Reseña de Don Quijote y la máquina encantadora, de Adolfo Castañón

Lunes, 19 de mayo de 2014

Juan Antonio Rosado

La “novela que se novela a sí misma”, el Quijote, se ha proyectado a lo largo de cuatrocientos años en innumerable cantidad de obras literarias e individuos. Una generosa porción de estas proyecciones nos ofrece Adolfo Castañón en Don Quijote y la máquina encantadora. La entrada es la letanía de Rubén Darío y una anécdota protagonizada por Eulalio Ferrer Rodríguez, que de otra forma repite la historia de escritores que se han salvado por obra y gracia de la palabra, la escritura, la memoria. El Quijote ha surtido efectos salvavidas para gran cantidad de gente. La magna obra —en palabras de Castañón—, “al leerse a sí misma, irradia relecturas de su cuerpo novelado en el cuerpo social”.


Así como los hindúes afirman que todo está en el Mahabharata, nosotros podemos sostener lo mismo del Quijote. Allí está “prefigurada, presentada la humanidad toda en sus tipos y caracteres, enredos, avatares y peripecias”. Acaso Ferrer percibió eso en el Quijote, pero Castañón ve ahora a algunos que han hecho de esta obra un objeto de contemplación y reflexión. No se centra necesariamente en los cervantistas, y en cierto sentido se trata de un paso más largo del que antes había dado en Alfonso Reyes lee el Quijote. Adolfo evoca a esa “Torre de Babel” llamada Ernesto de la Peña, otro lector de Cervantes y autor de La sinrazón sospechosa. Tras esta invocación, la imagen de la independencia nos lleva al mito, herencia y visión contemporánea del Quijote. Los hijos de don Quijote siguen vivos.


La máquina encantadora no es otra que la máquina de la inmortalidad, es decir, la imprenta tipográfica de caracteres móviles, ese invento chino del siglo X atribuido a Pi-Sheng, descrito por un historiador persa (Rasid Al-Din), cuyo libro se tradujo al latín y fue leído mucho antes de que Gutenberg adaptara la máquina al alfabeto latino.


El ensayo que la da título al libro se concreta en la palabra escrita —incluidas las traducciones— a través de los ojos de don Quijote. Se trata del paso del hidalgo por la imprenta. Pero Castañón también se adentra en el Quijote como narración oral, en sus voces, en sus tiempos y espacios, en la ironía y la melancolía. Aparece Guanajuato como ciudad novelesca —quijotesca—; la pluralidad de Quijotes y la edición de Francisco Rico; Cervantes como ser escurridizo; su novela como algo inasible; su perspectiva y polifonía; el mundo realista de Sancho…


Un interesante argumento es que la novela cervantina se burla también de las novelas pastoriles: “Cuando don Quijote muere, decide hacerse pastor. ¿No significa que detrás de cada trovador cortesano, de cada poeta-pastor, detrás de cada señorito disfrazado de pastor enamorado hay un caballero andante que renunció a serlo?”. En este punto, Castañón construye un puente que va de Cervantes a Juan García Ponce, pasando por Pierre Klossowski y Choderlos de Laclos. “La ironía cervantina plantea una burla del amor y de las novelas pastoriles y deja abierta la puerta para el inicio de las relaciones peligrosas…”.


Muchos otros temas aborda esta máquina encantadora: las tramas de contrapunto, Reyes como lector de Cervantes, reflexiones léxicas, así como la recepción del Quijote por intelectuales y escritores como Juan Goytisolo, Borges o los ateneístas. Un fragmento de este libro había aparecido en Lecturas mexicanas del Quijote, en una caja de discos compactos para celebrar los cuatrocientos años de la magna obra, ese pulpo con cientos de brazos que ha encantado a decenas de generaciones. Es amena la lectura de este nuevo libro sobre el Quijote: el lenguaje de Castañón —intenso y fluido— está lleno de hallazgos poéticos, jamás gratuitos y en consonancia con su erudición y agudeza crítica.

Adolfo Castañón, Don Quijote y la máquina encantadora
Universidad Veracruzana / Universidad Iberoamericana, México, 2013; 222 pp

Para leer la nota original, visite: http://www.siempre.com.mx/2014/05/don-quijote-y-la-maquina-encantadora/


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