Soy un cuentista que de vez en cuando sorprende un poco: Elmer Mendoza

Jueves, 30 de mayo de 2013
Soy un cuentista que de vez en cuando sorprende un poco: Elmer Mendoza
Foto: La Jornada

Lo que no hago en la narrativa larga lo hago en los cuentos: ejercer la imaginación”, dice.

En la novela es donde Elmer Mendoza ha obtenido el mayor reconocimiento como escritor, pero sin duda el cuento ocupa un lugar especial en su narrativa: es el género en el que halla las mejores herramientas literarias para continuar su indagación de la realidad. De ahí la importancia que para el escritor sinaloense tiene la recuperación de su libro de cuentos Trancapalanca, aparecido por vez primera en 1989 y ahora reeditado por Tusquets.

“No sé si ya tenga elementos para definirme, pero creo que soy un cuentista bastante arriesgado: lo que no hago en la narrativa larga la hago en los cuentos: ejercer la imaginación. Utilizo los recursos lingüísticos a los que estoy acostumbrado, y es probable que sea un cuentista que de vez en cuando sorprende un poco”, dice a MILENIO.

El volumen reúne 23 relatos, en los que se perciben algunos de los demonios e intereses que acompañan a Mendoza: un hombre vivirá una segunda vida en sus sueños, será escritor y alcanzará la gloria; un duelo de fe entre un mexicano y un africano: uno con la virgen de Guadalupe, otro con un poderoso amuleto; una mujer que se detiene en un restaurante de camioneros y al salir cree que la persiguen, o el despertar de varios hombres con un mismo número en la cabeza.

“No escribo cuentos con frecuencia. Sí se me hace un género más complicado; aun cuando he aprendido a escribir novelas y me siento bastante cómodo ahí, gran parte del proceso de escritura está en el relato breve. Lo que sí es que no respeto los límites”, cuenta Mendoza previo a un viaje a Argentina para participar en un encuentro de literatura policiaca.

Desde su perspectiva, la experimentación en literatura tiene mucho que ver con algo mecánico, como planteaban los surrealistas; en su caso nada es mecánico, todo es producto de un proceso que no tiene una medida en el tiempo, que responde al placer del riesgo que gusta de correr mientras escribe un texto.

“Soy un autor de reacciones elementales, no tengo complicaciones: se me ocurre una idea y punto; si no pasa más, ahí está. A la hora de trabajar frente a la máquina se trata de dejar fluir: no recuerdo haber tenido actitudes o reacciones de autores que conciben al proceso narrativo solo como un trabajo intelectual”, explica.

Sin embargo, cada una de esas reacciones son evaluadas para que consigan formar parte de un todo, que sea lo que ofrezca al final a los lectores; de ahí que el cuento, como género, ocupe un lugar fundamental en su proceso literario, al grado de considerar que Trancapalanca marcó un antes y un después en su vida como escritor.

“Es un libro de mucho juego, de muchos riesgos, pero también de mucha reflexión. Apareció en un tiempo en que buscaba posicionarme como un escritor exitoso, aunque para eso debía escribir bien. Los ejercicios que logro desarrollar en ese libro me hicieron sentir más seguro y en posición de comenzar otras búsquedas, como la del escritor de novelas.

“Pero soy un autor que intenta cosas cuando tiene seguridad de que puede intentarlo, no necesariamente de que lo consiga. Intentar incluye todo lo que pueda experimentar, en función de lo que tengo pensado, lo que ya está practicado y lo nuevo que siempre surge mientras escribo”, dice.

Cuando Mendoza reflexiona acerca de la importancia que tienen ambos géneros para su literatura, reconoce que un punto de unión es que ambos confían mucho en el poder del lenguaje, sobre todo en el que surge de mezclar el español estándar con el español callejero, a veces un poco onomatopéyico.

“Pero creo que el Elmer cuentista es más irreverente; como novelista se compromete más con el género y se vuelve más calculador, se enfría un poco su concepción de atmósferas e intenta ser más fino en la creación de emociones; en cuento no es que sea un tipo disparatado, sino que deja fluir.”

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