Los siete poemas de la semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 11 de Marzo de 2018

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.


Lunes

¿Para qué?

 

¿Para qué echar raíces?

Que ya se está acercando.

Ya oigo aullar la tormenta

que de cuajo las arrancará.

¿Para qué cantar mis canciones?

Que ya se levanta el viento,

el viento que suavemente

las habrá de dispersar.

¿Para qué plantar mis amores?

Ya habrá nacido la bella,

ya echa flor la hermosa

que me los va a robar.


Mariana Frenk-Westheim (1898-2004)

Y mil aventuras

Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1997


Martes 

Para entonces 

 

Quiero morir cuando decline el día,

en alta mar y con la cara al cielo;

donde parezca sueño la agonía,

y el alma, un ave que remonta el vuelo.

No escuchar en los últimos instantes,

ya con el cielo y con el mar a solas,

más voces ni plegarias sollozantes

que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz, triste, retira

sus áureas redes de la onda verde,

y ser como ese sol que lento expira:

algo muy luminoso que se pierde.

Morir, y joven; antes que destruya

el tiempo aleve la gentil corona;

cuando la vida dice aún: soy tuya,

aunque sepamos bien que nos traiciona.


Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895))

Poesía mexicana I, 1810-1914

Introducción, selección y notas de José Emilio Pacheco

Promexa, México, 1979


Miércoles

Oración del profesor


Puño de Dios, no golpees

el rincón de mi nombre donde me he pertrechado.

El día es cruel y cada hombre muerde su pan,

su anfetamina,

su perpetua oración. En los estadios

los niños derrotados aprenden a traicionar.

En aeropuertos runas de unicel nos guían

hacia el último nombre del silencio.

Y mujeres desnudas, frías como cristales

bailan decapitadas en la cresta nocturna.

Puño de Dios, mi amada duerme

en una de tus hendiduras. El trigo de sus labios

besa las manchas de nicotina de tus dedos.

Sus pechos son jarrones de miel

que endulzan tus nudillos.

Su carne es el agua que no logra apresar.

Su pensamiento es una lámpara encendida

en un hotel de paso a las afueras de tus golpes.

Puño de Dios,

mi amada es una estatua de la sal de la tierra.

No es un teléfono público.

No bastan diez centavos.


Julián Herbert (1971)

Vientos del siglo. Poetas mexicanos 1950-1982

Margarito Cuéllar, Mario Meléndez,

Luis Jorge Boone y Mijail Lamas

UNAM / UANL, México, 2012


Jueves

Ángeles guardianes

A Itzel García


Aquí nunca hubo molinos de viento

ni hombres

que se transformaban en insectos.

El viento pasaba de largo

en calles que se volvían cada vez

más pantanos.

Vimos nuestros rostros reflejados

y poco a poco,

se fueron los árboles deshojando

hasta convertirse en sillas maltrechas

donde buscar a Venus

entre cinco o seis estrellas…

una noche entera.

Vimos endurecer la tierra

en tus manos, en las mías,

en todas aquellas figuras

que sostuvieron nuestra sombra.

Los días

pasaron como el temblor de los trenes

por la mañana

cuando pensábamos

que también nos traían los atardeceres.

Aquí nunca hubo ángeles guardianes,

sólo niebla

y la ceniza de un volcán

que sin darnos cuenta

nos hizo cada día más viejos.

No, nunca hubo ángeles,

sólo sombras y manos

que nos recogían

cuando quedábamos hechos pedazos

por la calle

y como figuras de arcilla

nos volvían a formar.

Aquí se aprendió

a soplar el vidrio de los ojos,

a vivir sin luz.

Aquí se aprendió a nadar

entre las aguas que brotaban

de las coladeras

y a sonreír

cada que una ráfaga nos atravesaba el alma.


Alejandro Baca (1990)

Apertura al cielo

CCH Naucalpan, México, 2014


Viernes

Manuscrito


Las palabras

que nunca llegaron a la última versión

tal vez eran mejores.

Tienen la gracia de las cosas perdidas:

la puerta que no abrimos,

el amor olvidado.

Como flores disecadas

los vocablos encerrados en círculos

o aniquilados por un tachón violento

florecen

cuando es otro el que asoma

a la intimidad del texto

y descubre no el poema

sino el alma de atrás:

vacilaciones clandestinas,

ocurrencias podadas en retoño.

Esa caligrafía

un poco descompuesta por los años

algo ilegible

como la voz vecina que escuchamos

a través de un muro,

como mirar las manos del autor

que ya no está.

No sin culpa

El voyeurista de este manuscrito

lo siente palpitar y algo le dice

que ese desorden,

ese jardín con plagas todavía,

hierbas silvestres cubriendo la silueta

de algún árbol final

tiene el encanto de otro paraíso.


Carmen Villoro (1958)

A la sombra del tigre

Cartografía poética del mundo latino

Encuentro de poetas. Morelia 2003

Editora: Ivonne Gutiérrez Obregón


Sábado

Grupos de palomas

A la señora Lupe Medina de Ortega


1

Los grupos de palomas,

notas, claves, silencios, alteraciones,

modifican el ritmo de la loma.

La que se sabe tornasol afina

las ruedas luminosas de su cuello

con mirar hacia atrás a su vecina.

Le da al sol la mirada

y escurre en una sola pincelada

plan de vuelos a nubes campesinas.

2

La gris es una joven extranjera

cuyas ropas de viaje

dan aire de sorpresas al paisaje

sin compradoras y sin primaveras.

3

Hay una casi negra

que bebe astillas de agua en una piedra.

Después se pule el pico,

mira sus uñas, ve las de las otras,

abre un ala y la cierra, tira un brinco

y se para debajo de las rosas.

El fotógrafo dice:

para el jueves, señora.

Un palomo amontona sus erres cabeceadas,

y ella busca alfileres

en el suelo que brilla por nada.

Los grupos de palomas

–notas, claves, silencios, alteraciones–

modifican lugares de la loma.

4

La inevitablemente blanca

sabe su perfección. Bebe en la fuente

y se bebe a sí misma y se adelgaza

cual un poco de brisa en una lente

que recoge el paisaje.

Es una simpleza

cerca del agua. Inclina la cabeza

con tal dulzura,

que la escritura desfallece

en una serie de sílabas maduras.

5

Corre un automóvil y las palomas vuelan.

En la aritmética del vuelo,

los ochos árabes desdóblanse

y la suma es impar. Se mueve el cielo

y la casa se vuelve redonda.

Un viraje profundo.

Regresan las palomas.

Notas. Claves. Silencios. Alteraciones.

El lápiz se descubre, se inclinan las lomas,

y por 20 centavos se cantan las canciones.


Carlos Pellicer (1899-1977)

Hora y 20 (París, 1927)


Domingo

Me han contado


Me han contado

que es preciso resignarse

desde muy joven

a la idea

de encontrarnos

alguna vez

en un vacío ámbito

desprovisto de memoria,

a no encontrarnos pues,

mientras afuera,

en algún lado,

en todas partes,

transcurriendo indiferente

como respiraciones

iguales y distintas

que se imbrican sin saberlo,

bulle la vida

sumida hasta la médula

en sus asuntos

sin tomarnos en cuenta

la ausencia.

Eso me han contado.

Pero no sé:

eso de morirme un día

parece tan remoto,

tan historia ajena,

tan algo que sólo le ocurre a los demás…


Enrique Jaramillo Levi (1944)

Los atardeceres de la memoria (1970-1978)

Federación Editorial Mexicana, México, 1978


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