"Roles sociales y géneros gramaticales. El feminismo ante el lenguaje" por Raúl Dorra

Lunes, 29 de Octubre de 2018

Roles sociales y géneros gramaticales. El feminismo ante el lenguaje

Por Raúl Dorra


I

Cosas del género. Hace ya varios años, cuando daba un taller de análisis literario, tuve un grupo integrado por aproximadamente una docena de mujeres y un varón. Como era previsible, una vez debí iniciar la clase sin la presencia del muchacho único. Esa vez la clase comenzó con normalidad pero pasados unos quince minutos el muchacho llegó y pidió permiso para entrar. Me explicó el motivo de su tardanza. Yo escuché su explicación, vacilé y le di ese permiso con cierta incomodidad. Siempre pensé que tal incomodidad se debía a que esa situación me estaba revelando un desacomodo, una falta de equidad entre los roles sociales y el género gramatical, pues a partir de ese momento yo tenía que hacer ajustes a mi discurso: ya no le hablaría a “todas” sino a “todos” a pesar de la abultada desproporción. Más que con el muchacho, en ese momento me sentí incómodo con la lengua. La situación me hizo pensar en Roland Barthes quien, con su estilo muchas veces catastrofista pero siempre iluminador, había declarado que la lengua es una institución fascista no tanto por lo que impide decir sino por lo que obliga a decir. Barthes no estaba pensando en el género sino en algo más estructural: la frase. La lengua es aseverativa, está construida para que las frases sean afirmaciones, para que yo diga por ejemplo que la tierra es redonda. Así, si quiero negarlo debo introducir por lo menos un adverbio aunque ahora volvería a afirmar que la tierra no es redonda. Ello supone que hablamos para afirmar, para ejercer un poder a cada paso. Si quiero poner esto en duda debo decir la frase con otra entonación o introducir adverbios del tipo “quizá”, “acaso” o “tal vez”, lo cual es perfectamente aceptable pero con la condición de no mantenerme mucho tiempo en este registro, pues la duda es una enunciación flotante y, más que una enunciación, es un pedido y una espera. No se puede avanzar dudando, construyendo frases así una tras otra, la lengua pone sus obstáculos, no ofrece en ese caso un suelo donde afirmarse.

En cuanto a la cuestión del género, la lengua me condiciona, me está siempre condicionando para que use el género masculino como un género incluyente, abarcador de lo femenino. Si me dirijo a “todos” en ese todos están comprendidas también las mujeres, mientras que si me dirijo a “todas” en ese todas están comprendidas sólo las mujeres. El género femenino es un género marcado, excluyente, y el masculino es no marcado, incluyente. ¿En qué momento la lengua operó esta distribución? El castellano la heredó del latín pero desde luego la historia no comienza ahí. Sin duda tal distribución nos llega desde el origen mismo del lenguaje. Dado que si se presentan a la vez dos géneros es necesario que uno de los dos incluya al otro, podemos deducir que el predominio del masculino sobre el femenino responde a una distribución original de los roles sociales o las identidades sexuales. Esa distribución ha naturalizado los roles sociales y los géneros gramaticales tal como los hemos conocido. Pero ahora, y seguramente por primera vez en la historia de la humanidad, estamos ante el reclamo –y no sólo el reclamo sino la progresiva conquista– de la igualdad universal de roles sociales e identidades sexuales y, por ello, también progresa el reclamo de una igualdad en los géneros gramaticales.

En lo que se refiere a esto último, el reclamo se ha expresado a través de varias iniciativas que tienen diversos grados de validez y eficacia. Por ejemplo, circula una iniciativa –sin duda precaria– que consiste en sugerir la igualdad o la concurrencia de los géneros masculino y femenino mediante caracteres como la arroba (l@s compañer@s) o una x (lxs compañerxs). Estos signos son puramente ideográficos, no suenan y por lo tanto sólo pueden aparecer en una comunicación escrita de eficacia práctica. A pesar del valor que adquieren al expresar una actitud militante, poco aportan a lo propiamente lingüístico. Creo que este recurso puede funcionar, por ejemplo, en un mensaje de texto que, debido a la necesidad de compactar el enunciado, echa mano de recursos de este tipo– pero no en una escritura propiamente dicha. Puede funcionar en un mensaje de texto pero nunca de voz. Y es claro que una iniciativa que quiera trascender debe tener, inevitablemente, una forma hablada. Es en el habla donde se decide la evolución de una lengua.

