Mamá me dijo que se la había llevado el Diablo, que no pensara en ella ni la buscara; que nunca iba a regresar. Y Lalo y Myriam, que son más grandes que yo, me hicieron señas de que era cierto, que eso había pasado con Violeta, nuestra hermana mayor. Yo tendría tres años; me daba miedo. Empecé a sentir una sombra. Iba de un lado a otro volteando, y me persignaba. Por un tiempo busqué su ropa, sus libros, sus cosas y si oía que en la noche un carro se paraba frente a la casa me levantaba para ver si había vuelto. La soñaba encadenada, envuelta en llamas y me despertaba llorando. La extrañaba. Ella me consentía, me rascaba la cabeza, dejaba que me durmiera en su cama. Y luego un día, mucho después, yo ya estaba en la escuela, vi a una pareja en la cola de un cine, con una niña. El hombre la tenía de la mano y abrazaba por la cintura a la señora, la besaba en la cara y ella se parecía mucho, mucho a mi hermana Violeta.
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