Ceremonia de ingreso de doña Sara Poot (parte 2)

Jueves, 12 de mayo de 2016.

DÍAS ESPECIALES EN SAN JERÓNIMO

Entre 1672 y 1673 el arzobispo de México Fray Payo de Ribera visitó nueve conventos femeninos de la ciudad de México. Cumplía así con una de las tareas que como arzobispo le correspondía, consistentes en cuidar y proteger la disciplina conventual, revisar el inventario de cosas materiales que allí se tenían y supervisar el orden y la conducta de las monjas. Uno de los conventos visitados en enero de 1673 fue el de San Jerónimo donde desde hacía cuatro años había profesado Sor Juana Inés de la Cruz.

El formato de las visitas es similar al de los otros conventos y cada día da lugar a un auto (documento testimonial) que registra las actividades llevadas a cabo. Se presenta la lista de monjas del convento, la relación de alhajas, se registra la plata, la seda, los ornamentos, la ropa blanca. Se revisa el reglamento de las visitas, el modo de vestir. Por todo eso pasó la Madre Juana de la Cruz (con ese nombre aparece). El suyo, entre 87 nombres, ocupa el número 78 y es el último de la relación de religiosas; del número 79 al 82 están las “jóbenes”, del 83 al 85, las “Nobisias”, en las “Donadas” un nombre (86) y, sin numerar, uno más. Llama la atención lo relativo a los espacios de convivencia de San Jerónimo: “Y porque conviene que las viviendas que son comunes a todas las religiosas como son dormitorio, sala de labor, nobiçiado y enfermería, sólo sirban de aquellas cosas para que están destinadas, mandaba y mandó [el arzobispo] a dicha madre priora que es y en adelante fuere no permita que en ellas se haga avitasión de ninguna religiosa en particular”.

¿Se consideraban viviendas comunes las celdas? ¿No las habría particulares en esos años? En 1673, cuando el arzobispo hizo la visita formal que aparecen en estos autos, Sor Juana Inés de la Cruz ya había publicado varios poemas en los espacios por los que había transitado. Podemos imaginar aquellos por donde se movía: las rejas, el templo, el confesionario, el comulgatorio, los dormitorios, la enfermería, los tornos (ese mismo año fue tornera), la sacristía, los coros, el noviciado, la sacristía, la cocina, otras oficinas.

Sor Juana habló (poéticamente y no) de los alimentos. En serio, ¿prepararía gigote de gallina, manchamanteles, moles, torta de arroz, manjar blanco, cuajadas, buñuelos de queso, rompope, biscochos y ates, jericayas…? De veras, ¿combinaría ingredientes?, ¿utilizaría recipientes, morteros y cazos utilizados en el fogón de la cocina de San Jerónimo? Vida conventual femenina animada con los diálogos en la elaboración de las recetas, vida en común con las otras hermanas, de las que Sor Juana –lo dijo– se sabe querida “por un natural tan blando y tan afable y las religiosas me aman mucho por él (sin reparar, como buenas, en mis faltas”).

ENTRE LOS VISITANTES DE SAN JERÓNIMO

A mediados de 1675, y en su paso por la Ciudad de México, la visitaría el futuro Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, y futurísima Sor Filotea de la Cruz quien en su prólogo a la Carta Athenagórica le recuerda: “quien desde que la besò, muchos años ha, la mano, viue enamorada de su alma, sin que se haya entibiado este amor, por la distancia, ni el tiempo, porque el amor espiritual no padece achaques de mudanças, ni le reconoce el que es puro, sino es àzia el crecimiento […]”. Si Fernández de Santa Cruz visitó a Sor Juana Inés de la Cruz en 1675, él tenía 38 años (nació en enero de 1637); ella 23 (si nació en noviembre de 1651).

¿Otra visita importante entre muchas? La carta del 30 de diciembre de 1682 enviada desde México por la virreina marquesa de la Laguna y condesa de Paredes a su prima María Guadalupe de Lancaster, duquesa de Aveiro lo manifiesta:

Pues otra cosa de gusto que la visita de una monja que hay en san Jerónimo que es rara mujer no la hay. Yo me holgara mucho que tú la conocieras pues creo habías de gustar mucho de hablar con ella porque en todas ciencias es muy particular esta. Habiéndose criado en un pueblo de cuatro malas casillas de indios trujéronla aquí y pasmaba a todos los que la oían porque [fol. 7r] el ingenio es grande. Y ella, queriendo huir los riesgos del mundo, se entró en las carmelitas donde no pudo, por su falta de salud, profesar con que se pasó a San Jerónimo. Hase aplicado mucho a las ciencias pero sin haberlas estudiado con su razón. Recién venida, que sería de catorce años, dejaba aturdidos a todos, el señor don Payo decía que en su entender era ciencia sobrenatural. Yo suelo ir allá algunas veces que es muy buen rato y gastamos muchas en hablar de ti porque te tiene grandísima inclinación por las noticias con que hasta ese gusto tengo yo ese día.

