"Una alemana en el Bajío" por Herminio Martínez. Segundo encuentro regional de la Academia Mexicana de la Lengua, Querétaro

Jueves, 16 de Agosto de 2012
"Una alemana en el Bajío" por Herminio Martínez. Segundo encuentro regional de la Academia Mexicana de la Lengua, Querétaro
Foto: El Sol del Bajío

Una alemana en el Bajío

Por Herminio Martínez

(Académico de la lengua, correspondiente en Celaya, Gto.)

Cuando la conocí, en Leipzig, allá por 1995, la doctora Ulrike Haffercorn me aseguró que ya dominaba el español casi como un académico y yo, conociendo su trabajo de profesora de esta lengua en la Universidad, se lo creí, porque “Uly”, como cariñosamente le decimos, realmente se había pasado media vida estudiando nuestra gramática, dándole vueltas a su corazón en la sintaxis, que, tan armoniosamente suena cuando la construimos con sensibilidad y claro léxico.

Las dificultades comenzaron cuando decidió visitarme en el Bajío, para la primavera del 2006, pues en el aeropuerto del D. F., ya con su boleto del aerobús que la llevaría a Querétaro y de aquí a Celaya, la ciudad en donde yo resisto los últimos carambazos que me da la vida, se encontró con que el señor que acomodaba las maletas, le pidió una “mochada”. P‘al refresco, pues. Lo que fuera su voluntad, en términos que, aunque los comprendía, no terminaban de cuajar su significado más profundo en el entendimiento de mi huésped. “¿Qué dice”, le preguntó a otro pasajero: “Que hay que darle para sus aguas –respondió aquél-, que nos mochemos, quiere una mordida”... “¿Mordida?”, se sorprendió. Uly sabía lo que significaba morder, en el sentido exacto de este verbo, y esperó a ver cómo reaccionaban los demás, ya lista para clavar los dientes donde lo hicieran otros, pero no, allí aprendió que morder, para nosotros, en ése lugar y entre personajes de ésos, significaba corrupción, dar dinero, propina, como en los restaurantes de algunas naciones que ya había visitado. Sin embargo, la Odisea de su aprendizaje del español de México, apenas comenzaba.

Ya en Celaya, desde esta Puerta de Oro del Bajío, anotó en sus apuntes que la palabra “pacharelas” se refiere a unas tortillas gruesas, hechas de maíz blanco, cuya masa, antes de la cocción, es revuelta con chile rojo y queso de cabra, lo cual las ha hecho famosas en todo México, ya sea con este nombre o el de “gorditas de Tierrasnegras” o “redonditas de Celaya”. Supo de la “cajeta” y de los “huaraches de tamal”; de las “enchiladas rojas”, del “jocoque” y de las “sobaqueaditas”; de las “machotas”, del “atole pardo” y de los polvorones, a los que por esas tierras se nombra “tos de gringo”; entendió que, acá, a los eucaliptos les llamamos ócalos y a los codos (de los que no dan), pichicatos.

También de las distintas formas de referirnos a la ropa, tanto en las ciudades de los diferentes municipios de la región Laja-Bajío, como en las pequeñas poblaciones que solíamos visitar: “Garras”, “carlangas”, “pichiturcos”, “sevellanas”, “pedolibres”, “tapacojones”, “tapatías”, “cueras”, “aluzalomos”, “matafríos”, “cubrenalgas”, “sobretodos”, “rompevientos” y “tacuches”, etc.

Con nosotros, se fue dando una mejor idea de lo que somos cuando hablamos y de lo que hablamos cuando somos. Recordemos que no existe alemán sobre la tierra, que se vaya a dormir sin haber consumido al menos un litro de cerveza, ni leer de veinte a cincuenta páginas de lo que sea y donde sea. Por esos días, leyó, también, dos libros míos: La jaula del tordo y Hombres de temporal, escritos y publicados, ambos, en la década de los ochenta y en los que abundan los personajes que se refieren a sus costumbres y sus pueblos, utilizando ésas palabras nuestras: localismos, regionalismos, hibridismos, toponimias.

