El director de la RAE: “Necesitamos un diccionario de nativos digitales”

Viernes, 05 de Junio de 2015
Darío Villanueva
Foto: RAE

Aunque lo cuenta en ese tono medidamente sosegado, la determinación que Darío Villanueva muestra para el futuro de la Real Academia Española (RAE) no carece de ambición. Habla de refundación, de digitalización, de elaborar el primer diccionario para nativos digitales. Habla de paridad, de continuar con la lógica de las cosas en cuanto a incorporar mujeres y, por supuesto, como sus tres inmediatos antecesores, de América… Ingresó en la RAE con 57 años, cree que la institución necesita de un equilibrio de edades y un amplio espectro de saberes. Fue rector de la Universidad de Santiago de Compostela, mezcla entre sus disciplinas la pasión por la literatura y la pulsión por la semiótica, la retórica y la sociedad de la información. Astur-galaico, luce un talante de humildad determinante y una medida ambición que transborda al futuro.

Ya ha pasado casi seis meses en el cargo. ¿Con qué se ha encontrado como sorpresa? Fundamentalmente, la importancia que tiene la dimensión americana del puesto. La Real Academia Española preside la Asociación de Academias y eso significa que es la voz de todas ellas ante determinadas instancias. Por ejemplo, los Gobiernos de aquellos países que cuentan con una. Ahora somos 22, a la espera de la incorporación de la nueva institución ecuatoguineana, que se constituirá antes de final del año.

La dimensión americana es lo que más asombra a los que han ejercido este cargo en pleno siglo XXI. Pero pensaba que pese a haber sido secretario unos años y conocer a fondo las cuentas, lo que más le había sorprendido era el dinero. ¿Cómo van esos recursos? Yo conocía la situación a fondo, tenía información de primera mano. Por lo tanto, si hablamos de sorpresas, en ese sentido, ninguna.

Los antiguos directores podían haberse guardado algún secreto. No, en este caso, nada. La información era de mi dominio.

¿Cuál es esa situación? Que la RAE tiene tres fuentes de financiación: una asignación del Estado que en el momento más boyante nunca superó el 50% del total del presupuesto. En los últimos tres años, esa asignación ha decrecido un 60%, unos dos millones de euros. Otra fuente de financiación eran las obras de la Academia, diccionarios, ortografías, gramáticas y de otro tipo, incluidas las literarias. También en relación con esto nos enfrentamos a un escenario de crisis. Todos sabemos lo que está ocurriendo dentro del mundo editorial… Las ventas son muy inferiores a lo que eran 12 o 13 años antes. Por último, otra fuente de ingresos es la que procede de la Fundación Pro-Rae, en la que están metidas desde las empresas del Ibex a las comunidades autónomas y también benefactores particulares. Los rendimientos de dicha fundación también han disminuido.

Mal momento, entonces. Es una situación de crisis que compartimos con el resto de los españoles, no íbamos a permanecer al margen. Pero, en suma, la RAE no se encuentra endeudada. De la época de las vacas gordas, digamos, con una gestión muy eficaz y muy austera porque esta institución nunca fue manirrota, gozamos de unos remanentes propios para poder sortear esta etapa en la que vivimos una situación de déficit entre ingresos y gastos que asciende a unos dos millones de euros.

Pero ha dicho que las cifras de venta son muy malas. Del último Diccionario, desde octubre a esta parte, se ha vendido en España la quinta parte de ejemplares de los anteriores en el mismo periodo en el año 2001.

¿Cuánto hace que no abre usted un diccionario de papel? Lo sigo haciendo porque en las reuniones que tenemos trabajamos con un ejemplar de papel.