II

En lo que hasta ahora conocemos, hay dos propuestas que buscan avanzar verdaderamente en esta dirección. La primera consiste en crear una especie de desdoblamiento agregando el género femenino al masculino para establecer una suerte de réplica, instituyendo así dos géneros paralelos y excluyentes (los ciudadanos y las ciudadanas o también: las y los deportistas). Aunque ha sido aceptada en documentos institucionales y discursos públicos como algo comunicacional y aun políticamente correcto, y aunque tenga eficacia al comienzo de un discurso (que de hecho se convierte en un discurso político), esta opción tiene dos importantes restricciones. Por un lado, si bien alcanza cierta fuerza replicante, no permite ir muy lejos siguiendo su método. Una frase relativamente sencilla como: “Entusiasmados con este proyecto, algunos de los primeros egresados están listos para ser sus operadores”, difícilmente podría admitir una aplicación exhaustiva sin interrumpir la buena comunicación. ¿Cómo decir, en cada caso, el femenino después o antes del masculino sin perturbar, más bien arruinar, el diálogo con el otro? Pero la segunda restricción es todavía más fuerte: dado que con esta opción tenemos dos géneros paralelos y cada uno excluyente, como ocurre con los baños instalados en lugares públicos que señalan y separan a mujeres de varones –aquí los varones y sólo los varones/aquí las mujeres y sólo las mujeres–, ninguno de ellos serviría para expresar terceras identidades sexuales como las que en el presente, y seguramente con más fuerza en un futuro próximo, reclaman su lugar en el espacio social. ¿Cómo incluir a quienes no están, o no estén, ni en la a ni en la o? En realidad resulta imprescindible tener un género gramatical universalmente abarcador para hoy y para siempre. Y dado que esta primera propuesta no satisface esa condición, resulta más limitada que aquello que pretende reemplazar.

Pero la segunda propuesta parece mucho más interesante y, yo diría, orientada con una profunda intuición lingüística: consiste en habilitar la vocal “e” y utilizarla como indicadora de un género universal. Así, la frase antes citada quedaría de este modo: “Entusiasmades con el proyecto, algunes de les primeres egresades están listes para ser sus operadores.” La solución resulta simple, práctica y económica, pues ha echado mano de un único elemento sintáctico, ha generado un solo desplazamiento y, sin mayor violencia gramatical –si bien afecta a la concordancia–, ha logrado una decisiva transformación semántica. Suena extraña al oído y también resulta extraña en la escritura, pero esa extrañeza no impide, no impediría, su funcionamiento en la lengua y tampoco es infranqueable, pues bien puede suavizarse y desaparecer con el hábito. La lengua es un sistema de regulaciones complejas, pero tiene sus defectos. Por ejemplo, no alcanza para nombrar la mayor parte de las experiencias de los sentidos y tampoco las experiencias de la vida afectiva. Casi no hay cómo darle un nombre propio a un sabor o a un sonido y menos a un sentimiento. La literatura es, entre otras cosas, el arte que busca compensar este déficit. En cuanto al problema que nos ocupa, podríamos decir que el ascenso relativamente reciente de un rol social (el de las mujeres) ha hecho visible la carencia originaria de un género gramatical lingüísticamente habilitado para indicar de manera neutral la concurrencia de dos (o más) géneros distribuidos en el todo de la sociedad humana, y de ahí afirmar que esa carencia podría ser compensada de manera eficiente mediante la habilitación de la vocal “e” como indicador de una concurrencia de géneros. Ésa sería entonces, creo, la solución a un problema de justicia o equidad cada vez más difícil de pasar por alto.

III

Tradicionalmente, una iniciativa como ésta, para progresar, tendría que haber esperado hasta ser habilitada por el uso de generaciones de hablantes antes de ser incorporada como elemento pleno de la lengua. Ese proceso de incorporación habría terminado con el reconocimiento por parte de las academias que la administran. La lengua, en efecto, es una institución social que está en el origen de la constitución de lo humano. Lengua y sociedad son expresiones del mismo impulso original, pues el ser humano es el animal que se socializa por el habla, el animal que habla. La estructura de una lengua, tanto como sus transformaciones, no son obra de individuos ni de grupos individualizados. Son obra de generaciones de hablantes y sus transformaciones se regulan con el uso. Una lengua proviene de otra que ha quedado sin el contexto social que la alimentaba y se mueve como una corriente subterránea. Las transformaciones afectan en general al léxico, esto es, a las palabras, mucho más que a la estructura sintáctica, o sea al esqueleto, la parte ósea del sistema. Sin embargo en la evolución de la lengua no faltan las modificaciones en la selección del género, como ocurre por ejemplo con las palabras “calor” y “color” que sufrieron una transformación del masculino al femenino y la palabra “sartén” que va dejando de ser un sustantivo femenino para admitir ambos géneros de acuerdo a la región en que se lo use.