Elaboró una larga lista, a la que, yo, pasado el meridiano, con ella y mi mujer, mientras degustábamos alguna deliciosa cerveza mexicana, daba respuesta; eran frases sueltas, palabras, términos curiosos, construcciones propias del Bajío guanajuatense, vg:

“Tierras al parto muerto”, “el relámpago arriero”, “ocuaro”, “guamil”, “agua que viene por su pie”, “tierras donde la voluntad de Dios está bajita”, “asolear la rabadilla”, “arrear la yunta”, “torear la milpa”, “güevonear”, “verigüelear”, “garambullear”, “varear el frijol”, “calzonear”, “desnocharse”, “alzar piedra”, “olotera”, “petatearse”, “aguangocharse”, “estar en varas dulces”, “tener gúevos azules como de rebocero”, “escueleante”, “muchacho chinchoso”, “aironazo”, Leondres”, Irapitsburg”, “Celayork”, Salvarrancho”, “Salamánchester”, “Cortawashington”, “ser la gorda del perro”, “moquetear”, “ser bien carne de perro”, “andar de pata de perro”, “arrabadillarse”, “ser la burra de Tarimoro”, “soltar el miedo”, “echar a retozar la trucha”, “ir a mi arbolito”, “ir a ponerle un telegrama al rey de Francia”, “ir a cambiarle el agua a las aceitunas”, “andar de jacalera”, “andar del torno”, “andar del flato”, “ajotado”, “amujerado”, “hombruna”, “ser o estar mansorrón”, “guandajón”, “cajetearla”, “lambón”, “estar clisado”, “acoyotado”, “picado de gringo”, “zangaruto”, “zanquetona”, “charalear”, “charquear”, “güera calamaca”, “supiritaco”, “sotaco”, “espiado”, “entufado”, “amonado”, “currito”, “lambesebitos”, “carristoliandas”, “sombroso”, “rucailo”, “aluzar”, “muchacho pingualejo”, “cuélale”, “contimás”, “lambrijo”, “chiverato”, “adredoso”, “ajoconoxclado”, “mojoso”, “magioso”, “manque”, “coliche”, “alumbrador”, “gorrero”, “ristra”, “padrenuestrear”, “pordelantear”, “intriliche”, “cuentiche”, “chimiscolera” y “llovizna matapolvito”, por mencionar sólo algunas.

Después de esto, pienso que regresó a su país peor que como había venido, dada la variedad y riqueza semántica de nuestros modos de hablar y de relacionarnos con la magia que, aquí, tienen las palabras, las cosas y la naturaleza, en general.

Con todo, seguimos frecuentándonos; y, ahora, más que nunca, pues, Ulrike Haffercorn es nada menos que la abuela paterna de mis tres nietos alemanes, nacidos y avecindados en Ingoldstadt, la ciudad de los “Illuminati de Baviera”, donde, con ello y sus padres, me gusta caminar por los hermosos senderos del Danubio, narrándoles, a mi manera y en mi lengua, el poema de Los Nibelungos o la desdichada historia del Rey loco, Luis II, quien puso su castillo, Neuschwanstein, en una cima de los Alpes, con la consigna de que ningún mortal pisara esta mansión en la que él se daba gusto en el amor con Richard Wagner, sin imaginarse que, andando el tiempo, aquella sede real sería el lugar más visitado de Alemania. Ocasionalmente, con Uly solemos convivir también allí; y. en otras, nos vamos a su casa, en Leipzig, a pasar la Navidad o el Año Nuevo y acordarnos, riéndonos, de cuando ella por primera vez visitó México.

Querétaro, 7 de agosto de 2012.

Para leer la nota original, visite: http://www.academia.org.mx


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