¿Qué es un veedor? El concepto ha caído en desuso. Se trata de un arcaísmo. En sus orígenes, la forma del verbo español ver exigía una duplicación en la vocal y se decía (y se escribía) veer. De ahí veedor, aquel que mira con atención (o con curiosidad) las cosas. Sin embargo, en la España medieval un veedor era, además, un hombre que tenía un oficio: el de vigilar que se cumplieran las ordenanzas, en las ciudades y en las villas, de los gremios encargados de los bastimentos. En sentido amplio, un veedores un hombre que visita e inspecciona y advierte, así, lo que sucede.
Había oidores, ministros de toga que en las audiencias del reino dictaban sentencias y participaban en los juicios. Había oidores, pues, como había veedores. Oidorera hombre especializado en oír, mejor dicho, en oír bien, en discernir la verdad en la maraña de palabras que estaba obligado a escuchar. Veedor, a su vez, era el hombre que sabía ver y podía juzgar en consecuencia. Ahora, Juan Guillermo López resucita la palabra y se autocelebra como unveedor.
Pero, ¿qué ve este veedor? La primera respuesta que nos asalta es que se ve a sí mismo; antes que otra cosa, el oficio de este veedor consiste en verse a sí mismo. ¿Qué ve el veedor, cómo lo ve y a través de qué instrumento? La respuesta que se nos ofrece es clara: se ve a través de un espejo. Por eso, las dos secciones iniciales del libro responden a los títulos “Don del espejo” y “Espejo que no refleja nada”.
Lo primero que se mira en el espejo es el rostro propio, el rostro del que mira. Por esto en la poesía de Juan Guillermo López hay una mirada, sí, pero una mirada que no va de manera directa hacia las cosas, sino que pasa, para verlas, por el espejo. ¿Qué efecto se obtiene, al mirarse a sí mismo y, de igual manera, al ver a las cosas a través del espejo? Una sensación de distancia, una certidumbre de alejamiento. Lo que el poeta ve en el espejo (en el vidrio que ha recibido una capa de azogue, en el cristal de un estanque o en el espejo de palabras que forman el poema) son imágenes. Diría más, imágenes detenidas, privadas de tiempo.
Vayamos a los versos con los que se abre el libro: “El tiempo se detiene/ y al anular su efecto sobre el mundo/ refleja solamente lo que quiere.” El vínculo entre el tiempo y el espejo es un vínculo vacío: el espejo detiene el tiempo. El espejo es un “lugar donde calla la memoria”; el “cristal de agua” muestra que, en su fondo, el poeta es “sólo imagen” y que “nada de realidad atestigua” su paso. “La voz no existe entonces. En la noche, el silencio.”
Adviértase: en el espejo no existe la voz, no hay un sonido, sólo el silencio. Da la impresión de que, si hubiera palabras, serían sólo palabras escritas, jamás dichas. Así, “la imagen escapa del sonido para desesperar ante el espejo”. En la segunda sección del libro, esta ausencia de voz, este silencio se determina aún más: “el tiempo ya no es”, aun cuando “en otro lado debe estar la vida”. ¿Qué intenta, pues, el poeta? ¿“Buscarse en un espejo que no existe”? Hay un verso, un endecasílabo magnífico, un endecasílabo yámbico perfecto, decisivo, a mi juicio, en el conjunto del libro: “El diálogo brutal de los objetos.” ¡Hermoso verso!
Los objetos sostienen “un diálogo brutal”. ¿Entre sí? ¿Con el hombre que los mira? Pero el veedor, a su vez, ¿solamente los mira y, además, a través de un espejo, quiero decir, nunca de una manera directa? ¿Los toca? ¿Los acaricia? ¿Los transforma? ¿Juega con ellos? Hay en todo el poema (pues considero este libro como un solo poema dividido en cuatro partes), una angustia infinita, una melancolía imposible de soslayar. ¿Qué queda? El “vacío, esa otredad detrás de cada cosa, / ese nadar en un río que nunca es” ya que sus corrientes van “hacia ninguna parte”. Así, el poeta no se engaña y nos dice: “La realidad ocurre en otro lado”, o sea, en este lado del espejo, en el lado que el poeta abandona para hundirse en imágenes (de sí mismo, del mundo): “Volver al silencio. / Ausencia, / hueco y piedra, / espejo de la voz que no se nombra.”
Por estas razones, “El veedor vio su cuerpo como un sueño” y, ya invidente: “busca en el espejo/ la imagen que le acosa”. La conclusión es rotunda en el verso final: “Permanente Babel es el silencio.” Es decir, ni siquiera en lo más profundo del silencio se puede hallar el sentido de las cosas; ni sólo en el silencio es posible oír (o ver) lo que las cosas significan.
Al final, hay sólo un vacío. La poesía de Juan Guillermo López es, sin duda, hija directa de los Nocturnos de Xavier Villaurrutia y se inscribe en esa misma pasión, mortal y desolada.
Saga del veedor y otros poemas,
Juan Guillermo López,
Siglo XXI/Colegio Superior para la Educación Integral Intercultural de Oaxaca,
México, 2012.
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