Es un retrato de Sor Juana, es una reseña de las visitas de la virreina a San Jerónimo, es un testimonio del diálogo intelectual de dos mujeres, es un real hallazgo.

ENTRE MONJAS NUESTRA MONJA, LA GRAN MONJA

De particular interés es ver la firma de Sor Juana Inés de la Cruz entre las firmas de otras monjas en San Jerónimo. Se trata del 18 de diciembre de 1686 cuando en San Jerónimo se da el voto y se hace el juramento a la Purísima Concepción, que repercutirá en acciones y escritos posteriores y postreros de Sor Juana. Asiste toda la comunidad a la ceremonia y todas las monjas firman. Después de la firma de la priora y de la vicaria, hay 85 firmas. La de Sor Juana es la número 62. La suya es una más entre otras: ningún protagonismo. A partir de ese día, las monjas profesarán no con cuatro votos, sino con cinco; el quinto, a la Purísima Concepción. Las monjas que han profesado pueden ratificar la profesión considerando este voto. Lo hace Sor Juana en documentos que fecha en febrero y en marzo de 1694, documentos que van cercando el halo de sus poemas humanos, votos que la acercan al final de su vida.

Si el 24 de febrero de 1669 protestó como monja jerónima de coro y velo, el 8 de febrero de 1694 con su sangre ratificó su voto y reiteró su defensa de la Inmaculada Concepción. Si el 18 de diciembre de 1686 votó y con otras 86 firmas monjiles juró por la purísima Concepción, el 17 de febrero de 1694 ratificó su voto y explicó doctamente su voto. Si el 24 de febrero de 1669 firmó con su nombre el acta de profesión, el 5 de marzo de 1694 firmó de nuevo con su sangre, ratificó (“nueva protestación”) y reiteró su voto por la Inmaculada Concepción de la Virgen. Fue su Protesta que, rubricada con su sangre, hizo de su fe y amor a Dios […], documento con que clausuró veinticinco años de su profesión religiosa “al tiempo de abandonar los estudios humanos para proseguir, desembarazada de este afecto, en el camino de la perfección”.

Si en febrero de 1668 solicitó el hábito de bendición para ser recibida por la comunidad conventual y tuvo que transcurrir un año para profesar, una vez pagada la dote, en su Petición, que en forma causídica presenta al Tribunal Divino […] por impetrar perdón de sus culpas [sin fecha] expresó su deseo de volver a “tomar el Hábito y pasar por el año de aprobación” ofreciendo como dote para hacerlo “las limosnas” recibidas y le pidió al Sacramento que fuera recibida por “la Comunidad celestial”. Eso fue entre 1694 y 1695. La hermana Juana cumplió ese año como la mejor y el 17 de abril de 1695 entró y para siempre en dicha comunidad. Se había estado despidiendo del mundo y lo hizo repitiendo el rito de profesión, como lo hizo al llegar a San Jerónimo.

Su renuncia (me parece, lo repienso) no fue debido a presiones externas (¿cuáles?), que sería debilitar la imagen de una Sor Juana fuerte, valerosa, incansable. Creo que –histórica, cambiante– desde el convento participó en la publicidad del siglo y desde el convento se retiró después. Sólo puedo imaginar el cambio desde lo más profundo de sí misma. Se quedó sin sus libros, firmó con sangre su renuncia y le puso un anillo a los veinticinco años de cuando “nocturna mas no funesta” se dio tiempo de argentar la palabra y de, como intelectual, reflexionar sobre “las rateras noticias de la tierra”.

