"El profesor y su sombra Últimas lecciones de José Gaos", por Adolfo Castañón

Lunes, 14 de Noviembre de 2016

I
No es imposible que el origen de esta antología de José Gaos (1900-1969)1 se encuentre en el recuerdo de alguna de esas tardes en que visitaba a Alejandro Rossi en su casa y nos entregábamos al ejercicio de la conversación a campo traviesa durante no pocas horas. Esas visitas se dieron al menos una vez por semana en el curso de más de una década. Los temas de aquellas conversaciones maratónicas atravesaban la maleza de la actualidad literaria, superaban la pelusa del cotilleo municipal, se sabían detener con morosa delectación en la flora y la fauna de la ciudad literaria, se regodeaban en la geografía y en la historia de México, América y Europa. No era yo, ni lo soy ahora, un experto especialista en casi nada, pero creo que tenía el instinto de saber preguntar, acertar a detenerme, replicar con viveza de tanto en tanto. Las primeras charlas —lo recuerdo bien— giraron en torno a colaboraciones escritas por mí para la revista Plural (1971-1976), dirigida por Octavio Paz. Más tarde, Alejandro Rossi me leería detenidamente algunos de sus ensayos y cuentos. Por ejemplo, “Sedosa, la niña” o “El brillo de Orión”. Me hablaba o se refería de reojo a sus maestros, condiscípulos, amigos y familia. Uno de ellos era José Gaos, en cuyo seminario Alejandro había trabajado en su tesis de doctorado sobre Hegel, y de la cual escribió Gaos a Alfonso Reyes, presidente de El Colegio de México, el 15 de diciembre de 1955:

Un caso especial fue el de la tesis del señor Rossi, "Lo racional y lo irracional en la Ciencia de la Lógica de Hegel". Presentada y aprobada por unanimidad magna cum laude. Aunque acabó de componerla en el mismo seminario, no se presentó como tesis de él, por proceder del que dediqué a la obra de Hegel durante los cuatro años anteriores. Es obvio que no pueden ni necesitan coincidir exactamente las divisiones administrativas del trabajo universitario y las relaciones impuestas en él por las de las personas.2

La tesis de Rossi sobre Hegel está inédita. Por mi parte, yo no había leído casi nada de José Gaos, apenas quizá algún capítulo de alguna de sus traducciones. Pero recuerdo con nitidez la noche de junio de 1969 en que llegué a la casa familiar y mi padre se encontraba tan abatido por la muerte del maestro que no quiso acompañarnos a cenar y se quedó encerrado en su cuarto hasta el día siguiente. Años más tarde, en 1979, cuando leí las Confesiones profesionales (1958), pues se iba a reeditar en el Fondo de Cultura Económica, me di cuenta de que esas visitas y las conversaciones subsecuentes con Alejandro Rossi, discípulo de José Gaos, podían tener cierta correspondencia, rimaban —guardadas las abismales proporciones— con aquellas otras que el autor de las Confesiones… había podido sostener en Madrid con su “primer verdadero maestro en filosofía” y tutor intelectual, Manuel García Morente (1886-1942) y, luego, con José Ortega y Gasset (1883-1955), su segundo guía y maestro. Como dice Gaos, esa relación de “oyente perfecto” o “post-locutor” duró muchos años y llegó hasta el punto de madurar en una convivencia y proximidad que él formula así:

Precisar en todos los puntos hasta qué punto lo que pienso es mera reproducción de esta filosofía —la de Ortega— o prolongación, reacción, ocurrencia mía, fuera interesante en una doble dirección inversa: reconocerle lo suyo y no achacarle lo que no quería aceptar. Pero tal puntualización me es imposible. Durante varios años, he vivido en convivencia frecuentemente diaria con él. He sido el oyente de palabras o el interlocutor de conversaciones en que se precisaban sus propias ideas en gestación, he leído originales inéditos. Así, ya no sé si tal idea que pienso, si tal razonamiento que hago, si tal ejemplo o expresión de que me sirvo lo he recibido de él, se me ocurrió al oírle o leerle a él, o se me ocurrió aparte y después de la convivencia con él. Alguna vez me ha sucedido comprobar que tal idea o expresión que consideraba como mía me la había apropiado de él asimilándomela hasta el punto de olvidar su origen. Lo que no quiere decir que ni siquiera en los días de convivencia más frecuente e íntima con él estuviera de acuerdo en todo: quizá haya sido yo la única persona que le haya dicho ciertas cosas.3

