"La tecnología y el idioma", por Fernando Serrano Migallón

Martes, 29 de Octubre de 2013
"La tecnología y el idioma", por Fernando Serrano Migallón
Foto: Excélsior

Hace años, no muchos es cierto, comenzó a hacerse general la duda sobre si los documentos y archivos que se ubicaban en la internet podían ser bajados, accesados y hasta downlaudeados libremente; más allá de la discusión jurídica, pues los hay de todos tipos —libres de pago, libres con condiciones—, el hecho es que un fenómeno comenzó a invadir nuestro idioma y, como sucede en esos momentos críticos, se pueden tomar dos caminos; el primero, el alarmista, nuestro idioma está en peligro, a punto de la extinción ante el alud de palabras extranjeras que se nos viene encima, ay de nosotros que tendremos que aceptar el googleo y el taringueo; en fin, el otro, más inteligente si se me permite, es asumirlo como viene, con inteligencia y diálogo ver qué se puede lograr en expresiones auténticamente en lengua española y cómo lograr símiles fonéticos para aquellas realidades que antes no conocíamos, que no se diga accesar sino acceder, que la gente no reloadee sino actualice, que todos podamos obtener de la red lo que deseemos, especialmente si es legal.

En el Congreso de Academias de la Lengua que se verificó en Panamá, uno de los temas más interesantes fue la convivencia del idioma con las nuevas tecnologías, aun para quienes no nos podemos considerar expertos en el tema, ver la forma en que las superredes están interactuando con nuestro idioma fue sumamente grato; estamos logrando una unidad mayor en el idioma ante el intercambio de expresiones en las salas de conservación, una buena manera de evitar la palabra chat, porque siempre será mejor conversar que chatear—esa expresión suena como volver chato algo que era agudo—; hoy, expresiones como “morocho” de la lejana argentina, se entiende mejor que hace diez años cuando casi necesitábamos traductores entre las regiones del idioma, hoy, cualquier petiso en Buenos Aires sabe que hablamos de él cuando alguien le dice chaparrito. Asimismo, los temas de la literatura, las rápidas comunicaciones de los temas que antes eran locales, nos están dotando de un mayor capital común de los hispano hablantes. Sobre todo, porque hemos logrado romper el sitio de los hispanos que viven en países angloparlantes, como Estados Unidos, su uso del idioma se aproxima al nuestro y vamos reintegrándolos a nuestra comunidad idiomática; es falso que su parqueadero esté ganándole la carrera a nuestro “estacionamiento”, aunque la palabra tiquet pueda pronto tomar carta de naturalización en español ante su uso ingente, el hecho es que esa dinámica del idioma está dándole tanta vida como la que supuso el intercambio con el hebreo y el árabe en el siglo XX, intercambio del que todavía vivimos y que hizo posible la poesía de García Lorca.

Nuevas palabras para nuevos acentos en que nos identificamos, una lengua fortalecida por el uso y la telecomunicación; así como hace unos diez años la “Ñ”, letra insignia de nuestro idioma, ganó la batalla por su permanencia en los teclados y en los protocolos de la tecnología —se demostró que la “ñ” no es una “n” con un acento, sino una letra por sí misma— los términos en castellano están ganando espacios en su diálogo con otras lenguas que parecen ser dominantes, pero que sólo lo parecen, porque hemos descubierto, bien y a tiempo, que el mundo de la tecnología no es un mundo aparte, sino una manifestación de este mundo real en el que los hispano hablantes disponemos de un idioma sano y fuerte, hermoso y vital que marcha al ritmo de los tiempos y que no tiene miedo de “navegar” en la tecnología, porque siempre ha sido una lengua de viajeros, descubridores y migrantes.

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