devoto de Santa Teresa de Jesús, Pedro del Santísimo Sacramento, quien al ensalzar a la jerónima, cita las palabras de un fraile dominicano quien al conocer a la santa de Ávila exclamó asombrado: “ Padres, me habéis engañado, dijistéisme que entrase a hablar con una mujer, y la verdad no es sino un hombre , y de los muy barbados”.Y reitera don Pedro: “Lo mismo (con la proporción, claro está, que se debe), podré decir de la Madre Juana Inés de la Cruz, y más bien, los que la han oido en el locutorio, dicen que es mujer, y a la verdad no es sino hombre y de los muy barbados, esto es, de los más eminentes en todo género de buenas letras…”.

Asombro que no cesa de producirse, porque cuando Sor Juana escribe o habla, la idea de su fragilidad corporal y mental, natural en las mujeres, como se pensaba entonces y quizá aún ahora, como escribían al influjo de una tradición milenaria Fray Luis de León, Huarte de San Juan o la mayoría de sus contemporáneos, esa humedad o frialdad, características del sexo femenino, se neutraliza, el rostro de la monja se transforma y queda oculto, recubierto por una proliferación que de inmediato opera la metamorfosis y la masculiniza.

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Como bien lo señala Sara Poot, primordial en la historia de la recepción y edición de la obra de Sor Juana, es Juan Ignacio Castorena y Ursúa, compilador y editor del tercer volumen de sus obras, Fama y obras pósthumas, publicada en Madrid en 1700, que sería más tarde, como lo subraya nuestra académica correspondiente, obispo de Yucatán de 1730 a 1733, pfechas en que ya SJ había caído casi en el olvido. Castorena dedica este volumen a una descendiente de Hernán Cortés, doña Juana Piñateli Aragón etc, con estas suntuosas palabras: “Ofrece a V.una valiente lámina de plumas de oro, y de los plumajes de la poetisa, mexicana Fénix, y de los plumajes de los cisnes cortesanos de Madrid, Lima y México, que renuevan en el vuelo de su póstuma fama… etc”. De especial interés entre los textos coleccionados en ese volumen son la aprobación del padre Calleja, corresponsal de Sor Juana y su protobiográfo y un soneto anónimo que se presume fue del mismo autor. En este mismo volumen, prologado también por Castorena, se publican varios de los más importantes escritos religiosos y teológicos de la jerónima, la Carta Atenagórica o la Crisis de un sermón, la Carta de Sor Filotea de la Cruz, la Respuesta, la Petición en forma casuídica que rubricada con su sangre hizo de su fe, la Docta explicación del misterio de la Purísima concpción, así como ejercicios y meditaciones, algunos sonetos profanos, muy pocos, y al final varios epitafios, mayormente en verso.

Este tercer tomo, suele decirse, inaugura de manera más evidente la corriente que desde esa época ha intentado borrar la imagen de Sor Juana como un personaje mundano y resaltar en cambio su penoso recorrido hacia la santidad, es decir, es quizá uno de los sustentos de las interpretaciones que pretenden que las últimas palabras inscritas en su primera profesión hayan sido realmente la intención de la Jerónima; Dios me haga santa, fórmula estereotipo, empleada por todas las monjas que entraban a un convento, así como la muy traída y llevada proclama, como sólo perteneciente a sor Juana, que dice a la letra, Yo la peor de todas.

Al publicar su tercer volumen, ¿pretendería Castorena demostrar que sor Juana quiso convertirse en santa, como defiende una corriente de estudiosos de la monja, contradiciendo al padre Calleja quien en su aprobación a la Fama declara que Sor Juana vivió…” en la religión, sin los retiros a que empeña el estruendoso y buen nombre de extática”? ¿Pretendería Castorena, insisto, demostrar que el único anhelo de la monja durante sus últimos años había sido recorrer el camino de la santidad?

A la luz de los muchos documentos que han ido apareciendo estos ultimos años y los que ya conocíamos de sobra, es imposible negar que nuestro Fénix fue objeto de una polémica muy violenta en la que llegó incluso a tachársela de herética, como ella misma lo declara en la Respuesta.

Sin embargo, no es improbable, aunque no estoy muy de acuerdo con esa tesis, que también escoge en parte Sara, de que, en los útimos tres años de su vida, Sor Juana se haya convertido en una monja mortificada –como Inés de la Cruz o Mariana de la Encarnación–, cuyo único deseo hubiese sido dedicarse literalmente en cuerpo y alma a la santidad.

Es maravilloso, sin embargo, que a estas alturas de los estudios sorjuanianos, todavia podamos entablar, sus admiradores y estudiosos, fervientes debates como los que constantemente se suscitan, debates que la vivifiquen e impidan que se la convierta en una especie de fetiche o monogote o se la mitifique al estilo de algunas de las manifetaciones públicas que hemos visto surgir últimamnente.

No me queda más que felicitar a Sara por este texto, por sus importantes aportaciones para aclarar facetas aún oscuras de la vida de nuestra Décima Musa y, last but not least, darle un estrecho abrazo en ocasión de su entrada a esta corporación.

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