"La guerra del Nobel", por Fernando Serrano

Jueves, 05 de Septiembre de 2013

"La guerra del Nobel", por Fernando Serrano
Foto: Academia Mexicana de la Lengua

Hay paradojas dolorosas; torceduras de la realidad que irrumpen en el devenir y que nos muestran cómo la vida y la tranquilidad penden de hilos que se manejan lejos y fuera de donde producen consecuencias. Pensar que un poseedor del premio Nobel de la Paz promueva una guerra en Siria resulta una paradójica crueldad.

Es cierto que la situación en Siria ha llegado a extremos intolerables respecto del respeto por la vida y los derechos humanos de los ciudadanos; es verdad que el polvorín de Oriente Medio requiere de la aceptación de las normas de derecho internacional y su acatamiento como garantía de tranquilidad, pero de ahí a que el guardián de la democracia y premio Nobel de la Paz pueda recurrir a las armas para hacer defender sus intereses aún frente a la ausencia de una autorización de Naciones Unidas y, como con cada vez más claridad se ve, sin la participación de sus aliados, eso es llegar demasiado lejos.

En 2009, el presidente Obama fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz, entonces ya decíamos que una concesión así, en un tema tan difícil como aquel, resultaba prematuro y arriesgado. Hoy, el Presidente de Estados Unidos tiene que hacer frente a la contradicción simbólica de ese premio. A decir verdad, el tema del premio y las causas para hacer o no la guerra a Siria, parece secundario; en realidad se trata de una evidencia que no se puede pasar por alto, sobre todo porque el ataque a Siria implicaría una cadena de causas y consecuencias que difícilmente se pueden prever en este momento; significaría también la contradicción profunda entre el discurso que llevó a Obama a la Casa Blanca y, también, la negación de todo cuanto se ha trabajado por superar el estado de seguridad universal, miedo y guerra al terrorismo en que hemos vivido desde el atentado a Nueva York.

Nadie quiere la guerra en Siria. Nadie quiere apostar el delicado equilibrio en Israel ni alentar más violencia en Egipto, nadie quiere ofrecer el panorama ideal para que Irán pueda realizar una exhibición de fuerza. Nadie quiere apostar a la violencia como una salida al ya largo impasse de la economía mundial.

Métodos para que los derechos humanos sean respetados en Siria los hay y no son pocos, y no todos pasan por la violencia; formas de solucionar ese foco de tensión también existen y deben partir del acuerdo de los actores de la política internacional. Los aliados tradicionales de Estados Unidos no parecen compartir la ambición bélica que no había querido quedar en evidencia dentro del discurso del presidente Obama. Pero, sobre todo, en esta ocasión en particular, resulta fundamental que predomine la razón y podamos confiar el destino de los pueblos a las normas jurídicas y no a los juegos de la fuerza.

Una cosa ha quedado clara, hemos salido ya del ámbito de la unipolaridad en que habíamos vivido al final de la Guerra Fría. Hoy, Estados Unidos, por sí mismo, ya no tiene la capacidad para imponer reglas y suprimir derechos; las décadas desde el ya ahora lejano 1989 han pasado y han creado nuevos equilibrios; el desgaste bélico del antiguo y provisional mandamás han representado una pérdida de influencia que pasa por sus propios procesos internos de opinión y presión y se enfrentan a un orden mundial nuevamente organizado y que, con todos los desajustes de esta nueva organización, se manifiesta viva y actuante.

Sin Francia, sin Rusia, sin Inglaterra, el Nobel de la Paz irá solo a la destrucción del asentamiento urbano más antiguo del mundo habitado ininterrumpidamente; sin la autorización de las Naciones Unidas, Estados Unidos no sólo no superará sus disfunciones económicas sino que, además, podrá en peligro esos pactos leves y provisionales que apenas permiten vislumbrar soluciones en Oriente Medio. No se puede saber con precisión cuáles son los elementos del cálculo político de Estados Unidos en esta coyuntura, pero si entre ellos no está el abandono de la idea de la monopolaridad, entonces muy probablemente, la guerra en Siria resulte no sólo en un horrendo baño de sangre, sino también en una lección que ni Estados Unidos ni el mundo necesita en este momento.

Para leer la nota original, visite:

http://www.excelsior.com.mx/fernando-serrano-migallon/2013/09/05/917174

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