Sí, pero si está usted trabajando en su despacho con el ordenador…, ¿cuánto tiempo hace que no lo abre? Claro, claro que sí, es evidente. Nosotros en ese sentido no mostramos una actitud plañidera. Hicimos un simposio sobre la situación de los diccionarios en la era digital el pasado noviembre. Los editores europeos nos dijeron que el mercado de la lexicografía había experimentado un decrecimiento del 60% en los últimos años. En ese sentido, estamos contentos por haber tomado la decisión -en su momento controvertida- de digitalizar nuestro diccionario y dejarlo en línea gratuitamente. Hoy está posicionado como el más visitado, tenemos ese espacio ocupado con una cantidad de visitas espectacular que está en más de 45 millones de visitas en el mes de abril, más que en 2014, cuando tuvimos 41 millones. Rozamos los 10 millones de visitantes únicos. A través de los datos que nos proporciona Google Analytics, sabemos de dónde proceden esas consultas. Y a través de qué dispositivo se hacen. En este momento, los teléfonos inteligentes están casi a la altura de los ordenadores.

¿Los smartphones? Sí, pero yo los llamo teléfonos inteligentes.

Como también ha dicho Google Analytics… Porque es un nombre de marca, en ese caso no tiene traducción. El caso es que entre los teléfonos inteligentes y los ordenadores suman un 84%.

Dios mío, la tecnología. ¿Nos va a dar muchos disgustos lingüísticos? Tendremos que encajarlos. Lo que no toca es adoptar posturas numantinas ni apocalípticas.

¿Por dónde habría que empezar? Por el Diccionario. Para ello, aparentemente, la tarea es muy sencilla. Hace 10 años agarramos uno gutemberiano, es decir, un libro, y lo adaptamos en la Red. Ahora se trata de lo contrario.

Así que, en su caso, si hacemos un paralelismo entre aquello que Fernando Lázaro Carreter le dijo a su sucesor, Víctor García de la Concha, de que se centrara en América, a usted, su antecesor Blecua le habrá encomendado: "Darío: digitalización". Francamente, eso es algo que yo aporté modestamente como secretario. No necesitaba que nadie me lo dijera. Soy un gran admirador de Marshall McLuhan, a mí siempre me ha fascinado vivir un cambio de paradigmas tan profundo como el presente.

¿Cuál es el nexo de McLuhan a Valle-Inclán, a quien usted también ha estudiado? O de Valle-Inclán a McLuhan… Pues fíjese, si debo elegir al escritor español que más pronto se dio cuenta de cuál iba a ser la revolución que traería consigo el cine, no solo en el ámbito del propio invento, sino también en su vertiente estética en relación con la literatura, le diré que fue Valle-Inclán. Hasta el extremo de que no se puede entender su teatro ni su narrativa desde fuera de una concepción cinematográfica.

Y como estudioso del Quijote antes del cine, materia de su discurso de ingreso en la RAE, ¿no cree que la RAE tendría una buena adaptación a la pantalla? ¿Por qué?

Es la guinda, el reconocimiento del prestigio en muchos sentidos, con poder e influencia probados dentro de la sociedad, e interesante en ese aspecto. Siempre que rejuvenezcamos un poco el reparto, porque las dos últimas incorporaciones -Clara Janés y Manuel Gutiérrez Aragón- ya han cumplido los 70 años. Pero no los anteriores, ni Aurora Egido, ni Inés Fernández-Ordóñez, ni Pedro Álvarez de Miranda. Los dos últimos, es cierto, pero ha habido académicos que entraron muy jóvenes.

El récord de Muñoz Molina sigue vigente, pero ya se remonta a 1996. En ese sentido no existe ninguna disposición tácita o expresa a favor de que en la Academia entren personas de una trayectoria muy consolidada.

¿Ocurre que al entrar, quizá porque imponga mucho la solemnidad del lugar, se les amansa un poco la fiereza? Depende de las personas. No veo que le ocurra a un Javier Marías o a un Arturo Pérez-Reverte, un José Luis Sampedro, tan ligado a movimientos juveniles… Yo no generalizaría. Quizá el problema está en la cierta pompa, no excesiva, que se vive en el acto de ingreso. La Academia se nutre del prestigio de sus miembros, que responden a ese lema: limpia, fija y da esplendor. Yo no soy de los que limpian ni dan esplendor, pero aquí estoy. Esos grandes nombres de letras probablemente den más a la institución de lo que ellos reciben.

