Vicente Leñero: la pasión por la verdad

Domingo, 29 de Noviembre de 2015
Vicente Rojo
Foto: Germán Canseco-Proceso

Por Francisco Prieto

La vida y la obra de Vicente Leñero poseen una interconexión sin fisuras, lo que es asombroso, acaso único, en un escritor no autobiográfico y sólo alguna vez intimista en su primera novela, La voz adolorida, reescrita años más tarde bajo el título de A fuerza de palabras.

Esa vida, que se nos fue el 3 de diciembre del año 2014, permanece en su obra y ambas, vida y obra, dan testimonio de un compromiso con la verdad que es, también, pasión por la verdad. Y digo “también” porque hay existencias secas que se comprometen y aun son coherentes, pero a las que falta lo que sobró a Vicente, la pasión. Lo que hizo en vida y obra lo realizó a la luz de la verdad pero calentado, iluminado, animado por el amor y por el odio (el que no odia lo que se le presenta como el mal es un pobre ser humano).

Hay algo paradójico en ese escritor, ese periodista alerta siempre al entorno inmediato, a la actualidad y es, precisamente, que un número cada vez mayor de seres humanos vive en la indiferencia hacia la verdad. Y es algo muy triste porque no se puede construir una relación sólida ni una obra perdurable si no se sabe uno poseído por una verdad, y como sólo busca el que ha encontrado, ese sentimiento de ser poseído por la verdad es el que mueve a la búsqueda, a la exploración.

Uno de los maestros del Leñero periodista fue Carlos Septién García, que elaboró una teoría aplicable al buen reportaje y a la buena crónica que no se encontrará en los más sesudos textos académicos y que da razón de la única objetividad posible, y que Septién formuló antes de narrar una tarde de toros: el periodista tiene que tener en cuenta lo que, objetivamente, pasa en el ruedo –hay una preceptiva taurina, como hay una política, una literaria…–; dicho de otro modo, yo puedo ser frío y hasta indiferente ante un modo de interpretar el toreo pero sería un necio, un farsante si no puedo percatarme de que lo que sucede ante mí está bien hecho (dicen que un amante de Joyce desdeñaría a Proust como uno de Bruckner a Mahler, uno de Silverio a Armillita, pero todo el que sabe de literatura, de música, del arte de lidiar reses bravas, sabe que uno y otro son maestros en su arte aunque no sean de su tribu).

Luego, continúa Septién, hay que escuchar al espectador, o al lector, medir y dar cuenta de sus reacciones, porque sucede que tanto uno puede tener razón frente a una mayoría abrumadora como uno puede ser ciego ante ciertos valores desdeñados desde lo más profundo del ser; por último, uno tiene una visión propia, uno tiene sus sentimientos y sus razones y exponerlos sin miedo es un modo de jugar con las cartas boca arriba y de exorcizar toda demagogia, todo intento de manipulación del otro. Leñero amaba de tal modo la verdad, su verdad que, quién lo hubiera dicho, fue –y lo sigue siendo en su obra que está viva– un contestatario del arte moderno que parece regirse por la famosa sentencia de Paul Valéry que detestaba a Stendhal y que para atacar la obra de éste, escribió: “En literatura, el verismo no es concebible”.

Pues bien, Leñero fue un periodista porque le apasionaba la realidad, porque, movido por el respeto a los otros, era consciente de que el periodista es el medio que revela lo que se quiere ocultar, la voz de los que no tienen voz, el que desafía al poderoso, político o empresario que quiere hacer pasar lo blanco por negro y lo negro por blanco, el que está al servicio de la verdad o lo que se le manifiesta como tal. Por eso mismo, en la novela es un observador meticuloso y prolijo de conductas, un registrador de actitudes humanas que deja el juicio al lector, ¡tanto lo respeta! Un hombre consciente de sus limitaciones y que, por tanto, duda; de todo menos de que hay un presentimiento de la verdad que anida en el corazón de cada ser humano como en cada ser humano; en la raíz de su ser, si es persona seria, se manifiesta ese presentimiento, en el imperativo de obrar el bien y reposar en la belleza, o sea, el resplandor del ser porque compartimos todos una misma naturaleza y por ello mismo nos podemos comunicar.

(Fragmento del texto que se publica en la revista Proceso 2039, ya en circulación)

Para leer la nota original, visite: http://www.proceso.com.mx/?p=421956


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