De las 87 religiosas presentes el 18 de diciembre de 1686, en el Voto y Juramento de la Inmaculada Concepción, cuatro murieron a principios de 1695. Ese año San Jerónimo se vistió de luto con la muerte de siete religiosas (una murió en enero; dos en febrero; una en marzo; tres en abril). Lo mismo había sucedido en 1691, año en que murieron ocho religiosas. Entre las siete monjas muertas en 1695 estaba Sor Teresa de San Bernardo, quien había profesado un año antes, “la ‘benjamina’ le decían, por haber sido una joven religiosa, a la que la madre contadora le enseñó a cocinar potajes de miel”. Sor Juana murió el 17 de abril. Vio venir su muerte. ¿La buscaría? Se había encargado de su propia frase lapidaria: “AQUÍ arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año… Yo, la peor del mundo. JUANA INÉS DE LA CRUZ”.

La pena de su muerte se selló en el convento de San Jerónimo, el claustro desde donde Sor Juana Inés de la Cruz se asomó a las estrellas, al cuerpo y sus humores, y vio venir la sombra fugitiva y despertó con el mundo iluminado de su poesía. San Jerónimo, donde escribió “un papelillo que llaman el Sueño”. Nuestro viaje con Sor Juana es un nuevo intento de marcar el transcurso de su vida, no de modo lineal sino haciendo una especie de idas y vueltas entre las coordenadas espaciales y temporales donde tuvo lugar el nacimiento de la poesía y la prosa novohispana más trascendental de todos los tiempos.

Eso fue hace 321 años. Y aquí estamos. No como si hubieran pasado trescientos o doscientos o cien años , ni siquiera 3, ni 2 ni 1. Pero estamos en 2016 y urgidos por un coro de investigadores que vayan quitando velos para descubrir si no originales de la obra de Sor Juana (¡tiene que haberlos!), sí de su tiempo y entender cómo fue para interpretarlo desde hoy, cuando hemos visto que Sor Juana perteneció a varios mundos y fue cambiando hasta apagar las luces de su celda.

UN PROYECTO PARA TODOS Y EL PORQUÉ DE SU NECESIDAD

–Porque en el Archivo de Indias veo en Sevilla un Auto (no un juicio) de residencia (esto es, un cuestionario que han de contestar personajes clave de la ciudad de México) sobre el comportamiento del virrey de la Laguna en la Nueva España, y una de las preguntas es si ha tratado de la misma manera a todos los conventos. ¿Los trataría igual?

–Porque en la Biblioteca Bancroft de Berkeley reviso un cuadernito misceláneo manuscrito con poemas de Sor Juana (no digo que sean de ella, pero sí son copia de su época) y me pregunto cómo circularon por primera vez en la Nueva España esos poemas publicados en 1689 en Madrid en Inundación Castálida . Al menos yo, no lo había pensado.

–Porque en una colección especial de una biblioteca en los Estados Unidos veo el original de la loa endosada (muy voluntaria pero forzosamente a la niña Juana) y descubro fiestas religiosas mestizas alrededor de la ciudad de México amenizadas con loas en náhuatl y español. Pero la loa ni es infantil ni es de la niña Juana.

–Porque investigué que Sor Juana fue leída (¡y en inglés!) a fines del siglo XVIII y principios del XIX entre los círculos intelectuales y feministas también en Inglaterra y en el Este de los Estados Unidos (hasta Frankenstein estuvo cerca de Sor Juana, me dije).

–Porque me encuentro a Juan Caballero en un archivo de Madrid y abre (al menos a mí) la genealogía de los Ramírez.

–Porque desde 1995 nos fuimos enterando de reacciones provocadas por la publicación de la Carta Athenagórica en Puebla y hace poco tiempo supimos que el Obispo de Puebla fue interlocutor de la jerónima. Pero todavía no sabemos quién es el Soldado.

–Porque Sor Juana participaba en la dinámica de préstamos y réditos con los banqueros y de alguna manera con la economía de su época (¿cómo sería ésta?).

–Porque leo el Libro de Profesiones de San Jerónimo y me resulta interesante el modo de profesar de las monjas (que no es exactamente el mismo), me encuentro con sus sobrinas, la imagino en la cotidianidad y los días festivos, y anoto el registro de altas y bajas de las religiosas que conoció Sor Juana y de quienes la conocieron a ella.

–Porque no encuentro documentos de grandes prelados de la Iglesia que presionaran a Sor Juana (por ahora sólo pienso en su confesor). El arzobispo tenía furor económico y quiso hacerse de bienes no sólo de Sor Juana para ayudar a los pobres.

