"En memoria de Mario Ojeda (1927-2013)", por Adolfo Castañón

Sábado, 26 de Abril de 2014
"En memoria de Mario Ojeda (1927-2013)", por Adolfo Castañón

A don Mario Ojeda lo conocí en alguna reunión de la Junta de Gobierno del Fondo de Cultura Económica. Le tenía viva simpatía a su mirada inteligente y a su palabra exacta y directa, puntual. Luego, más tarde, me lo encontraba por los pasillos de El Colegio de México, del que había sido presidente (en una cadena iniciada por Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas, Silvio Zavala, Víctor L. Urquidi), y la misma corriente —Max Scheler diría: “geometría”— se manifestaba entre nosotros. Sabía que, al fundar el Centro de Estudios Internacionales, Daniel Cosío Villegas, su maestro, y el de Rafael Segovia, lo había enviado a Inglaterra, a Harvard, a consolidar su formación como internacionalista. Fue también secretario general de esa institución. Estoy seguro de que su aire británico y de caballero celta, su afelpada suavidad de maneras y su fineza y firmeza de tweed en el trato, lo traía de nacimiento y linaje, como si hubiese nacido naturalmente educado. Publicó varios libros: La protección de los trabajadores migratorios (1957), México y América Latina (1974), Las relaciones de México con los países de América Central (1985), El desafío de la interdependencia: México y Estados Unidos (informe de la Comisión Sobre el Futuro de las Relaciones México-Estados Unidos) (1989), México antes y después de la alternancia política. Un testimonio México (2004), Retrospección de Contadora: Los esfuerzos de México para la paz en Centroamérica (1983-1985) (2007), México y Cuba revolucionaria: cincuenta años de relación (2008); numerosos artículos, pasó al estado escrito papeles y memorias, no siempre editados.

Entre los libros, alguno sirvió durante años como libro de texto, Alcances y límites de la política exterior de México (1976), México: el surgimiento de una política exterior activa(1986), vale decir como puente de ideas y destrezas entre generaciones. Era respetado por sus puntos de vista sobre política internacional, ya no digamos nacional y municipal. Respetado no sólo por los académicos sino por los diplomáticos en activo, en la banca o en retiro, por las cancillerías no sólo locales. Ojeda no fue carne ni pasto de embajadas. Tampoco se dejó seducir por las sirenas del periodismo ni menos por el tarareo de la opinión mediática: no era de los que asocian la plaza pública al mercado de la opinión. Su causa eficiente, y casi diría su metabolismo era la dignidad y la probidad. Mario Ojeda era un hombre limpio como cortante acero en fina lámina de verduguillo, capaz de cortar y salir intacta. Esa entereza como de hombre de humanidades antiguas lo afinaba, a mis ojos, al personaje de Walter Pater que llevaba su nombre y acaso su ascua pensativa: Mario, Mario el Epicuro. Estuve a punto de decírselo varias veces, pero la timidez —esa diablilla mustia y más bien femenina— se hizo collar en la emoción de saludarlo cada vez. Tuvo, claro, amigos, discípulos: Rafael Segovia entre los primeros, Olga Pellicer, Jorge Bustamante, Lorenzo Meyer, Fernando Serrano Migallón entre los segundos.

Yo solamente fui su lector y su compañero ocasional de viaje en las escalas del tiempo. Su dignidad intelectual me hace pensar en la integridad vehemente de Luis Cabrera, en la reciedumbre nacionalista e ilustrada de un Marte R. Gómez, en la claridad matemática y la severidad de Daniel Cosío Villegas, Alfonso Reyes u Octavio Paz. Lo veo sonreír sobre el tablero de las divagaciones políticas como quien anticipara la jugada del adversario dos veces y lo viera con ojos de regreso. No sólo era de los que siembran con su voz y su letra. Mario Ojeda era de los que polinizan con su ejemplo.

En alguno de sus escritos, Hipócrates dice que los discípulos de un maestro, al morir éste, tienen el deber filial de ocuparse de la viuda y de los huérfanos deudos como si fueran suyos. Aunque no fui su discípulo directo ni paisano de su campo de estudios, apenas su lector y amigo lejano, escribo estas líneas para saludar su paso por la tierra como el gallo que a veces canta antes de que amanezca.

* Me permito reproducir algunas de las expresiones manifestadas por sus amigos-discípulos. Dijo Jorge Bustamante: “La muerte de Mario Ojeda tiene alcance nacional. Sin su inspiración y apoyo no existirían varias instituciones de alta educación y de investigación científica de nivel nacional e internacional. Desde luego, en primer lugar, me refiero a El Colegio de México, inconcebible sin la presencia de Mario Ojeda desde sus primeros años hasta el presente. Lo mismo se podría decir de otras instituciones que surgieron, crecieron y han adquirido importancia nacional e internacional como son El Colegio de Michoacán, El Colegio de la Frontera Norte, El Colegio de Sonora y otros que surgieron posteriormente”. (Reforma, 6 de noviembre, 2013, p. 12); Lorenzo Meyer escribió: “La ‘tesis Ojeda’ sostuvo que la estabilidad interna del sistema mexicano de la época requería mostrar que éste podía disentir de Estados Unidos en áreas que en la práctica le eran importantes pero no fundamentales, pero que, en los asuntos realmente importantes para el vecino del norte no todos los gobiernos mexicanos le “brindarían su cooperación” y colaborarían con sus agencias de inteligencia…” (Reforma, Opinión, 7 de noviembre, 2013, p. 12); Fernando Serrano Migallón dejó dicho: “Ojeda, nacido en el estado de Veracruz, era un hombre de montaña con vistas al mar; un hombre de altísimos vuelos intelectuales, acostumbrado a ver el mundo desde la perspectiva privilegiada al que su formación e inteligencia le proporcionaban y, al mismo tiempo, era un hombre para el que las fronteras no eran sino líneas imaginarias construidas por la historia y la conveniencia; apenas nada para quien sabía desempeñarse con soltura y comodidad entre todas las culturas. Es muy significativo que Ojeda haya presidido El Colegio de México entre 1985 y 1994, toda una época en la que se fincaron las bases de muchos de los logros que hoy distinguen al Colmex, significativo porque de aquella Casa de España cuyas puertas abriera Alfonso Reyes como un gesto de diálogo, madurez y convivencia con otras latitudes, haría Ojeda también un centro de conocimiento del mundo como fundador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México.” (Excélsior, 7 de noviembre, 2013, p. 8).

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