Con algunos trabajos, logró asirse de un poste, al lado de la puerta, frente a mí, aunque un par de metros adelante. Alzó el rostro y sacudió la cabellera y siguió hablando con sus compañeras -habían subido en tropel- y en un momento cruzamos las miradas. Me escurrí entre los pasajeros y me sentí afortunado, pues pude acercarme lo suficiente para contemplarla. Cuerpo ondulante, faz blanca, cabello oscuro. Le hablé en secreto. Le dije Luna de nácar, Botón de rosa, Brillo de escarcha. La imaginé iniciada en refinamientos eróticos. La vi en el corazón de la noche, prodigándome las caricias del ritual de los sufíes... Una túnica color de aguamarina cubría su cuerpo, que empezaba a codiciar. Sentí un ansia vehemente de morder sus labios, de calmar en su boca el ardor que me consumía.
Bajó en Portales, con sus amigas. Alcancé a aspirar su perfume y la seguí vorazmente con los ojos. Escuché su risa y su voz. Le dijo, no sé a quién, Ya, wei, no mames. Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2015/08/16/sem-garrido.html
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