"El hombre que no conoció la soledad", por Adolfo Castañón en la Revista de la Universidad de México

Martes, 21 de Agosto de 2012
"El hombre que no conoció la soledad", por Adolfo Castañón en la Revista de la Universidad de México
Foto: Revista de la Universidad de México

La publicación de Cuentos a deshora1 de Arturo Souto representa, no es parábola, un acontecimiento editorial y literario y, para la colección “Las semanas del jardín” que edita la editorial Bonilla Artigas, una renovada ocasión de afinar este proyecto editorial que empezó publicando El libro de las jitanjáforas de Alfonso Reyes y siguió con Red de autores del venezolano José Balza. En Cuentos a deshora se recogen, en parte, las narraciones que publicara Arturo Souto en 1960 con el título La plaga del crisantemo y que de inmediato le valieron un sitio singular en la historia de la narrativa hispánica e hispanoamericana del siglo XX, y ahora, al reeditarse con los nuevos cuentos, en la del siglo XXI. Singular, pues en los cuentos de Souto se concilia y decanta la herencia trasatlántica de nuestras literaturas, el legado de ida y de vuelta de la fábula de nuestras regiones, para evocar la expresión de Alejandro Rossi. Aparecen aquí varios de los cuentos que han llevado a decir a algunos que Souto —autor de un libro único— es susceptible de ser comparado con Josefina Vicens o con Juan Rulfo por la precisión y elegancia de sus construcciones narrativas. Cuentos a deshora es un título que el autor ha elegido para reeditar por un lado los cuentos publicados en 1960 —hace cincuenta y dos años— añadiéndoles algunos más. Pudo haberle puesto el nombre de su obra maestra, “Coyote 13”, pero prefirió éste de Cuentos a deshora, luego de haberlo pensado ciertamente muchos años. “A deshora” —dice María Moliner en su diccionario de uso del español— significa “A hora desacostumbrada, inoportuna o muy avanzada en la noche”.

Cabe leer la “deshora” de estos cuentos en varios sentidos: el venir a publicar un libro juvenil de cuentos más de cincuenta años después, en una hora tardía en el reloj vital y, quiéralo o no, como un testamento literario, emitido en una “hora desacostumbrada”, es decir, ya no familiarizada con la convivencia entre la vida, el sueño, la fábula y la literatura narrativa. Otra lectura del lema “Cuentos a deshora” refiere al carácter disruptivo, intempestivo, inoportuno, de los cuentos mismos en su subversiva lección o corrosiva filosofía. Y es que en los cuentos de Arturo Souto Alabarce (1930) —quien así se distingue de su padre, el pintor A. Souto Feijó (1902-1964)— se brinda entre pausas y líneas una mirada sesgada —como la de “El gran cazador”—. Los personajes de estos cuentos se exponen o los expone la narración a las minucias de la vida, y a la mirada, si cabe decir analítica, clínica del destino, al reverso de la historia y sus reveses, al circuito, o mejor al cortocircuito que hace de ciertos sucedidos chispas emblemáticas. Son cuentos verdaderos donde se cuenta realmente algo (cuenta: suma, resta, multiplicación y división, pero también fábula, creación, sueño poético a la vez circunscrito y expansivo) y donde ese cuento resulta a su vez como un aparador o una pantalla cuyos hechos e intrigas aluden a la constelación secreta e indecible, intransitiva alojada en un código ambiguo, y cuyas fronteras se deslindan entre el sueño y la realidad, la historia y el deseo —salvo por la literatura— de la experiencia interior. En ese sentido, cabe decir que si bien casi todas las anécdotas de los cuentos de Souto son memorables, éstas a su vez funcionan como redes en cuya trama se entrevera el misterio, la experiencia a la par íntima e irreductible. Cuentos a deshora puede ser, en fin, un lema abiertamente irónico y como hecho para invitar al espacio de la lectura a un alguien (¿el lector?) decidido a situarse en el tiempo sin tiempo de la gran literatura. Llama la atención la actualidad de los temas, recursos y motivos del mundo narrativo de Souto cuyas atmósferas se visitan como si acabasen de ser vividas, o soñadas, escritas.

