"El poeta maldito de Dios". Samuel Mayo entrevista al poeta Ernesto Cardenal para el periódico El Universal

Martes, 04 de Diciembre de 2012
"El poeta maldito de Dios". Samuel Mayo entrevista al poeta Ernesto Cardenal para el periódico El Universal
Foto: Academia Mexicana de la Lengua

El hombre que tengo frente a mí no mira a los ojos cuando habla, quizá porque a sus 87 años pone todo su empeño en no fallarle al recuerdo. Quizá, también, porque se siente más seguro en ese espacio etéreo donde reside Dios, con el que ha mantenido una íntima conversación de más de medio siglo.

Quizá porque este hombre es humilde, pero consecuente, miró a los ojos de Juan Pablo II en la Nicaragua revolucionaria de 1983 (su imagen más recordada), cuando el poeta se arrodilló ante el Papa en el aeropuerto de Managua, y éste apartó su mano instándole a que pusiera orden en su vida. El sumo pontífice difícilmente iba a aceptar en sus filas a un cristiano, marxista, sacerdote católico, teólogo de la liberación y ministro de Cultura de un gobierno rebelde. Y todo eso era, entonces, Ernesto Cardenal.

Recuerda el poeta nicaragüense que aquello lo sintió como un reproche, pero que en su vida religiosa está "acostumbrado a las humillaciones". Y a las renuncias. Las soportó todas por amor a Dios. Deserciones "que aún manan sangre", como recuerda en uno de sus poemas. Las mujeres, la escritura, Nicaragua… una a una fueron perdiendo su pulso ante lo divino, aunque, dice Cardenal, Dios quita pero da y, "siendo justos, yo he ganado más de lo que me ha quitado".

No sabemos si humillado, pero sí "harto", se encontraba Cardenal de no haber recibido ni un solo premio después de escribir una veintena de libros de poesía "contándolo todo". El primer reconocimiento internacional llegó en 2009, a sus 84 años, con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, y, cuando eso parecía suficiente, Cardenal recibió una llamada telefónica de la Casa Real española comunicándole la obtención del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el galardón más prestigioso del género en lengua española. A mediados de noviembre pasado, la propia reina de España le hizo entrega del galardón en el Palacio Real de Madrid. Era la consagración definitiva de la obra del escritor nicaragüense, que selló su agradecimiento dedicando su poesía a la única persona que no podía faltar al evento: "Poesía es todo... Poesía es Dios".

Autor de libros tan influyentes como Canto CósmicoOración por Marilyn Monroe y Canto a un país que nace, Ernesto Cardenal me recibió el pasado mes de mayo —recién obtenido el anuncio del galardón— en sus oficinas del Centro Nicaragüense de Escritores, ubicadas en un barrio pudiente de Managua, agazapado en una silla de cuero blanco y convencido de que todo se olvida, aunque no se sienta penitente por ello. "Ya está todo escrito".

Un poeta de Dios

El sacerdote que escandalizó al Vaticano sigue siendo conservador con su imagen: barba y pelo cano por encima de las orejas, jeans, guayabera blanca y su inseparable boina campesina, más española que nicaragüense, pero campesina al fin. Su oficina está pintada de un blanco inmaculado, sin cuadros ni fotografías, como si hubiera reservado para Dios y la escritura cada rincón de su memoria.

Sobre el pupitre hay un maletín que todavía no ha abierto (son las once de la mañana) y tres garzas esculpidas por él con formas gráciles, esenciales, eso que permanece cuando ya no queda nada. El poeta nicaragüense no dice ni una sola palabra hasta que la grabadora se pone en marcha. Entonces se pone de perfil como una pintura egipcia e inicia una confesión de 30 minutos: "Hace como unos dos años me dieron el Pablo Neruda. Cuando lo recibí en el Palacio de la Moneda dije que hasta entonces me había hartado de ser el poeta menos premiado de la lengua castellana… No es que esté recibiendo premios con frecuencia, ni mucho menos… Fue una sorpresa muy agradable cuando me dieron la noticia".

El candidato al Nobel de Literatura (2005) tiene una vida de costumbres austeras que comienzan a las tres o cuatro de la madrugada, cuando se despierta, y continúan en su oficina del Centro de Escritores protegido del húmedo calor de Managua, donde medita, lee o escribe. Todo eso, dice Cardenal, se pierde con los años, "la fugacidad del tiempo, el paso del tiempo", esa dictadura severa y primera que todo lo acaba, menos su devoción. "Si volviera a ser joven me entregaría de nuevo a Dios, pero antes, y no bastante tarde, cuando lo hice".

Porque de todos los oficios de Cardenal hay uno inquebrantable: su consagración a lo divino. Fue a los 32 años cuando renunció definitivamente a los placeres terrenales de una familia próspera en la Nicaragua de principios de siglo. Formado en los jesuitas, Cardenal se preguntaba constantemente si eran señales divinas eso de perder a una novia detrás de otra, por desamor o por despecho.

En su última oportunidad para el matrimonio, escribe Cardenal en Vida perdida, "ella" desapareció de su vida, y "él" lo entendió como una señal urgente. Dejó atrás, con la memoria triste, a los compañeros muertos en la Revolución fallida de abril del 59 para alistarse en el monasterio trapense de Getsemaní, en Kentucky, donde "estaba limitado hasta el lenguaje con señas". Sin mujeres, sin los lagos de Nicaragua y, por momentos, sin su escritura. Y a pesar de todo, nada fue necesario.

