Ceremonia de ingreso de don Javier Garciadiego a la Academia Mexicana de la Lengua (Parte 2)

Miércoles, 08 de mayo de 2013.

Respuesta al discurso de ingreso de don Javier Garciadiego


“Que no entre aquí, el que no sepa geometría”, aconsejaba una sentencia a la entrada de la Academia de Platón. Javier Garciadiego nos acaba de brindar un limpio ejercicio de geometría literaria, histórica y política; acaba de hacer acto de presencia cabal, dicha, pensada y escrita con el discurso que aquí se oyó y seguirá escuchándose. Ya lo conocíamos, ya lo seguíamos, pero ahora, por fin, está entre nosotros como miembro de número de esta Corporación. Toma el sitial que dejara nuestro entrañable y querido Miguel Ángel Granados Chapa. Su presencia viene a sumarse a la de los ilustres historiadores que han pasado y están en este espacio —como Luis González Obregón, Edmundo O’Gorman, Joaquín García Icazbalceta, Ignacio Bernal, Ernesto de la Torre Villar, Luis González y González, José Fuentes Mares, Ignacio Clementina Díaz y de Ovando, Miguel León-Portilla, entre otros; ha venido a refrendar la afinidad y hermandad de las letras con la historia en la ciudad.

Las credenciales librescas, leídas y escritas de Javier Garciadiego (nacido en México el 5 de septiembre de 1951) para formar parte de esta constelación no son escasas. El tronco central de su interés es esa variedad de la historia universal que es la de México, la del siglo XX en particular, la de la Revolución Mexicana —según ha mostrado en estudios y antologías—, y con mayor detalle en su obra Rudos contra científicosLa Universidad Nacional durante la Revolución Mexicana (1996), donde se razona y sazona la historia paralela de la universidad y de la Revolución a través de sus protagonistas más y menos conocidos: ahí ya compiten en el número de referencias los protagonistas Alfonso Reyes y José Vasconcelos, del luminoso discurso que acabamos de escuchar. Ahí se dibujan ya los claroscuros y afinidades de estas vidas paralelas imantadas por la historia y por las letras. Con esa obra, originalmente presentada en la Universidad de Chicago donde Javier conoció al despierto Friedrich Katz, Garciadiego logró renovar su campo de estudio desde varias perspectivas, y asentarse, desde luego, como un historiador, pero sobre todo, en mi autodidacta opinión, como un hábil e inspirado artista de la memoria, un artesano en el taller escrito, leído y organizado del historiador, para tomar en préstamo el título del influyente libro de Lewis Perry Curtis: El taller del historiador (Ed. inglés 1970; ed. en español 1975). Inspiración, inteligencia y metódica curiosidad, son las virtudes que le han permitido pasar al estado escrito ensayos tan sugerentes como “Vasconcelos y el mito del fraude en la campaña electoral de 1929” citado en una nota al pie del discurso que acabamos de escuchar, o como las eficientes antologías tituladas La Revolución Mexicana. Crónicas, documentos, planes y testimonios (2012) y Textos de la Revolución Mexicana (2010), que acreditan al artesano lector como un maestro de las fábricas editoriales.

Las cuatro sílabas del apellido Garciadiego cayeron por el laberinto de mi oído por primera vez en 1996, cuando tuve noticia de que Antonio Saborit había publicado en su añorado Breve Fondo Editorial un libro titulado Porfiristas eminentes, editado en México en un tiraje numerado de 700 ejemplares. El libro de Javier sería el número 15 de esa colección en la cual se publicaría doce números más tarde mi Grano de sal. El título de Porfiristas eminentes le llamó la atención al lector de Lytton Strachey que había sido yo en mi juventud. Me llamó todavía más la atención el contenido: la eminencia de esos porfiristas era más bien, para decirlo con Javier, dudosa y, con Strachey, irónica. La eminencia aludida era la de los villanos. Otra breve obra escrita por Javier es el de Las vidas paralelas de los jóvenes Rodolfo y Alfonso Reyes que se inscribe precisamente en el género del discurso escrito con ironía y buen humor, que me toca saludar y apostillar con mis escolios y comentarios, a mí lector de Reyes y Montaigne, quien a su vez lo era de Plutarco, padre de la historia y de las biografías paralelas. A lo largo de su discurso, Javier reconstruye con memoriosa minucia la formación y algunas de las circunstancias, convergencias, distancias y distanciamientos de los dos escritores totémicos de la cultura mexicana contemporánea: de esos dos amigos, Alfonso Reyes y José Vasconcelos, que compartían cada uno a su modo la experiencia alciónica de su maestro y amigo, Pedro Henríquez Ureña. Cada uno encarna y representa, como se sabe, una variedad de la experiencia humana y literaria, y evoca, para decirlo con Reyes al hablar de Vasconcelos, un “aire de familia”, una genealogía temperamental que quizá podría traducirse al binomio de la zorra y del erizo propuesta por Isaiah Berlin. Quisiera, sin embargo, detenerme en el hecho de que los trazos paralelos deslindan o acotan un espacio que resulta beneficiado, es decir manifiesto, acotado por ellos. Ese espacio o trasfondo es precisamente el lenguaje literario y público que comparten y acompasa a ambos protagonistas: la idea de lengua y de cultura como orgánicamente integrada a la comunidad imaginada e imaginaria llamada nación. Javier Garciadiego nos ha permitido respirar por un momento gracias a su animada palabra narrativa en espacio comunitario, ese ámbito como electrizado por la memoria y la esperanza, que es a la vez una construcción, una armadura contrastiva que tiene sus antecedentes en Plutarco, el filósofo historiador que es como el Arquímides de Clío y sus vividas geometrías.