La asamblea narrativa de Cuentos a deshora reúne veinte narraciones impecables y precisas como un microscopio electrónico. Aunque cada una sea dueña de un estilo y de un imán propios, de un lenguaje y de un haz de referencias, cada uno se desarrolla en un sitio preciso, pero todas comparten entre sí la exploración de los límites, del reverso de lo previsible, la exploración de la otredad y la metamorfosis sutil de la renuncia en victoria y de la cacería cobrada en derrota. Tiembla en cada uno un juego alucinante entre lo diurno y lo nocturno, el sueño y la fantasía; se incuba una exploración de la duermevela y de las orillas y límites como claves de la organización secreta del mundo.

La exploración de la otredad se resuelve en los Cuentos a deshora repasando los motivos de la identidad y del reconocimiento como en “El Pinto”, “Nunca cruces el parque ni vayas al Este”, “No escondas tu cara”, “Ir a Belén y volver”, por citar algunos. Dicen que el cuento representa como género un ejercicio de conjuración o exorcismo contra el miedo: en los de Arturo Souto la luz de la inteligencia despeja la oscuridad de la historia superficial que nos envuelve y ensordece para introducir en su deshora poética el recuerdo y la experiencia de su presencia real a través del lenguaje. Cada cuento dibuja un personaje, traza una situación, deslinda una geografía: estos veinte “cuentos a deshora” representan un catálogo, un inventario de las posibilidades del contar mismo; una tabla periódica de las formas narrativas y por ello mismo una gramática del arte de narrar. En ese sentido, el libro se brinda como un legado donde se concentra la sabiduría del cuentista capaz de rescatar con su ojo, su oído y su voz las Atlántidas del presente inmediato. Ejemplo de excelencia del oficio del cuentista y de su insobornable pureza.

II

No fui ni compañero ni alumno de Arturo Souto. Algunos otros tuvieron esa fortuna como: Jaime Erasto Cortés, Arcelia Lara Covarrubias, Netzahualcóyotl Soria, Sergio López Mena, Benjamín Barajas, Federico Patán, Graciela Cándano, Eugenia Revueltas, quienes participaron en el “Homenaje a Souto”, publicado por La Experiencia Literaria, revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM a través de su Colegio de Letras, en su número 14-15 de marzo de 2007, pp. 61 a 106. La publicación repasa los distintos aspectos de la obra de Souto como narrador, crítico y prologuista benemérito de la Colección Sepan cuántos… de Porrúa y de la propia Universidad; su lectura despertó en mí el deseo de proponer a TVUNAM que realizáramos un programa en la serie “Los maestros detrás de las ideas”, dedicado al autor de “Coyote 13”. Vencí la timidez y me acerqué a ese caminante que durante tantos años había visto recorrer la avenida Universidad con su sagaz rostro inteligente. Accedió a acompañarme en el largo proceso de la producción de la entrevista que por fin salió al aire, gracias al entusiasmo de Ernesto Velázquez Briseño, director de TVUNAM y del equipo de producción encabezado por Pedro Talavera. Al calor de esos diálogos, propuse a Souto, casi sin pensarlo, como si estuviese recitando un guión, la idea de reeditar sus cuentos. Asombrosamente para mí, accedió a la publicación. Tal es la breve historia editorial del libro presentado en la Facultad de Filosofía y Letras, la lluviosa tarde del pasado lunes 4 de junio (día en que se conviene fijar la fecha de muerte de ese otro coyote, el poeta y gobernante: Netzahualcóyotl).

Arturo Souto Alabarce en un retrato hecho por su padre.

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http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/0212/castanon/02castanon.html

Para leer la nota original, visite: http://www.academia.org.mx


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