"México debe reencontrarse como un país mosaico": Alfredo López Austin en la recepción del IV Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña

Lunes, 13 de Noviembre de 2017
Entrega de diploma a Alfredo López Austin

Tal y como se anunció, la noche del lunes 13 de noviembre, el historiador Alfredo López Austin recibió el Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña 2017 en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes acompañado de colegas, alumnos y amigos. Además del galardonado, en el presídium estuvieron Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua, así como el director adjunto, Felipe Garrido, Fernando Serrano Migallón, académico de número, el secretario del Premio y bibliotecario de la corporación, Adolfo Castañón. También participó en la ceremonia el pianista Fernando García Torres, quien interpretó piezas de Franz Schubert, Manuel M. Ponce y F. Chopin.

La lectura del dictamen estuvo a cargo de Adolfo Castañón, secretario del Premio. Como se dio a conocer el 18 de octubre pasado, en esta ocasión el jurado estuvo compuesto por Jaime Labastida, presidente, y los académicos de número Ascensión Hernández Triviño, Aurelio González, Jesús Silva-Herzog Márquez y Adolfo Castañón, y por unanimidad resolvieron adjudicar el galardón al ensayista e historiador mexicano Alfredo López Austin, cuya candidatura fue postulada por la Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México, encabezada por su titular, Alberto Vital, junto con el Consejo de Humanidades y todos y cada uno de los institutos que componen dicha entidad.

En la escritura de Alfredo López Austin “el ensayo como expresión literaria e instrumento de conocimiento alcanza una plenitud incomparable en el ámbito de las letras hispánicas contemporáneas” —señala el dictamen—. Fiel a sus preocupaciones medulares, afincado en el conocimiento de las lenguas y culturas originarias, se afirma como un generador intelectual y formador de conceptos, un ensayista en el sentido más fuerte de la palabra. Formador de varias generaciones de mesoamericanistas, es “creador de una cosmovisión singular, su obra desencadena una incesante renovación de las formas literarias del ensayo al armonizar las diversas tradiciones que confluyen en la cultura moderna mexicana e hispanoamericana. De ahí que haya sido capaz de inspirar con sus investigaciones históricas y antropológicas a numerosos autores y lectores dentro y fuera de México”.

En el texto de la laudatio, Jaime Labastida destacó la labor del historiador, quien “ha arrojado nueva luz sobre los mitos básicos de la cultura mesoamericana prehispánica al compararlos con los mitos de los pueblos vivos de México. Maestría y rigor, he allí sus características”. López Austin “no realiza una labor de exhumación de textos arqueológicos ni una tarea de rescate. Su tarea es otra: la interpretación y el análisis, apoyado en una metodología científica, de los textos fundamentales de la mitología mesoamericana. Añado: toda la traducción es en realidad una labor de interpretación, más aún cuando se trata de verter las formas de pensamiento ajenas a la manera occidental de aprehender la realidad. Hasta en la edición de textos helenos sabemos que yace en ellos la mentalidad del intérprete; que leemos a Diels y a Kranz en Heráclito y a Usener en Epicuro. Vuelvo a lo dicho un minuto atrás. La tarea de López Austin se sitúa en el nivel superior de la interpretación y el análisis del mito”.

Por su parte, el historiador López Austin, en sus palabras de agradecimiento, a las que tituló “Ensayos de utopías”, abordó las diferencias de “construcción de mundos” que tuvieron en su momento el mexicano José Vasconcelos y el dominicano Pedro Henríquez Ureña, cuyas fuertes personalidades “forjadas en orígenes, formación, vida académica, experiencias y expectativas políticas diversas, hicieron considerablemente diferentes sus proyectos de construcción de mundos”. Si bien Vasconcelos se opuso abiertamente a la doctrina del ario puro defendida por los ingleses y llevada a la aberración del nazismo, no negó la fuente doctrinal que llevó el darwinismo al terreno social. “Vasconcelos se aproxima nuevamente a Gobineau: la belleza proclamada es un valor absoluto, ontológico, innato en la mente de todos los hombres (…) y coloca el cristianismo sobre toda forma de pensamiento humano, habla de una estética universal, única” en tanto que la utopía de Henríquez Ureña fue “fue diametralmente distinta. El dominicano se ancló en una realidad histórica profunda y partió de su presente. Para alcanzar una amplia visión iberoamericana, enfocó su mirada en un país prototipo que conocía a la perfección: México. Precisamente México, el país que por la fuerza de su historia podía convertirse en modelo iberoamericano. México –sostuvo Henríquez Ureña– se encontraba en uno de los momentos activos de su vida nacional. En dicho momento México revisaba críticamente su pasado e investigaba los casi insuperables escollos encontrados en su propia tradición. A partir de este examen –continuaba– México descubriría las fuerzas que lo condujesen a su meta, y ésta no se identificaría, como antes, con modelos de otros países: México estaba creando su vida nueva, afirmando su carácter propio para fundar su tipo de civilización. Su cultura y su nacionalismo ya se ofrecían y daban a todos y estaban fundados en el trabajo. Afirmaba Henríquez Ureña que donde hay cultura popular, como en México, no debe existir la llamada alta cultura, pues es falsa y efímera. El nacionalismo mexicano debe ser el propio, “el que nace de las cualidades de cada pueblo cuando se traducen en arte y pensamiento”. El pueblo –según él– inventa su crítica; “mira al pasado y crea la historia; mira al futuro y crea las utopías”. Para Henríquez Ureña, el hombre puede alcanzar su plenitud si abandona la absurda organización económica que lo aprisiona y los prejuicios que ahogan la espontaneidad de su vida. Para el proyecto es necesario partir de la propia raíz. La universalidad no significa descastamiento. La universalidad no implica el abandono del carácter, la lengua, la tradición; pero todas estas particularidades, sin perderse, deberán combinarse en el esfuerzo conjunto de la unidad humana. Por ello, a diferencia del idealista Vasconcelos, Henríquez Ureña proclamará: “Nunca la uniformidad ideal de imperialismos estériles; sí la unidad, como armonía de las multánimes voces de los pueblos”.

“Hoy, cuando México ha perdido el título de 'hermano definidor que le diera Henríquez Ureña, cuando se ha convertido en prototipo de la América de las venas abiertas de la que habló Eduardo Galeano, la proclama del dominicano mantiene una innegable actualidad. México debe reencontrarse como un país mosaico, con plena conciencia de que somos todos, de que todos tenemos derecho de ser diferentes y de beneficiarnos, desde nuestra diversidad, de sus frutos, porque somos todos quienes construimos éste, nuestro mundo”.


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