Ahí ha sufrido un ataque de humildad galaico-asturiana. Si quiere llamarlo así…

No concuerda con su currículo. Ha sido usted muchísimas cosas ya, aparte de lo que nos ocupa: rector de la Universidad de Santiago, presidente de la Sociedad General de Literatura Comparada, de la de Teoría de Literatura, de la Sociedad Española de Semiótica, de la Twentieth Century Spanish Association of America… Sí, llevo una vida bastante cumplida. Aunque yo entré en la Academia a los 57 años, que no es una edad juvenil, pero tampoco excesivamente avanzada. Ese equilibrio es bueno, los grandes lingüistas son los que contribuyen a fijar, pero los grandes escritores e intelectuales son los que le dan el esplendor. Y en nuestra sociedad de medios, ese esplendor es absolutamente necesario. Los que no lo damos no tenemos por qué sentirnos acomplejados por eso, sino reconocer las cosas como son. Lo más sublime que se puede hacer con las palabras es la creación. Quienes disponen de ese don me resultan realmente admirables.

¿Por qué suele existir esa reserva por parte de los grandes teóricos de la literatura de no meterse en la creación? Para mí, la creación tiene técnica, oficio y algo de prodigio. Las dos primeras se aprenden; la última, no. Pero no son incompatibles.

A esas tres cualidades, ¿hay que añadir también la inconsciencia de atreverse? Sí, efectivamente, un cierto impulso vital, con mucha seguridad en uno mismo, para dar un paso porque no nos olvidemos que durante mucho tiempo los escritores fueron una especie de parias sociales, con los estigmas de muerto de hambre, una desgracia para cualquier familia que le saliera un hijo escritor cuando prometía para otras cosas.

¿Cómo se gobierna a estos señores tan suyos? Poetas, dramaturgos, novelistas, cineastas, filólogos, arquitectos, médicos, científicos, juristas, periodistas… En fin. Se les gobierna en la medida en que ellos se dejan. Esa es la clave. Una tarea que parte de la concepción humilde de donde viene la autoridad que el director de la RAE tiene. Hablo de mí, no por falsa humildad galaico-asturiana, cuando miro atrás y veo nombres de antecesores, se me encoge el ombligo. Prefiero no pensar en el parangón.

Tengo que preguntarle por la cuota femenina en la RAE. Siete mujeres de 46 integrantes no parece equilibrado. Sí, pero desde que entré, aunque ya estuviera previsto, el porcentaje de hombres y mujeres ha estado al 50%.

¿Y lo va a conservar? No es una paridad escrita ni acordada estatutariamente, pero responde a la lógica de las cosas. No hay por qué pensar que regresemos a la ilógica de una situación como la que se produjo desde la creación de la Academia hasta el ingreso de Carmen Conde en 1979. Aunque, por cierto, en la francesa, la primera mujer en entrar fue Marguerite Yourcenar, después de Carmen Conde aquí… Lo que debo decir es que las académicas son extraordinariamente activas. Una vez que se ha alcanzado la velocidad de crucero hacia el sentido común en ese ámbito, no tengo motivos para pensar que se nos vaya a torcer el camino.

¿No resulta más útil cualquier veinteañero creador de apps que un filólogo en ese nuevo rumbo hacia la digitalización? Unos y otros. Independientemente de que los filólogos y los no filólogos han asimilado perfectamente las nuevas tecnologías. Ya contamos con lingüistas como Guillermo Rojo, especialista en informática desde los años setenta. Yo lo recuerdo trabajando con fichas perforadas, viene de allá. No hay que pensar que esta es una alquimia exclusivamente accesible a los veinteañeros.

Pero mueven el mundo con su nueva mentalidad. Por eso debemos abordar ahora el diccionario de los nativos digitales.

Mal irán si en las sesiones siguen pasando páginas y no incorporan tabletas. ¿O sí? Muchos nos lo llevamos en los dispositivos. Pero el pleno es la quintaesencia del trabajo académico. Ahí discutimos cuestiones últimas o primeras sobre qué incluimos. Entre una cosa y otra queda un trabajo larguísimo en el que intervienen los académicos y quienes no lo son, el personal con que contamos. Desde los años noventa, utilizamos la tecnología a tumba abierta. El corpus del español del siglo XXI consiste en que cada año introducimos unos 25 millones de formas en las memorias de nuestros ordenadores. No de palabras, sino de realizaciones de estas en todo el mundo. Fuentes orales y escritas. Disponemos de un repertorio que está llegando a los 300 millones de formas solo desde que lo registramos. Es lo que nos sirve para debatir.

