Francisco Monterde (1894-1985), cuarto ocupante de la silla II de la Academia desde 1951, conoció a Amado Nervo (1870-1919) en 1918. Años después, en el centenario de natalicio del nayarita, evocó “la aureola de prestigio” que rodeaba al poeta a principios de siglo:
"Se veía, desde entonces, en Amado Nervo al escritor de prestigio bien ganado, no sólo en su patria, donde fue conocido desde los años finales de la centuria precedente, como prosista primero y después como poeta, según se sabe. Se le situaba al lado de Rubén Darío –más próximo a él en la prosa que en la poesía– y cercano, entre los poetas de México, a Enrique González Martínez, por el tono persuasivo, de consejo fraternal, que ambos adoptaban en algunas de sus poesías.
Cada nuevo libro de Amado Nervo, publicado en París o en Madrid –coincidió con Rubén Darío, en Francia y en España, sucesivamente–, al producir ondas de resonancia, ecos afines, ampliaba el círculo de sus lectores, no sólo entre nosotros. Así creció su fama, después de haber cruzado el mar, ya que su nombre se repetía no sólo impreso en la portada de los libros: crónicas, poesías, artículos publicados en diarios y revistas, lo ostentaban orgullosos.
Se comentaba con interés creciente cuanto escribía, el aplaudir sus aciertos y aun audacias que parecían extravagancias, como aquella de los ojos femeninos “de color de sulfato de cobre”, con la cual anticipaba recursos que después serían frecuentes en la lírica hispanoamericana. Así recorrió, saltando por encima de ríos, cordilleras y mares, la amplitud del centro y sur del Continente, al preceder al poeta en su viaje –sería el postrero-, que le llevó, en misión diplomática, de México a tierras platenses."
Francisco Monterde, “Amado Nervo, en su centenario” Memorias, XXI, p. 215.
