Ceremonia de ingreso de don Raúl Arístides Pérez Aguilar a la Academia Mexicana de la Lengua (Parte 2)

Miércoles, 10 de Abril de 2013.

Raúl Arístides Pérez Aguilar como miembro correspondiente en Chetumal, Quintana Roo



Es un grato deber y un honor representar a la Academia Mexicana de la Lengua en este acto para dar la bienvenida a don Raúl Arístides Pérez Aguilar como miembro correspondiente en el estado de Quintana Roo. Es asimismo un placer y un honor en lo personal contestar su discurso de ingreso. Bienvenido a esta Corporación, que es ya tu casa académica, muy apreciado Raúl.

Raúl Arístides Pérez realizó una licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, una maestría en Literatura Iberoamericana y un doctorado en Lingüística, grados todos obtenidos en la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM. Es, por tanto, literato y lingüista de formación, y así lo refleja la práctica docente y el quehacer de investigación de nuestro nuevo miembro, ya que sus libros, abundantes artículos y ponencias en congresos se han movido por casi 20 años entre la lingüística y la literatura. En la lingüística ha cultivado sobre todo el estudio del léxico usual contrastivo de su estado natal y, en gran medida, por esos estudios léxicos especializados fue elegido miembro de nuestra Academia. En la literatura, se ha abocado al análisis de aspectos diversos de autores mexicanos contemporáneos varios. Además, es un creador de literatura, ya que es autor de una novela, Nómadas del sur, así como de poemas y cuentos. En la docencia, Raúl también se mueve entre la enseñanza de la literatura iberoamericana y la enseñanza del español.

La elección e ingreso de Raúl Arístides Pérez como académico correspondiente en Quintana Roo y el perfil profesional que él representa atiende cabalmente el artículo 1 de los Estatutos de nuestra Academia, que a la letra dice: “La Academia Mexicana de la Lengua tiene por objeto el estudio de la lengua española y en especial cuanto se refiera a los modos peculiares de hablarla y escribirla en México”, modos que el día de hoy son los propios del estado de Quintana Roo.

El discurso de don Raúl Arístides Pérez Aguilar toca tres aspectos muy importantes para entender qué es el español y, en particular, el español de México. En primer lugar, el hecho de que el contacto y los préstamos son parte integral de la lengua española, y nos dice, aunque sin hacerlo explícito, que los préstamos enriquecen nuestra lengua y nunca la contaminan, aunque la reacción natural ante muchos préstamos, que son siempre resultado del contacto cultural, sea de una inicial extrañeza y, por lo regular, de rechazo. En segundo lugar, nos dice implícitamente que la variación es inherente al funcionamiento de cualquier lengua. Y en tercer lugar, que todo hablante y toda comunidad de hablantes se enfrenta al problema básico y fundamental de la estandarización, es decir, al problema de qué lengua enseñar y por qué esa modalidad dialectal y no otra u otras.

Pasemos al primer punto: el asunto de los préstamos. Su discurso de ingreso hoy y algunos de sus libros, como El habla de ChetumalFonética, gramática, léxico indígena y chiclero y El habla de Quintana Roo. Materiales para su estudio, inciden en un hecho importante que debe ser tenido muy en cuenta a la hora de acercarnos al estudio de la lengua española, a saber, que no existe tal cosa como un español homogéneo y puro, abstraído de contactos y préstamos. Raúl Arístides Pérez Aguilar nos muestra en su discurso algo que es obvio para los lingüistas pero que, justamente por obvio y cercano a nuestro entorno y mirada, suele pasar desapercibido para quienes no se dedican al estudio de la lengua —es más, debe pasar desapercibido para los hablantes “normales” para así garantizar la buena salud de una lengua y su fluida comunicación, y sin duda la buena salud de los hablantes—. La primera obviedad es que la lengua española, como toda lengua, como cualquier lengua, es un crisol de rasgos lingüísticos de procedencia y origen muy diverso. La segunda obviedad es que para el español de México, las lenguas indígenas son, junto con la española que arribó a este continente a inicios del siglo XVI, lenguas patrimoniales del español mexicano actual; patrimonial en el sentido técnico con que se emplea en la lingüística histórica y también, desde luego, en su sentido cultural más amplio. Y la tercera obviedad es que el español de algunos estados se construyó y se enriqueció con el inglés, tal es el caso de Quintana Roo, y también el caso de los estados del norte de la república mexicana, contacto con el inglés que, contra lo que pudiera pensarse, no empobrece sino que enriquece, como cualquier préstamo, y así lo señala don Raúl Arístides cuando nos recuerda e inventaria las voces cotidianas de la gastronomía acuñadas, usadas, y desde luego comidas, si se me permite la metonimia, desde su niñez. Desde luego, el español general de México tiene un no desdeñable número de mexicanismos de origen inglés, y esto es un hecho que ni nos debe agradar ni molestar, así está configurada nuestra lengua mexicana y esa es parte de su identidad.

Pasemos al segundo punto: el asunto de la variación. Nos muestra hoy Raúl Arístides Pérez Aguilar que la variación lingüística, variación dialectal en este caso, es también inherente al funcionamiento de las lenguas, de hecho, como es bien sabido, no existe LA lengua sino variedades dialectales de esa lengua, nadie habla español sino alguna variedad de la lengua española, en unas coordenadas espaciales regionales, nuestro terruño, y en unas coordenadas temporales, nuestra breve o larga vida. Pero a la vez, todos y cada uno de los hablantes del español hablamos ESPAÑOL, con mayúsculas, y somos dueños, creadores y transformadores del español a lo largo de nuestras vidas. La lengua española, como ocurre con la literatura tradicional, vive en sus variantes. El español, tal como el Romancero, vive en sus variantes y se enriquece de ellas y con ellas.