Las afinidades y contrastes, las variaciones temperamentales y de temperatura sentimental entre José Vasconcelos y Alfonso Reyes, señaladas agudamente por Javier Garciadiego, podrían multiplicarse y matizarse. Me limitaré a señalar algunas: ambos empezaron a escribir desde niños. De los escritos infantiles del niño que fue José Vasconcelos Calderón apenas si quedan sus propios testimonios y constancias, principalmente en las páginas de su Ulises criollo donde habla de su formación entre Piedras Negras e Eagle paz, entre el Catecismo del padre Ripalda y algunas obras sueltas de San Agustín, entre el México a través de los siglos y las geografías y atlas de García Cubas en los que el niño que fue Vasconcelos bebía a tragos tanta historia como geografía y aun política. De Reyes, en cambio, tenemos la suerte de contar, gracias a la devoción de Alicia Reyes con una serie de Cuadernos que todavía huelen a tinta pues se acaban de publicar y que van del 0 al 6 (hasta el momento sólo se han publicado tres volúmenes)1. Ahí se recoge la primera producción o juvenilia de Reyes que se inicia como escritor a los once años. Se trata de la era paleolítica de la escritura alfonsina, como diría él mismo. Estos escritos que se remontan a 1901 le dan la razón a Javier Garciadiego en su biografía de Alfonso Reyes cuando cuestiona que éste, por enaltecer a su padre, fue proclive a disminuirse a sí mismo y a soslayar la importancia de esas primeras lecturas. Ya se asoman ahí los rasgos de un Reyes contemplativo aficionado no solo a la ensoñación sino —algo que lo unirá a Vasconcelos— a la contemplación de la guerra y del mundo épico y prestigioso del pasado.

En uno de esos sonetos precoces, “Marte y Momo”, fechado el 9 de marzo de 1905, Reyes concluye: “Porque soy cantor de la guerra”. Otra afinidad aflora en la serie de textos “Oráculo de Cagliostro” donde se ve que al niño Reyes le interesó “escribir las letras con las letras de los magos” que por supuesto sabía dibujar y transcribir. ¿Estas tentaciones taumaturgias no tienen algo que ver con la atracción que Vasconcelos tendría luego por la filosofía presocrática y, en particular, con su juvenil Pitágoras: una teoría del ritmo?

La siguiente coincidencia tiene que ver con una tercera figura: la de nuestro dominicano Pedro Henríquez Ureña. José Vasconcelos es mencionado en la correspondencia que sostuvieron Reyes y el dominicano, amigo y hermano mayor de ambos, el apolíneo y dionisiaco, es mencionado más de doscientas treinta veces en el epistolario cruzado por ambos entre 1914 y 1944; Pedro representa el intangible triángulo que se dibuja entre las paralelas y forma parte de la geometría moral expuesta en su discurso por Garciadiego.