Aunque ya se venía gestando desde poco antes, esta comunidad de Gaos con Ortega la interrumpiría, hasta romperla, la Guerra Civil, y la instalación de Gaos en México a partir de 1939 cuando es recibido por La Casa de España en México y Alfonso Reyes, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. En las páginas de esta selección antológica se incluyen dos de los textos que José Gaos escribiría al final de su vida sobre su antiguo y ya superado, no sólo por motivos de política índole, maestro: uno es la “Carta abierta a Alfonso Reyes” y otro es “Salvación de Ortega”. De la primera, dice Reyes en un apunte de su Diario inédito: “En El Nacional de ayer Gaos me dirige una carta pública, rompiendo con Ortega por sus ataques injustos a mí. En el estilo mismo se advierte la tortura de Gaos, el pobre, al alejarse de su maestro” (México, lunes 22 de septiembre de 1947). El papel que Ortega y Gasset tuvo ante José Gaos —de interlocutor magistral, de sombra dialéctica y pensante— lo llegaría a desempeñar en México Alfonso Reyes: amigo, habitual invitado a la merienda, contertulio, asiduo colaborador, cuya biblioteca tenía abiertas las puertas de par en par, protector institucional, paciente de las mismas enfermedades, pero, sobre todo, inspirado e inspirador de José Gaos, como consta no tanto en la correspondencia que muchas veces tiene algo de académico, pese al tono afectuoso, como en el Diario de Alfonso Reyes. De hecho, era intención de Gaos pedirle a Reyes que prologara sus Confesiones: “Gaos que me trae sus Confesiones profesionales con la idea de que apoye y prologue en su caso una sección de españoles-mexicanos en Letras Mexicanas del Fondo” (Alfonso Reyes, Diario inédito, México, domingo 3 de noviembre de 1957). Además, Gaos escribió diversos ensayos y tributos sobre su admirado amigo que casi podrían armar un volumen.

La naturaleza no admite vacíos: así, a su vez, el papel que Ortega y Gasset desempeñó en la vida y en la obra de José Gaos, éste lo vino a ocupar en México con sus discípulos mexicanos: Leopoldo Zea, el más sobresaliente y el más hecho a los ojos del autor en 1958, cuando se dan a la estampa las Confesiones profesionales, aunque había otros que no menciona por sus nombres en el texto: “los hiperiones” —Luis Villoro, Emilio Uranga—, los hegelianos —Fernando Salmerón, Alejandro Rossi, Ramón Xirau, Alfonso Rangel Guerra—, los historiadores —Álvaro Matute, Elsa Cecilia Frost, Andrés Lira, José María Muria—, y otras categorías más que no menciona como las de los estudiosos de Husserl —Antonio Zirión— y, desde luego, los investigadores del pensamiento en lengua española como la costarricense Vera Yamuni, su discípula preferida, y Carmen Rovira, sin dejar de mencionar a los interesados en la filosofía misma, en la metafísica y en la ética, como es el caso de Juliana González, entre otros. Algunos de ellos, dice Gaos, tenían genio y, añade, me imagino que pensando en Uranga, “mal genio”. Emilio Uranga fue, por cierto, el único discípulo sobre el cual José Gaos escribió unas “Notas al artículo de Uranga” del 10 de febrero de 1952.4 Estas páginas son una réplica a los comentarios que hizo el discípulo sobre el “Trabajo de José Gaos sobre la vocación filosófica”5 que recogió Aurelia Valero en Filosofía y vocación. Tan interesado estaba Gaos en hacerse parte de la discusión filosófica en México que publicó en la colección dirigida por Leopoldo Zea con el sello de Porrúa un ensayo En torno a la filosofía mexicana que le fue obsequiado a Reyes por los editores en cuanto salió publicado: “De tarde, fui a la Librería Porrúa Obregón, donde me obsequió Pepe Porrúa el segundo tomito de Gaos en la colección de los Hiperiones...” (Diario, México, sábado 7 de marzo de 1953).