La variación sincrónica, la variación en el hoy, es, como se sabe, la causante del cambio histórico. Si no hubiera dos o más seres humanos hablando de manera distinta en puntos distintos de la geografía o si un mismo ser humano no hablara de manera distinta en momentos y situaciones distintas de su vida, no existiría el cambio lingüístico, no existiría la historia de la lengua y no tendrían vida las lenguas. Sin cambio y sin variación, cualquier lengua pasa al estatus de lengua muerta y por ello debe ser aprendida en la escuela y en los libros y, por ello, nadie puede, como es lógico, hablarla. Sin variación ni cambio no podríamos reconocer como propio, semejante y distinto, todo a la vez, el español del Siglo de Oro, Cervantes por ejemplo, el español de La Celestina, esa obra maestra maravillosa nuestra de fines del siglo XV, o el español de cualquier tiempo pasado, así sea el de ayer. El reconocimiento de que la lengua es una constante transformación imperceptible que arroja una paradójica sensación de gran estabilidad a la vez que de gran dinamismo y cambio a través del tiempo no sería posible sin variación sincrónica previa. Esta compleja y paradójica convivencia entre estabilidad y variación está presente en el discurso de Raúl Arístides Pérez Aguilar.

La variación va de la mano con el sentimiento de identidad cultural y de adscripción cultural y adscripción social a una comunidad, y así nos lo hace ver Raúl el día de hoy. Detengámonos un momento en esta estrecha y casi imperceptible relación entre lengua e identidad de un pueblo, y ello nos lleva a preguntarnos para qué sirve una lengua. Decir que una lengua sirve para comunicarnos es una obviedad y por obvio es poco importante. Decir que una lengua es el soporte del pensamiento es también obvio porque no existe pensamiento sin lenguaje, o al menos es imposible deslindar uno del otro; pensamos y vemos el mundo a través de una lengua, en este caso, a través del español. Decir que una lengua es el vehículo de los sentimientos es también obvio.

Lo esencial, lo trascendente es que la lengua, la capacidad de hablar una lengua es la que nos hace ser seres históricos y hablar un determinado dialecto nos hace ser seres con una determinada historia e identidad. Todos los seres humanos hemos recibido la lengua que hablamos como una herencia del pasado que, además de permitirnos la comunicación, con nuestros semejantes, nos hace depositarios también de la cultura y de la visión de mundo de los seres que la utilizaron antes de nosotros. Gracias a la lengua somos seres históricos ya que por medio de ella transmitimos experiencias de padres a hijos, de abuelos a nietos, de amigos a amigos. Posiblemente lo que nos hace únicos en el planeta es la posibilidad de transmitir experiencia mediante la lengua. La historicidad está cargada de rutinas repetidas ritualmente a lo largo de siglos y generaciones; está cargada también de innovaciones, de creación léxica y metafórica y de adaptación constante a nuevas necesidades culturales, sociales o económicas. Ese conjunto de rutinas o hábitos aprendidos y sobre todo heredados por los hablantes, transmitido de padres a hijos, es en esencia la lengua. En esta historicidad Raúl Arístides nos lleva a los guisados de su mamá, a sus maestros, a sus amigos, y también a los chicleros y marineros que hace siglos construyen y recrean el español de Quintana Roo.

La historicidad está en relación directa con identidad. El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, mejor conocido como el DRAE, define identidad en sus acepciones 2 y 3 (2001:s.v. identidad), como el “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás” y “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”.

Cuando Raúl Pérez Aguilar, insisto, nos lleva al léxico de su infancia, al léxico de los juegos, al de los requiebros de amor, al de los platillos que su madre elaboraba, al léxico chiclero y marítimo, nos está hablando justamente del conjunto de rasgos propios de su comunidad, propios del estado de Quintana Roo, y está sin duda haciendo un acto de afirmación de historicidad y de identidad.

Raúl Arístides Pérez Aguilar nos dice en su discurso que la vida lo trajo a la ciudad de México y que, por pura sobrevivencia, se vio obligado a aprender el léxico y la norma del español del centro de México, el español chilango, y nos dice también que fue su voluntad regresar al sureste mexicano y recuperar, recordar y, a la manera de Platón, dar de nuevo vida, a través del recuerdo, al habla de Quintana Roo, y volver a ser un hablante de su zona, con un español lleno de mayismos, anglicismos y formas y usos patrimoniales del español pero distintas y variantes respecto del español del centro y respecto de cualquier otra zona de la república mexicana.

En el trasfondo de esta adopción de un español y la reavivación de otro español, su dialecto natal, los mismos españoles pero diferentes, está un aspecto importante para la lingüística: en qué español estandarizar, esto es, cuál es el español, o cuáles son los españoles que deben tener respaldarazo y carta de naturaleza en la enseñanza de la lengua española en México. Queda claro, tras el discurso de Raúl, que no es sólo el español del altiplano central y que no es sólo el español de los estados o de las zonas dialectales. Queda claro también que son el general y el estatal al mismo tiempo, una especie de idealización de dos o más normas, idealización y abstracción que surge y se cumple en toda enseñanza de la lengua. Un asunto peliagudo este de qué norma usar para estandarizar. Lo que es claro es que el discurso de Raúl Arístides Pérez Aguilar respalda y avala el empleo de voces y expresiones de México y avala nuestro derecho a y obligación de emplear el español que es propio de nuestro país y de nuestra zona dialectal. Su discurso sin duda avala el derecho de usar nuestras normas para respaldar nuestra visión de mundo.

Sólo me queda, para terminar, darte las gracias, muy estimado Raúl, en nombre de todos mis compañeros académicos por tan jugoso discurso y en nombre de la Academia Mexicana de la Lengua darte nuestra más cordial acogida en esta tu casa.

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