La Academia Mexicana de la Lengua recuerda a José Emilio Pacheco a dos años de su muerte

Lunes, 25 de Enero de 2016

José Emilio Pacheco
Foto: gastv.mx

Hoy se cumplen dos años del fallecimiento de José Emilio Pacheco, quien fuera académico honorario de esta corporación. Varias fuentes culturales destacan el recordatorio del poeta de la ciudad, de lo cotidiano, entre otros temas, uno de los autores mexicanos más queridos y leídos en nuestro país. A continuación, transcribimos uno de sus poemas más conocidos:

DE ALGÚN TIEMPO A ESTA PARTE


I
Aquí está el sol con su único ojo, la boca escupe fuego que no se hastía de calcinar la eternidad. Aquí está como un rey derrotado que mira desde el trono la dispersión de sus vasallos.
Algunas veces, el pobre sol, el heraldo del día que te afrenta y vulnera, se posaba en su cuerpo, decorando de luz todo lo que fue amado.
Hoy se limita a entrar por la ventana y te avisa que ya han dado las siete y tienes por delante la expiación de tu condena: los papeles que sobrenadan en tu oficina, las sonrisas que los otros te escupen, la esperanza, el recuerdo… y la palabra: tu enemiga, tu muerte, tus raíces.


II
El día que cumpliste nueve años, levantaste en la playa un castillo de arena. Sus fosos comunicaban con el mar, sus patios hospedaron la reverberación del sol, sus almenas eran incrustaciones de coral y reflejos.
Una legión de extraños se congregó para admirar tu obra. Veías sus panzas comidas por el vello, las piernas de las mujeres, mordidas por cruentas noches y deseos.
Saciado de escuchar que tu castillo era perfecto, volviste a casa, lleno de vanidad. Han pasado doce años desde entonces, y a menudo regresas a la playa, intentas encontrar restos de aquel castillo.
Acusan al flujo y al reflujo de su demolición. Pero no son culpables las mareas: tú sabes que alguien lo abolió a patadas –y que algún día el mar volverá a edificarlo.

III
En el último día del mundo –cuando ya no haya infierno, tiempo ni mañana– dirás su nombre incontaminado de cenizas, de perdones y miedo. Su nombre alto y purísimo, como ese roto instante que la trajo a tu lado.

IV
Suena el mar. La antigua lámpara de alba incendia el pecho de las oscuras islas. El gran buque zozobra, anegado de soledad. Y en la escollera herida por las horas, de pie como un minuto abierto, se demora la noche.
Los seres de la playa tejieron laberintos en el ojo del náufrago, próximo a ser oleaje, fiel rebaño del tiempo. Alga, litoral verde, muchacha destruida que danza y brilla cuando el sol la visita.

V
De algún tiempo a esta parte, las cosas tienen para ti el sabor acre de lo que muere y de lo que comienza. Áspero triunfo de tu misma derrota, viviste cada día con la coraza de la irrealidad. El año enfermo te dejó en rehenes algunas fechas que te cercan y humillan, algunas horas que no volverán pero que viven su confusión en la memoria.
Comenzaste a morir y a darte cuenta de que el misterio no va a extenuarse nunca. El despertar es un bosque de hallazgos, un milagro que recupera lo perdido y que destruye lo ganado. Y el día futuro, una miseria que te encuentra solo: inventando y puliendo tus palabras.
Caminas y prosigues y atraviesas tu historia. Mírate extraño y solo, de algún tiempo a esta parte.

Tomado del libro Los elementos de la noche


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