"Fueron los años más felices de mi vida. Un día de luna de miel con Dios, un matrimonio con Dios. Era por amor que yo estaba fuera de todo lo que había sido mi vida. Tuve que salir de allí por problemas de salud, por la vida dura y difícil del monasterio. Mi mentor, el poeta místico Thomas Merton, decía que aquella luna de miel se acababa y que aquello no era para mí. Pero, en ese momento, fue un gran golpe que me hizo llorar".

Entre Dios y Marx

Cardenal se esfuerza por mantener en orden sus ideas. Ríe poco y, cuando lo hace, muestra una risa paternal, sincera. Lo que más despierta su sonrisa es el recuerdo de su encuentro (o desencuentro) con Juan Pablo II durante la visita papal a Nicaragua en 1983. Cardenal prefiere no responder a la pregunta de a quién representan el Vaticano y la Iglesia, pero tiene claro a quién no: "Ciertamente no representa al Evangelio, ni en los dichos ni en los hechos".

¿Volvería a arrodillarse ante un Papa? "Por qué no. En mi juventud, cuando llegaba el obispo a mi casa, mi papá se arrodillaba ante él para besarle el anillo. Yo hice lo mismo, pero él me retiro la mano, no dejó que la besara y yo lo sentí como un reproche que me hacía, una grosería. Luego leí que él siempre evitaba que le besaran el anillo, no era algo contra mí, lo cual es algo admirable".

Cardenal estaba en el centro de la Historia, la de las guerrillas centroamericanas, la de los curas que se hacían marxistas, la de las cruzadas nacionales para alfabetizar campesinos. La Nicaragua que visitó el Papa en los altares y la revolución de los pobres que Ernesto defendió en las calles. "Para muchos, y para mí también, es la revolución más bella que ha habido", recuerda Cardenal. Después vino la injerencia de Estados Unidos, su "guerra terrible" y el embargo que acabó con el sueño.

Pero, sobre todo, Cardenal recuerda la corrupción de los líderes rebeldes que apagaron cualquier llama revolucionaria. A la pregunta sobre lo que queda de la memoria de los muertos en el actual gobierno nicaragüense, Ernesto Cardenal responde con su frase más contundente: "El último gobierno es una dictadura, y mejor no hablar de ella, porque además no podemos hablar, no hay libertad para ello". Le sigue el silencio más largo.

Cardenal renunció al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 1994, uniéndose así a otras voces disidentes como las de Sergio Ramírez o Gioconda Belli. Cardenal no acepta lo de disidente, él, dice, es un revolucionario de la única revolución posible: la de los pobres. En esa clasificación no entraba el actual presidente de Nicaragua y líder del FSLN, Daniel Ortega.

"Es una dictadura familiar, de él, su mujer y sus hijos. Yo soy un perseguido político y he tenido un juicio que me condenó a la cárcel. La ley no permite que una persona con más de 70 años esté en la cárcel, y yo ya tenía más de 80. Me condenó un juez 'danielista', incondicional de Daniel. Tenemos un sistema judicial que depende de Ortega, de manera que estamos indefensos y no sé qué va a pasar conmigo".

Escribir es vivir

Cardenal ha firmado cerca de cuarenta títulos, entre libros de poemas, biografías, ensayos… De todos ellos, hay uno del que siente un especial orgullo: El Evangelio de Solentiname, un libro escrito mano a mano con los campesinos de esta isla del lago Cocibolca, al sur del país, donde Cardenal fundó su propia comunidad y sentó las bases de su teología libertaria. "Ellos, los campesinos, nos decían unas revelaciones inesperadas, como de teólogos, sin haber tenido ninguna formación religiosa, sin haber leído nada de la Biblia, simplemente porque era un mensaje (el de Dios) para los pobres y, por tanto, era para ellos".

Cardenal estudió literatura en México en la década de los 40, donde coincidió con Augusto Monterroso, Lolita Castro o Rosario Castellanos, entre otras personalidades de los círculos literarios mexicanos. Continuó sus estudios en la Universidad de Columbia, donde recibió la influencia de poetas norteamericanos como Walt Whitman y, sobre todo, Ezra Pound, quienes le mostraron el camino a seguir. "Una poesía que no es lírica sino más bien épica, narrativa, que trata de todo y aborda todos los temas. La gran lección es esta: que en la poesía cabe todo igual que en la prosa. No hay cosas, pues, que son prosaicas, temas poéticos o prosaicos. Todo lo que se pueda escribir en prosa se puede escribir también en poemas. Esto define también mi poesía".

¿Llegan más voces en el silencio? "En mi caso sí. Yo amo mucho el silencio". A sus 87 años, Cardenal pasa más tiempo leyendo que escribiendo, algo que ya sólo hace "cuando tengo algo que decir". Y lo último que ha dicho es una antología, Hidrógeno enamorado, y un poema de 20 páginas, El origen de las especies, un largo aliento para esa naturaleza que se desmorona en las fauces de un hombre hobbesiano. "La humanidad es el peligro más grande para la humanidad. Somos una especie en peligro de extinción por las acciones del hombre", afirma con voz definitiva y mirada ausente.

Cardenal cita a Bernard Shaw en su notas biográficas de ese texto fundamental que es Vida perdida: "La juventud debería ser para los viejos porque sólo uno estando viejo sabría aprovechar la juventud". Entonces lo citó para recordar sus errores juveniles en el amor, su ingenuidad, su orgullo. Las renuncias a las mujeres, a Nicaragua y a la Revolución quedaron en su memoria, dispuestas a ser olvidadas. Pero detrás de todos esos recuerdos que esperan extinguirse, una última confesión: ¿ha encontrado lo que buscaba en Dios? "He encontrado todo".

Palabra de un poeta que resiste.

Para leer la nota original, visite:

http://www.domingoeluniversal.mx/historias/detalle/El+poeta+maldito+de+Dios-1121

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