Cabe apuntar que gracias a la buena inteligencia que tuvieron entre sí esos discípulos fue posible editar las Obras completas 6 de José Gaos en la Nueva Biblioteca Mexicana de la unam dirigida por Miguel León Portilla. La edición la dirigió y coordinó Fernando Salmerón hasta su muerte. Discípulo cercano de Gaos, Salmerón escribió una tesis de gran originalidad: Las mocedades de Ortega y Gasset (1959). Más tarde daría a la estampa sus Escritos sobre José Gaos (2000) donde se recogen diecinueve ensayos, incluidas sus notas como coordinador de los volúmenes iv y viii de las Obras completas.

II
Tanto por sus obras mismas como por sus traducciones, su profesión de maestro del pensamiento y aun su estilo y actitudes ética y política, Gaos hizo del pensar en lengua española no una estación accidental del pensamiento, sino algo aproximado a una coordenada ineludible para situar el ejercicio de la reflexión desde esta región del continente intelectual que es la lengua española.

José Gaos publicó en 1958 unas Confesiones profesionales, que pueden ser leídas en verdad y realidad como el esbozo de una autobiografía filosófica —expresión empleada por su discípulo Alejandro Rossi al hacer la “Nota editorial” de Filosofía de la filosofía, la antología que preparó para el Fondo de Cultura Económica (2008)—, al estilo de las publicadas en otros idiomas como, por ejemplo, la Histoire de mes pensées (1936) del filósofo francés Alain (1868-1951), con el cual, por cierto, la figura de Gaos tendría ciertas afinidades desde la perspectiva de una historia comparada de las ideas (Alain fue maestro de Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty, del mismo modo que Gaos lo fue de Zea, Villoro, Rossi, entre otros). Antes y después, Gaos publicó

algunos textos que anuncian, enmarcan, ahondan o prolongan esas “confesiones”, de tan capcioso título.

Paralelamente, el filósofo, traductor y profesor siguió viviendo y, en las márgenes de esa existencia llevada a caballo del escenario de la cátedra y del foro de las páginas destinadas a la publicación, escribió cartas, envió mensajes —papeles que están más acá de la literatura y que son a la vez eso y otra cosa—, cuyo contenido no llegó a formular en clave pública.

La vida y la obra de José Gaos están indisociablemente ligadas al renacimiento de la cultura crítica y filosófica de México y, más allá, a la efervescencia del pensamiento en Hispanoamérica y España, en el convite hispánico, para evocar a Luis Vives (1493-1540), el contemporáneo español de Erasmo de Róterdam (1466-1536).

Gaos escribió y publicó libros y artículos cuantiosos, tradujo obras clave que supo diseminar y poner en escena a través de seminarios —como fue el caso de la obra de Martin Heidegger, Ser y tiempo (1951, en alemán 1927)—, dio conferencias, dirigió tesis, formó discípulos —como un salvavidas que diera clases de natación y, a veces, respiración de boca a boca—, formó parte de consejos, juntas y asociaciones. Al mismo tiempo, escribió una obra personal y singular, publicó sus Confesiones profesionales, una de las escasas autobiografías intelectuales en lengua española que definen una genealogía de las ideas; además, supo hacer de su actuar civil y académico un ejemplo, en el sentido clásico y más poderoso del término.

En los últimos años de su vida, Gaos hizo público su pensamiento en aforismos, sentencias, notas, glosas y viñetas que, como quizá expresa su título, representan el 12% de su actividad intelectual. Murió el 10 de junio de 1969 al término de un examen de doctorado en El Colegio de México. Había regresado ahí, como quien vuelve a una querencia académica nativa, luego de haber renunciado a seguir siendo parte de la comunidad universitaria y a su condición de profesor emérito como protesta irrevocable por los actos injuriosos cometidos contra el rector Ignacio Chávez en abril de 1966. Este acto emblemático, si los hay, esta última lección del maestro de cuerpo entero puso punto final a una vida entregada al acto infinitivo por excelencia que, después del ser y el estar, es el pensar: una existencia puesta día tras día bajo la advocación de la atención, la investigación, la escritura, la traducción, la docencia y la enseñanza, el pensamiento como una forma de convivencia.