–Por lo mucho que hay que buscar y hallar en el camino.

La investigación reclama ampliar horizontes y da lugar a nuevas preguntas. Esta ampliación de pesquisas parte de testimonios resguardados aquí en el claustro, y hasta otros que habremos de reunir para trazar rutas de investigación. La sugerencia es restituir al menos una parte de su biblioteca, sus pertenencias, desde esta universidad donde vivió y ahora lleva su nombre. Los “viejos nuevos documentos” darían aún más la oportunidad de ir ensamblando piezas en el rompecabezas (aún incompleto y ya de por sí barroco) de la vida de nuestra Décima Musa. Las piezas mismas (documentos aislados) y su movimiento (documentación articulada) irían destrabando repeticiones que, sin sustento, han estancado los estudios relacionados con ella. La documentación y la lectura y relectura de la obra nos acercarían de modo más confiable a una de las biografías más interesantes de una figura excepcional respecto al pensamiento, la inteligencia, la genialidad de las letras (y de los números también). Lo sabemos: Sor Juana no sólo fue escritora (no sólo fue poeta) sino que su capacidad de entendimiento la volvió uno de los personajes más extraordinarios de nuestra historia. Retratar a Sor Juana en un marco accesible para todos.

Y yo, yucateca también, ¿estudiosa de Sor Juana? ¿Desde cuándo y desde dónde? Me preguntan por qué no estoy en Yucatán, que cuándo me fui de Mérida. Todo ocurrió en el Palacio de Gobierno de la ciudad que llevo aquí dentro. Es una mañana de verano. Sara María Herrera Arceo, mi madre, va a cobrar su sueldo de maestra (sueldo que recibía dos o tres meses después de vencidas las quincenas de pago). Mientras sube para recoger su (posible) pago, yo converso con una joven que acompaña a su abuela, quien también viene a cobrar su atrasado sueldo. Allí me entero de un internado para hijas de campesinos y de maestros que está a más de mil kilómetros de casa. No tarda en volver mi mamá, cuando le pido que me lleve a estudiar a ese lugar que mi imaginario concibe ya como una utopía. Préstamos de por medio, largo viaje en tren a la ciudad de México, estancia en Guadalajara hasta llegar a Atequiza, Jalisco, donde está la Normal Rural que será por ahora mi destino. Noche que dormimos en el piso de una escuela enfrente del internado; examen de admisión muy de mañana, etcétera. Extrañaré a mi papá y a mi mamá, a mis hermanos, a mis primos, mi calle, etcétera. Seré maestra en los Altos de Jalisco y veré pasar a las enlutadas de Agustín Yáñez, etcétera. Viviré en Atotonilco el Alto, bailaré en el ballet folklórico y daré clases en una primaria, en una secundaria, en la prepa, y más tarde en otra secundaria rumbo a Chapala, cerca de La Barca (en que me iré), etcétera. Iré los veranos a la Normal Superior de Tepic, Nayarit, y trabajaré en la prepa uno de Guadalajara. Entraré a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara, etcétera. Me iré a El Colegio de México (generación entrañable) y conoceré a muchos de ustedes, etcétera; más tarde a Sor Juana, a Poniatowska, a Margo Glantz, y a cuánta amiga y amigos escritores de los que soy lectora. Pasé también por la creación de los libros de texto gratuitos de español para las escuelas primarias de México. Pero hace tiempo que vivo en California (en la Universidad de California de Santa Bárbara; ¿hasta allá la mandaron?, me pregunta una señora en el avión), soy UC-Mexicanista, y vuelvo a México, a Guadalajara y a Mérida, como yucateca, yucatanense, yucatequista, yucatequera… Cuánta era, soy, ¿seré? Y lo digo aquí porque a Sor Juana a lo mejor le gustaría oír que en todas partes la leemos, estamos en deuda con ella, es una fuerza. Y mientras la leo, me doy cuenta de que en mayo de 1666, hace exactamente 350 años, Juana Ramírez escribió su primer poema, “¡Oh cuán frágil se muestra el ser humano…” Se publicó en 1692 cuando ya era famosa. Pero no lo era aún cuando poetizó sobre lo efímero de la existencia, sobre el alma aprisionada en el cuerpo, la tierra de donde sale y vuela sobre sus semillas el Ave Fénix inmortalizado: Sor Juana Inés de la Cruz, pensamiento, acción y palabra.

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