Otra convergencia es de orden estrictamente académico. Se puede decir que Reyes y Vasconcelos ingresaron el mismo día a la Academia Mexicana de la Lengua. Con motivo del fallecimiento de Federico Gamboa, se declaró que “de conformidad con los estatutos el académico correspondiente Alfonso Reyes pasaba a ocupar el sillón de individuo de número que dejó vacante el señor Gamboa”. En el acta de esa misma sesión se propuso que don José Vasconcelos pasara a ser miembro correspondiente por el fallecimiento del xalapeño Cayetano Rodríguez Beltrán acaecido el 16 de junio de 1939. Reyes leería su discurso de ingreso “Fastos de maratón” en abril de 1940 mientras que el nombramiento de Vasconcelos sería confirmado el 8 de noviembre de 1939 y leería su discurso de ingreso “Fidelidad al idioma” el 22 de enero de 1941 nueve meses después de que ingresara Reyes.

Así pues, Reyes leería en el Palacio de Bellas Artes, el 19 de abril de 1940, sus “Fastos de Maratón”2 —un ensayo y discurso de helenismo significativamente dedicado a la política y a la guerra en el cual empieza citando a Maquiavelo y concluye mencionando a Virgilio y a Horacio para hablar de un tema que entonces era tan actual como ahora: la guerra (en ese año se dieron las invasiones por parte de la Alemania Nazi de Dinamarca, Noruega, Luxemburgo, Bélgica y Francia). El ensayo de Reyes formará parte más tarde de su libro Junta de sombras obra en la cual sabrá interrogar la entraña candente de la historia con la interpósita máscara helénica. Cabe decir que años antes, en 1924, Reyes había pronunciado su discurso como académico correspondiente poco después de que Vasconcelos presentara su renuncia como titular de la Secretaría de Educación Pública al presidente Álvaro Obregón el 1 de julio de 1924. A su vez Vasconcelos sería nombrado correspondiente el 8 de noviembre de 1939. El “Discurso académico” de Reyes, subtitulado “Diccionario tecnológico mexicano”3 tendría no poco que ver con el pronunciado por José Vasconcelos el 12 de junio de 1953, con el tema “Fidelidad al idioma” en el cual se proponía explayar la “fidelidad de los orígenes”, la “fidelidad a la idea y la fidelidad a la belleza” y, si bien condenaba la proliferación desmedida de americanismos, aceptaba la adquisición de voces extranjeras “de uso internacionalmente generalizado, del que no puede prescindir un idioma civilizado” (p. 17). Reyes y Vasconcelos coincidían en más de un punto en esta materia.

La tercera y última instancia es la del civismo, la cortesía y la política. A lo largo de su discurso, Javier Garciadiego nos ha dado ejemplos de esas divergencias de forma y, a veces, de fondo. La teoría del escritor francés Julien Benda acerca de la “traición de los clérigos” o de los intelectuales, si bien no es aplicable plenamente ni a Reyes ni a Vasconcelos, resulta más plausible cuando se piensa en el creador de instituciones de alta cultura que fue Reyes que cuando se tiene en mente al “apóstol del alfabeto” que, según Reyes, fue Vasconcelos. En ambos el motivo de la participación política es axial pero se declina de manera distinta la idea —común a muchos escritores hispanoamericanos, desde Ortega y Gasset y Unamuno hasta Borges y Paz— de un hombre sin partido. Javier Garciadiego habla de la incomodidad visceral que le causaron a Reyes ciertos desplantes de José Vasconcelos en El Colegio Nacional con motivo de la elección de Jesús Silva Herzog en junio de 1948. Cabría añadir, para arrojar más sal en esa herida, que Reyes sabía lo que decía pues recientemente se ha publicado el reglamento mismo de El Colegio Nacional, —su código de buenas maneras— que fue redactado por el puño y letra del propio Reyes. El episodio evocado por Garciadiego, contrasta con la inclusión que, según recuerda Genaro Fernández Macgregor en su respuesta al discurso de ingreso de Vasconcelos, hace el Conde de Keyserling en sus Memorias sudamericanas ¡en el capítulo “Delicadeza”! cuando dice que “el pensador más representativo [del continente] es José Vasconcelos”.

Podríamos seguir en este casi infinito juego de reflejos, contrastes y contradicciones que se resuelven en los perfiles paralelos de estos imposibles mellizos intelectuales y culturales de México.

Plutarco, más que Herodoto, es para algunos el padre más joven de la historia. Eso lo sabe Garciadiego. El de la comparación es un espacio de contrastes y de claroscuros. A su vez, el arte del claroscuro es el de castigar con la luz y amparar con la sombra, según sabe el Don Juan de Byron (estas frases relacionadas con la pintura vienen a cuento para saludar a Miguel Fernández Félix, director de este Museo de Arte, Munal, donde se desarrolla este acto). De ahí que el discurso armónico de Javier Garciadiego Dantán sea no sólo una invitación a releer a estos fundadores de la ciudad literaria sino a salvarlos en esta hora tan necesitada, de un logos constructivo, de una palabra edificante. ¡Gracias por tu gala, gracias por tu pluma! Te estábamos esperando ¡Bienvenido seas, querido Javier!