III
Si bien es cierto que el nombre de José Gaos se encuentra entretejido con las arterias que atraviesan la cultura hispánica contemporánea, y que su obra prospera y se proyecta en la obra de sus numerosos e ilustres discípulos y que se divulga en sus numerosas traducciones —los lectores comunes y corrientes piensan que están leyendo a Aristóteles, Martin Heidegger o a Max Scheler, cuando en realidad solamente practican, practicamos dijo el otro, a Gaos—; y aunque se admite que es uno de los más altos exponentes de la cultura mexicana e hispanoamericana, no se le ha dado a su obra personal y por ende a su pensamiento mismo todo el peso radical y la envergadura fundadora que tiene en el calendario largo de la cultura trasatlántica a que pertenece.

IV
Materiales para una autobiografía filosófica reúne 11 textos y 23 cartas que cuentan un poco más de 400 páginas, que corresponden a varios géneros literarios que van desde la confesión, el testimonio, la entrevista, hasta la carta, el ensayo, el aforismo. El conjunto arma una suerte de autorretrato complementado por la memoria de su hija, a cuya autorización, discreción y buena disposición este proyecto debe un reconocimiento mayor.

Abren las puertas del libro las Confesiones profesionales; se trata de uno de esos memoriales que no solamente dan testimonio de una persona, sino de la cultura en que se inscribe, de sus redes y de su genealogía intelectual, y aun de su estilo, andadura, gustos y actitudes. A este texto axial se agregan otras “Confesiones de un trasterrado” y misceláneas letras circunstanciales, alocuciones, palabras y conferencias que llevan como denominador común el esbozo de ese autorretrato literario y filosófico que Gaos traza de Gaos. Siguen algunas muestras del pensamiento del pensador mismo, como el dedicado a la “Salvación de Ortega”, los excursos sobre “Filosofía e infelicidad” y sobre “La vida intelectual (El tapiz por el revés)”, que me fueron señalados por Andrés Lira, eminente historiador discípulo de José Gaos. Las cartas, ya se sabe, no pertenecen, en sentido estricto, a la literatura: o están más acá o más allá, son otra cosa, pero esa otra cosa a la par corporal y comunitaria, a las veces social y aun política, viene bien para redondear esta suerte de radiografía póstuma de la persona en sus ideas y creencias que hemos querido armar aquí para destacar a la persona. Se da así una cala mínima de ese caudal epistolar que Gaos pasó al estado escrito a lo largo de sus intensos años. En esta antología no se recogen las cartas relacionadas con el primer distanciamiento universitario que tuvo Gaos en 1954, desencadenado por:

Las gestiones que un grupo de profesores de carrera hemos hecho en relación con los nuevos contratos de nuestro profesorado pudieran interpretarse como animadas fundamentalmente por un interés material y no por más altos valores. Los profesores que hicimos las gestiones convinimos en que era indispensable que diéramos una prueba de que estos valores y no aquel interés era lo que fundamentalmente nos animaba. Estimo que es a mí a quien toca darla, por la circunstancia de ser el único del grupo que ha tenido la suerte de recibir de la Universidad el título de doctor honoris causa.7