Suele aceptarse que una palabra o un elemento gramatical queda plenamente instalado en la lengua cuando la Real Academia Española –la institución social que tiene esa competencia– lo incorpora en su Diccionario. La rae se creó en el siglo xviii para legislar sobre la escritura, es decir sobre los textos escritos, y sólo en segundo lugar sobre el habla. Al revés de las teorías populistas que suponen que las lenguas son patrimonio general de los pueblos que las usan y que es justamente en las clases populares donde se encuentra su fuente, esta institución corporativa supone que son las clases cultas las que usan la lengua en su sentido más correcto y que esa corrección, dotada de gravedad, se derrama hacia los usos populares. Así, de un lado tendríamos a Don Quijote de la Mancha, de Cervantes y, del otro, a La fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora. Sin embargo, con el correr del tiempo, los dominios del habla y de la escritura se fueron aproximando y en el mundo moderno, donde la civilización se distribuye básicamente en las ciudades, donde prácticamente no quedan habitantes que no estén alfabetizados y prevalecen los medios masivos de comunicación, dichos dominios llegan a confundirse. Dotada de mayor prestigio social, la escritura promueve instituciones como la Real Academia Española que terminan imponiéndose como árbitros ya no sólo de la escritura sino también del habla. Por ello, en la actualidad no es infrecuente que se consulte a la rae –o a una academia local– sobre la pertinencia de tal o cual uso; o bien que la rae dé a conocer un dictamen por su propia iniciativa. Así, está ocurriendo el fenómeno paradójico de que las instituciones de la escritura no esperen que el habla haga su lento trabajo para adelantarse con una sanción. Actualmente, las academias de la lengua están discutiendo –en algunos casos a favor y en muchos casos en contra– sobre la pertinencia del (mal) llamado “lenguaje inclusivo”. Así, antes de que los hablantes en su conjunto terminen de aceptarlos, alguna academia de la lengua –o la propia rae – podría ad elantarse a declarar que ciertos usos son correctos. Todo ello parece un gran desorden, una inversión de funciones, pero en este caso se trata de un desorden favorable.

IV

El hecho de que los lingüistas y las academias de la lengua hayan empezado a discutir este asunto así sea para rechazarlo con vehemencia, es un anuncio de que la lengua castellana más temprano que tarde sufrirá una transformación en su régimen de concordancia, pues una vez iniciado este proceso ya no se detiene. Personalmente creo que la propuesta de una duplicación del género sobrevivirá de manera restringida en el tiempo y que las dificultades de orden gramatical y sobre todo estético la irán haciendo retroceder. Vicente Fox solía comenzar hablando de “los chiquillos y las chiquillas”, pero luego, al tratar de avanzar con sus “los” y sus “las” en el discurso, no tardaba en reconocer que "ya me estoy haciendo bolas". Eso seguramente le pasaría a cualquiera aunque tuviera más discreción y menos osadía que Vicente Fox.

Pero creo, con fuerza, que la propuesta que habilita la “e” para una concurrencia de géneros tiene todas las posibilidades de imponerse aunque debe esperar a que la sociedad, a su vez, la vaya habilitando. Para ello debe dejar atrás el horizonte del feminismo. Creo que debería tratarse de un uso extendido, superador del universo de los actores (¿les actores?) que hoy la promueven. Esta transformación no puede ser sólo una consigna de militantes del feminismo o un grito de barricada. En esas barricadas puede reconocer su origen pero debería proyectarse sobre todo el universo de los hispanohablantes, pues con esa transformación resultaría beneficiada la lengua que hablan, que hablamos todos, y no se trataría sólo de una transformación racional sino básicamente sensible. Es en la sensibilidad de los hablantes donde esta transformación debe operarse. Creo que no habría que insistir con extremismos feministas que quieren modificar todo lo que termine en “o”. Hablar de “cuerpes”, de “úteres” o “peches” impide ver serenamente la radicalidad y la necesidad actual de la propuesta. Situada en sus términos, esa propuesta recuperará la homologación de la estructura de la lengua y la estructura de la sociedad.

También creo que no se debe depender demasiado de la autoridad de las academias de la lengua que, paradójicamente, se están adelantando a tratarla acaso para sacarse el problema de encima. La verdadera sanción no provendrá de ellas sino de los propios hablantes, porque esa sanción no se decreta: viene, vendrá con los años, pues ya ha empezado su tarea.

Para leer la nota original, consulte: http://semanal.jornada.com.mx/2018/10/28/roles-sociales-y-generos-gramaticales-el-feminismo-ante-el-lenguaje-5672.html


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