Bibliografía de Javier Garciadiego

Javier Garciadiego, Rudos contra científicosLa Universidad Nacional durante la Revolución Mexicana. México,
El Colegio de México / Universidad Nacional Autónoma de México, 1a edición, 1996, 455 pp.

Javier Garciadiego, Porfiristas eminentes. México, Breve Fondo Editorial, Acervo, 1996, 167 pp.

Javier Garciadiego, Cultura y política en el México posrevolucionario. México, Secretaríade Gobernación / Instituto Nacional
de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2006, 644 pp.

Javier Garciadiego, Alfonso Reyes y la Casa de España. México, Universidad Autónoma de Nuevo León, “Cátedra 
Raúl Rangel Frías”, Conferencia presentada el día 18 demayo de 2009 en el Colegio Civil Centro Cultural Universitario,
1a edición, 2009, 43 pp.

Javier Garciadiego, “La entrevista Díaz-Creelman” (discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia), en:
Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, correspondiente de la Real de Madrid, México, Tomo L, 2009,
pp. 105-140.

Javier Garciadiego, Vasconcelos y el mito del fraude en la campaña electoral de 1929 (ensayo, 20/10, México, 2010),
aparecerá publicado en: Georgette José Valenzuela (coord.), Candidatos,campañas y elecciones presidenciales en
México. De la República restaurada al México de la alternancia: 1867-2006, México, IIS-UNAM (en proceso
de edición).

Javier Garciadiego, Textos de la Revolución Mexicana. Prólogo, Javier Garciadiego;Selección, cronología y Bibliografía,
María del Rayo González Vázquez; Notas, Javier Garciadiego, María del Rayo González Vázquez. República
Bolivariana de Venezuela, Fundación Biblioteca Ayacucho, Col. Clásica No. 247, 2010, 571 pp.

Javier Garciadiego, Ensayos de historia sociopolítica de la Revolución mexicana. México, El Colegio de México,
Antologías, 2011, 386 pp.

La Revolución Mexicana. Crónicas, documentos, planes y testimonios. Javier Garciadiego, nota aclaratoria, selección,
notas e introducción: La Revolución mexicana: una aproximación sociohistórica. México. Universidad Nacional
Autónoma de México, Coord. de Humanidades, Biblioteca del estudiante universitario No. 138, 2012, 408 pp.

José Vasconcelos, Obras completas, Libreros Mexicanos Unidos, Colección Laurel, primer tomo, México, 1957, 1,810 pp.

José Vasconcelos, Obras completas, Libreros Mexicanos Unidos, Colección Laurel, segundo tomo, México, 1958, 1,777 pp.

José Vasconcelos, Obras completas, Libreros Mexicanos Unidos, Colección Laurel, tercer tomo, México, 1959, 1,744 pp.

José Vasconcelos, Obras completas, Libreros Mexicanos Unidos, Colección Laurel, cuarto tomo, México, 1961, 1,723 pp.

Alfonso Reyes, Reglamento interior para los miembros de El Colegio Nacional, El Colegio Nacional, México, 2013, 135 pp.

Alfonso Reyes, Cuadernos 0, presentación de Alicia Reyes, El Colegio Nacional, México, 2013, 145 pp.

Alfonso Reyes, Cuadernos 1, El Colegio Nacional, México, 2013, 365 pp.

Alfonso Reyes, Cuadernos 2, El Colegio Nacional, México, 2013, 225 pp.


1 Alfonso Reyes, Cuadernos 0, Presentación de Alicia Reyes, El Colegio Nacional,
México, 2013, 145 pp; Cuadernos 1, El Colegio Nacional, México, 2013, 365 pp.; Cuadernos 2, El Colegio Nacional, México, 2013, 225 pp.

2 Alfonso Reyes, Obras completas, T-XVII, “Junta de sombras”, Fondo de Cultura Económica, Primera edición, 1965, tercera reimpresión,
2000, México, pp. 350-370.

3 ————, Obras completas, T-IV, “Simpatías y diferencias”, Fondo de Cultura Económica, Primera edición, 1956, segunda reimpresión 1995,
México, p. 141.

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