Sin embargo, el episodio queda documentado a través de los apuntes que hace Reyes sobre el tema. Aparecen en este tramo los mensajes y cartas relacionados con el triste episodio de 1966, que llevó a la expulsión del rector Ignacio Chávez de la Rectoría de la unam por una pandilla mercenaria y a la renuncia ya mencionada de José Gaos a la Universidad Nacional de la cual había sido nombrado maestro emérito en 1953, luego de largos años de entrega al Seminario de Filosofía que dirigió en la Facultad de Filosofía y Letras de esa Universidad. En 1966 era presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz. Como se sabe, Gaos decidió renunciar irrevocablemente a la Universidad como protesta por el trato humillante y, por decir lo menos, poco académico, que había sufrido su amigo, el rector Chávez. Se refugió en El Colegio de México, la institución que le abrió las puertas a su llegada a México a través de Alfonso Reyes, su amigo, corresponsal e interlocutor cuando todavía se llamaba La Casa de España en México. Gaos decidió no volver a la Universidad mientras no hubiese tanto por parte de ésta como por parte de quienes habían participado en el ultraje y de la comunidad universitaria misma, un acto que restituyera a la Universidad la dignidad perdida y mancillada. Eso no sucedió. Gaos se quedó solo y marginado, en una suerte de purgatorio académico que lo seguiría hasta después de su muerte, mientras no se empezaran a publicar sus Obras completas gracias a la devoción y al celo de sus discípulos y, en particular, al de Fernando Salmerón.

Ese acto de dignidad ejemplar, comparable no a un suicidio pero sí a un destierro en el destierro, quedaría grabado en la memoria de algunos universitarios como una advertencia de los hechos ominosos que más tarde podrían sobrevenir, como lo hicieron, sobre la institución, que continuaba sus cursos mientras tanto como si nada hubiese sucedido. ¿No evoca esa renuncia la sombra de Sócrates?

V
José Gaos perteneció a la brillante generación de pensadores y filósofos españoles de la primera mitad del siglo xx que sucedió a José Ortega y Gasset (1883-1955), María Zambrano, Manuel García Morente, Eduardo Nicol, Xavier Zubiri, José Ferrater Mora, José Medina Echavarría, José María Gallegos Rocaful, Joaquín Xirau Palau, Juan David García Bacca (cuyo itinerario Emilio Lledó compara con el de Gaos en el prólogo al tomo II de las Obras completas), entre otros. La mayoría de ellos salieron desterrados de su país y buscaron asilo político al otro lado del Atlántico, en México, Venezuela, Puerto Rico, Argentina, Chile, Estados Unidos. Esa generación prosiguió su vocación y tarea fundamentalmente en los espacios universitarios y editoriales que se abrieron en estos países y, en particular, en México. Entre todos ellos, la figura de José Gaos se singulariza no sólo por su laboriosidad —todos ellos fueron grandes y muy creativos trabajadores intelectuales— sino por haber encontrado en la tierra que lo acogió un destino y un sentido profundo relacionado orgánicamente con su quehacer crítico y filosófico propiamente dicho.

La publicación de la Antología del pensamiento de lengua española en la edad contemporánea que hizo Gaos en 1945 para Ediciones Séneca, animadas por José Bergamín, se correspondía con otras iniciativas en el ámbito de las letras, como pueden ser la magna Antología de la poesía española e hispanoamericana (1934) editada por el crítico Federico de Onís (1885-1966) y, poco más tarde, la antología de poesía hispánica Laurel, publicada también por Editorial Séneca en 1941 y realizada por Juan Gil-Albert, Octavio Paz, Emilio Prados y Xavier Villaurrutia. En el impulso ecuménico y comprensivo que alienta en las páginas de la Antología del pensamiento de lengua española en la edad contemporánea publicada por José Gaos se puede leer una declaración de principios en relación con la amplitud de una cultura crítica, la pensada en español, que lo mismo abarca la teoría política y cultural (Simón Bolívar, Domingo Faustino Sarmiento, José Donoso Cortés, Joaquín Costa), que la pedagogía (Justo Sierra, Eugenio María de Oscos, Francisco Giner de los Ríos), los estudios lingüísticos y literarios (Benito Jerónimo Feijoo, José de Cadalso, Juan Montalvo, José Martí, Marcelino Menéndez y Pelayo, Alfonso Reyes) y, desde luego, la filosofía (Andrés Bello, Jaime Balmes, Gabino Barreda, Miguel de Unamuno, José Vasconcelos, Antonio Caso, Juan Montalvo, Ángel Ganivet). De hecho, cabría reconocer que ese impulso era tan necesario entonces como ahora y que bien podría concebirse una lección antológica actualizada del pensamiento en español y que, de hecho, el lema “pensar en español” circula naturalmente como un estandarte académico dentro y fuera de la lengua. Esto se debe en buena medida a José Gaos, quien supo hacer de su destierro un “trastierro” y tuvo la feliz voluntad de elevar esta ocurrencia a una suerte de categoría intelectual para poder confesarse a sí mismo la condición algo paradójica de un refugiado intelectual capaz de reinventar y de reinterpretar su destierro como un arraigo y no como un desarraigo, como un trasplante, un trastierro de un peregrino que, al verse despojado de su patria, supo transformar la nueva tierra en una tierra elegida voluntariamente, en una nueva querencia que en cierto modo cancelaba la anterior. Esos son algunos de los motivos que hacen de José Gaos un precursor y un maestro del pensamiento por venir.