¿Dónde gravita hoy la órbita del poder del español? ¿No se muestran en América recelosos por aumentar su influencia? Hay Gobiernos que apuestan más por ese campo. El español, con un recorte del 60% en apoyo tanto a la RAE como al Cervantes, ¿no se muestra, como mínimo, rácano? Es un problema complejo. A veces detectamos por parte de los Estados poco interés en cumplir los acuerdos, aunque estos se basan en la austeridad. Lo que dices es así. Pero institucionalmente las Academias están regidas por la española gracias a un acuerdo válido desde que se formó la institución en 1951.

¿Desde entonces nadie lo ha querido cambiar? De manera formal, no.

¿Y en el ámbito conspirativo? Estoy aterrizando como presidente de la asociación de academias. Desde esa posición es desde la que tendré más información al respecto. Claro que cabe esa posibilidad, pero eso tendría que pasar por una transformación profunda de sus estatutos que requeriría prácticamente unanimidad. Y, por el momento, no creo que sea posible. Nuestra tarea presente en la asociación consiste en ejercer una política panhispánica. No todo es la demografía, no podemos dejarnos influir por el número de hablantes de los países más poblados o no. Nuestras decisiones se toman dentro de un amplio consenso, que por el momento no se ha roto. El resultado ha sido muy beneficioso. Yo creo que la unidad del idioma, que es en este momento altísima, se ha conseguido, en parte, gracias a esa labor de las Academias.

¿Qué quería ser de niño? Creo que quería ser sencillamente niño, estaba tan imbuido en ello que no pensaba en nada más.

¿Carpe diem? Viví con mucha intensidad mi infancia.

¿Y con espacio para los libros? Sí, desde luego. Tuve la suerte de que mis padres eran grandes promotores de la lectura. Recuerdo como primeros regalos importantes, aparte de la bicicleta, el balón de baloncesto o la raqueta de tenis, libros como la suscripción a la colección Crisol, a los seis o siete años.

¿Los conserva? Sí, los conservo. Los Crisol y los Crisolín, de la editorial Aguilar.

¿Junto a cuántos ejemplares en su biblioteca? Unos 30.000, en varias bibliotecas…

Eso es un sedimento para alguien especial, ¿cómo se ve usted a sí mismo? No como algo extraño. La conclusión que viene de unas premisas previamente asentadas: un niño lector, un estudiante de filología, un profesor de literatura y, ahora, un director de la RAE.

¿Un director de la RAE que lo disfruta? Enormemente, de las sesiones, de las travesuras de los académicos.

O de las batallas campales. No diría campales. Mantenemos un juego elegante, pero lo vivimos con intensidad. Es emocionante ver cómo nos enzarzamos en discusiones.

¿La última palabra que ha provocado más tensión? Selfie.

¿Qué hacemos con ella? Creo que conviene esperar un poco porque se trata de una moda reciente. Hay palabras globo, que suben con fuerza y luego se desinflan. Aunque esta ya genera sus adminículos, como palo selfie.

¿Y la que más consenso? Tableta, aunque parezca algo un poco ridículo. Como comprenderá, en eso no nos hemos herniado.

Darío Villanueva

Vilalba, Lugo, 1950. Se doctoró en Filología Románica (por la Universidad de Santiago de Compostela) y Española (por la Autónoma de Madrid). Ejerció como rector en la Universidad gallega e ingresó en la Real Academia Española en 2007 con un discurso sobre El Quijote. En 2010 fue designado secretario de esta y desde 2015 la preside. Experto en literatura, ha ahondado en el estudio de Valle-Inclán, así como en campos que tienen que ver con la semiótica y la sociedad de la información. En su labor como presidente de la Asociación de Academias de la Lengua, que reúne a 22 pertenecientes a América, España y Filipinas, se propone ahondar en la unidad del español.


Para leer la nota original, visite: http://elpais.com/elpais/2015/05/29/eps/1432899149_943632.html


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