VI
Las Confesiones profesionales pueden ser leídas como una introducción viva y vivida a la historia de la filosofía, escrita y expuesta por alguien que la ha trabajado, traducido, enseñado, interpretado y, en cierto modo, construido como un artesano da forma a un juego de ánforas. No es, o solamente lo es en parte, un libro teórico, sino histórico y aun literario: personal. Se da como una serie de “confesiones” o sea de testimonios en primera persona. Una serie de constancias de una vocación vuelta profesión, es decir: misión y oficio. Es un libro real que busca reconstruir la experiencia con datos vividos y a veces leídos, como cuando para transmitir el entusiasmo y ánimo festivo que corría al inicio de la República, remite a un tramo de los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós sobre la Constitución de Cádiz. Reminiscencia sintomática. La historia que se cree pretérita, pasada, según Gaos, puede estar corriendo como un aliento esperanzador y porvenir bajo las hojas del efímero calendario. Confesiones profesionales es un libro real y que habla desde la experiencia como lo son, en otro sentido, de un lado, las Cartas a un joven poeta (1929) de Rainer Maria Rilke y, del otro, Las lecciones de los maestros (2004) de George Steiner, ese otro trasterrado y extraterritorial. En todos los casos, están en juego las figuras geométricas de la transmisión del conocimiento a través de las fronteras.

NOTAS
1 Advertencia para Materiales para una autobiografía filosófica. 2 Carta de José Gaos a Alfonso Reyes del 15 de diciembre de 1955, Obras completas de José Gaos, t. XIX, Epistolario y papeles privados, edición, prólogo y notas de Alfonso Rangel Guerra, UNAM, México, 1999, pp. 248-249. 3 Obras completas, t. XVII: Confesiones profesionales. Aforística, prólogo y selección de la Aforística inédita, Vera Yamuni Tabush; coordinador, Fernando Salmerón, UNAM, México, 1982, p. 83. 4 José Gaos, Ibid., t. VIII: Filosofía mexicana de nuestros días. En torno a la filosofía mexicana. Sobre la filosofía y la cultura en México, ensayos prólogos y notas, prólogo de Leopoldo Zea, nota del coordinador de la edición Fernando Salmerón, UNAM , México, 1996, pp. 626-630. 5 Este texto, que José Gaos no tituló, aparece con el nombre “Trabajo de José Gaos sobre la vocación filosófica” en Filosofía y vocación. Seminario de filosofía moderna de José Gaos, textos de José Gaos, Ricardo Guerra, Alejandro Rossi, Emilio Uranga y Luis Villoro, edición e introducción de Aurelia Valero Pie, epílogo de Guillermo Hurtado, FCE, México, 2012, pp. 33-44; y con el título “Entrevista a sí mismo” en Filosofía y vida. Debate sobre José Gaos, Sergio Sevilla y Manuel E. Vázquez (eds.), Grupo Editorial Siglo XXI, Madrid, pp. 235-243. En este volumen se incluye con el nombre de “Gaos por Gaos (Autorretrato)”. 6 El índice general de las Obras completas se puede ver en línea en la página del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, . 7José Gaos (Fragmento de la Carta 190) a Efrén C. del Pozo, México, D. F., 30 de junio de 1954, en Obras Completas t. XIX, Epistolario y papeles privados, edición, prólogo y notas de Alfonso Rangel Guerra, UNAM, México, p. 354.

Para leer la nota original, visite: http://razon.com.mx/spip.php?article327645


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